Como casi todo en este país, el debate en torno a las huellas de la revolución nicaragüense, veinte años después, ha quedado atrapado en las redes de la polarización política. La discusión oscila entre los que sólo ven destrucción, traición y dogmatismo ideológico, y los que continúan aferrados con nostalgia a la época revolucionaria, achacando la responsabilidad exclusiva del fracaso a la agresión estadounidense. Entre estas dos posiciones extremas, la memoria de Sergio Ramírez, Adiós Muchachos, constituye una excepción alentadora en el esfuerzo, todavía minoritario, que intenta conectar el balance autocrítico de la revolución sandinista con los dilemas actuales de la construcción democrática.
Siendo una memoria que revela a muchos de los protagonistas, es sintomático que al menos los más conspicuos muchachos se hayan sentido aludidos más por su retrato personal en la fotografía de la revolución que por la historia misma. Como siempre, el más folclórico ha sido el Comandante Cero, Edén Pastora. "Me pone ante el mundo como un payaso", se quejó, con absoluta seriedad, este arrojado ex combatiente descrito cándidamente por Ramírez como el ocurrente e histriónico personaje que fue y continúa siendo.
El ex general Humberto Ortega, más parco y calculador, saltó para reivindicar que sí le correspondían méritos históricos suficientes para haber sido nombrado jefe del ejército, en los albores del triunfo, por encima del comandante Henry Ruiz (Modesto). Mientras, el máximo líder del fsln, Daniel Ortega, deslizó una clásica descalificación practicada desde tiempos inmemoriales para quitarse de encima a los intelectuales: "Desde antes de su integración al Frente, Sergio era un excelente cuentista y ahora continúa siendo un gran cuentista", ironizó.
Pero la aversión patológica de la izquierda hacia la autocrítica encuentra una correspondencia gemela en una derecha que tampoco está dispuesta a reconocer su propia responsabilidad en la tragedia del pasado. El presidente Arnoldo Alemán, que en estos días está terminando de cocinar un pacto político con Ortega, lanzó su juicio sumario contra Adiós Muchachos: "Tuvieron diez años en el poder y no pudieron, y ahora vienen con cuentos y nombres de tangos", sentenció.
Lo cierto es que el intento de diálogo en torno a este libro, cuyo tiraje se agotó en pocas semanas, ha sido escaso. Con seguridad cosechará una atención más fructífera entre las generaciones de jóvenes que, en ambos bandos políticos, resultaron desgarradas por la revolución. Precisamente, fue un joven, no sandinista, el primero en reconocer el aporte de la reflexión de Ramírez sobre la crisis ética de los revolucionarios, y a la vez ha reclamado que en el inventario de valores imprescindibles para reconstruir el país, también se incluya la ética de los jóvenes que repudiando la revolución se fueron al exilio.
Y es que para muchos la autocrítica de Adiós Muchachos será una recepción de bienvenida, una invitación al diálogo en torno al espíritu del 79, para juntos inventar una utopía democrática mucho menos heroica que la revolución que abrazamos hace veinte años, pero que paulatinamente apunte hacia el puerto seguro que Nicaragua se merece. –