Tres meses en Fobos
bajo la lápida de Marte.
Tres meses abrumados por la mole
que deja un solo respiradero al horizonte:
un aro negro a ras del suelo una rendija
donde es raro que se agache a husmear el sol.
Tres meses de vértigos y vómito
mirando pasar en vez de cielo
tres veces cada día las estrías de esa losa.
Cuánto amábamos entonces
las borrascas de polvo que ocultaban
la cuchillada veloz y la profunda
cicatriz ecuatorial del Valles Marineris.
Tres meses entrenando en Fobos
antes de saltar de la trinchera
y sentir de golpe el espacio abierto y el terror
de que nada nos contenga
de este lado de la lápida.
○
Avistamos desde la escotilla
un bosque de poliedros orientados
como al paso de un imán.
Columnas de basalto oscuro
por un lado y traslúcido por otro.
Recordamos entonces el ante el terciopelo
y la mano del viento rozando apenas
las puntas del trigal.
○
Aquí todo está de pie o tumbado
en una fijeza terminal
de abscisas y ordenadas.
Nada pende nada tiende una comba
con la reverencia del helecho.
Sólo el pálido cielo opalino
que nos tiene atrapados como insectos
en su gota de ámbar.
○
Como un diente de león
bajo el soplo del sol
el planeta se desprende de su halo.
Pronto acabará todo movimiento
y lo animado volverá al sepulcro
que nos tiene prometido la entropía.
A la inercia de lo inerte.
○
No son nativas
las piedras de esta tierra.
No tienen raíz y no han dejado
en la piel del orbe la monda cicatriz
que deja todo lo que brota de una entraña.
Están de puntas en el suelo alzando sus bastillas
con asco de pisar o de plantar siquiera ahí
un esqueje una espora una pepita.
Sin la lenta justicia de la ósmosis
que cumplen los terrones
desmenuzándose en los surcos.
No crean con el suelo ni siquiera
el vínculo del musgo.
Sólo el de la sombra.
Migas sueltas de un mantel
donde ya acabó la sobremesa.
Hemos llegado demasiado tarde.
○
En la cañada más honda se acumulan
lagunas de oxígeno azules.
Vamos allá cada verano
a respirar sin escafandra
y mirar a ojo desnudo
un aire lila más que rojo.
Sólo entonces oímos
cómo vibran débilmente
en la atmósfera desierta nuestras voces.
○
Esta basta terracería
doblemente sublunar
no tiene suficiente nitidez
para ponernos a la vista
una gota de azul.
Aquí serían dos ópalos cenizos
tus dos ojos.
○
El cráter tiene la boca partida.
Rastros de agua.
Ya no lame la luz
la llaga de esta estepa
que liofilizó el invierno.
Rastros de agua.
Los viejos hematomas se secaron
en un rosario de hematitas
desparramadas por el suelo.
Rastros de agua.
Hasta la sed es un despojo
que ha dejado el agua.
○
Rechina sin parar
el extractor de aire
en su jaula de ardilla.
Pienso en los grillos
que también cantan a oscuras.
Y en los planetas que pasan
cabeceando en su eje.
Al terminar la jornada me fío
al golpe binario de las aspas
o al tetrámetro valseado
de un cielo de diamantes
y me dejo adormecer:
Picture yourself in a boat on a river…
Sé que bastan los acentos
de un ritmo simple
para tener a raya la entropía
y despertar a la mañana
todavía en un mundo.
○
Nos rebaja tanto esta burda minería
que nos quejamos por lo bajo
no ya de no tener mujeres
sino siquiera hembras
y crías en el halo de su instinto.
Quizá por eso miramos con ternura
el trabajo inocente de las máquinas.
Palancas y poleas que se mueven
en un nítido horizonte de confianza.
Como los niños.
○
Viene mudando de forma
como una gota de mercurio
por el aire.
Viene reflejando el sol
con el estrobo de una moneda
por el aire.
Viene como una medusa
hinchando su paracaídas
por el aire.
Viene. Ya viene
el carguero de la Tierra
que destella como el agua.
○
Llanos de Arcadia:
baldíos minerales que no aspiran
a ser naturaleza…
En este sertón de piedra
donde la vida desertó de la batalla
¡qué desolación reseca el intersticio
que separa nuestros átomos!
Si no pudiéramos mirarnos uno al otro
hace tiempo que este mundo
nos habría convertido en sal.
○
No nos ocupa la vida humana.
Nuestras colonias son almácigos
de virus y bacterias. Pseudomonas
que conciben su progenie del cadáver
de otras pseudomonas o esquilman
una morgue de estafilococos
por saciar su sed de adn…
Nada específicamente humano.
Sólo que la vida prenda.
○
Pliegues de mármol ocre
que pesan lo que la tela
sobre una rodilla apenas flexionada.
El talle tenso como un tallo de alcatraz
y en la mirada abierta y luminosa
la sonriente altivez de una alegría
que sabe restaurar la dignidad
de nuestras almas…
Una koré… Pero no duraría…
En estos parajes sin historia
sólo el ensueño desentierra estatuas.
○
En el verano viajamos al sur
entre los Montes de Tarsis
y el Laberinto de la Noche
por las llanuras de Dédalo y más allá
hacia donde recrudece el frío y las lunas
apenas se alzan sobre el horizonte.
Fuimos
porque estaba en silencio
la estación de avanzada
y por tener de nuevo entre nosotros
la noción del viaje.
Hoy todos recordamos
haber tenido en los ojos
ese siseo de flecha
que era Deimos en su huida
y el pozo de asombro que era Fobos
cuando limpiamos los huesos
y cavamos las primeras tumbas.
○
Nada –dicen– decide solo su existencia.
Las cosas en el cosmos son
y no son al mismo tiempo
hasta que alguien las palpa las ve las mide.
En la borrosa bruma del tiempo y el espacio
la realidad es una onda invisible
que sólo rompe en el farallón de los sentidos.
Los vestigios que hoy hallamos en las grutas
eran reales ayer y eran irreales.
Al mirarlos los hicimos. Al tocarlos
–dicen– inclinamos la balanza
de las probabilidades.
Hicimos sólida la bruma.
La realidad cuajó.
Si son vestigios los vestigios
es sólo en el colapso de esta onda
que llamamos “aquí y ahora”.
○
Juro que vimos
surgir del polvo un instante
el fantasma del agua.
No escuchamos lo que dijo.
Antes de esfumarse
trazó sobre la duna esas estrías
que nadie sabe interpretar.
○
Nos subimos a las naves convencidos
de viajar en una ola.
Una ola que revienta y no regresa
mar adentro.
Buscábamos ser en estas playas
el mensajero asesinado.
Pero nadie salió nunca a recibirnos.
¡Aún nos bullen en el pecho
tantas palabras no dichas! ~