Encogido como un embrión,
embutido en el estrecho asiento,
intento recordar el olor
de la hierba recién segada,
cuando las carretas de madera bajan
en agosto de los prados de montaña,
patinan en los caminos rurales
y el carretero grita como siempre
gritan los hombres en momentos de pánico
(ya en la Ilíada se desgañitaban así,
y ya nunca más callaron,
ni durante las cruzadas,
ni más tarde, mucho más tarde,
cerca de nosotros, cuando nadie los oye).
Estoy cansado, pienso en lo que no
se puede pensar, en el silencio que reina
en el bosque, cuando duermen los pájaros,
en el final del verano que se está acercando.
Sostengo la cabeza con las manos
como si quisiera protegerla de la destrucción.
Visto desde fuera seguro que parezco
casi muerto, inmóvil,
resignado, digno de compasión.
Pero no es verdad, estoy libre,
quizás incluso feliz.
Sí, sostengo en las manos
mi pesada cabeza,
pero en ella precisamente nace el poema. ~
Versión de Xavier Farré