No recuerdo quiรฉn nos presentรณ. Ni dรณnde, ni cuรกndo, ni en quรฉ circunstancia. Lo que no olvido es la primera visiรณn de su obra. Fue un encuentro decisivo para mi sensibilidad, para el descubrimiento de mรญ mismo. Al poco tiempo de haber llegado de Guadalajara tuve la suerte de ver los primeros cuadros de Tamayo de verdad, los vivos, no los de catรกlogo. Eran su obra de los treintas. Me impresionaron mucho porque pintaban la Ciudad de Mรฉxico, el ambiente de algunas de sus calles que para mรญ resultaban un poco misteriosas, extranjeras, peligrosas. Esas pinturas recogรญan una terrible melancolรญa. Fue una obra que me tocรณ en lo profundo; frente a la de Siqueiros o Rivera, que me parecieron un tanto retรณricas, grandilocuentes, preferรญ el silencio de los cuadros de Rufino. Me conmoviรณ.
Mรกs tarde, en la dรฉcada de los cuarenta, lo vi en Nueva York. Yo habรญa ido con otros jรณvenes pintores. Fueron momentos excepcionales. Allรก estรกbamos Octavio Paz, Alfonso Michel, Juan de la Cabada, Jorge Hernรกndez Campos, Carlos Mรฉrida, Lola รlvarez Bravo, Ricardo Martรญnez y yo. Tamayo fue generoso conmigo. En su casa, Tamayo cantaba y tocaba la guitarra. Tenรญa una voz formidable y una alegrรญa contagiosa. Una alegrรญa, hay que aรฑadir, reposada, sedante que nos quedaba bastante bien a quienes รฉramos demasiado acelerados. Tambiรฉn la incesante imaginaciรณn y la juventud imperiosa de Octavio nos sorprendรญan. Querรญa apoderarse de todos los secretos de Nueva York y descubrรญrnoslos. Discutรญa con Rufino sobre pintura y sobre la vida cotidiana. Todo eso fue muy vital para mรญ, muy impresionante.
Cuando Tamayo vino a vivir a Mรฉxico me convertรญ en un invitado indispensable en sus fiestas en las que habรญa borracheras increรญbles. Su cambio de residencia coincidiรณ con un cambio en su producciรณn: empezรณ a pintar cuadros con seres quemados, volcรกnicos, hechos de lava y angustia; eran como aparecidos o gente convulsionada por el pรกnico o la inseguridad. Esos seres carbonizados me producรญan un sufrimiento casi corporal; los colores eran de fuego pero los ambientes, mรกs que un aire denso, me hacรญan sentir la ausencia de aire. Fue un largo periodo en su trabajo que coincidiรณ con el de la guerra. No he conocido ningรบn pintor contemporรกneo que haya descrito tan bien la angustia, ese estado como de espera de la catรกstrofe que se avecina.
Nuestra amistad era extraรฑa: casi no hablรกbamos, no discutรญamos. Me pedรญa mi opiniรณn sobre tal o cual pintor, si estaba bien fulano o mengano. Las veces que fue a comer a mi casa llegรณ a decirme, frente a uno de mis cuadros: โยกJuan, este cuadro es horrible!โ. Cuatro semanas despuรฉs frente al mismo cuadro: โeste sรญ me gusta, estรก muy bienโ. Mi explicaciรณn es que tardo mucho en pintar. Algo parecido llegรณ a pasarme con la escultura. De una de ellas me dijo algo mรกs o menos asรญ: โla forma es muy bonita, pero el color que le metiste es espantoso, es una porquerรญaโ. Nunca me disgustaron sus comentarios; sabรญa que tenรญa que darle toda la libertad para juzgar mi trabajo, como a cualquiera que se acerque a รฉl. Tamayo elogiรณ sobre todo mis esculturas, pero muy rara vez alguno de mis cuadros. Por ello me extraรฑรณ que una vez me dijera que le gustaba mucho el retrato gris de Marรญa Asรบnsolo. Ahora recuerdo otro de sus comentarios. Una tarde me invitรณ a su estudio para enseรฑarme un cuadro. Apenas empezaba a verlo cuando me dijo: โcon este cuadro ya me chinguรฉ a Orozcoโ. Fui sincero y le dije, con todo respeto, que quรฉ le importaba lo que hacรญa Orozco si era tan distinto a su trabajo. Me contestรณ que Orozco era un viejo desgraciado y repitiรณ: โya me lo chinguรฉ, ya le di en la madreโ. La verdad es que el cuadro era magnรญfico: la cabeza de un hombre que se reรญa de una manera muy cruel, tremenda, muy expresionista. Era un lienzo con ese dramatismo que produce el miedo a la locura; veรญas a alguien que habรญa perdido la razรณn delante de ti.
Nuestra amistad me permitiรณ mostrarle algunos de mis cuadros en proceso y verlo trabajar en su estudio. Me llamaba fuertemente la atenciรณn que canturreara al trabajar y que sacara sus colores de una paleta llena de costras. De su tรฉcnica solo puedo decir que era muy suya. Y es que es un error tratar de definir a un pintor por una tรฉcnica: existen lรญneas generales, pero cada quien hace la suya para expresar lo que quiere, lo que siente. Pintura y tรฉcnica son la misma cosa. Lo que Tamayo manejaba con la pintura, con el color era la luz, y esa luz iluminaba los colores. Son elementos inseparables, como lo son tambiรฉn su trazo y su emociรณn: eran, son, la misma cosa. Ningรบn personaje de Tamayo puede vivir mรกs que en su pintura; pero todos te hacen vivir otra vida, tener sensaciones que solo podrรกs encontrar en sus cuadros. ~