Seguramente es una tontería hablar aquí en esta revista de lo que voy a hablar, pero espero que sea al menos una tontería interesante. Rara vez las tonterías son aburridas.
Voy a hablar de una oración, es decir, una especie de rezo, pero un rezo singular. Se trata de una petición muy breve, una jaculatoria, especie de avioncito de papel, rápido, ligero, que echamos a volar con nuestro ruego.
Su mérito está en la universalidad, pues recoge algo que todos y cada uno de nosotros, con independencia de nuestra confesión religiosa, si es que profesamos alguna, y también de nuestras peculiaridades y características personales, convendría que solicitáramos en toda ocasión. Se llama Oración de la Serenidad y se dice a coro, como especie de mantra, al final de las juntas de Alcohólicos Anónimos.
La primera vez que la escuché fue dentro de la clínica Monte Fénix, hace ya más de veintiún años, donde me hallaba interno tratando de rehabilitarme del alcoholismo del que era víctima. Era un lunes en la noche, lo recuerdo muy bien porque era la primera junta de Doble A a la que asistía. Tenía muy mala idea de Alcohólicos Anónimos y me había resistido con energía a asistir siquiera a una junta: vaya, no quería ni oír hablar de eso. No eran prejuicios de mi parte, era más bien el miedo que sentía a mirarme a mí mismo extrapolado en AA. Pero recluido ahí, en la clínica, no tenía adónde escapar y hube de asistir; a regañadientes, claro. Pero la junta me pareció llena de vitalidad, hasta divertida. Y muy instructiva. Cualquiera que tenga pasión por comprender las sutilezas y contradicciones del corazón humano sentirá, creo, el mismo interés que yo sentí despertar dentro de mí en esa junta.
Fui muy afortunado, estoy seguro, porque, al aceptar con mansedumbre y entusiasmo las juntas de doble AA, me puse en camino para mi rehabilitación. Al final de la junta apareció la Oración de la Serenidad, que dice:
Señor, concédenos serenidad
para aceptar las cosas que no podemos cambiar,
valor para cambiar las que sí podemos,
y sabiduría para discernir la diferencia.
Me asombró su lacónica sensatez y pregunté, desde luego, quién era su autor, pero no supieron decirme nada. No estaba bien visto en doble A que te dispersaras en indagaciones intelectuales, porque tu energía debía concentrarse entera en tu rehabilitación, cuyo primer y decisivo paso consiste en admitir que el alcohol te ha derrotado. De manera un tanto paradójica que fascinaba a Gregory Betson, al aceptar que no puedes con él, que siempre te va a vencer, nace la certidumbre de que tienes que apartarte del alcohol, y con ese convencimiento da inicio tu liberación. Es como un divorcio.
Pasaron los años y ya no me importaba averiguar quién había escrito la Oración de la Serenidad, cuando he aquí que, hace poco, topé de pronto con el nombre del autor de la oración. Se trata del famoso teólogo estadounidense Reinhold Niebuhr (1892-1971), como revela Elisabeth Sifton, hija de Niebuhr, en un libro recién publicado con el título Fe y política en tiempos de paz y de guerra.
La oración fue compuesta un domingo de 1943, durante las ansias de la Guerra Mundial (su autor era teólogo de izquierda, socialista en su juventud, antifascista y antiestalinista enconado). Observa su hija que a Niebuhr no le molestó que una versión abreviada de su oración fuera empleada por Doble A, ni que se ignorara no sólo que él era el autor, sino hasta que la Oración tenía un autor. Actitud que, desde luego, lo honra.
Ya quisiera yo, Hugo me dijo una vez Cardoza y Aragón, que quedara de mí, no un libro ni un poema, sino siquiera un verso.
¿Y qué más puede querer un teólogo sino que quede de él una oración? Y es lo de menos, pienso, que no se supiera que él era el autor de eso que ha sobrevivido con tanta vitalidad. ~
(Ciudad de México, 1942) es un escritor, articulista, dramaturgo y académico, autor de algunas de las páginas más luminosas de la literatura mexicana.