Leer hoy la nueva edición de Reloj de sol equivale a releer una relectura. Volvemos a un libro-maestro que nos ha acompañado durante años, pero ese libro ya no es exactamente el mismo: su autor lo ha ido transformando. Puede decirse que es un libro ideal en el que todos trabajan e intercambian roles: los lectores, que no pueden ser pasivos, aportan con su creatividad un filón de autoría; y su autor es antes que nada un lector que vuelve constantemente sobre los textos y que termina por modificarlos con esa sola insistencia. La obra poética de Zaid, reacia a fijarse, se mantiene en constante movimiento. Como un reloj incapaz de detenerse.
¿Por qué un libro-maestro? Sencillamente, porque enseña a leer poesía, aunque su objetivo no sea pedagógico. Es cierto que todo buen libro de poemas implica un magisterio, pero en el caso de Reloj de sol la enseñanza –cuyos ingredientes principales son el diálogo y el ejemplo– es mucho más evidente. Veamos por qué.
La persona Gabriel Zaid ha borrado sus huellas de la poesía de Gabriel Zaid (no todas: “Tumulto” sugiere un autorretrato), pero esta no es impersonal: su voz es la de la empatía, la que se pone en los zapatos del lector. Todos hablamos en esa poesía, todos somos yo. Esto es posible, primero, por el desarrollo plástico de los poemas: su eficacia es tal (imágenes y sonidos bien trabados, puestos en el lugar preciso) que, al mostrar su funcionamiento, nos hace creer que somos nosotros, los lectores, quienes estamos inventando el mecanismo (y sí, de alguna manera así es). Y, segundo, porque el lugar desde donde se expresan estos poemas no es el púlpito ni el escritorio del preceptor, sino “aquí”.
Abrir los ojos y encontrarse
vivo: se repitió el milagro.
¿Quién abre los ojos? Yo. ¿Dónde? Aquí. El encabalgamiento es de gran utilidad: abrir los ojos y encontrarse… nos deja suspendidos en un “cómo” (o en un “dónde”) que nos hace abrir los ojos aun más, a la expectativa, y …vivo cierra la curva y constata un milagro en el que todos nos reconocemos. Se enseña con el ejemplo. Máxima modestia y máximo desafío de la poesía: ser estas pupilas. Desaparece el autor para confundirse con cada lector. Por supuesto que esto no es fácil de conseguir: el propio Zaid considera que, de toda su producción poética (seis libros y más de cincuenta años de escritura), los poemas que vale la pena recordar caben en poco más de cien páginas. Ese destilado se llama Reloj de sol.
Publicado hace quince años, Reloj de sol es mucho más que la evidencia de la variedad que puede conquistar un poeta tan versátil como Zaid. Las mutaciones, las fidelidades, las recurrencias y los cambios de tono reflejan una personalidad poética y las diferentes etapas de su evolución. Algo, sin duda, pasó entre los poemas “Nacimiento de Venus” e “Ipanema”. El primero comienza: “Así surges del agua,/ clarísima,/ y tus largos cabellos son del mar todavía”: no evita una entonación sublime y hace uso de un equilibrado sistema de rimas y metros para ir avanzando. El segundo termina: “Y de pronto, del mar, gloriosamente,/ chorreando espumas, risas, desnudeces,/ sale un automóvil”: la entonación sublime es atropellada por el automóvil y la prosodia es descompuesta con deliberación. La diferencia entre la mujer y el coche no es sólo temática (aunque ambos poemas son botticellianos) sino también de actitud: en “Ipanema” el poeta se mueve con mucha más soltura e incluso con cierto desparpajo, escatima obviedades (economiza) y, sí, incorpora con insistencia un sujeto –el automóvil– no sancionado por la ortodoxia. No son ganas de epatar, sino de abrir nuevas puertas y hollar caminos propios: de llevar la poesía a lugares en donde no ha estado. Si no se escribe para eso, ¿entonces para qué?
Me parece que a Zaid no le gustaría que se hablara de Reloj de sol como una antología de autor sino como un libro en sí mismo, una entidad redonda que respira, que ha sobrevivido al filtro de una autocrítica que no transige ni complace. No obstante, sí podemos hablar de un puñado de poemas que, además de ser coordenadas que orientan, son grandes éxitos entre la microsociedad de sus lectores. Desde “Fábula de Narciso y Ariadna”, ejercicio de virtuosismo formal y emulación estilística, a la vez que homenaje en clave irónica a las glorias y ecos del barroco (poema que, salvo por su espléndida dedicatoria al Pequeño Larousse Ilustrado, a mí no me convence, probablemente porque, más allá del deslumbramiento de su fachada, me parece inhabitable); hasta los excelentes “Sonetos en prosa”, donde Zaid consigue reformular, violentándolo, el formato clásico del soneto y decir más con menos, Reloj de sol es un libro cuajado de hitos.
Ahí está “Alba de proa”, poema perfecto que algunos han llamado “adánico” y que también podríamos considerar como previo al Big Bang. No nos cansamos de citarlo:
Navegar,
navegar.
Ir es encontrar.
Todo ha nacido a ver.
Todo está por llegar.
Todo está por romper
a cantar.
Un poeta bien educado, políticamente correcto, jamás rimaría en infinitivo: Zaid lo hace y lo recontra hace porque sabe que está conquistando –terco, lúcido– un tiempo sin principio ni final.
Ahí están “Resplandor último”, “Claridad furiosa”, “Cuervos”, “Campo nudista” (“Otra cosa, otra cosa buscamos./ No se deja domesticar./ Nos provoca y se esconde./ Libertad: libertad.”), “Teofanías”, “Práctica mortal” y “Reloj de sol”. Ahí está el Zaid amoroso y erótico, que se queda entre las sábanas del poema jugando con su amada: “Me gusta acariciarte el hipopótamo”. Ahí está el devoto de la vida, cuya religión le depara milagros consuetudinarios: “Dios está aquí./ La brisa, el sol, la mesa,/ no son Dios. Mis ojos/ no son Dios.” Ahí está el poeta relojero, el artesano que no persigue fáusticamente el instante sino que propone y domestica un ritmo, que sabe que la coincidencia en un ahora amoroso, religioso o vivencial vale mucho más que un lamento filosófico sobre la fugacidad:
Tu cuerpo, el mundo, corre.
Mis ojos, el mundo, también.
Nadie ama dos veces con los mismos ojos.
Contemplar: confluir.
Esta última palabra es clave en la poética de Zaid: confluencia. El acento espiritual de gran parte de su poesía (es decir de sus constantes revelaciones) tiene que ver con saber estar en el momento justo o, para decirlo horriblemente, con el timing (no es azarosa la abundancia de relojes en sus poemas). Cuando empatamos con el mundo, con nuestros semejantes o, más complicado aún, con nosotros mismos, cuando conquistamos esa puntualidad cómplice, entonces podemos pronunciar Dios, Vida o Amor y saciarnos momentáneamente en esa plenitud. Momentáneamente: el tiempo vence siempre. Zaid se obsesiona con ese concepto:
En el espejo está la eternidad
que se queda mirada.
Cuando, por fin, dichosa, parpadea,
el tiempo nace como interrupción.
Y por eso también abunda el sol a plomo (el sol de “patas bárbaras”, la “fiera suelta/ rugiendo en los portales”, el “ciego silbar de luz”, la “claridad furiosa”): es la luz más vertical que, en ausencia de sombras, detiene el tiempo: “Dichosa interrupción: detente”. Fe en el mediodía, fe de ojos abiertos: he ahí una de las revelaciones que ofrece la poesía de Gabriel Zaid. El tiempo en las manos del hombre es un reloj, un artefacto hechizado en el cenit del día: reloj de sol.
Esta edición de bolsillo tiene un aporte significativo: incluye el poema “Desperté”, publicado hace tres años en estas páginas. Poema semilargo, raro en la obra de Zaid, “Desperté” comienza como un nocturno en automóvil y termina como una soberbia indagación sobre la identidad. Después de mucho tiempo de no conocerle un poema inédito, Zaid no decepciona, al contrario: es un texto cautivante, atizador de la inteligencia y los sentidos. No un broche de oro para cerrar Reloj de sol, sino de materiales mucho más al alcance de la mano:
¿Soy el Espíritu Santo que baja a una computadora,
asume su memoria de sílice, anima el barro y dice
Yo? ~
(ciudad de Mรฉxico, 1969) es poeta. Es autor, entre otros tรญtulos, de 'Bipolar' (Pre-Textos, 2008), 'Pitecรกntropo' (Almadรญa, 2009) y 'Ex profeso' (Taller Ditoria, 2010).