Cuando escuchรฉ los primeros cinco balazos tan cerca me quedรฉ paralizado por un par de segundos. Y es que eso debe sucederle a cualquiera. Quedarse como idiota, ni siquiera pestaรฑear. Si las balas hubieran estado dirigidas a cualquiera de quienes estรกbamos en la mesa ni siquiera podrรญa narrar esto. Al siguiente segundo ya me levantaba de mi silla para saltar al suelo. Tres segundos me tomรณ reaccionar. Demasiado tiempo.
Ahรญ, mientras miraba el suelo de cemento, entendรญ lo vulnerable y frรกgil que es vivir en Torreรณn. Mi ateรญsmo me impidiรณ pensar en cualquier tipo de salvaciรณn divina, pero cuando escuchรฉ muy cerca tres tiros mรกs, solo alcancรฉ a pensar que simplemente todo acabarรญa ahรญ, en el suelo de un bar adonde habรญa decidido ir para tomar un par de cervezas con algunos amigos. Quรฉ manera tan jodida de terminar, pensรฉ.
Pero no, al final todo se tratรณ de una ejecuciรณn. A menos de cinco metros de donde estaba habรญa un tipo chorreando sangre y los sesos embarrados contra la pared, lo mataron sentado y con una cerveza a medias sobre la mesa.
Se suponรญa que en ese bar no tendrรญa que suceder nada. Evitaba ponerme en peligro gratuito desde que habรญa comenzado la violencia gracias a la guerra del narco. Y le llamarรฉ asรญ porque todos los que participan en ella tienen una tajada del negocio de alguna u otra manera. No seamos ingenuos.
No me acercaba a bares y restaurantes con apariencia narco. Suena absurdo, pero cuando tu vida estรก en la lรญnea aprendes a leer los signos que revelan sus gustos. Pero en ese momento toda mi seguridad fue destrozada. No habรญa lugar seguro a pesar de todas mis precauciones.
Y podrรญa decirse que he tenido suerte o algo parecido. No lo sรฉ, cuando tantos comienzan a caer muertos y uno se mantiene vivo aparece en la mente la falsa sensaciรณn de poseer una existencia asegurada, aunque sea de forma precaria.
Tengo suerte o algo parecido, la รบltima ejecuciรณn muy cercana que experimentรฉ fue a una cuadra de mi casa y no la vi porque justo acababa de cerrar la puerta de la calle. Mataron a un tipo que iba manejando y terminรณ estrellรกndose contra otro auto. Y tambiรฉn soy un poco cรญnico, en eso se convierte uno cuando se vive en un infierno. Cinco minutos despuรฉs de que se terminaron los tiros salรญ a verificar que mi auto estacionado afuera no tuviera ningรบn agujero. No es inconsciencia, es adaptaciรณn natural. Afuera, los policรญas en sus patrullas y los soldados en sus camionetas se volvรญan locos persiguiendo a nadie. Porque es raro que encuentren y arresten a los sicarios.
Tambiรฉn la suerte o algo parecido ha estado de mi lado en otras ocasiones, por ejemplo, los soldados solo me han detenido en dos ocasiones dentro de la ciudad. La รบltima vez, sin bajarme de mi auto, me preguntaron a dรณnde me dirigรญa. Nada grave, aunque sรญ arruina el estรณmago pasar por un cuestionario castrense solo porque una hamburguesa es una buena opciรณn para cenar. La primera iba a bordo de un taxi, algo borracho y con un amigo escritor todavรญa mรกs alcoholizado que yo. Uno creerรญa que ser un ciudadano consciente y no manejar en esas circunstancias deberรญa excluirte de cualquier problema. Pero los soldados no lo ven asรญ, detuvieron el auto y respetuosamente nos pidieron bajar del carro mientras recitaban las razones legales para hacer lo que iban a hacer. Pensรฉ que no regresarรญa a casa esa noche y todas las demรกs. A pesar de que no consumo drogas prohibidas y el leve efecto del alcohol desapareciรณ en cuanto nos detuvieron, el miedo se habรญa instalado en mรญ. Mientras observaba cรณmo revisaban minuciosamente el Atos del taxista, no pude quitarme de la mente que me habรญa metido en un problema grave. Al final, nos dejaron ir sin inspeccionarnos.
Y sobre todo he tenido algo parecido a la suerte porque no estuve en ninguna de las tres masacres a bares que sucedieron desde que esta violencia comenzรณ. No estuve en el Ferrie, donde mataron a diez personas segรบn las cifras oficiales, aunque en todas las masacres se rumora que hay muchas mรกs vรญctimas. Tampoco pisรฉ El Juanas, donde un exalumno muriรณ y un compaรฑero de trabajo sintiรณ sobre su cabeza la sangre de su amiga que cayรณ muerta encima de รฉl, ni en el Tornado donde las cifras oficiales se han convertido en un baile de nรบmeros ridรญculos y las no oficiales se elevan hasta cincuenta muertos.
Mis amigos me preguntan las razones que me atan a esta ciudad, no tengo muchas, casi todas se pueden encontrar en otro lado, tal vez es porque este lugar me ha dado todo lo que tengo. Es pรฉsimo el argumento, pero no necesito mรกs para querer vivir en un lugar donde las balaceras no me despierten en la madrugada. Creo que ustedes no saben, suenan como si cientos de bolsas de palomitas decidieran explotar al mismo tiempo.
Es el sonido del paรญs cayรฉndose a pedazos, comenzando por el norte. Ese lugar alejado de la capital donde la vida se desliza suavemente, sin el traqueteo diario de las armas. ~
(Torreรณn 1978) es escritor, profesor y periodista. Es autor de Con las piernas ligeramente separadas (Instituto Coahuilense de Cultura, 2005) y Polvo Rojo (Ficticia 2009)