El carismĂĄtico escritor español Jorge SemprĂșn, fallecido en junio de 2011 en ParĂs, tenĂa muchas identidades, que incluĂan la afinidad con el pensamiento judĂo e Israel (en los años noventa ganĂł el Premio JerusalĂ©n). Algunas de sus identidades no las conocĂan ni siquiera sus amigos. Durante los años cincuenta y principios de los sesenta viviĂł una vida secreta en Madrid como âFederico SĂĄnchezâ, y reclutaba intelectuales para el Partido Comunista Español. Mientras, en ParĂs, colaboraba con los cineastas Alain Resnais y Constantin Costa-Gavras, escribiendo los guiones de pelĂculas dotadas de una maravillosa intensidad polĂtica: La guerra ha terminado y Stavisky para Resnais; Z y La confesiĂłn para Costa-Gavras. La guerra ha terminado, el guion mĂĄs autobiogrĂĄfico âal menos polĂticamenteâ de SemprĂșn, trata de un comunista español en el exilio, interpretado por Yves Montand, y su amargo intento de volver a casa, solo para encontrarse con la incomprensiĂłn de una España muy diferente.
ConocĂ a Jorge a travĂ©s del mundo de los estudiantes disidentes españoles que habĂa encontrado al final de mi adolescencia en el ParĂs de la posguerra. Yo habĂa sido una estudiante inquieta en un instituto de Manhattan durante la Segunda Guerra Mundial, y mi percepciĂłn del mundo estaba marcada por la guerra, una guerra en la que murieron cuarenta millones de personas y, aunque todavĂa no utilizĂĄbamos la palabra Shoah, en la que los judĂos fueron asesinados por toda Europa. Las pelĂculas de Hollywood adoptaron una especie de glamour de tiempos de guerra: estrellas como Claudette Colbert parecĂan bailar por todo el mundo en tacones. Doris Day, la domesticidad y los frigorĂficos de color aguacate llegaron mĂĄs tarde, en la dĂ©cada de 1950. Mark, mi hermano mayor, se habĂa alistado en el ejĂ©rcito del aire; recuerdo el miedo que sentĂa cuando la familia, incluida yo, su Ășnica hermana, lo acompañamos a Camp Dix (Nueva Jersey), donde se alistĂł. TambiĂ©n sabĂa muy bien que mi padre, soldado raso en la Primera Guerra Mundial, habĂa sufrido un ataque con gas mostaza mientras exploraba las trincheras de Saint-Michel y habĂa tenido que pasar varios años recuperĂĄndose en un hospital del ejĂ©rcito estadounidense en Francia. Cuando regresĂł a Nueva York, se convirtiĂł en un abogado de Ă©xito, pero despuĂ©s de que Mark se alistara en el ejĂ©rcito empezĂł a tener pesadillas recurrentes sobre las trincheras. Yo sabĂa que si una bala perdida hubiera ido en la direcciĂłn equivocada en Francia quizĂĄ nunca habrĂa nacido. Estudiaba los mapas de aquellos campos de batalla de la guerra anterior y me hacĂa preguntas. Mi padre tenĂa primos judĂos austriacos que combatieron en el bando austriaco: Âżpensaba en sus parientes cuando decĂa que habĂa matado a jĂłvenes como Ă©l?
Por desgracia, yo no tenĂa la edad adecuada âtodavĂa estaba en el institutoâ cuando terminĂł la guerra. Pero tuviera la edad equivocada o no, solo habrĂa una posguerra en Europa, y yo tenĂa que formar parte de ella; la universidad, donde fui de mal humor durante unos meses cuando tenĂa diecisiete años, podĂa esperar. Cuando el Departamento de Estado les informĂł de que su hija menor de edad habĂa solicitado pasaporte y pasaje en el Jon Erickson, un barco de tropas reconvertido, mis padres se pusieron furiosos. En cuanto se calmaron, me persuadieron de que esperara un poco mĂĄs con la promesa de que mi madre me instalarĂa en ParĂs de un modo mĂĄs convencional.
Cumplieron su palabra y, por casualidad, mi madre conociĂł en el barco a la madre de Norman Mailer, y Barbara âla hermana pequeña de Normanâ y yo nos hicimos amigas de inmediato. Era la primavera de 1948. La señora Mailer le llevaba a Norman un primer ejemplar de Los desnudos y los muertos, y mi madre lo leyĂł. Cuando nuestro barco atracĂł en Cherburgo y nuestras dos familias se encontraron, mi madre, una de las primeras admiradoras de Norman, le informĂł con firmeza: âHas escrito la gran novela de la guerra.â Años mĂĄs tarde, Norman tambiĂ©n añadirĂa, entre risas: âY tambiĂ©n fue la Ășnica madre que me pidiĂł que cuidara de su hija.â
Norman y su mujer, Bea, tenĂan un apartamento cerca de los Jardines de Luxemburgo, donde Barbara y yo conocimos a los amigos de Norman, entre ellos el escritor judĂo polaco Jean Malaquais, que habĂa luchado en las filas del poum en España. En ParĂs hacĂa frĂo âno habĂa calefacciĂłn, habĂa racionamientoâ, pero su chisporroteo intelectual tenĂa el protagonismo que tienen ahora los polĂticos y las tertulias. Camus y Sartre mantenĂan furiosas disputas sobre la existencia de los gulags rusos; el enorme Partido Comunista FrancĂ©s, un elemento aceptado por la clase obrera francesa, aĂșn gozaba de la admiraciĂłn de muchos intelectuales. (La pelĂcula Rouge baiser, o Beso rojo, de VĂ©ra Belmont, de 1985, muestra a los comunistas judĂos de la clase obrera de ParĂs rindiendo culto a Stalin a principios de la dĂ©cada de 1950 y su desconcierto cuando uno de los suyos regresa de Rusia. Les grita que iba camino de Israel: en realidad habĂa sido un judĂo maltratado y encarcelado en Siberia).
La situaciĂłn española presentaba otras complejidades. El 95% de los trabajadores españoles exiliados eran anarquistas y socialistas, totalmente en desacuerdo con los comunistas, y por tanto doblemente abandonados en una Francia que no tenĂa lugar para ellos. DespuĂ©s de la guerra, ParĂs se llenĂł de desplazados, sobre todo niños: judĂos, españoles, polacos, franceses, toda una onu de adolescentes. Las posiciones polĂticas de Sartre eran innegablemente sesgadas. SentĂ que su atractivo para esa generaciĂłn mĂĄs joven (mi generaciĂłn) era ante todo emocional: Sartre, huĂ©rfano de padre, se convirtiĂł en el padre de los huĂ©rfanos de padre; la mesa de su cafĂ© al aire libre se convirtiĂł en su hogar. El existencialismo en su nacionalidad.
A travĂ©s de Norman conocĂ a Paco Benet, un estudiante madrileño de veintiĂșn años de la Sorbona cuyo padre habĂa sido fusilado en la Guerra Civil. Era alto, con el pelo muy rubio, ojos oscuros intensos y muy inteligente. Nos enamoramos rĂĄpidamente y estuvimos juntos cinco años. España era entonces un paĂs olvidado, aislado tras el telĂłn de acero franquista. Paco sentĂa que tenĂa que hacer algo para levantar la moral; no querĂa que su generaciĂłn pasara a la historia por no haber hecho nada. Norman, de regreso a Estados Unidos para la promociĂłn de Los desnudos y los muertos, prestĂł su coche a Paco, a su hermana Barbara y a mĂ. Ăbamos a ser los señuelos americanos de aspecto inocente en una incursiĂłn que solo los niños pueden soñar. El resultado de nuestro pequeño Entebbe desarmado es que rescatamos del gulag que habĂa cerca de Madrid al hijo del presidente del gobierno español en el exilio, a otro estudiante, e intentamos persuadir a un obrero anarquista para que se uniera a nosotros, pero tenĂa demasiado miedo y mĂĄs tarde muriĂł en la cĂĄrcel. Lo conseguimos. Y cuando la noticia corriĂł por las cĂĄrceles (como suele pasar), al parecer hubo un gran estruendo de platos y tazas de metal. De regreso en Francia âBarbara habĂa vuelto a Nueva Yorkâ Paco y yo quedĂĄbamos con los viejos anarquistas que morĂan solos en ParĂs. Y Paco lanzĂł su pequeña revista clandestina, PenĂnsula. Se introducĂa clandestinamente en España por los Pirineos para combatir la ignorancia alimentada por la propaganda fascista y comunista. Paco y su amigo JosĂ© (Pepe) MartĂnez, con mi ayuda, la imprimĂan a bajo precio en Belleville. El hermano de Paco, Juan Benet (que mĂĄs tarde se convertirĂa en uno de los narradores españoles mĂĄs importantes), contribuyĂł con su primer relato corto. El lema de PenĂnsula era: âNi Franco ni Stalin.â
Entonces, Âżpor quĂ© SemprĂșn y su amigo, el historiador Fernando ClaudĂn, permanecieron tanto tiempo en el partido, hasta que fueron expulsados en 1964? En el plano polĂtico, SemprĂșn querĂa forjar un nuevo partido, similar al de Togliatti en Italia, destruyendo el ala estalinista liderada por La Pasionaria y Carrillo. Desde un punto de vista emocional, SemprĂșn anhelaba un hogar permanente: era español, pero su vida consistiĂł en un exilio casi constante. En mi opiniĂłn, sus dos mejores libros son el extraordinariamente conmovedor El largo viaje, sobre su deportaciĂłn a Buchenwald, y Aquel domingo, sobre un solo dĂa en Buchenwald, con su vida oscilando de un lado a otro, como las escenas de un caleidoscopio. Otra joya es La escritura o la vida, una obra profundamente meditativa en la que aborda las cuestiones esenciales y mĂĄs perturbadoras del siglo XX.
AutobiografĂa de Federico SĂĄnchez trata del periodo que SemprĂșn pasĂł en Madrid, arriesgando su vida y reclutando para el Partido Comunista; su sucesor fue capturado y ejecutado. Es difĂcil describir el Madrid de la Ă©poca. Solo tenĂa una pequeña parte de clase media, lo que creaba una atmĂłsfera intrĂnsecamente extraña: nunca sabĂas cuĂĄndo te ibas a encontrar con un torero, un duque, un obrero o un poeta, y SemprĂșn procedĂa de una de las familias aristocrĂĄticas mĂĄs distinguidas de España. Era un Maura. Su abuelo, el presidente del gobierno Antonio Maura, era una especie de Winston Churchill de España, y su padre un destacado polĂtico de la RepĂșblica. Cuando Carrillo y La Pasionaria, los jefes del partido, llamaban sarcĂĄsticamente a SemprĂșn burguĂ©s e intelectual cabeza de chorlito cuando querĂa que el partido se separara de MoscĂș (al estilo del eurocomunismo), en realidad aludĂan a su clase social. SemprĂșn habĂa pasado su vida en el partido; tenĂa que resultar terriblemente difĂcil que el partido lo rechazara.
Mientras tanto, a principios de los sesenta, Pepe MartĂnez, a quien conocĂamos de nuestra Ă©poca peninsular, habĂa creado Ruedo IbĂ©rico, la editorial y librerĂa disidente de ParĂs que se habĂa convertido en un legendario punto de encuentro de la rive gauche para los intelectuales españoles. AllĂ conocĂ a Juan Goytisolo y a veces venĂa ClaudĂn. A travĂ©s de ellos oĂ hablar de SemprĂșn, que tambiĂ©n estaba vagamente relacionado con Ruedo, pero no le conocĂ en esa Ă©poca.
SemprĂșn esperĂł quince años antes de atreverse a recordar su estancia en Buchenwald. En sus asombrosas primeras memorias, El largo viaje, escritas cuando ya se estaba despidiendo del Partido Comunista, con su aura de pasiĂłn sumergida y tensa, parece mĂĄs cĂłmodo describiendo su aturdida y confusa salida de Buchenwald despuĂ©s de que los estadounidenses lo liberaran que despertando recuerdos de pesadilla sobre lo que les ocurriĂł a Ă©l y a otros, incluidos los niños judĂos a los que vio arrojar directamente al crematorio. Lo que SemprĂșn sĂ se permite en su libro son momentos de rabia sardĂłnica. A su regreso a Francia se le deniega la prima de repatriaciĂłn. Los funcionarios le dicen que no tiene derecho a la repatriaciĂłn porque no es ciudadano francĂ©s. SemprĂșn piensa que ha dejado un paĂs extranjero, Alemania, por otro, Francia. En lugar de la prima de repatriaciĂłn que le corresponde, los funcionarios le ofrecen cigarrillos y le ordenan que se ponga al final de la cola. Alguien grita: âÂĄRojo español!â Y Ă©l piensa: asĂ que eso es lo que soy, ÂĄun rojo español!
Pero ÂżcomprendiĂł SemprĂșn inmediatamente la complejidad de su propia historia cuando fue liberado de Buchenwald? Lo dudo. Su vida habĂa sido una sucesiĂłn de tremendas pĂ©rdidas entrelazadas con el poder de las estrellas y las proezas. Su adorada madre muriĂł cuando Ă©l aĂșn era un niño: la perdiĂł a ella, su amor confortable, su paĂs y su idioma. Cuando cayĂł Madrid, la familia se trasladĂł a ParĂs; a los quince años Jorge ingresĂł en el Liceo Enrique IV, donde se convirtiĂł, al menos temporalmente, en un niño francĂ©s. AprendiĂł a escribir exclusivamente en francĂ©s. En la Sorbona destacĂł en filosofĂa. En un momento era un joven de diecinueve años inmerso en Proust; al siguiente era un chaval del FTP-MOI, el ala inmigrante del Partido Comunista FrancĂ©s formada en gran parte por españoles y judĂos, y luego un miembro del Partido Comunista de España y de Francia, para acabar internado en Buchenwald.
AllĂ fue amigo Ăntimo de Josef Frank, un judĂo checo. Los dos sobrevivieron juntos a la vida bajo los nazis: torturas, hambre, humillaciones y un frĂo espantoso. La pelĂcula de Costa-Gavras La confesiĂłn, con guion de SemprĂșn, se basaba en el libro de Arthur London sobre el juicio de SlĂĄnsky en 1952. Pero fue mĂĄs que una pelĂcula para Ă©l; refleja su punto de inflexiĂłn moral, al menos desde el estalinismo. Josef Frank fue uno de los once intelectuales judĂos checos expuestos en el juicio. Fueron horriblemente estrangulados hasta la muerte tras ser obligados a arrastrarse en una confesiĂłn pĂșblica al estilo soviĂ©tico. De los catorce checos juzgados, solo los once judĂos fueron asesinados.
Años mĂĄs tarde, SemprĂșn presentĂł su ensayo âReflexiones sobre la cultura judĂa y europeaâ en la Sociedad JudĂa Francesa de ParĂs, centrĂĄndose en la tremenda pĂ©rdida que suponĂa para Europa la destrucciĂłn de sus judĂos. Donde antes la vibrante cultura judĂa, con sus mĂșltiples voces y talentos, habĂa enriquecido culturalmente a Europa, en particular a Alemania a finales del siglo xix, ahora habĂa silencio. La obra tenĂa todos los giros maravillosos de una persona profundamente inmersa en la filosofĂa. (PubliquĂ© la traducciĂłn en The reading room.) En aquel momento hablamos por telĂ©fono de la posibilidad de que SemprĂșn diera una charla aquĂ con otros escritores españoles, pero no se encontraba bien.
Mientras hablĂĄbamos, recordĂ© una conversaciĂłn transatlĂĄntica que mantuvimos mientras yo cubrĂa el juicio de Klaus Barbie en Lyon en 1987 y necesitaba saber algo sobre la Resistencia francesa en la zona. En condiciones normales le habrĂa pedido detalles a Pepe, pero habĂa fallecido accidentalmente tras su regreso a Madrid, y Ruedo ya no existĂa. AsĂ que llamĂ© a Jorge a ParĂs. Y mientras hablaba percibĂ en sus pausas su emociĂłn al evocar aquellos tiempos. TambiĂ©n recordaba otras llamadas transatlĂĄnticas: el dĂa de primavera de 1966 en que Juan Benet me llamĂł desde Madrid para contarme que Paco, que habĂa estado en una excavaciĂłn antropolĂłgica explorando las costumbres de los beduinos, habĂa muerto al estrellarse su jeep en el desierto.
Y mientras escuchaba a SemprĂșn remontarse a su Ă©poca especial, Francia bajo la ocupaciĂłn, su alma y la tragedia del siglo XX trenzadas como una sola, se me ocurriĂł que muchas memorias americanas empiezan con comienzos crueles e imposibles pero acaban con el triunfo del narrador sobre las circunstancias. Jorge SemprĂșn, por el contrario, comienza con su recuerdo de un paraĂso perdido proustiano; su catarsis, su final, es su visiĂłn de la historia. ~
Traducción del inglés de Daniel Gascón.
Publicado originalmente en la revista Tablet.