Ilustraciones: Bela Renata

Notas al pie de un Zócalo vacío

Con una vida dedicada a la escritura y la edición, Castañón es una voz impar para desmontar muchos de los mitos que la opinión pública arrastra sobre la situación del libro y la lectura en México.
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I.

Es cosa que se da por sentada que no se lee en México o que se lee muy poco y que, en general, se leen cosas de baja o nula calidad. Este saber consabido se arraiga en la constatación del hecho de que la producción editorial en México, que es muy escasa, contrasta con la numerosa población oficialmente censada en que se da una desconfianza profunda hacia lo escrito y la certeza de que el país se divide entre un país de papel y un territorio real, entre un país que mira la televisión y no lee y otro que consume los productos de la televisión y algo lee por fuerza académica o profesional.

Aunque las cifras y estadísticas no son halagüeñas (y se han invertido esfuerzos para modificar un poco esas estadísticas desoladoras), el paisaje tiende a ser más desolador si se piensa que lo que se conviene en llamar “libro” puede ser un objeto mucho más mercantil y masivo de lo que se creería y que por “lectura” pueden entenderse diversos tipos de práctica no siempre compleja y exigente. A esos números hay además que combinarlos con los índices de consumo de los programas de televisión, cine, internet. En cualquier caso, resultará obvio que si la mexicana es una nación marcada por graves e injustísimas circunstancias sociales, las prácticas de la lectura y la escritura no pueden sino seguir como una sombra dicha cartografía caracterizada por las polaridades y por el común denominador de un creciente desierto educativo y científico, a pesar de las campañas, promesas y vestiduras desgarradas.

El español es una como lengua franca que permite la comunicación entre las diversas comunidades hablantes y leyentes, pero es también una lengua más adaptada a la comunicación interna de la tribu o de las tribus entre sí, que a la comunicación con el ámbito exterior a la ecúmene donde se habla “cristiano”, es decir español.

Al menos, así lo advierten aquellos que hacen carrera fuera de nuestras fronteras y que hacen traducir por otros a su propia lengua las prendas académicas de su éxito extramuros. Cultura colonizada y sucursalizada, la llamada mexicana es un tejido enormemente reacio al reconocimiento de su condición ancilar. De ahí que se vea –o más bien que no se vea– la frecuencia con que se omite en los anuncios y noticias sobre libros el crédito del traductor. Esa figura del que traduce resulta tan esencial como humillada o desdeñada en el paisaje de nuestras instituciones, cuando precisamente le ha sido dado a México –no otro es el significado de la aparición de la Virgen de Guadalupe en el Tepeyac– el de ser un país cimentado en la traducción, en más de un sentido. El milagro de la epifanía guadalupana no sería tanto la impronta de la imagen en el ayate del indio Juan Diego, como la refinada elaboración de un poema magistral escrito en náhuatl clásico con contenido cristiano llamado Nican mopohua, cuya versión más limpia y actual se debe al eminente historiador Miguel León-Portilla.

La ebriedad del autoengaño nacional nos lleva a soslayar muchas de estas realidades y a postular como palpables e irreductibles ilusiones gregarias que solo en mínima dosis tienen que ver con la educación y la ilustración, para beneficio de los diversos mediadores que saben lucrar con el mar de miseria en que navegan. Quizá la lectura de los datos que acompañan estas líneas pueda ser susceptible de otras interpretaciones. En cualquier caso, muchos sabrán convenir en que, si los datos sobre el libro y la lectura no son para regocijarse, la realidad que las cifras traducen es sin duda mucho más polarizada.

II.

En los últimos tiempos mexicanos, se ha vuelto proverbial la ignorancia de los profesionales e improvisados dedicados a la administración pública y a la política. Las anécdotas sobre los tropiezos, lapsus, dificultades de pronunciación de la gente dedicada a la política, independientemente de su partido, han recorrido el laberinto de la soledad, tornándolo, si se puede decir así, más solitario y más laberíntico, puesto que van acompañadas de las fundadas y reiteradas quejas por la falta de apoyo a la ciencia, a la educación superior y a la formación técnica y académica que de todos modos –basta convivir con un maestro, no agraviando al cónyuge– anda, cuando no escurre, por los suelos en todos los niveles del escalafón educando.

Y se habla mucho y demasiado de educación, cosa que no está mal, pero que resulta riesgosa si en ese debate no se inscriben los medios de comunicación de toda laya y ralea, pues la comunicación es un continuo que no cabe que sea fragmentado y aislado, so pena de poner a la educación en condición de “cosa” asilada y menesterosa, marginada en el quehacer del día a día dentro y fuera de las aulas.

Estas anécdotas representan en cualquier caso un síntoma de una sociedad a la que solo le queda la salida catártica de la risa ante los resbalones mentales y lingüísticos de una clase dirigente, política y empresarial que a todas luces parecería incapacitada para dirigir algo distinto de un equipo de futbol o de una telenovela, y aun se ufana de esa ineptitud y la asegura a largo plazo al regatear presupuestos para la instrucción básica –ya no digamos para la superior–, invirtiendo, en cambio, en accesorios y blindajes para la traída y llevada “seguridad”, pasando del regateo a la formación de inteligencias libres por la consolidación de aparatos de “inteligencia” y delación organizada y corporativa.

Si México tiene cien millones de habitantes y se divide entre esa cantidad la suma total de libros y revistas –incluidas las obras electrónicas–, esa cantidad no es muy significativa si se compara con las de otros países. Sin embargo, hay que ponderar otros factores. Por ejemplo, el de qué tipo de libros se habla y de qué calidad de lectura está en cuestión. No es lo mismo leer una novela, una obra de historia o filosofía, que “leer” un cómic empastado en forma de libro o consumir con los ojos un libro de jardinería hecho para mostrar a las visitas durante el café.

Un ejercicio semejante se podría hacer sobre las librerías –contrastar la población del país con el número de librerías existentes–; eso pondría sobre la mesa un mapa diferencial y contrastado de la lectura en el continente mexicano. Habría que volver, desde luego, a las ponderaciones acerca de qué se entiende por librería.

Si los números vistos superficialmente dan resultados desoladores, las cifras examinadas con un mínimo de rigor nos llevan a constataciones de algún modo vertiginosas, pues hacen ver que el país se encuentra dominado por una reducidísima élite articulada que va pasando sus saberes y destrezas como puede a capas de la población cada vez más ignorantes, y que recorren el espectro del llamado analfabetismo funcional desde el rango, digamos, más “aceptable” hasta rangos de crasa ignorancia e incapacidad articulatoria… Sobre esas estadísticas habría que proyectar las relacionadas con los diversos mercados de la televisión –abierta, por cable, por internet– para tratar de rescatar de ahí unos números relacionados con el espectador educado o ilustrado.

De nuevo, los números nos llevan a constataciones poco halagüeñas. Si a esos datos, además, los cruzamos con los de las personas que dominan o están familiarizadas con el español y con alguna lengua indígena, se verá que la cantidad de personas que pueden servir como traductores o intérpretes es en verdad más que reducida, y, si registramos la cantidad de publicaciones en lengua indígena por habitante contra las publicaciones importadas de otros países modelados por la lengua española, podemos ir siguiendo la pista de la grave incomunicación entre lenguas y culturas que rige, fragilizándola, a la precaria Babel mexicana. Huelga decir que esa incomunicación suele traducirse en diversos grados de violencia que, a su vez, retroalimentan la falta de comunicación en que solo prospera la industria pesada y blindada de las armas y de las imágenes armadas, haciendo del Holocausto un espectáculo más y de la guerra ubicua otro episodio.

III.

Una reflexión sobre la lectura, el libro, las bibliotecas, pasa por fuerza por el repaso del gran tema que es el de la educación, sus instituciones, agentes, circunstancias y protagonistas, así como sobre una valoración del lugar que ocupan los llamados “maestros” y profesores en el espacio social. ¿Quiénes son los maestros? ¿Qué lugar ocupan y qué representan en el imaginario social? ¿Qué son capaces de enseñar? ¿Qué lecciones son o han de ser las suyas? En este contexto cabe evocar el fomento y el uso o mal uso de las bibliotecas de aula conformadas por títulos extraordinarios, pero que en la práctica le resultan vedados al alumno.

Alrededor del tema de la educación gira el motivo de la “conversación” que cimienta y alimenta al cuerpo social y que constituye su aliento, representa y encarna el “relato” o conjunto de “relatos” que la sostienen y orientan. Tal “conversación” es dual. Su primera y genésica instancia es horizontal y se arraiga en un solar, un lugar y lengua específica; tiene que ver con las memorias regionales y nacionales. La segunda instancia es vertical y tiende a afirmar la universalidad como criterio de verdad, mientras que la verdad de la primera instancia se da en términos no de eficiencia sino de intensidad afectiva y de inteligencia colectiva. Esas dos coordenadas se cruzan en el espacio tenso de la educación y, en esta edad de planetarización y de universalización planetaria –uni y no pluriversalización–, la línea vertical se impone como el único vector a expensas del otro que es relegado a un plano doméstico, tribal, regional, sin advertir que este orden es imprescindible para organizar –esa es la palabra– la “conversación” y darle sentido. Esta cruz, que llamaríamos de Hermes, siguiendo a José Ortega y Gasset y a Alfonso Reyes, proyecta su sombra sobre el cuerpo social, y perfila las siluetas de los agentes y protagonistas de la ciudad-conversación constelada a su alrededor, y va suscitando tensiones y variantes ineludibles. Pongo por caso sintomático de nuestras circunstancias, las justificadas protestas que los profesores bilingües de enseñanza básica en lenguas indígenas y en español han manifestado en torno a ese “coco”, a esa prueba impuesta por las agencias encargadas de la educación transnacional llamada ENLACE, que está elaborada con criterios y conceptos que resultan arduos de aplicar en realidades semirrurales como las nuestras. Desde luego, las autoridades le darán la razón a la prueba y le volverán la espalda a las protestas de los maestros rurales y de las escuelas para indígenas de educación básica, pues hace tiempo que han perdido el sentido de esa “conversación”, como prueba el hecho de que han manipulado el tema educativo para beneficio propio. En un país con tantas necesidades como el nuestro, parecería natural, aunque no lo sea del todo, que al pensar en la educación se construyan escuelas dizque decorosas (cuya construcción será negocio) dejando para un futuro incierto invertir en la formación misma de los maestros: el negocio de la educación y la cultura se dará (vía CAPFCE) como un asunto definido antes por la especulación inmobiliaria que por la preocupación por la educación de los educadores. De ahí que sea sintomático otro caso: el del lugar del maestro, y en consecuencia el del libro y el de la lectura, en la sociedad. La de maestro de escuela no es una profesión que se encuentre en lo alto de la pirámide de los salarios y por ende de los valores reales. La consideración que se tiene a los “maestros” es entre sentimental y bochornosa, va de la mala conciencia que tienen los padres naturales ante el tutor, la “nana” o nodriza humanas –pues la autoridad omnipresente de la televisión está muy por encima o por debajo de los sentimientos– hasta la criminalización –y las circunstancias lo explican– de los maestros rurales que por defender los derechos de la comunidad se ven orillados a salir de la ley y pasar a ser “guerrilleros” –tal el caso emblemático de Lucio Cabañas–, cuyos descendientes merecerán la persecución paramilitar a lo largo de varias generaciones o bien de los dirigentes sindicales corporativos que pasan a ser, en el imaginario social, como jefes de camorra, “capos” de un poder de hecho que se ha venido consolidando a lo largo del tiempo, precisamente por llenar un vacío de poder público –como lo hacen en otro ámbito peligroso los periodistas– y mantener contra viento y marea la “conversación” nacional en medio de todas las contingencias y avatares. El contrapunto entre “comunidades imaginadas”, i. e. “naciones” y sociedad fabricada en el orden global desde los parámetros del “pensamiento mercantilista” surgido en los países anglosajones se hace manifiesto y visible en el escenario de la educación, que se torna así un verdadero campo de batalla, sacudido y polarizado por la fricción entre una “guerra profana” –o en pro de la secularización– y una “guerra santa” nacionalista y regional, como la que se define desde el radicalismo mahometano fundamentalista. Y “campo de batalla” es una expresión que, tanto dentro de las mismas aulas (tal el llamado bullying [maltrato] entre alumnos, pero también hacia los maestros), como en los medios masivos de comunicación, cobra toda su intensidad y contagiosa resonancia, pues lo que está en juego en las pantallas es precisamente la batalla, el combate, la guerra y la confrontación como las únicas instancias capaces de interesar o siquiera distraer al espectador e, indirectamente, de educarlo.

IV.

Este raudo panorama sería algo más que desalentador, si no estuviésemos asistiendo en este interregno al surgimiento disperso pero continuo, intermitente pero tenaz y campante por el orbe global de manifestaciones indignadas, a través de los diarios, la red y los mismos medios, de una oleada democratizadora cuyos agentes dispersos o desempleados saben que el poder de la letra, la educación, la cultura humanista es una cuña poderosa –nueva honda de David– capaz de brotar entre las ruinas de la utopía para afirmar una dimensión humana en el espacio de la robotización generalizada pero no siempre, casi nunca, autárquica.

 La letra sigue como una sombra a la imago que envuelve y revuelve al mundo, que reina y predomina en él en buena medida gracias a ella y a la palabra, al inveterado logosque la especie ha de ir repartiendo por las entrañas para recobrar en cada momento el sentido perdido. De ahí que si la lectura se vuelve, por así decir, prohibitiva y aun riesgosa, por ello mismo se torna tanto más deseable cuanto más provocadora y crítica.

Edad del interregno, hemos dicho, edad entonces donde los antiguos paradigmas a punto de ser vencidos y los nuevos que todavía no campean monolíticamente por el mundo conviven y han de cohabitar en buena convivialidad durante un lapso aún, pero quizá no durante mucho tiempo. De ahí que deban atenderse estas alertas que podrían parecer a no pocos vagas, pero que para los entendidos revisten carácter perentorio. De ello depende, en buena medida, el porvenir de esa “comunidad imaginada” –comunidad de comunidades, cornucopia emblemática de América– llamada México cuya “poderosa voluntad, viene a ser”, como asienta Alfonso Reyes, “como el filo de su hoz o la flecha de su arco”.

V.

Entre los regalos que trae el interregno está el de la red de internet, y la explosión de la comunicación por esta vía. Se trata de una revolución profunda en los usos y hábitos de la escritura y de la lectura cuyos alcances aún no se pueden medir. En este nuevo espacio virtual se diría que se escribe y que se lee más que nunca, que la investigación y el desarrollo de la curiosidad, la formulación de imaginarios conceptuales, la organización de arquitecturas verbales e imaginativas que pueden incluir, junto al discurso escrito, el visual y plástico, la disponibilidad de bibliotecas enteras provenientes de todas las regiones y de todas las épocas están re-modelando las prácticas básicas de la educación, la lectura y la escritura, poniendo, por ejemplo, a cada uno ante la situación potencial de ser su propio editor y su propio administrador. No se ha medido aún el efecto profundamente trastocador y eventualmente corrosivo de jerarquías y conocimientos que puede tener, en lo positivo y en lo negativo, esta oleada cultural que significa para la cultura, como apuntó el filósofo francés Jean Guitton (1901-1999) en su Testamento filosófico (1997), algo parecido al advenimiento del tractor frente a los instrumentos tradicionales y artesanales de la agricultura como el arado movido por animales de labor y labranza.

VI.

El último año las estadísticas han indicado que el formato electrónico del libro se ha convertido en una competencia directa del libro de papel. La librería virtual Amazon, la tercera semana de mayo anunció que, por cada cien ejemplares de papel que vende, coloca 105 en formato electrónico, cantidad que equivale al triple del volumen desplazado en los primeros meses de 2010.

Los fabricantes de dispositivos electrónicos de lectura compiten por lanzar el mejor producto, pero las editoriales no se quedan atrás. La Dirección de Publicaciones de Conaculta colocó la colección Summa en el mercado, que consta de doce títulos: Viaje a las ruinas del Fuerte del Sombrero, Sentimientos de la Nación, La república herida de muerte, Infancia y revolución, Un niño en la Revolución mexicana, La Ciudadela quedó atrás, Nuestra lengua y otros cuatro papeles, Nueva oración sobre la dignidad del hombre, La Independencia vista por la Reforma, Novedad de la patria, El Despertador Americanoy Gil Gómez el insurgente. El objetivo de Conaculta es que todos los libros que salvaguardan la memoria de México se reproduzcan en ePub, formato universal de los libros electrónicos.

El FCE cuenta con más de 1,500 obras en pdf y, sin duda, es un gran adelanto para pasar las obras a dicho formato; en marzo de 2011 la editorial puso a la venta ochenta títulos electrónicos. En México las editoriales españolas como Random House Mondadori y Planeta ya lo están haciendo. Ediciones sm y Siglo XXI Editores son otras de las editoriales que ya están distribuyendo e-books.

Los reportes de 2010 hablan de que cerca del 9% de las ventas de libros provienen de la venta de libros electrónicos, lo cual es proporción enorme. Amazon ha vendido best sellers más en electrónicos que ediciones de pasta dura, lo cual es una señal de que hay mucha gente que está prefiriendo el libro electrónico frente al libro en papel. Los grandes lectores recuperan la inversión que hicieron al adquirir el aparato lector cuando compran varios libros en este formato (que es un precio de alrededor de 140 dólares).

El Kindle de Amazon fue la primera tableta lanzada, después la cadena de librerías Barnes & Noble lanzó Nook Color y iPad, la tableta de Apple, ya es un fuerte competidor.

El total de ventas de Barnesandnoble.com en 2010 llegó a 228.5 millones de dólares, un aumento de 67% respecto al año anterior. 60% de los dueños de Nook Color son nuevos clientes de contenidos digitales.

Según la librería Gandhi, en su librería virtual se descargan trescientos textos al mes; setenta de ellos son pagados. La venta anual de libros digitales tiene un crecimiento de 10% anual.

El libro electrónico es entre 20 y 30% más barato que el de papel, además de que en algunas compañías se tiene derecho a más de diez descargas del mismo ejemplar. ~

Con la colaboración de Alma Delia Hernández

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(ciudad de México, 1952) es poeta, traductor y ensayista, creador emérito, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua y del Sistema Nacional de Creadores de Arte.


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