Ripstein y las mentiras piadosas

AÑADIR A FAVORITOS
ClosePlease loginn

El 30 de septiembre al mediodía llegaban los cables con la nueva: la película de Arturo Ripstein, La perdición de los hombres, se llevaba la Concha de Oro y el premio al mejor guión en el festival de San Sebastián, España. "Qué bueno", dirían algunos. Para muchos, era un premio anunciado, previsto: no lo dice la ingenua vanidad de que este haya sido un buen año para el cine mexicano en los festivales internacionales, desde el paso de La ley de Herodes en el Sundance hasta un par de premios rusos para En el claroscuro de la Luna, sin que se pueda superar el premio de la crítica en Cannes para Amores perros. En rigor, es un cine que no consigue mellar aún el Olimpo festivalero (esas Palmas de Oro buñuelianas, esos Osos berlineses que se niegan a volver), pero que tampoco cede terreno, faltaba más. De hecho, a San Sebastián iba Ripstein con otra carta, Así es la vida. Pero si suena a insólito que un director se dé esos lujos, es porque no se conoce la carrera de Ripstein, una paradoja política mantenida durante 35 años y 24 largometrajes y que no deja de dar sorpresas.
     Sus abundantes panegiristas hablan de lo que parece obvio: un afán creativo incontenible que le ha hecho un sobreviviente a su generación, de la que ya no queda nadie: Arturo Ripstein es un cineasta con una puntería política notable para hacer los movimientos necesarios no sólo para filmar continuamente en una industria que desaparecía

mientras él acumulaba títulos, sino parahacer olvidar sus fracasos, que, siendo mucho más abundantes que sus aciertos, una bandada de jilgueros se encargan de justificar o disimular: es ya unadiversión particular en cada festivalinternacional donde participa unapelícula de Arturo Ripstein leer loscables que mandan de allá los "chicos de la prensa" oficial mexicana ("Cannes ovaciona de pie a Ripstein", "Ripstein levanta el nivel del festival") para que, al final, el premio sea para otro jamás consignado por los atentos reporteros. Contradicciones del jurado, sin duda.
     Ripstein es un director de aciertos menos frecuentes de lo que su fama mundial pregona: su debut con Tiempo de morir (1965) anunciaba mucho de lo bueno que iba a desplegar después,sobre todo el saber atenerse a un excelente fotógrafo (Alex Phillips) y a un guión, en ese caso el mejor que haescrito Gabriel García Márquez en su vida. En sus primeros años, era undirector con mas intuiciones que ideas, con peores ideas (pretender actuaciones bressonianas en Jorge Luke en El Santo Oficio) que audacias. Al campanazo de El castillo de la pureza (1972), que no faltó quien calificara en su momento de "la primera película perfecta del cine mexicano", siguió el primer bache tremendo, El Santo Oficio y Foxtrot, caprichos que hubieran costado la carrera a otro menos apuntalado. Pero de inmediato corrigió su imagen con sus dos obras legendarias, El lugar sin límites y Cadena perpetua. La primera no ha resistido el paso del tiempo tan bien como la segunda. La anécdota no fluye, las actuaciones se sienten demasiado disparejas, las costuras se advierten entre cada episodio. Cadena perpetua mantiene toda su fuerza, pese a la amanerada actuación de Narciso Busquets como el judicial corrupto.
     Eso bastó para que sobreviviera a su siguiente etapa, infestada de bodrios tan graves que Manuel Puig exigiría que eliminaran su crédito de guionista en El otro, y Rastro de muerte no encontrara siquiera paso a la cartelera; y ahí se amontonan con La tía Alejandra, La ilegal, La seducción en una década de fiascos que hubieran hundido, de nuevo, a otro que no fuera Arturo Ripstein. Su triunfo no era mantenerse a flote, sinoencontrar que le celebraran su mera permanencia, una cuestión de actitud ante un cine burocratizado, espantado de su propio declive: sólo alguien que ha armado una coraza que le aísla del cine mexicano mismo se alcanza las puntadas de Ripstein recibiendo el premio Ariel por, si no me falla la memoria, El imperio de la fortuna, y, en lugar de agradecer, reclamar al presidente de la República porque se han tardado en autorizar el financiamiento de su siguiente película (Mentiras piadosas) y, al mismo tiempo, demandar legalmente a un crítico de cine alegando que sus comentarios eran la causa de que hubiera dejado de filmar (aunque estuviera de los más atareado dirigiendo telenovelas).
     Y era el inicio de su última etapa, la del Ripstein al que ya no le importaría si sus películas no se estrenan jamás (a Rastro de muerte hay que agregar su versión de La mujer del puerto) o el público mexicano se muestra indiferente por sistema a una genialidad cada vez más cantada en Europa. Porque la meta es Europa: vender destinos atascados,miserables incapaces de salir de situaciones imbéciles que llevan a tragedias falsas: el tercer mundo engendra tarados que apuestan todo a una maqueta de la Leyenda de los Volcanes (Mentiras piadosas), un hijo que no ata ni desata ni poniéndole la vida en bandeja (Principio y fin), una artista que nunca hace arte por entregarse a la bebida y que lamamá la cachetee (La reina de la noche), unos santones que reclutan fieles babosísimos enredando los Evangelios con Hollywood, quizá el mejor hallazgo del último Ripstein (El Evangelio de las Maravillas), unos compadres que matan a otro discutiendo en un juego de beisbol (La perdición de los hombres). Predecibles como relojes, los guiones de Paz Alicia Garciadiego mostrarán parejas sacadas de un talk show, madres fregadas hasta la insensibilidad, que dejan a su hija en un rincón, como bulto (El imperio de la fortuna), o abandonan a su hijo para irse con un galán infame (Profundo carmesí) o de plano se vuelven filicidas (Así es lavida); curioso, los padres no figuranmucho… con eso de que don Alfredo Ripstein sigue produciendo.
     Arturo Ripstein ganó de nuevo en San Sebastián: ya en 1978 se había llevado una mención especial por El lugar sin límites y en 1993 la Concha de Oro con Principio y fin, y en el interior de lo que queda del cine mexicano ya no reinó la alegría. Cineastas, guionistas, técnicos no pueden ver en ello un reconocimiento al cine mexicano. Arturo Ripstein es una isla errante, paseando un México sin esperanzas como souvenir para un mundo caníbal.

+ posts


    ×

    Selecciona el país o región donde quieres recibir tu revista: