Polémica sobre una reseña

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A partir de sus prejuicios, Fernando García Ramírez se asomó –me parece que no lo leyó– al libro de Carmen Aristegui, titulado Transición, compuesto por 26 entrevistas y un anexo, y completado con fotografías de Ricardo Trabulsi.

Asombra la cantidad de dislates que García Ramírez pudo cometer en el breve espacio de una reseña (“¿Sin esperanza?”, Letras Libres, febrero de 2010), aunque más asombroso, si bien no infrecuente, es que se reseñe un libro no leído. Tras una premisa indemostrada, e indemostrable: la “actitud servil” de la entrevistadora, el reseñista no lector descarga un cúmulo de acusaciones contra la mejor periodista de la radio mexicana. Le parece sobre todo que es parcial –“no es neutral”, dice también– porque con algunos de sus entrevistados, a quienes no identifica, es “incisiva, suspicaz y severa” (conducta lo más ajena a una “actitud servil”) mientras que a otros, tampoco mencionados, “los deja decir cosas”. Carente de autoridad profesional –no sé si moral también, pero en eso no me meto– ignora García Ramírez que de una y otra manera de interrogar se compone una entrevista: hay que inquirir y hay que “dejar decir cosas”, porque de eso se trata, de que hablen los protagonistas del libro.

De allí desprende el reseñista no lector que la periodista aplica un doble rasero, pues actúa profesionalmente frente a unos y ante otros, “los que son afines a su ideología”, es una simple “compañera de ruta”. Pretende que una entrevistadora corrobore las afirmaciones, los relatos de sus entrevistados. Dice, así, que a Denise Dresser, uno de cuyos dichos escoció al reseñista no lector, “la deja pasar”, aunque no completa su expresión diciendo que a todos los entrevistados “los dejó pasar”.

Supone García Ramírez –otro de los defectos de su reseña es partir de supuestos– que Carmen Aristegui dejó pasar una mentira de Denise Dresser por falta de rigor “o porque la gente de Vuelta y ahora de Letras Libres no piensa como ella”. Haría bien el reseñista no lector en reflexionar –si no es una vana pretensión sugerir tal cosa– sobre ese punto: el pensamiento liberal y libertario de Letras Libres por un lado, y la lucha abierta de Carmen Aristegui por la libertad de expresión, son cabalmente coincidentes.

El colmo de la descalificación ofensiva del reseñista no lector es meterse en la conciencia de la periodista y hallar que “finge objetividad”, “pero no es cierto”, negación que hemos de aceptar sólo porque la enuncia García Ramírez. Aunque de inmediato se desmiente a sí mismo al reconocer que algunos de sus entrevistados “refutan sus conclusiones antidemocráticas”. O sea que también los “dejó pasar”.

Me equivoco al referirme en el párrafo anterior al “colmo de la descalificación ofensiva”. Todavía hay dos afirmaciones peores, sin sustento como todas las demás. Culpa a la periodista de habernos hecho perder –al menos a la clase política– la esperanza. E insinúa que su radicalización corre parejas con sus ingresos. Entre los defectos que una lectura cabal y una reflexión valedera sobre el libro de Carmen Aristegui pudiera hallar no contaría, sin duda, el mercenarismo.

El reseñista que no lee ofende a los entrevistados, a quienes imagina personas candorosas que se dejaron manipular por una insidiosa preguntadora. Ninguno de los convocados experimentó incomodidad o malestar al concluir la conversación con la periodista. Ninguno de ellos, en consecuencia, pidió no quedar incluido en el libro. Ese es un juicio mejor sobre el trabajo de Carmen Aristegui que el tartajoso prejuicio de García Ramírez. ~

Miguel Ángel Granados Chapa

 

 

 

Con la animosidad de un novel escudero, Miguel Ángel Granados Chapa se lanza al ruedo en defensa de su amiga Carmen Aristegui, de quien reseñé su libro Transición. Sorprende que su reclamo mayor a mi nota crítica (tanto que lo repite en ocho ocasiones) sea que no haya leído yo el libro siendo que el que parece no haber leído ni el libro ni mi reseña es él. Sulfura a Granados que haya llamado a Aristegui servil porque con algunos de sus entrevistados es incisiva (y me reclama que no los identifique) mientras que con otros se muestra condescendiente (y me vuelve Granados a reclamar que no los mencione). Lo curioso es que en ese párrafo de mi nota que señala Granados sí identifico a quién me refiero (incisiva con Fernández de Cevallos, condescendiente con López Obrador) y hasta cito ejemplos de esas entrevistas para dejar claro mi punto.

Granados Chapa, habitual entrevistado en el programa radiofónico de Aristegui, entrevistado él mismo con generosidad por la periodista en el libro reseñado, intenta descalificarme y se descalifica él mismo con la insidiosa “lectura” de mi reseña. Granados se escandaliza porque encuentro que Aristegui finge objetividad (“negación que hemos de aceptar sólo porque la enuncia García Ramírez”). Sin embargo, el que lea mi nota puede observar que esa falta de objetividad la demuestro con hechos, cito ejemplos claros de cómo Aristegui tiene una tesis (de que la presidencia de Fox se logró gracias a un acuerdo entre el PRI y el PAN y de que en 2006 hubo un fraude a favor de Calderón), y cómo con esa tesis intenta con sus preguntas (de “dados cargados”, afirmo) que asuman sus entrevistados sus conclusiones, con malos resultados porque la mayor parte de ellos la refuta. Uno de los pocos que está de acuerdo con esta tesis interesada es, claro, Miguel Ángel Granados Chapa.

Por último, afirma Granados que algo que rebasa “el colmo de la descalificación ofensiva” es que yo diga que Aristegui ha hecho a la clase política perder la esperanza. De veras, qué ganas de no leer. Esa desesperanza, y lo digo de tal modo que es casi imposible no darse cuenta de ello, salvo si la lectura está cegada por la lealtad, nace con el intento de López Obrador de hacerse con el poder en 2006 a como diera lugar. Él es el responsable, lo digo con todas sus letras en mi reseña, de haber dañado la capacidad de esperanza de una clase política que se ha quedado sin miras. Espero que si Granados Chapa no leyó bien el libro de Aristegui, ni mi reseña crítica del mismo, por lo menos lea esta respuesta de su lector atento y cotidiano. ~

– Fernando García Ramírez

 

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