Calentamiento desigual

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No se ve mucha actividad para evitar o paliar el cambio climático. Es mejor no creer en él, en la evidencia abrumadora. Tan abrumadora que colapsa al atribulado precario. Está tan avanzado el cambio que ya muchos precarios ni separan la basura. Hay gente que ha sucumbido a la desesperación y ha vuelto a afeitarse con maquinilla eléctrica. Por fin sucumbir: si la vida es tan breve y ardua y tiene tanta intensa vacuidad, pagar el alquiler, la hipoteca… la vida está llena de imprevistos. La vida es un videojuego muy bien programado… a mala idea, lleno de errores y bugs.

Además, se descubren cosas cada día. Cosas alucinantes, avances que quitan el aliento. Cualquiera de ellos solucionará el calentamiento y lo demás. “Lo demás” es, digamos, la Agenda 2030. Horror. Lo más adecuado, incluso lo más educado, es hacer como si no pasara nada, el deshielo, bah, los glaciares, las catástrofes, la desigualdad. Cosas del código. La famosa complejidad: quién soy yo para entender algo si no sé ni vivir. Código ergo sum.

No cuestionar el dogma del crecimiento insostenible e indefinido. ¿No hay una web, un listado, en el que consten todos los avances diarios de la ciencia y la tecnología? Un listado lisiado. Bueno, hay listas anuales. Cada especialidad tiene su lista. Las ciencias se resumen en la informática, computación, que las envuelve a todas, como una gelatina. Simulas un agujero negro en tu casa, o en el bar, y luego sigues con las facturas, el iva, el irpf y las cosas del alma, que es la economía. Todo aprieta en trumplandia y derivados. La guerra con China, con Irán, ¡con Europa! Todo mejora y empeora a la vez. Difícil de seguir y combinar. Europa es sin duda lo mejor si tienes los papeles en regla y no te suben el alquiler por ley un 300%.

Ciberataques diarios, bombas lógicas, todas esas metáforas engarzadas. Releo el magnífico ensayo El olvido de la razón de Juan José Sebreli (Debate, 2007), y allí está comprimido el pack de los errores, anticipando dónde estamos, adónde venimos a parar a fuerza de enredar con la cursilería irracional. En 2007 lo leí y no me enteré, o no me acuerdo, así que de nuevo volveré a olvidar esta lección a contracorriente. Quizá entonces me arrastró esa corriente, esa locura de lo irracional que aún gallea. Amnesia, cabeza borradora. Milan Kundera. Así vamos borrando el cambio climático que tal vez ya ha pasado, ya nos ha pasado por dentro. Luego están los colosales imperios: Zuckerberg, Amazon, etc. Un cofundador de Facebook propone trocear el monopolio de Facebook, Instagram, WhatsApp antes de que se apodere de todo. Y Elon Musk, a punto de lanzar sesenta satélites al espacio con sus prodigiosos cohetes, alerta de que los minerales de moda se agotarán enseguida. La revolución eléctrica depende, como todas, de un mineral. ¿Es que no vamos a poder producir nada de cero? La alquimia sigue viva en su nieta, la ia. Estas grandes corporaciones han optimizado hasta el sueño. Estamos en ellas, dentro del orwelliano horror. Miles de satélites diminutos están siendo lanzados a un espacio que no es de nadie y quizá fue de todos, al menos en la prehistoria, hasta el nivel de la pedrada (un pastor derriba un helicóptero, etc.).

La desigualdad es como el cambio climático, ya no se niega académicamente pero se valida en la inercia, es algo astronómico o geológico. Son fenómenos paralelos, o se rozan un poco, se acercan, el calentamiento y la desigualdad. Los tifones y tsunamis siguen el mapa de los desahucios, o viceversa. Un desahucio atrae la gota fría. La fabulosa novela de Paul Auster Sunset Park (Anagrama, 2010) arranca con el prota, Miles Heller, empleado en limpiar pisos de recién desahuciados. Es el mejor inicio hasta la fecha, el más natural, el más climático. En ese ciclo estamos enredados. Prosperidad a crédito impagable. Se podría relacionar “la exuberancia irracional” de los mercados (Alan Greenspan) con el libro de Sebreli. No causa-efecto, ni siquiera correlación, solo resonancia, las sincronicidades de Jung, encarnadas por Cristina Grande en una columna de Heraldo de Aragón. Quizá nos hemos salido un poco del juego, estamos fuera del código, engendrando un nuevo mundo y a la vez viviendo en él. Al no haber futuro todo es futuro. La fastuosa complejidad, los hallazgos sobre los agujeros negros –¡la foto!–, candidatos a portada del año si es que acaba. La vida como juego mal programado, con su punto de desidia y sus errores, parches, chapuzas, horas extra gratis, bromas y bucles… está en el sugerente lado de lo irracional. Dentro del paradigma flexiplán de desahucios el miedo aumenta el calor ¡y el co2 no digamos!

¿A cómo está el milímetro cuadrado de piso/carne por esta zona? El escáner y el tac y la resonancia nos ven por dentro, los protones girando ponen el perfil bueno para hacerse la foto, pero luego recaemos en el cementerio abandonado de Sunset Park, una especie de destino donde no es posible la automoribundia ramoniana (prohibida la eutanasia), ni casi vivir. El cambio climático es un negocio, insisten, el mejor o el único, pero no termina de despegar. Los desiertos fotovoltaicos, el cargador universal de la piel. La carne artificial que va a extinguir a los cerdos. Granjas solares de células porcinas hasta donde alcanza el satélite. ¿No harán demasiada sombra tantos artilugios? ¿Quién indemnizará al turista y al frutero por los puntos de sombra? ¿Y al poeta Paterson, ya despedido porque el bus que conducía va solo? ¿Es que el juego se ha roto o solo lo estamos forzando demasiado? Hay que fabricar especies –mejoradas– antes de que desaparezcamos todos. La ia lo hará todo. Ya falta menos. ~

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(Barbastro, 1958) es escritor y columnista. Lleva la página gistain.net. En 2024 ha publicado 'Familias raras' (Instituto de Estudios Altoaragoneses).


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