Todos somos mamarrachos

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La maldición mayor de vivir en una época de slogans o lemas es ver convertidas en tales —y echadas a perder, por tanto— frases que quizá fueron largamente meditadas y que además se soltaron en un contexto que las permitía y les daba pleno sentido, acaso debidas a grandísimos escritores o a oradores notables. Y lo digo a sabiendas de que son muchas las maldiciones que padecemos por esa tendencia a resumirlo todo en cuatro palabras rotundas, rimbombantes y pretenciosas, o, como dicen los responsables de campañas y anuncios, “impactantes” y “eficaces”.
     La maldición menor es que demasiada gente se ha acostumbrado ya a eso en beneficio de su pereza, a las máximas y sentencias, hasta el punto de considerar que cuanto viene antes o después de ellas es pura paja. Uno escribe un artículo, por ejemplo, y procura afinar lo más posible, y explicar, matizar, argumentar, exponer pros y contras y un razonamiento más o menos aceptable o incluso convincente si hay suerte. Pero entonces se encuentra con que muchos lectores no han soportado eso y, aun si lo han leído entero, después han necesitado reducirlo a una frase, a una postura o idea fácil, a un slogan: “O sea que a usted eso le revienta”, pueden espetarle. O bien recurren a esa temible y odiosa fórmula: “Lo que usted ha venido a decir es …” Y siempre le dan a uno ganas de responder: “No me hable de lo que he venido a decir, sino de lo que he dicho. Me tomé bastante trabajo para que ahora venga usted a cambiármelo o a simplificármelo.” Y qué decir de las novelas. Uno teclea varios centenares de páginas con esmero, y con complejidad a veces. Pero una vez que las ha terminado y las publica, tiene que pensar en alguna bobada que defina su novela en tres palabras, la trivialice por fuerza y sirva para venderla. Mi artúrico vecino sabe de lo que hablo, y a fe mía que ha salido airoso en los anuncios-resúmenes de su nueva obra, La reina del Sur: “Salió de la nada para convertirse en leyenda.” Es eficaz pero discreto, intriga y no provoca vergüenza ajena. Con todo, como ha contado él mismo, ha sido víctima de la sed de lemas en los titulares de los periódicos, que es la que lleva a tanta prensa a falsear o tergiversar a cualquiera con tal de conseguir un “impacto”. La trampa más manida y sencilla es ésta: el periodista me pregunta, por ejemplo: “¿Se considera usted mejor escritor que su vecino Arturo?”; yo contesto: “Pues no”, y el titular consiguiente puede ser: “Marías se reconoce peor escritor que Pérez-Reverte.” En fin, no sé cómo decir; y aunque sea cierto. Ya estoy temblando ante la perspectiva de idiotizar en una atractiva pero decorosa frase la novela que habré terminado (bueno, su primer volumen) cuando ustedes lean esto, y ante la de someterme al turno de tergiversaciones y zancadillas verbales.
     Pero la mayor maldición es la que dije al principio. Leo que se ha inaugurado en Ginebra un Museo de la Cruz Roja que muestra el horror de la guerra. Sin duda tendrá interés, además de espanto. Pero he aquí que lo primero con que el visitante se encuentra es una cita de Dostoievski que a mí me habría hecho dar media vuelta y largarme: “Todos somos responsables de todo ante todos.” Me trae sin cuidado que sea de Dostoievski (tampoco muy santo de mi devoción), y además vayan a saber cómo y cuándo la soltó, y si fue él o uno de sus muchos personajes histéricos. Utilizada así, como lema, la frase no sólo es una necedad completa, sino una inmensa falacia y un ejemplo de demagogia. Afirmar eso es la mejor manera de que todo el mundo se sienta tranquilo al instante (“Ah bueno, si la responsabilidad es de todos, y de todo, y ante todos —nada menos—, entonces anda tan repartida que no he de darme por aludido”), sobre todo los verdaderos responsables de las atrocidades que sí han existido y existen. Esas sentencias tan tajantes y abarcadoras las sueltan más que nadie los frívolos y los jetas. Quedan bonitas, quedan solidarias, y son tan vagas que acaban por exculpar a todos y no señalar a nadie. Pocas cosas me irritan tanto como esa ya larga moda consistente en esto: si se defiende a los inmigrantes, antes o después habrá algún jeta o frívolo que escribirá o gritará la majadería: “Todos somos inmigrantes.” Si asesinan al concejal Miguel Ángel Blanco o a la dominicana Lucrecia, víctimas de neonazis, tocará clamar: “Todos somos Miguel Ángel y Lucrecia.” Si se acosa a homosexuales, prostitutas, focas, indígenas, balseros o kurdos, nunca faltará un mamarracho que proclame: “Todos somos homosexuales, putas, focas, indígenas, balseros y kurdos.” Y se quedará tan satisfecho. Pues no, mire. Los verdaderos inmigrantes y demás apaleados, los que lo son sin vuelta de hoja, las pasan realmente canutas. Y los pobres Miguel Ángel Blanco y Lucrecia yacen en sus tumbas hace años, con sendos y miserables disparos que les pegaron gratis, es decir, por nada. Usted no, por suerte, y usted, que yo sepa, ni en broma las pasa canutas como todos esos a los que se arrima en la manifestación o en su página para quedar de puta madre. Tampoco hay responsables “de todo ante todos”, sino que cada uno lo será tan sólo de lo que sea. Y si nos dejáramos un poco de frases hermosas, impactantes y vacuas, puede que se señalara un día a quienes de verdad son culpables. ~

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(Madrid, 1951-2022) fue escritor, traductor y editor. Autor, entre otras, de las novelas Mañana en la batalla piensa en mí (1994), Tu rostro mañana (tres volúmenes publicados en 2002, 2004 y 2007) y Tomás Nevinson (2021). Recibió premios como el Rómulo Gallegos en 1995, el José Donoso en 2008 y el Formentor en 2013. Fue miembro de la Real Academia de la Lengua.


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