Uno
El niรฑo dividido
Segรบn biografรญas legendarias, Cimaue admira a Giotto, pastor que dibuja carneros; segรบn biografรญas verรญdicas, no son los corderos los que dan a Giotto el amor de la pintura: son precisamente los cuadros de Cimaue. Lo que hace de un hombre un artista es haber sido impresionado en la adolescencia mรกs profundamente por el descubrimiento de las obras de arte que por el de las cosas que representan.
Andrรฉ Malraux, Psicologรญa del arte
Capรญtulo 1
I
Verandas, donde las pรกginas del mar
son un libro que un maestro ausente dejรณ abierto
en medio de otra vida:
empiezo aquรญ de nuevo, empiezo
hasta que este ocรฉano
sea un libro cerrado, y, cual una bombilla,
mengรผen los filamentos de la luna blanca.
Empiezo en el crepรบsculo, cuando un relumbre
que retuvo un toque de clarines, arriaba
las astas de los cocoteros de la caleta,
mientras un sol cansado de imperio se ponรญa.
Hipnotizaba como un brasero cuando no hay viento,
y mientras su รกmbar escalaba
los รณvalos de jarras de cerveza del fuerte britรกnico
hasta enseรฑorearse del promontorio, el cielo
se embriagaba de luz.
¡Allรญ
estaba tu paraรญso! El lรญmpido
esmalte de otra vida,
un paisaje cautivo en รกmbar: el esparcido
centelleo. Los sueรฑos
de la razรณn habรญan engendrado su monstruo:
un prodigio de una รฉpoca y de un color que no eran.
Toda la tarde el alumno, poseรญdo
por la aguda fiebre de un aprendiz de dibujante,
habรญa magnificado el puerto; ahora el crepรบsculo,
ansioso de imprimirle el รบltimo toque,
dibujรณ de una vez la silueta de una muchacha
en el umbral de un cobertizo de piedra para lanchas de motor,
luego entrรณ en un reflexivo silencio. Ese silencio
aguardaba la ejecuciรณn de los detalles:
el tejado de dos aguas del St. Antoine Hotel
emergiendo de la selva, la bandera
del Palacio de Gobierno fundida con su asta,
y aguardaba que el ambarino destello en su reflujo barnizara
los รบltimos bohรญos del Morne, hasta quedar
transfigurados al puro y simple antojo del alumno:
trozo del Cinquecento en un marco dorado.
Se disipรณ la visiรณn,
cerros negros se vieron reducidos
a trozos de carbรณn,
pero si bien la claridad se apagรณ al pasar por la piedra
de aquel transformado hangar del muelle,
una muchacha, al soplar las brasas en su cocina,
podรญa sentir a su รฉpoca entrรกndole por los cabellos.
La sombra, suave como la amnesia, cubriรณla falda del cerro,
se puso en pie y trepรณ hacia el estudio.
Ardรญa el รบltimo cerro;
el mar se estrujรณ como un oropel;
de la estaciรณn de radio se elevรณ el globo de una luna: O,
oh espejo donde una generaciรณn entera deseรณ vivamente
la blancura y el candor, sin ser correspondida.
La luna se mantuvo en su puesto, sus dedos
acariciaban un mar surcado de pliegues como un quitรณn,
su disco blanqueaba las conchas
de ruinosas oficinas, percebes adheridos a los muelles
de la ciudad destruida por un incendio, su farol
desnudaba los รณvalos de fachadas sin dientes
al largo de romanas arcadas y, mientras รฉl pasaba,
sus alternos marfiles lucรญan sin armonรญa;
su era estaba muerta, su manta amortajaba
el mobiliario aรฑoso, el manto de la chimenea
con su Venus de yeso blanco,
que su deseo habรญa vuelto marmรณrea, espejo
de las sirvientas negras, algo cascado y sin baรฑo ya de plata,
como el retrato, de paรฑoleta y arracadas, del pintor: Albertina.
Tras la puerta, una bombilla
aureolaba la tonsura de un lector acurrucado
como embriรณn en su pรกlida gasa,
la mirada tranquila
se volviรณ en direcciรณn suya, los cortos brazos
se entreabrieron: bienvenido. Veรกmoslo.
Moreno, tirando a calvo, una papada de saurio
proyectรกndose desde el cuello hasta debajo del labio;
gruesas gafas, como pisapapeles de cristal, cubrรญan aquellos ojos,
que tenรญan el color verde de una botella pulida por el mar,
el hombre levantรณel dibujo hacia su rostro
como si la miope fuese la penumbra, no su vista.
Luego, con paulatinos trazos, el maestro enmendรณ el boceto. ~
Versiรณn de Josรฉ Luis Rivas
Fragmento de “Otra vida”(1973), incluido en Pleno verano. Poemas (1948-2004), antologรญa que publicarรก prรณximamente en Barcelona la editorial Vaso Roto.