Auge y declive del latinoamericanismo soviƩtico

Desde los cincuenta, la historiografƭa soviƩtica tuvo una presencia creciente en AmƩrica Latina para contrarrestar la influencia de la academia estadounidense. Sus interpretaciones estuvieron, en buena medida, guiadas por la polƭtica.
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Los estudios sobre los debates intelectuales de la Guerra FrĆ­a, en AmĆ©rica Latina y el Caribe, destacan el papel decisivo del campo acadĆ©mico de Estados Unidos, con su poderosa red de universidades y fundaciones. Como observa el historiador y arquitecto argentino AdriĆ”n Gorelik, en un libro reciente, nombres como los de Richard Morse, Robert Redfield u Oscar Lewis ā€“o Frank Tannenbaum, Stanley R. Ross o John Womack Jr. en el caso especĆ­fico de MĆ©xicoā€“ son ineludibles a la hora de pensar la reconfiguraciĆ³n del latinoamericanismo durante la Guerra FrĆ­a.

((AdriĆ”n Gorelik, La ciudad latinoamericana. Una figura de la imaginaciĆ³n social del siglo XX, Buenos Aires, Siglo XXI, 2022, pp. 43-51.))


Raras veces se repara en el hecho de que la UniĆ³n SoviĆ©tica tambiĆ©n contĆ³ con su propio latinoamericanismo acadĆ©mico.

{{Soledad JimĆ©nez Tovar y AndrĆ©s Kozel, Pensamiento social ruso sobre AmĆ©rica Latina, Buenos Aires, Clacso, 2017.}} Desde los aƱos cincuenta, la historiografĆ­a soviĆ©tica tuvo una presencia creciente en MĆ©xico y otros paĆ­ses latinoamericanos. Con el trĆ”nsito al socialismo en Cuba, en la dĆ©cada de los sesenta, esa presencia contĆ³ con una plataforma para la ediciĆ³n, traducciĆ³n y difusiĆ³n en espaƱol, que reemplazĆ³ y potenciĆ³ el latinoamericanismo soviĆ©tico, hasta entonces circunscrito a pequeƱas editoriales, institutos y asociaciones de ā€œamistadā€, promovidas por las embajadas soviĆ©ticas y los partidos comunistas.

La muerte de Stalin en 1953 y el discurso ante el XX Congreso del Partido Comunista de la UniĆ³n SoviĆ©tica (PCUS) de Nikita Jrushchov en 1956 habĆ­an acelerado la reorientaciĆ³n de la polĆ­tica de la URSS hacia AmĆ©rica Latina. Poco antes de que el nuevo lĆ­der soviĆ©tico cuestionara el culto a la personalidad y otros ā€œerroresā€ del estalinismo, se celebrĆ³ la Conferencia de Bandung, impulsada por Indonesia, Birmania, India, PakistĆ”n y Sri Lanka, que reuniĆ³ a mĆ”s de una veintena de paĆ­ses de Asia y Ɓfrica y propiciĆ³ la creaciĆ³n del Movimiento de PaĆ­ses No Alineados. China y Yugoslavia estuvieron en el centro de aquella empresa geopolĆ­tica, que en 1961 volviĆ³ a reunirse en Belgrado, donde se incorporĆ³ a Cuba. Los soviĆ©ticos se propusieron rebasar a Mao y a Tito en el liderazgo del tercermundismo.

Patrick Iber, Eric Zolov, Renata Keller y otros historiadores han advertido la relevancia que AmĆ©rica Latina y, especĆ­ficamente, MĆ©xico, adquirieron para MoscĆŗ en aquel arranque de la Guerra FrĆ­a. Un lugar de privilegio que, a partir de 1961, con el giro socialista de la RevoluciĆ³n cubana, deberĆ­a someterse a una relaciĆ³n de equilibrio y rivalidad, no siempre favorable a MĆ©xico, desde la perspectiva soviĆ©tica. Mientras Cuba era esgrimida por los historiadores soviĆ©ticos como paradigma del verdadero cambio socialista en AmĆ©rica Latina, un flanco del saber acadĆ©mico en Estados Unidos y MĆ©xico se volcaba al estudio de la RevoluciĆ³n mexicana y el sistema polĆ­tico que derivĆ³ de la misma.

Aunque los partidos comunistas latinoamericanos habĆ­an perdido, para entonces, el foro de coordinaciĆ³n del Comintern, preservaban la lĆ­nea frentista creada desde los aƱos treinta. Los comunistas cultivaban una, por momentos, agria coexistencia con los gobiernos del PRI en MĆ©xico y habĆ­an respaldado las revoluciones boliviana y guatemalteca, no asĆ­ al peronismo argentino y al varguismo brasileiro, si bien LuĆ­s Carlos Prestes apoyĆ³ al presidente Juscelino Kubitschek a fines de los cincuenta y, en menor medida, a JoĆ£o Goulart a principios de los sesenta.

Con la Guerra FrĆ­a y la reavivaciĆ³n del interĆ©s por el tercer mundo en el Kremlin, el latinoamericanismo soviĆ©tico entrarĆ­a en una fase de profesionalizaciĆ³n expansiva. A diferencia de algunos estudios sobre la RevoluciĆ³n mexicana del periodo bolchevique, como el de Stanisław Pestkowski, embajador de MoscĆŗ en MĆ©xico durante el callismo, firmado con el pseudĆ³nimo de AndrĆ©i Volski, donde se reconocĆ­a crĆ­ticamente la diversidad de movimientos revolucionarios, los nuevos historiadores de la Guerra FrĆ­a (AlperĆ³vich, Rudenko, Lavrov, Zubok, Shifrin…) tendĆ­an a comprender la RevoluciĆ³n de 1910 a 1917 dentro de un largo periodo ā€œdemocrĆ”tico burguĆ©sā€ o ā€œantifeudalā€ de ā€œformaciĆ³n de la naciĆ³n mexicanaā€, iniciado con el grito de Dolores un siglo antes.

((M. S. AlperĆ³vich et al., Ensayos de historia de MĆ©xico, Ciudad de MĆ©xico, Ediciones de Cultura Popular, 1972, p. 17.))


En un conocido ensayo sobre la guerra de independencia, M. S. AlperĆ³vich aseguraba que Hidalgo y Morelos ā€œdominaban la historia de la revoluciĆ³n burguesa en Franciaā€, de la cual tomaban las principales ideas.

{{Ibid., p. 27.}}

 Con mĆ”s citas de Lucas AlamĆ”n que de JosĆ© MarĆ­a Luis Mora, AlperĆ³vich sostenĆ­a que, con el Plan de Iguala, AgustĆ­n de Iturbide habĆ­a creado ā€œuna plataforma para impedir el desarrollo de la revoluciĆ³n y asegurar la conservaciĆ³n de la dominaciĆ³n y los privilegiosā€ de los ā€œgrandes terratenientes y comerciantes, el alto clero y la Ć©lite burocrĆ”tico-militarā€.

((Ibid., p.41.))


De acuerdo con aquel relato, la estructura econĆ³mica y social de MĆ©xico no ā€œhabĆ­a sufrido alteraciones sustancialesā€ durante el siglo XIX.

{{Ibid., p. 43.}}

 SegĆŗn otro historiador soviĆ©tico, V. Ermolaev, el fracaso de la Reforma se debiĆ³ a que el presidente Benito JuĆ”rez muriĆ³ ā€œinesperadamenteā€ en 1872 y lo reemplazĆ³ SebastiĆ”n Lerdo de Tejada, que ā€œpertenecĆ­a al ala derecha del Partido Liberalā€, que ā€œbuscaba el compromiso con los terratenientes y el cleroā€.

{{Ibid., p. 83.}}

 AlperĆ³vich dirĆ­a que el rĆ©gimen porfirista y sus artĆ­fices, los ā€œcientĆ­ficosā€ (Limantour, Pineda, CasasĆŗs, Macedo), ā€œagentes directos de capitalistas extranjerosā€, se encargaron de llevar el capitalismo mexicano a su ā€œfase superior imperialistaā€.

((M. S. AlperĆ³vich, B. T. Rudenko, N. M. Lavrov, La RevoluciĆ³n mexicana. Cuatro estudios soviĆ©ticos, Ciudad de MĆ©xico, Ediciones Los Insurgentes, 1960, pp. 12-13.))


Los historiadores soviĆ©ticos tenĆ­an diferencias de matices sobre la gesta revolucionaria mexicana. Ermolaev y Lavrov no le daban demasiada importancia a los magonistas, pero AlperĆ³vich y Rudenko los glosaban bajo la definiciĆ³n de ā€œmovimiento de la pequeƱa burguesĆ­a urbanaā€ o de la ā€œintelectualidad pequeƱoburguesaā€, dados ā€œa la tarea de difundir las ideas de Bakunin, Kropotkin y Sorelā€.

{{M. S. AlperĆ³vich y B. T. Rudenko, La RevoluciĆ³n mexicana de 1910 a 1917 y la polĆ­tica de los Estados Unidos, Ciudad de MĆ©xico, Fondo de Cultura Popular, 1969, p. 52.}}

 Los juicios de cada uno de ellos sobre los cuatro grandes lĆ­deres revolucionarios y sus corrientes polĆ­ticas (Madero, Zapata, Villa y Carranza) tambiĆ©n podĆ­an ser divergentes, aunque coincidĆ­an en lo esencial.

SegĆŗn AlperĆ³vich y Rudenko el proyecto de Madero era ā€œburguĆ©s-terratenienteā€.

{{Ibid., p. 94.}}

En cambio, Lavrov destacaba el carĆ”cter profundamente popular de los movimientos zapatista y villista y reconocĆ­a el sentido de la soberanĆ­a nacional en Carranza, al enfrentarse a la intervenciĆ³n estadounidense en Veracruz.

{{AlperĆ³vich, Rudenko, Lavrov, La RevoluciĆ³n mexicana. Cuatro estudios soviĆ©ticos, op. cit., pp. 112-113.}}

 Pero era justamente Lavrov, el mĆ”s generoso en su valoraciĆ³n de Zapata y Villa, quien formulaba de manera mĆ”s tajante la subestimaciĆ³n teĆ³rica en la historiografĆ­a soviĆ©tica: la de 1910-1917 era, esencialmente, una revoluciĆ³n campesina que, por no haber sido encabezada por una ā€œjefatura del proletariadoā€, fue traicionada por la ā€œreacciĆ³n feudal-clericalā€ y ni siquiera triunfĆ³ como proyecto ā€œdemocrĆ”tico burguĆ©sā€.

((Ibid., p. 124.))

Aquellos historiadores escribieron sus ensayos sobre MĆ©xico durante los aƱos cincuenta y los publicaron en revistas del Instituto de Historia de la Academia de Ciencias de laĀ URSS comoĀ Voprosy Istorii,Ā Novaia i Noveichaia IstoriaĀ yĀ Otchety i Novosti. El comunista mexicano Arnoldo MartĆ­nez Verdugo, quien en los aƱos cincuenta era dirigente de ese partido en el Distrito Federal y que en 1963 fuera ascendido a la SecretarĆ­a General, serĆ­a el traductor de algunos de aquellos ensayos, junto con su colega Alejo MĆ©ndez GarcĆ­a. Otros traductores de los historiadores soviĆ©ticos, hasta principios de los aƱos sesenta, como Makedonio Garza, ArmĆ©n OhaniĆ”n y MarĆ­a Teresa FrancĆ©s, trabajaron directamente en ediciones en espaƱol de la Editorial de Literatura EconĆ³mica y Social de MoscĆŗ.

((AlperĆ³vich y Rudenko, La RevoluciĆ³n mexicana de 1910 a 1917 y la polĆ­tica de los Estados Unidos, op. cit., p. 6.))

Desde Estados Unidos y MĆ©xico, varios historiadores (Daniel CosĆ­o Villegas, Stanley R. Ross, Juan A. Ortega y Medina, J. Gregory Oswald, Lucila Flamand) reaccionaron de muy diversa manera al nuevo latinoamericanismo soviĆ©tico en artĆ­culos en Hispanic American Historical Review Historia Mexicana o en monografĆ­as independientes. Ese debate es fĆ”cilmente rastreable: mĆ”s difĆ­cil es localizar las mĆŗltiples reacciones a la historiografĆ­a acadĆ©mica mexicana y estadounidense que se acumularon, durante los aƱos sesenta, en el propio latinoamericanismo soviĆ©tico, nuevamente relanzado a partir de la experiencia cubana.

El mexicanista Y. G. Mashbits, por ejemplo, arremetĆ­a contra ā€œlos sociĆ³logos mexicanos que contraponen en forma obsesionante la RevoluciĆ³n mexicana a la cubanaā€.

{{M. S. AlperĆ³vich et al., Ensayos de historia de MĆ©xico, op. cit., p. 47.}}

 ĀæA quiĆ©nes se referĆ­a? Una vez mĆ”s, al exiliado republicano Ortega y Medina, que habĆ­a refutado puntualmente la que llamaba ā€œhistoriografĆ­a sovietistaā€, a VĆ­ctor Alba, militante del Partido Obrero de UnificaciĆ³n Marxista (POUM) refugiado en MĆ©xico, pero tambiĆ©n a JesĆŗs Silva Herzog y la revista Cuadernos Americanos y al sociĆ³logo yucateco Carlos EchĆ”nove Trujillo, discĆ­pulo de Antonio Caso.

{{Ibid., pp. 47-50.}}

 Las tesis que insistĆ­an en el carĆ”cter heterogĆ©neo o inconcluso de la naciĆ³n mexicana o sobre la excepcionalidad del nacionalismo revolucionario incomodaban al latinoamericanismo soviĆ©tico.

AlperĆ³vich y Mashbits hostilizaban el diĆ”logo de los acadĆ©micos estadounidenses con sus colegas mexicanos. Admiraban profundamente la obra de un historiador hispanĆ³filo como Carlos Pereyra, pero desdeƱaban la de Daniel CosĆ­o Villegas. Valoraban positivamente la historiografĆ­a antiexpansionista de Scott Nearing, Joseph Freeman, Ludwig Denny y T. P. Munn, pero descartaban la de Lesley Byrd Simpson, Frank Tannenbaum, Stanley R. Ross y John Womack Jr.

{{AlperĆ³vich y Rudenko, La RevoluciĆ³n mexicana de 1910 a 1917 y la polĆ­tica de los Estados Unidos, op. cit., p. 12.}}

 Mashbits era especialmente agresivo cuando se referĆ­a a la obra del economista P. C. M. Teichert o del politĆ³logo William P. Tucker porque el primero ponĆ­a la industrializaciĆ³n de MĆ©xico como ejemplo para AmĆ©rica Latina y el segundo enfatizaba la irreductible diversidad regional del paĆ­s.

((M. S. AlperĆ³vich et al., Ensayos de historia de MĆ©xico, op. cit., pp. 47 y 50.))

A principios de los aƱos setenta, el mexicanismo soviĆ©tico, renovado por los estudios de una nueva generaciĆ³n de acadĆ©micos (Klesmet, Sizonenko, Shugolski, Kovalev, Visgunova), comenzĆ³ a hilvanar de un modo mĆ”s explĆ­cito las tesis del Partido Comunista Mexicano (PCM), el Partido Popular Socialista lombardista (PPS) y elĀ PRI, del nacionalismo revolucionario y las diversas variantes del marxismo-leninismo local. Historiadores de la generaciĆ³n anterior, como Lavrov y Rudenko, aligeraron su celo ideolĆ³gico y se volvieron mĆ”s permeables a las tesis de Silva Herzog, CosĆ­o Villegas y, sobre todo, de nuevos cientĆ­ficos sociales de izquierda como Pablo GonzĆ”lez Casanova, Alonso Aguilar Monteverde, Gerardo Unzueta o JosĆ© Luis CeceƱa. De las largas citas de discursos de Lombardo Toledano e informes de MartĆ­nez Verdugo a los sucesivos congresos delĀ PCM se pasĆ³, en estudios del propio Rudenko o de Kovalev, a una mayor familiaridad con la producciĆ³n acadĆ©mica mexicana.

((Ibid., pp. 153 y 167.))

Los nuevos mexicanistas soviĆ©ticos de los setenta, a tono con laĀ dĆ©tenteĀ inaugurada por Leonid BrĆ©zhnev, sumaban al relato una visiĆ³n del MĆ©xico posrevolucionario, que actualizaba el maniqueĆ­smo aplicado a la Independencia, la Reforma y la RevoluciĆ³n. La ā€œruta progresistaā€, aĆŗn dentro de un esquema ā€œdemocrĆ”tico burguĆ©sā€, habĆ­a avanzado bajo la presidencia de LĆ”zaro CĆ”rdenas, pero se estancĆ³ bajo la de Manuel Ɓvila Camacho, a pesar del restablecimiento de vĆ­nculos diplomĆ”ticos con laĀ URSS en 1942. Ese hilo histĆ³rico, segĆŗn los historiadores soviĆ©ticos, fue recobrado con Adolfo LĆ³pez Mateos, pero volviĆ³ a cortarse con Gustavo DĆ­az Ordaz, aunque en 1968 el canciller Antonio Carrillo Flores viajĆ³ a MoscĆŗ y firmĆ³ varios convenios con AndrĆ©i Gromiko.

((Ibid., pp. 139-147 y 153-158.))

Momento revelador en el mexicanismo soviĆ©tico fue cuando Kovalev, despuĆ©s de exaltar el papel delĀ PCM y elĀ PPS, sostuvo que, sin dejar de ser ā€œburguĆ©sā€, el sistema polĆ­tico mexicano ā€œse diferenciaba cardinalmente de la democracia burguesa tradicionalā€.

((Ibid., p. 169.))

 
A la defensa de la integraciĆ³n social de las comunidades indĆ­genas, el mestizaje, la subvaloraciĆ³n del mundo campesino, se sumaban una imagen favorable de los procesos de industrializaciĆ³n y urbanizaciĆ³n del paĆ­s y un silenciamiento de la represiĆ³n contra la resistencia sindical magisterial y ferrocarrilera, el movimiento estudiantil y las guerrillas.

La constituciĆ³n de la hegemonĆ­a transexenal del PRI, basada en un diseƱo presidencialista de poder y una ideologĆ­a nacionalista-revolucionaria, era una virtud para los soviĆ©ticos. La diferenciaciĆ³n entre aquel sistema y la democracia liberal aportaba ventajas geopolĆ­ticas, ya que MĆ©xico se distanciaba de las dictaduras militares anticomunistas del Cono Sur, se acercaba a la Cuba revolucionaria, al Chile de Allende y luego al sandinismo nicaragĆ¼ense, sin perder la interlocuciĆ³n con los estadounidenses y los soviĆ©ticos.

Aquella fue la plataforma de relanzamiento de las relaciones entre la URSS y el MĆ©xico de Luis EcheverrĆ­a y JosĆ© LĆ³pez Portillo, que ha estudiado recientemente Hanna Deikun.

{{ Hanna Deikun, MĆ©xico y la URSS en los setenta. Juegos conceptuales y estratĆ©gicos, Ciudad de MĆ©xico, SRE, 2022, pp. 55-58.}}

En la primavera de 1973, EcheverrĆ­a fue el primer presidente mexicano en funciones en visitar MoscĆŗ ā€“CĆ”rdenas habĆ­a viajado en 1958ā€“, donde fue recibido por Kosyguin, Podgorny y Gromiko, quienes lo condujeron al apoteĆ³sico agasajo que le ofreciĆ³ Leonid BrĆ©zhnev en el Kremlin. Los mandatarios firmaron acuerdos de colaboraciĆ³n comercial, cientĆ­fica y tĆ©cnica, hablaron de la paz mundial y de la causa del tercer mundo, pero un aƱo antes, en la Casa Blanca, EcheverrĆ­a habĆ­a ofrecido a Richard Nixon desplazar a Cuba y a Fidel Castro como referentes del altermundismo de izquierda.

Poco a poco la disputa por la ā€œrevoluciĆ³n preferidaā€ y el contraste entre el modelo mexicano y el cubano fue desapareciendo de la historiografĆ­a soviĆ©tica y estadounidense, en buena medida porque en MĆ©xico avanzaba el consenso en torno a la superaciĆ³n histĆ³rica del periodo revolucionario y Cuba entraba en un proceso de institucionalizaciĆ³n inspirado en los socialismos reales de Europa del Este. Durante los setenta, la Academia de Ciencias de la URSS consolidĆ³ su propio grupo de cubanistas (DarusĆ©nkov, Larin, Sliozkin, Okuneva, ZĆ³rina…), que sostenĆ­an ya no que la RevoluciĆ³n cubana habĆ­a transitado de una fase ā€œdemocrĆ”tica, burguesa, agraria y antimperialistaā€ a otra socialista, como en los sesenta, sino que Fidel Castro y los asaltantes del cuartel Moncada eran marxistas y leninistas desde 1953.

((M. Okuneva y otros, Historia de Cuba. El periodo burguĆ©s, MoscĆŗ, Academia de Ciencias de la URSS, 1979, pp. 178-212.))

Mexicanistas y cubanistas terminaron conformando dos nĆŗcleos diferentes dentro del latinoamericanismo acadĆ©mico soviĆ©tico, que se conectaban en la cĆŗpula. Papel clave en aquella Ćŗltima etapa de las ciencias sociales de la URSS sobre AmĆ©rica Latina y el Caribe jugarĆ­a IĆ³sif R. GrigulĆ©vich, agente retirado del NKVD y el KGB, que intervino en el asesinato de Andreu Nin en Barcelona, secundĆ³ a David Alfaro Siqueiros en su atentado contra LeĆ³n Trotski en MĆ©xico, fue embajador de la URSS en Costa Rica y el Vaticano y estuvo involucrado en una tentativa de magnicidio del mariscal Josip Broz Tito en Yugoslavia. GrigulĆ©vich, que desde los aƱos cuarenta habĆ­a incursionado en la historia latinoamericana con el pseudĆ³nimo de I. R. Lavretski, popularizĆ³ un tipo de narrativa biogrĆ”fica sobre prĆ³ceres de la regiĆ³n (Francisco Miranda, SimĆ³n BolĆ­var, Pancho Villa, el Che Guevara, Salvador Allende), cuyas semejanzas con las genealogĆ­as heroicas del latinoamericanismo fidelista y chavista son mĆ”s que evidentes.

El Bolƭvar de GrigulƩvich era un precursor del antimperialismo de Fidel Castro y el Che Guevara, convencido de que la identidad cultural latinoamericana, ajena a los conflictos de raza, era incompatible con Estados Unidos.

{{IĆ³sif R. GrigulĆ©vich, SimĆ³n BolĆ­var, MoscĆŗ, Progreso, 1982, pp. 62-65.}}

 Su Pancho Villa, aunque limitado por una indefiniciĆ³n ideolĆ³gica similar a la de Emiliano Zapata, que les impedĆ­a comprender que el liderazgo mĆ”ximo de la RevoluciĆ³n debĆ­a estar en manos de la clase obrera, tambiĆ©n era, a su juicio, un tenaz antimperialista que se opuso a la invasiĆ³n de Veracruz y atacĆ³ Columbus, convencido de que Estados Unidos querĆ­a hacer de MĆ©xico un protectorado gringo.

((IĆ³sif R. GrigulĆ©vich, Pancho Villa, MoscĆŗ, Progreso, 1991, pp. 174-180.))


En un ensayo dedicado a la ā€œcultura nacional cubanaā€ en la primera mitad del siglo XX, GrigulĆ©vich condensĆ³ la tesis central del latinoamericanismo soviĆ©tico en la etapa final de la Guerra FrĆ­a: en cualquier paĆ­s latinoamericano, la ideologĆ­a nacionalista-revolucionaria, debidamente orientada contra el antimperialismo, podĆ­a producir el advenimiento del sistema socialista.

{{IĆ³sif. R. GrigulĆ©vich, ā€œLa cultura nacional en el periodo de la dominaciĆ³n imperialistaā€, en M. Okuneva y otros, Historia de Cuba. Periodo burguĆ©s, op. cit., pp. 142-163.}}

 El nacionalismo revolucionario, el populismo reformista, el militarismo progresista, todas esas corrientes de la izquierda latinoamericana que, desde la Academia de Ciencias de la URSS, habĆ­an sido rechazadas por ā€œidealistasā€ y ā€œdemocrĆ”tico-burguesasā€, demandaban una nueva lectura de los ideĆ³logos y burĆ³cratas soviĆ©ticos.

Algunos de aquellos libros, publicados entre los aƱos setenta y ochenta por la editorial Progreso de MoscĆŗ y Casa de las AmĆ©ricas de Cuba, fueron cuestionados en Hispanic American Historical Review por historiadores acadĆ©micos estadounidenses como David Bushnell, Robert Alexander y William H. Richardson.

{{William H. Richardson, Mexico through Russian eyes, 1806-1940, Pittsburgh, University of Pittsburgh Press, 1988, pp. 195-208.}}

 Bushnell argumentaba que el BolĆ­var de GrigulĆ©vich era un antimperialista anacrĆ³nico, que ocultaba sus elogios a Gran BretaƱa y exageraba sus crĆ­ticas a Estados Unidos.

{{David Bushnell, ā€œSimĆ³n BolĆ­varā€, Hispanic American Historical Review, vol. 64, nĆŗm. 1, febrero de 1984, pp. 164-165.}}

 Alexander hacĆ­a notar que, en el extraƱo libro colectivo soviĆ©tico La Iglesia y la sociedad en AmĆ©rica Latina (1983), los autores reunidos por GrigulĆ©vich reafirmaban sus afinidades con el viejo hispanismo colonial y mostraban una visiĆ³n positiva del papa Juan XXIII, cuya convocatoria al Concilio Vaticano II veĆ­an en las antĆ­podas de la estrategia pastoral de Juan Pablo II.

((Robert Alexander, ā€œLa Iglesia y AmĆ©rica Latinaā€, Hispanic American Historical Review, vol. 64, nĆŗm. 2, mayo de 1984, pp. 367-368.))

Durante las dos Ćŗltimas dĆ©cadas de la Guerra FrĆ­a, este exagente de los servicios secretos soviĆ©ticos fue miembro de la jerarquĆ­a mĆ”xima de la Academia de Ciencias de la URSS. Unas veces fue vicepresidente, bajo el mando de P. Fedosev, otras fue el verdadero capo de las ciencias sociales soviĆ©ticas. FalleciĆ³ en 1988, un aƱo antes de la caĆ­da del Muro de BerlĆ­n. Tras la desintegraciĆ³n de la URSS, algunos de sus excolaboradores, como M. S. AlperĆ³vich, tuvieron la honestidad y el coraje de denunciar sus malinterpretaciones, documentadas en las sucesivas ediciones de los informes de Vasili Mitrojin, exarchivista del KGB en Lubianka.

En un artĆ­culo de AlperĆ³vich, aparecido en la revista Historia Mexicana, del Centro de Estudios HistĆ³ricos de El Colegio de MĆ©xico, en 1995, se revelaba que GrigulĆ©vich habĆ­a sido el artĆ­fice de gran parte de los equĆ­vocos sobre la historia de AmĆ©rica Latina y el Caribe en el campo acadĆ©mico soviĆ©tico.

{{M. S. AlperĆ³vich, ā€œLa RevoluciĆ³n mexicana en la interpretaciĆ³n soviĆ©tica del periodo de la Guerra FrĆ­aā€, Historia Mexicana, nĆŗm. 176, abril-junio de 1995, pp. 677-690.}}

 La premisa de la superioridad teĆ³rica y metodolĆ³gica del marxismo soviĆ©tico habĆ­a creado un sistema de autorizaciĆ³n polĆ­tica, que se reflejaba en aquellos errores de interpretaciĆ³n pero tambiĆ©n en una torcida Ć©tica del debate, que recurrĆ­a al escamoteo y la descalificaciĆ³n de sus pares latinoamericanos y estadounidenses. ~

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(Santa Clara, Cuba, 1965) es historiador y crĆ­tico literario.


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