La mujer, el joven y el guacamayo

Los vulnerables

Sigrid Nunez

Traducción por Traducción de Mercedes Cebrián

Anagrama

Barcelona, 2024, , 208 pp.

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La primavera más vacilante que se ha vivido, al menos en el primer mundo y todos a una, fue la de 2020. Sigrid Nunez (Nueva York, 1951) toma prestada la frase inicial de Los años de Virginia Woolf, “Era una primavera vacilante”, para abrir su novela más reciente: Los vulnerables, traducida con gracia por Mercedes Cebrián. Pero Los vulnerables no va de Virginia Woolf, ni de la primavera exactamente, aunque sí de la de 2020, va de vacilaciones y de dudas, y es un libro elusivo desde el mismo inicio. Está construido con base en digresiones, como si se negara a enseñar su naturaleza, quizá porque la va buscando en el proceso de escritura, quizá porque sea así como le ha salido esta novela, la novena que publica, la tercera que se traduce al español (después de El amigo y Cuál es tu tormento, cuya adaptación cinematográfica le ha valido a Pedro Almodóvar el León de Oro en el Festival de Venecia), además de Siempre Susan. Recuerdos sobre Susan Sontag (en Errata naturae, con traducción también de Cebrián).

La primera de las digresiones de Los vulnerables tiene que ver con la cita y la frase de la primavera, pero aún no cuenta por qué se acuerda de la “primavera vacilante”. Antes habla de esa novela de Woolf, de su propio cambio de parecer con el paso del tiempo no con respecto a la novela de Woolf sino con lo que es importante en la lectura, habla de lo desaconsejable que es empezar una novela hablando del tiempo, según las reglas de la escritura, y de que a Oscar Wilde le parecen “poco imaginativos” quienes hablan del tiempo. Es la primavera de 2020, y “las magnolias que hacían asomar sus pétalos y –tan dolorosamente pronto, como me parecía cada año, pero nunca tanto como en la primavera de 2020– que mudaban sus pétalos”, dice para abrir una nueva digresión y ponerse a hablar de los nombres de las flores.

La novela se construye con materiales diversos: recuerdos de infancia que son una ocasión para reflexionar sobre el amor y los gestos y cómo han ido cambiando algunos comportamientos en sociedad con respecto a eso, otros recuerdos no de juventud, sino de un entierro y un grupo de amigas que conversa y comenta lo que sucede. Está hecha también de mucha literatura, contiene el retrato lector de Nunez. Y aparece también en la trama de la novela: una de las amigas de una amiga editora de la narradora le pide que pase por su lujoso apartamento en Nueva York para alimentar y entretener a Eureka, un guacamayo regalo de su marido, porque el joven que se encargaba de hacerlo, hijo de un matrimonio amigo, ha dejado la ciudad. El asunto se complica cuando la narradora se instala con el guacamayo y el joven, al que ella decide llamar Cardo, regresa al apartamento y empieza la convivencia. La mujer no quiere coincidir con él al principio, ella está atravesando una especie de temporada baja. Poco a poco, crearán un terreno común facilitado por los porros y el helado sin lactosa que compra él.

La novela de Nunez sugiere muchas preguntas, no todas se llegan a enunciar porque es una escritora de una inteligencia elegante, que deja espacio al lector para que complete y haga su propia reflexión. Una pregunta evidente que surge es quiénes son los vulnerables. En ese sentido, el libro puede leerse como una galería de vulnerables: el niño enamoradizo que llegó nuevo al colegio, la mujer que muere, la familia que deja, la narradora y sus recuerdos, la médico, el guacamayo, su dueña, embarazada en pandemia, el joven, hijo único peleado con sus padres…

Otra de las preguntas tiene que ver con la escritura: “Durante un tiempo, cuando me sentí incapaz de leer, no sabía si lograría volver a escribir: una de las muchas incertidumbres de aquella primavera”, redacta. A propósito de las relaciones entre lo escrito con la vida, del valor de verdad, recuerda “Arrastrarse hacia Belén”, el famoso ensayo de Joan Didion sobre las drogas y los hippies donde aparece la escena en que llevan a Didion para enseñarle a la niña puesta de ácido. Desde la facultad, Nunez sospecha que le tomaron el pelo a la periodista: “esta republicana absolutamente fuera de onda, con su falda y su blusa de señora, sus medias y sus tacones, y con su bolsito a cuestas, que llega a San Francisco, ‘donde los chavales que desaparecían se juntaban y se llamaban a sí mismos hippies’ por encargo de su revista conservadora de clase media”; “Asegurarles a los mojigatos y los crédulos que los rumores eran ciertos […] era parte de la diversión”, escribe Nunez. Su tesis no obtuvo el visto bueno del profesor que le encargó un trabajo sobre el texto: Didion era demasiado inteligente para que la engañaran. Lo que viene a sugerirnos es que nuestra visión de la realidad está contaminada, ver la verdad es muy difícil.

Los vulnerables está dividida en dos partes con un “Interludio” juguetón que reúne citas de escritores sobre algunos problemas muy concretos relacionados con escribir. Este ir y venir de la novela al ensayo con las citas, con la erudición masticada y dispuesta sin abrumar, es la forma del libro, inspirada en el proyecto originario de Woolf para Los años, una novela-ensayo que luego acabó siendo dos libros. Los vulnerables es un libro sobre cómo leemos, escrito cuando su autora pensaba que no sería capaz de leer. La narradora recuerda la idea de una amiga escritora: “Elegía más comedia, dice, es la única manera de expresar cómo vivimos hoy. Y que algo no sea divertido en la vida real no significa que no pueda escribirse sobre ello como si lo fuese. Lo cómico puede que sea incluso la mejor manera de escribir sobre ello.” Los vulnerables tiene partes elegíacas, partes cómicas y comenta algunas derivas absurdas del mundo cultural; es una novela escurridiza y extraña, puede que no hubiera otra forma de atrapar esa primavera vacilante. ~

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