Eclipse cochimí

No se sabe cuándo llegaron los cochimí a Baja California, pero a partir del siglo XVI inició su ocaso, que concluyó en el siglo XX con el desarrollo económico de la península. Sin territorio, perdieron su lengua y desaparecieron del mapa.
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Los primeros pobladores de Baja California llegaron como recolectores, cazadores y pescadores, hace más de diez milenios.

La península es desértica, con poca agua y temperaturas de 40° C, aunque hay oasis y sierras como la de San Pedro Mártir (hoy parque nacional), donde se eleva 3,000 metros el Picacho del Diablo. O la Sierra de San Francisco, donde abundan los glifos y pinturas rupestres (muy bien conservados por el aire seco) dentro de la Reserva de la Biósfera El Vizcaíno, que incluye un santuario de ballenas.

No se sabe cuándo llegaron los cochimí, cochimís o cochimíes, que tuvieron casi la mitad del territorio para su vida nómada. Lo fueron perdiendo a partir del siglo XVI, ante mineros y hacendados. Y, más aún en el siglo XX, ante el desarrollo económico de la península: la industria aeroespacial y maquiladora, la salinera más grande del mundo (Guerrero Negro), la vitivinicultura, las granjas de perlas cultivadas, la pesca y el turismo.

Todo esto eclipsó a los cochimís: perdieron sus territorios, perdieron su lengua y se perdieron de vista. Hoy no tienen más que algunos caseríos en comunidades como la del oasis de Santa Gertrudis.

Su lengua fue la más hablada en la península. Desapareció, porque ya no la hablan sus descendientes mestizos. El Censo de 1930 registró 143 hablantes de cochimí, según la Enciclopedia de México. Bajaron a 82 en el Censo de 2000. En la Encuesta intercensal 2015 ya ni figuran.

El eclipse empezó con Hernán Cortés, que organizó expediciones en busca de oro al Golfo de California (por eso llamado Mar de Cortés). No se encontró. En la de 1539, Francisco de Ulloa partió de Acapulco, navegó hasta la desembocadura del río Colorado, siguió por la costa este de la península, dobló en el cabo San Lucas y llegó hasta la isla de Cedros, en el Pacífico. No se supo más de él. Pero sus cartas hablan del primer encuentro con los cochimís: “Pareciónos que era gente sin ningún asiento, y poca razón” (Miguel León-Portilla, David Piñera Ramírez, Baja California. Historia breve, 2ª ed., El Colegio de México/Fondo de Cultura Económica, 2011, p. 28).

En 1565, se abrió la ruta Acapulco-Manila llamada Nao de China o Galeón de Manila, que hacía escala en la península. Llevaba plata y especias, traía marfiles, alfombras, biombos, telas, lacas, porcelana. Padeció a los piratas ingleses Francis Drake y Thomas Cavendish.

En 1697, llegaron los misioneros jesuitas. Señaladamente, el Padre Kino, que demostró que la península no era una isla, como se creía, entrando por vía terrestre. Luego Miguel del Barco, que vivió treinta años con los cochimís, hasta 1768, cuando la Corona española expulsó a la Compañía de Jesús.

Francisco Javier Clavijero recogió testimonios y documentos de sus compañeros de expulsión para su Historia de la Antigua o Baja California, que escribió en italiano (y dejó inédita) en Bolonia, donde daba cátedra en la Universidad. La tradujo en México Nicolás García de San Vicente en 1852 (puede leerse en la web). También Pedro R. Hernández, para la Antigua Librería de Robredo, en 1942. La colección Sepan Cuantos… de Porrúa la incluye desde 2007, con una documentada presentación de Miguel León-Portilla. Va en la quinta edición, pero, lamentablemente, no da crédito al traductor.

El testimonio despectivo de Ulloa, que comparó un grupo nómada al desarrollo de Tenochtitlan, provocó una explicación de Clavijero: “Como los californios habían permanecido por el espacio de tantos siglos encerrados en su miserable península, privados de toda comunicación externa y sepultados en la más espantosa barbarie, no tuvieron noticias de los otros pueblos de la tierra; ni estos la tuvieron de aquellos hasta el siglo XVI en que la sed del oro, que llevó a los europeos a otros países del Nuevo Mundo, los impelió también a la California” (Porrúa, p. 71).

De su lengua dice que es “muy difícil” de pronunciar. Que sus numerales se reducen a 1, 2, 3, 4 y “mano completa” [como fue común en los primeros sistemas numéricos]. Que dividen el año en bimestres, no meses. Y que religión “casi no la había” (pp. 48-51 y 63). Como ejemplo de evangelización recoge el Padrenuestro en cochimí, de Miguel del Barco.

Mauricio J. Mixco ha estudiado el cochimí y arguye que sus raíces se remontan al proto-yumano, por lo cual hay que agruparlo en una familia aparte: yumana-cochimí. Añade fotocopia del manuscrito de Del Barco y su traducción al inglés. También tablas lingüísticas comparativas, un diccionario inglés-cochimí-español y una copiosa bibliografía: Cochimí and proto-Yuman. Lexical and syntactic evidence for a new language family in Lower California, Salt Lake City: University of Utah, 1978.

La revista digital Pie de Página  publicó “Cochimíes: Sobrevivir al olvido” (7 de diciembre de 2019), donde José Ignacio de Alba entrevista al profesor Miguel Ángel Plascencia. Lo más notable de la entrevista es que el profesor, atando cabos, descubrió que era cochimí y cuando confrontó a su madre por no habérselo dicho, le respondió: “No quería que te hicieran menos.” Dice que, por la misma razón, muchos se cambiaron el apellido. Ahora prepara un libro sobre los “olvidados entre los olvidados”.

Esa actitud está también en el título de Everardo Garduño, En donde sale el sol. Decadencia y revitalización de la cultura yumana en Baja California, Mexicali: Universidad Autónoma de Baja California, 2016. Y en Alejandra Velasco Pegueros, “De la ‘extinción’ a la visibilidad: la lucha del pueblo cochimí”, La Jornada del Campo, 17 de septiembre de 2017.

Hay en la web un video reportaje de Daniela Pastrana y Celia Guerrero, “Buscando a los cochimíes”, Pie de Página, 2 de abril de 2019, donde entrevistan en español al anciano Teófilo Arce Cuero, que entona una breve canción en cochimí. Así como un artículo sobre Santa Gertrudis de la revista México Desconocido (sin autor ni fecha): “Cochimí, el renacer de una cultura milenaria”.

Alonso Vidal, Los testimonios de la llamarada. Cantos y poemas indígenas del noroeste de México y de Arizona, Hermosillo: Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Sonora, 1997, pp. 19-21, incluye los siguientes:

el cenzontle

Arriba está cantando
el pájaro cenzontle.
Pero se equivocaba.
De noche está cantando,
el pájaro cenzontle.
Pero se equivocaba.

al limpiar la semilla

Limpiaremos la semilla
para hacer el atole.
Para hacer el atole
limpiaremos la semilla.
[Se repite diecisiete veces.]

dando vueltas

Ya dio vueltas de frente.
Gira y sigue para atrás.
Empieza a dar vueltas
y vueltas.
[Se repite cinco veces.]

el ratón

El ratón recoge basura,
el ratón,
para hacer su madriguera.
Recoge basura el ratón
para hacer su nido,
el ratón,
para hacer su madriguera.

arrullo paternal

Todos los días
el hombre arrullaba al niño.
El niño estaba ahí.
El hombre lo tomaba
en sus brazos y arrullaba.
El niño estaba ahí llorando.
Todos los días
el hombre arrullaba al niño.
El niño estaba ahí,
el niño estaba ahí,
el niño estaba ahí llorando.
Todos los días
el hombre arrullaba al niño.
El niño estaba ahí llorando.
El niño estaba ahí.

Nota sobre San Pedro Mártir: El dominico veronés Pietro Rosini recibió los hábitos blancos del mismísimo Domingo de Guzmán, fundador de la Orden de Predicadores. Su predicación atraía multitudes, lo que le costó la vida. Murió asesinado en 1252 al cruzar un bosque (a pie), de camino a Milán. Su martirio fue tema de pintores como Tiziano. Nada tiene que ver con la sierra que lleva su nombre, una isla también californiana, un municipio de Oaxaca y una colonia en Tlalpan. Es venerado en Italia y España. ~

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(Monterrey, 1934) es poeta y ensayista.


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