Hubo progresos en Mesopotamia y en Egipto, en Israel, China y la India, en el mundo maya, persa, griego, romano, cristiano e islámico. Algunos pueblos se creyeron superiores. Pero de tales sentimientos no surgió pronto ni en todas partes la conciencia de la historia como progreso. Apareció en Occidente, a fines de la Edad Media.
Hay algo inédito en la actitud de Bernardo de Chartres (siglo XII): “Somos como enanos sentados en los hombros de gigantes [los griegos], y así podemos ver mejor y más lejos [que los griegos].” En la teología de Joaquín de Fiore (siglo XII): La historia ha ido progresivamente de la dependencia servil en los tiempos del Padre, a la dependencia filial en los tiempos del Hijo, a la libertad del Espíritu Santo en estos nuevos tiempos. En la santidad de Francisco de Asís (siglo XIII), que alaba a Dios en la fraternidad del sol, la tierra, el agua, las flores y los frutos, como si estuviera en el paraíso. En la ciencia ficción del franciscano Roger Bacon (siglo XIII): “Es posible construir vehículos que se muevan con velocidad increíble y sin ayuda de bestias; es posible construir máquinas voladoras.”
El progreso es un mito cristiano que anima a construir el paraíso en la tierra. Los mitos arcaicos sitúan el paraíso (o la Edad de Oro) en un pasado remoto, suponen que lo mejor quedó atrás, no que está por venir. En los mitos mesiánicos, hay la esperanza de una liberación futura en el fin de los tiempos o en el más allá. En cambio, el mito del progreso
A. Está orientado al futuro, no al pasado.
B. Acepta (o no) un futuro absoluto (el Juicio Final, la no reencarnación, el cielo islámico); pero está orientado a los futuros próximos.
C. Acepta (o no) la liberación en el más allá, pero está orientado a la liberación aquí.
D. Supone que el progreso es gradual y acumulativo, no una transformación instantánea.
E. Acepta (o no) la providencia divina, la inspiración creadora, los azares favorables o la evolución de las especies; pero supone que el progreso se construye, que es obra humana.
El concepto de progreso implica otros: tiempo, cambio, mejor, que han sido negados. El tiempo como ilusión, el cambio como cíclico o inexistente, lo mejor como carente de significado, niegan el progreso. Pero las negaciones arcaicas o modernas son ignoradas por la fe en el progreso.
Los cristianos medievales quisieron santificarlo todo. Por ejemplo: sin negar el monasterio como lugar sagrado, ni la vida monástica como vida consagrada, Joaquín de Fiore (abad del monasterio de Fiore) anticipó que venían tiempos de vida consagrada fuera de los monasterios, en el mundo como si fuera un monasterio. Los discípulos de Francisco de Asís (un laico que nunca quiso ser monje ni sacerdote) sintieron que Joaquín había profetizado su vocación religiosa. Lutero predicó el sacerdocio de todos los creyentes. Los franciscanos vieron en el Nuevo Mundo el lugar ideal para restaurar el paraíso (Elsa Cecilia Frost, Historia de Dios en las Indias).
Construir el paraíso en la tierra parece natural y razonable en la cultura del progreso, pero es algo inédito y violento. Implica una violación fundamental de las polaridades arcaicas.
En las culturas anteriores a la cultura del progreso, hay una separación tajante entre lo sagrado y lo profano. El orden cósmico impone esa tensión que sostiene la tierra, los mares y los cielos en su lugar. En ese contexto, la construcción del paraíso en la tierra es inconcebible: una contradicción, una especie de cortocircuito entre polos opuestos. Cuando, de hecho, van apareciendo progresos (el fuego, la cocina, la agricultura), son vistos como dones del cielo. Y, si son vistos como resultado de la iniciativa humana, parecen atentados contra el orden natural, desmesura que se paga. Prometeo domestica el fuego (se lo roba, en vez de esperar a que baje del cielo como un relámpago providencial enviado por los dioses) y sufre un castigo eterno. Eva domestica las plantas (en vez de atenerse a la providencia divina de frutos silvestres) y provoca la desgracia del género humano. Arrogarse la construcción del paraíso se paga con la expulsión del paraíso.
Paradójicamente, la construcción medieval del paraíso en la tierra, queriendo sacralizarlo todo, acabó desacralizando todo. A medida que todo se consagra, ¿cómo distinguir lo sagrado de lo profano? Parecen dos caras de lo mismo. El mundo se vuelve un sacramento que, como todos los sacramentos, es (visiblemente) terrenal, pero (invisiblemente) celestial. Lo profano sacralizable va desapareciendo, porque nada parece irreductiblemente profano. Siglos después, lo profanable también irá desapareciendo, porque nada parece irreductiblemente sagrado. ¿Qué puede ser sagrado (tajantemente distinto, sobrenatural) si todo lo es?
Otra consecuencia no menos importante fue la confusión de polaridades. Por ejemplo: Transformar la naturaleza es progresista, respetarla es conservador. El movimiento ecologista (cuyo santo patrono es San Francisco) ¿es entonces reaccionario? Por ejemplo: En la tradición arcaica, la autoridad y todo lo que está arriba es sagrado y viene del cielo; lo que está abajo es inferior y torpe como la mano izquierda. La derecha es lo diestro, lo bueno, lo decente; la izquierda, lo siniestro, lo torpe, lo indecente. Pero si la izquierda llega al poder (aunque sea solamente en términos de prestigio), la derecha es lo siniestro, lo indecente, la encarnación del mal. La izquierda en el poder ¿es entonces la derecha?
Según la geofísica, el campo magnético de la tierra ha cambiado de polaridad repetidamente. Hace 780,000 años, cuando se produjo el último cambio, el polo norte estaba en la Antártida y el sur en el Ártico. Después de esa inversión de polos magnéticos, el norte y el sur están donde están (no se sabe hasta cuándo). Se pudiera pensar que el progreso ha sido un trastorno semejante de las polaridades religiosas (lo profano se volvió sagrado y lo sagrado profano); pero no quedó en simple inversión de valores. En el cambio gradual coexisten polaridades incongruentes. De ahí las confusiones y la desorientación.
1. No han desaparecido las polaridades arcaicas. En las tribus remotas, en el mundo campesino, en los fundamentalismos tradicionales (cristianos, islámicos, hinduistas) y en buena parte de la población moderna, persisten muchos valores arcaicos. Son, cuando menos, el fondo de contraste que los nuevos valores tratan de profanar, superar, combatir.
2. Han aparecido polaridades contrarias. Son posiciones minoritarias, vanguardistas, militantes, misioneras, que asumen la historia como progreso y tratan de acelerarla con una decidida voluntad de progreso. Cuando son fundamentalistas, satanizan los fundamentalismos tradicionales y son satanizadas por éstos.
3. Han aparecido polaridades anticontrarias: esnobismos al revés, modas retro, posmodernismos, arcaísmos y modernidades irónicas.
4. No han desaparecido las polaridades mismas (independientemente de su contenido arcaico, progresista o retro), que en sí mismas son arcaicas. La negación de la negación de la negación sigue oponiendo dos polos: el bueno y el malo, aunque el bien y el mal tomen otro lugar.
5. Han aparecido rechazos a la polaridad: terceras posiciones, relativismos, nihilismos.
Los progresos de la vida en el planeta (si aceptamos verlos como tales, aunque hay paleontólogos que rechazan la evolución como progreso) existen desde hace millones de años. Los progresos atribuibles a la creatividad humana existen desde el paleolítico y han dejado rastros arqueológicos. También rastros orales: los mitos de muchas tribus documentan que existió la conciencia prehistórica de las innovaciones, de su importancia y de sus efectos; como puede verse, por ejemplo, en James George Frazer (Myths of the origin of fire). Así también documentan la primera crítica del progreso, bajo la forma de críticas a progresos concretos; por ejemplo: la agricultura vista como expulsión de la gratuidad recolectora, pérdida de la libertad nómada y condenación al trabajo sedentario.
La visión conjunta de los progresos como Progreso: como episodios integrables a un despliegue universal de la historia sagrada, como destino manifiesto del género humano y como misión, empieza en la cristiandad del siglo XII. El Siglo de las Luces transforma esa misión en ciega voluntad de progreso y la Revolución francesa aplica la polaridad arcaica al movimiento histórico. El bien como posición (fija y arriba) se vuelve movimiento (de atrás hacia adelante y de abajo hacia arriba). La construcción del paraíso en la tierra se vuelve una lucha de los buenos contra los malos.
La nueva clasificación del bien y del mal se valió de conceptos y palabras disponibles, dándoles nuevos significados. Los conceptos de progreso, revolución y reacción fueron creados para describir movimientos y fuerzas en el mundo físico, pero el uso de las palabras correspondientes se extendió al mundo social; primero sin connotaciones morales y después cargados de moralina.
Progressus en latín era avance paso a paso. En Cicerón (siglo I a.C.) abunda el uso directo y figurado: marcha a pie, curso de los astros, adelanto en el estudio, avance de la vejez, desarrollo de las cosas (Alfred Ernout y Antoine Meillet, Dictionnaire étymologique de la langue latine). Progressio era el avance (creciente o decreciente) de una serie de magnitudes, significado que en español conserva progresión geométrica.
Volvere en latín era volver, envolver, enrollar, girar. De ahí derivan los conceptos de revolución (retorno circular al punto de partida), evolución (despliegue de lo que está enrollado) y muchos otros, por ejemplo: volumen (que fue libresco antes que geométrico: rollo que se desenrolla para leer). Cuando Copérnico escribió De revolutionibus orbium coelestium (1531) se refería a las revoluciones de los astros en sus órbitas, como hoy se habla de las revoluciones por minuto de un motor. Dos siglos después, cuando Kant vio en las teorías de Copérnico una revolución científica, ya no estaba pensando en las revoluciones orbitales.
Llamar revoluciones a los cambios políticos violentos empezó en Inglaterra, en su zarandeado siglo XVII. La visión conjunta de las revoluciones como Revolución: como episodios integrables a un despliegue universal de la historia sagrada, como destino manifiesto del género humano y como misión se debe a Marx, que fue una especie de Joaquín de Fiore del siglo XIX.
Alain Rey (“Révolution”, histoire d’un mot) y Jean Starobinski (Acción y reacción: vida y aventuras de una pareja) dan muchos ejemplos de que progrès, révolution y réaction tuvieron al principio un significado neutral: no calificativo, sino simplemente descriptivo de cambios en el mundo natural, personal y social.
El latín clásico usó la palabra actio y el prefijo re, pero nunca construyó la palabra reactio, que aparece en el latín medieval. Fue creada por San Alberto Magno (filósofo, alquimista y descubridor del arsénico en 1250) para referirse a la acción física recíproca, señalada por Aristóteles (el hierro candente sumergido en el agua la calienta, pero el agua lo enfría; el cuchillo corta, pero el material cortado lo mella; la bala sale disparada, pero da un culatazo). Hablar de reacción subraya que se trata de una acción contraria. Siglos más tarde, Isaac Newton lo diría en su tercera ley: “A cada acción corresponde una reacción opuesta igual; la acción mutua de dos cuerpos entre sí es siempre igual, en dirección contraria.” (Principios matemáticos de la filosofía natural, 1687.)
Lo cual no implica que la reacción sea buena o mala, ni siquiera cuando el concepto se traslada a la vida social. Diderot (citado por Starobinski): Las sociedades europeas “actuarán y reaccionarán unas sobre otras. En medio de esta fluctuación continua, unas se extenderán, otras se verán limitadas, otras más tal vez desaparecerán”. O sea que no veía en los vaivenes de la acción y la reacción una lucha del bien contra el mal, sino algo así como las olas que vienen y van. Incluso entre los periodistas y oradores de la Revolución francesa, el uso de la palabra réaction era al principio “totalmente neutro. Era la réplica: la acción en sentido contrario”. Igualmente, “la palabra progrès es todavía un término neutro, que se aplica tanto a lo que se perfecciona como a lo que se deteriora”: es “el incremento cuantitativo o intensivo de un fenómeno, sin exceptuar a los que son nefastos. Se habla de los progresos de un mal, de los progresos de la corrupción, etcétera”.
Según Rey, en la Revolución francesa proliferaron los diccionarios y las discusiones léxicas. Por ejemplo: se dijo que la réaction era revolucionaria: la réplica del pueblo a la opresión; y que el contraataque de la aristocracia a la révolution debía llamarse contre-révolution, no réaction. Naturalmente, los revolucionarios se descalificaban entre sí llamándose reaccionarios o contrarrevolucionarios, como todavía sucede.
Progreso, revolución y reacción fueron conceptos neutrales que dejaron de serlo, en tres etapas:
a) Inicialmente, conceptualizaban movimientos físicos y fuerzas naturales.
b) Después, se usaron para la descripción de cambios sociales, sin calificarlos.
c) Finalmente, se usaron para calificar y descalificar, clasificando en buenos y malos.
En cambio, los conceptos de izquierda y derecha fueron calificativos desde el principio, pero en términos de simbolismo espacial. La derecha es el bien, la izquierda el mal. Con la Revolución francesa, el simbolismo de las posiciones físicas se extendió al movimiento histórico y la polaridad se invirtió. Los que quieren el cambio, el progreso y la revolución son los buenos y están a la izquierda, los que se oponen son los malos y están a la derecha.
La clasificación no se limita a la aristocracia y el clero. También descalifica a los que buscan el cambio de manera incorrecta: reformistas, liberales, disidentes, fanáticos, sectarios, renegados, apóstatas, cismáticos, herejes, traidores, relapsos y otras almas vendidas al imperio del mal. El maniqueísmo de la Revolución, creyéndose el origen de una nueva era, volvió a los orígenes de la era cristiana: el odio teológico de unos creyentes contra otros, la satanización mutua de los hermanos en la fe (Elaine Pagels, The origin of Satan).
Guillotinaos los unos a los otros.~
(Monterrey, 1934) es poeta y ensayista.