Rociar
lo que brotó de tuberías en la cañada
de un aerosol aletargado.
Inducir
que cristalicen los zancudos
sobre antenas y varillas oxidadas.
Usar
de látigo el centímetro y el minutero,
el monitor, la chicharra.
Apurar
el paso marcial y retrasarlo
caprichosamente.
Iluminar
los estornudos
que son un globo sin piel en la alameda;
un balón sin cáscara ocupando
todo el estadio, su grito;
una rosa de fuego artificial
que aterriza sus dendritas
sólo en los poros heridos.
Acallar
con bocinas los gemidos
de placer y de espanto.
Secretar.
Segregar.
Sepultar.
Bordear de finos rascacielos
toda techumbre de cimbra y de cartón. ~