El 20 de octubre el periodista espúreo por antonomasia, Regino Díaz Redondo, aparece en todos los medios: entre empujones, abandona la asamblea de los cooperativistas del diario Excélsior, farfullando, abismado ante el fin de su propia historia. Lo que me impresiona son sus ojos. Están muertos. Es el Pinochet mexicano que cae cuando se desmorona el apoyo que lo sostiene. No hay nada más obvio que lo que nos sorprende: al perder el PRI, la red de complicidades que movió e hizo hablar a Regino se desconectó y los ojos del títere se nos revelaron como muertos. Y entonces nos damos cuenta: Excélsior fue un cadáver durante 24 años.
La historia que lleva a la salida de Regino del periódico que usurpó en 1976 es tan obvia como picaresca: Excélsior, un diario, es rescatado por el Fobaproa como si se tratara de un banco. Con una deuda de 153 millones, logra reestructurar, con la intervención de la Secretaría de Hacienda, una quita de cuarenta millones (el Subcomité de Recuperación recomendó a Inverlat "no endurecer la posición por lo pronto, hasta tener definida la opinión de la SHCP"), y, durante tres años, va sorteando con base en relaciones políticas el embargo de los terrenos de Paseos de Taxqueña (los mismos que "justificaron" a los ojos de Jacobo Zabludowsky el golpe a Julio Scherer en 1976), lotes en Tulyehualco, Tequesquitengo, Avenida Chapultepec, la bodega de Vallejo, el edificio de Bucareli y las rotativas. Pero, simultáneamente a la deuda, Regino es acusado de desvíos de fondos por 25 millones desde 1993: las cuentas del diario en Bancomer (514990-1) y Comermex (214643-6) no se encuentran a nombre de "Excélsior Compañía Editorial Sociedad Cooperativa de Responsabilidad Limitada", sino a los de Regino Díaz y Juventino Olivera, quienes se quedan con los intereses, a pesar de que sus sueldos nominales alcanzaban los 75 mil pesos mensuales.
Lo que asombra es la obviedad. A los favores recibidos, Regino responde con los ojos puestos en su benefactor más habitual: un mes antes de la elección presidencial, Excélsior publica la versión de los diputados del PRI de que hay fondos "externos" en la campaña de Vicente Fox y, tras las elecciones en las que el PRI pierde, Regino publica un editorial más allá de lo vergonzoso:
Excélsior reconoce que su política editorial durante los meses de campaña fue labastidista. Estuvimos convencidos de que era la mejor opción para que se ejecutaran cambios radicales y salir adelante. Nosotros no tenemos grupos de poder económico atrás para sustentar nuestra línea de conducta. Muchos medios sí. Hemos sido siempre y lo seremos el centro de la atención y del ataque artero de los que desde hace un cuarto de siglo han sido nuestros enemigos gratuitos, de los frustrados que salieron del periódico por una decisión mayoritaria de los cooperativistas, de los que llenos de rencores y frustraciones no pierden oportunidad para atacar con deducciones especulativas y deshonestas, con envidia y con anónimos.
Regino presintió una amenaza personal en la derrota del PRI. En la última edición dirigida por él, publicó un desplegado que comenzaba: "La desaparición de Excélsior está programada para hoy". Pero, como siempre, miró mal las cosas. Era su dirección la que estaba en juego. Al mediodía del viernes 20 de octubre, los repartidores, a quienes desde 1995 se les había prohibido llevarse un solo periódico a su casa, abrieron las puertas de Excélsior para que los demás medios filmaran la propuesta de Regino de poner a la venta el periódico. Tres horas después, Regino presidía la asamblea de un periódico al que llamó s.c.r.l., en vez de s.c.l. Comenzó la protesta. Regino dijo que el cambio era por mandato de la Cámara de Diputados, pero los coopera-tivistas argumentaron que, de acuerdo con el Registro Público de la Propiedad, los directivos del periódico habían registrado
la nueva cooperativa con una asamblea extraordinaria que no tuvo lugar. Así comenzó la caída. Patricia Guevara fue electa presidenta de la mesa de debates en vez de Regino, quien escapó argumentando que la asamblea era ilegal. En ausencia fue destituido. Subió a su elevador y bajó hasta su Lincoln gris. Nadie lo ha visto desde entonces.
Era 1956 cuando Francisco Cerda, quien fundó con Barba Jacob El Porvenir de Monterrey, recibió a un muchacho de veinte años llamado Regino. En el Monterrey de la época nadie que no estuviera recomendado conseguía un empleo. "A uno le preguntaban todo, investigaban todo, desde filiación religiosa, sindical y hasta a qué asociación o grupo pertenecía uno", escribe Cerda. Cuando el periodista le preguntó a Regino por sus recomendaciones, éste respondió: "Las que usted quiera". Así obtuvo su primer empleo. Al mes, Regino era corresponsal en los municipios de la frontera. Dos años después, Rodrigo de Llano, entonces director de Excélsior, viajó a su tierra de origen, Monterrey, y visitó a su amigo Rogelio Cantú, dueño de El Porvenir. Un corresponsal se hizo presente en la antesala fingiendo un encuentro casual: Regino enganchó su siguiente trabajo. Veinte años después de iniciarse en el diarismo, fue el instrumento de un golpe planeado desde la presidencia de Luis Echeverría en 1976 y desde las reuniones en 1972 de los empresarios de la cerveza, los bancos y tiendas depar-tamentales:
En días pasados, los altos directivos de esas empresas se reunieron para deliberar qué actitud debían asumir respecto de la publicidad que venían pagándole a Excélsior. Después de una prolongada sesión en la que se expresaron distintas opiniones, se atendió la de un prominente banquero (Espinosa Yglesias) que había sido invitado y que manifestó que todas estas empresas debían de anunciarse en los demás diarios y en la televisión, pero nunca en Excélsior, porque Excélsior está dedicado a atacar el sistema de libre empresa y a defender de manera abierta a los sistemas socialistas.
De esa historia lo que queda es la calle Regino Díaz Redondo, antes Retorno 39, en la Jardín Balbuena. Un regalo que los diputados del PRI le hicieron a sus electores en junio de 1997. –