Revolucionario a pesar suyo

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Leer a José Donoso en un bus del transporte público de Santiago es una experiencia paradójica. La cruel precisión de esas dos perlas raras de la literatura en castellano que son Este domingo y El lugar sin límites parece tener poco que ver con esos buses amplios que pasan por una ciudad en permanente construcción. Muy luego un empujón, un niño que baja la cabeza mientras la masa lo llama ladrón y trata de golpearlo, nos devuelve al mundo de Donoso, ese donde la violencia es la única forma de comunión, el único modo de romper el aislamiento. Chile ha cambiado en tantas cosas menos en eso. La violencia cotidiana, silenciosa, lujuriosa, casi bella en su monstruosidad, sigue ahí. Sigue siendo Chile, igual que Perú y México, una sociedad en que la desigualdad no es un accidente sino una forma de ser y ver el mundo. Esa forma de ser y ver el mundo que Donoso explora con arte, con maestría, pero sobre todo con una valentía que, en una literatura que se ha vuelto decorativa, autoexculpatoria, amnésica, legendaria y agradable vuelve a ser una excepción.

Donoso era, se supone, el menos político de los escritores del Boom. Sus gustos y su carácter lo alejaban de todo estruendo revolucionario. Debió oler en la revolución cubana y sus cantantes el espectro del macho sudamericano, ese que él nunca logró ser, ese que sus novelas desmontan y destituyen. Quizá Donoso era demasiado revolucionario para creer en la revolución. Quizá su literatura sin dictadores ni protestas era demasiado política para caer en la ingenuidad de la militancia. Carecía de un proyecto político porque se sabía por naturaleza, por modales, por costumbres, imposibilitado para ser embajador o candidato a la presidencia de su país. Estaba fuera del poder pero toda su literatura mira ese poder, del que detecta justamente su impotencia. Porque ni el latifundista de El lugar sin límites ni los patrones de Este domingo se libran de esa extraña economía de la humillación que rige en el mundo de Donoso. El imperio del atropello silencioso del que nadie saldrá libre, donde todos cargarán con su mancha. Donoso no se contenta con denunciar esta marginación permanente, también describe la fascinación sensual, sexual que esta produce en las víctimas y los victimarios. Esa orgía fría y nebulosa en que los papeles, una y otra vez, se invierten y el golpeado es el que golpea, y el violado es el que viola.

El mundo de Macondo, o de Artemio Cruz, o de Conversación en La Catedral (y para qué decir el de Rayuela), es sorprendentemente ingenuo comparado con el de Donoso. En todas estas novelas hay un asomo de salvación encarnado por algún joven que se rebela contra la injusticia secular. Ese joven, esa esperanza no existe en Donoso. El lugar sin límites se amplía hasta cubrir todo el universo, sus personajes no son más que títeres sangrientos que se mueven en los límites de sus disfraces hasta ahogarse en ellos. La violencia social e histórica ha castrado a sus víctimas, convirtiéndolos en monstruos que tienen la extraña costumbre de vestirse y hablar como el resto del mundo.

En El obsceno pájaro de la noche y Casa de campo la metáfora se hará más evidente y por eso, para mi gusto, menos dolorosa. En Este domingo y El lugar sin límites Donoso quiere y no puede, y ese fracaso es quizás su mejor logro, escribir una novela social chilena como miles que se publicaban por entonces (mediados de los años sesenta). Una novela de clase, de campo, de cocinas y poblaciones, un tipo de novela que en Chile ya nadie en su sano juicio practica quizá porque nos hemos vuelto alérgicos al dolor, a la incomodidad que nos espera y aguarda en ella. Esa incomodidad es política, tan política como lo es el desprecio tan común entre el mundo literario actual por el realismo, la moral, los hechos, los nombres, los objetos en la literatura. La visión de que la literatura es una de las bellas artes y debe estar alejada de cualquier contingencia actual, al punto de preferir temas alemanes o medievales, no es un gesto inocente, no es un olvido casual. Tampoco es casual que Donoso sea presentado ante los alumnos de las universidades como lo que nunca fue, un estilista puro, un creador de mundos imaginarios, un discípulo austral de Henry James.

Leer a Donoso en un autobús chileno es volver a descubrir lo que lo hizo tan incómodo en su país, lo que lo obligó a emigrar a Barcelona. La realidad que explora a través de la literatura es justo la que no podemos ver. Las putas que no son ni amables ni patéticas sino sólo tristes. La caridad de una señora insatisfecha que se mezcla con la pasión sexual. La frustración, ese órgano fundamental del chileno, escenificado no sólo en la trama sino en ese estilo preciso pero al mismo tiempo apasionado, poético pero al mismo tiempo pudoroso.

Una prisión de paredes a veces aterciopeladas de la que sentimos, los escritores chilenos, que nos liberó Roberto Bolaño y su mundo de fracasados bellos y poetas sin obra. Una literatura tan o más inteligente y bien escrita que la de Donoso, pero mucho menos radical, mucho más amable, mucho más querible. O al menos hasta que se reencuentra con el basurero Chile en 2666.

La incapacidad de escapar del basurero, del lugar sin límites que es la ciudad de Santa Teresa, es lo más chileno de Bolaño. Lo que hace terriblemente actual y terriblemente doloroso a Donoso es haber sido uno de los primeros en enfrentar sin filtro ese lugar sin límites, esos domingos cualesquiera que encubren siempre un crimen. Contar eso, de manera sucinta y magistral, es lo que hizo del más bien temeroso, tímido y refinado José Donoso un revolucionario a pesar suyo. ~

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