Ilustración: Jonathan López

De Quevedo a la Warner Bros

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CAPÍTULO I: AY, LA SOLEMNIDAD

Ana García Bergua: En la literatura mexicana hay una tendencia a la solemnidad. Pienso en una época en la que el único que usaba el humor literariamente era Jorge Ibargüengoitia y por lo mismo se le consideraba trivial. Los relámpagos de agosto Los pasos de López son, a mi juicio, las obras más refinadas de nuestra literatura humorística.

Enrique Serna: Bueno, a mí esa etiqueta de solemnidad que le han endilgado a nuestra literatura no me parece del todo justa, ni creo que Ibargüengoitia haya sido un pionero en ese campo: más bien él culmina una rica tradición de literatura humorística mexicana, iniciada desde la Colonia. Pero además, Ibargüengoitia no fue el único humorista de su época. En los sesenta había ya varios escritores mordaces, como por ejemplo José Agustín, que trasladó el lenguaje juvenil a la literatura, los albures, los retruécanos del habla popular, y los enriqueció con una extraordinaria creatividad verbal. José Agustín, además, hace juegos de palabras entre distintas lenguas, y se burla de la literatura almidonada.

Otro contemporáneo de Ibargüengoitia, Carlos Monsiváis, fue un maestro de la ironía. A pesar de que hayan tenido una polémica más o menos ríspida (cuando Ibargüengoitia era crítico de teatro y, a juicio de Monsiváis, despedazó sin fundamento Landrú, la pieza teatral de Alfonso Reyes) yo creo que en el fondo su sentido del humor los hermanaba, porque ambos se burlaron de la ridícula y alambicada cortesía mexicana sin infringir sus reglas.

El humor de Monsiváis era incisivo en el fondo pero suave en la forma. Como había un componente críptico en sus burlas, quizá no le dolían demasiado a los políticos a quienes ridiculizaba. Se trata de un humor irónico, festivo, cercano a lo que hacía Abel Quezada en sus cartones. Con Ibargüengoitia sucede lo mismo: es un humorista que cualquier padre de familia conservador puede leer sin ruborizarse. Sucede algo muy distinto con la literatura de José Agustín, más ríspida y estridente, que en novelas como Se está haciendo tarde linda con lo grotesco.

Pero antes de que esas tres figuras aparecieran en el panorama, ya teníamos una tradición humorística notable. No podemos olvidar en este recuento a Salvador Novo, el humorista más ingenioso y temible de nuestra historia. Era agudo, malévolo, corrosivo y tuvo una destreza verbal formidable, tanto en prosa como en verso. Los poemas satíricos de Novo son obras maestras a la altura de nuestra mejor poesía seria. En particular admiro sus sonetos de autoescarnio, insólitos en México, donde todos nos blindamos ante los demás. Novo era hasta cierto punto invulnerable porque se defendía por adelantado de la maledicencia, ejerciéndola contra sí mismo con más ingenio que nadie. Para mi gusto, sus sátiras son lo mejor que se ha escrito en México en ese género.

Ana García Bergua: Novo era muy filoso, pero antes de él, trazando una breve cronología, está Fernández de Lizardi: su Periquillo Sarniento, nuestro Periquillo, es abundante en burlas. Hay una tradición valiosa, pero no necesariamente literaria, sino periodística: Novo, Fernández de Lizardi, Ibargüengoitia y Monsiváis fueron periodistas. Todos, desde luego, eran literatos, pero su humor más agudo pasó por la prensa, quizá por su carácter fugaz, sin tanto compromiso.

Enrique Serna: Buena parte de la mejor literatura mexicana se ha escrito en los periódicos y es lógico que la mayoría de nuestros humoristas hayan hecho sus armas en esa arena de combate. Pero la poesía satírica mexicana es anterior al surgimiento de los diarios. Desde el siglo XVI hubo rencillas poéticas entre criollos y gachupines, en las que se ridiculizaban mutuamente. No se puede dejar de mencionar a sor Juana, que tenía una mala leche asombrosa. Hay un poema en donde le responde de manera demoledora a un crítico que la acusó de ser bastarda: “Más discreta fue tu madre, / que hizo que a muchos sucedas: / para que, entre tantos, puedas / tomar el que más te cuadre.” Una manera elegante de llamarlo “hijo de puta”.

CAPÍTULO II: DEL REZAGO DE TRESCIENTOS AÑOS A LOS MEMES

Enrique Serna: Durante la Colonia la censura eclesiástica prohibió la novela, un género que pudo haber recogido ejemplos del humor popular mexicano si hubiera florecido en libertad. Las novelas españolas pasaban por la aduana de contrabando, pero aquí nadie podía publicar literatura profana, y esto nos privó de las novelas que habrían podido escribir los grandes talentos de la época: Terrazas, Bernardo de Balbuena, sor Juana, Sigüenza y Góngora, Luis de Sandoval y Zapata y hasta Mateo Alemán, que en el siglo XVI pasó algunos años en México.

Cargamos un retraso de trescientos años que empieza a subsanarse hasta principios del siglo XIX, con Fernández de Lizardi. El siglo XIX es una época de balbuceos novelísticos generalmente fallidos, hasta que al final se logra escribir una novela más o menos digna de ese nombre, Tomóchic, de Heriberto Frías. Los bandidos de Río Frío y Astucia, para mi gusto, tienen más valor testimonial que literario. De esa época yo prefiero las novelas coloniales de Vicente Riva Palacio. En cuanto a los humoristas del XIX, yo destacaría a Juan Bautista Morales, El gallo pitagórico, y a Guillermo Prieto, que escribió sátiras patrióticas muy punzantes contra los conservadores y en sus crónicas hizo una crítica social jocosa.

Ana García Bergua: La novela tiene un aire más ligero que otros géneros y, coincido, su prohibición significó un rezago. La novela picaresca, con El Periquillo, llegó más tarde a nuestra literatura que en otras latitudes. No sé, sin embargo, si esa prohibición fue el único factor que retrasó la tradición humorística en México. Parafraseo al presidente: quizá nuestra aparente solemnidad es cultural. Nuestro humor consiste en las cosas que no se dicen, en lo que está debajo del agua, que viene de conservar la apariencia. Arrastramos la solemnidad. El humor está tan escondido que a veces no salen las palabras, porque escribirlo es exhibirlo y, paradójicamente, pierde chiste. Hoy, buena parte del humor más crítico con el poder está en internet y en lo visual: los memes dirigidos a las figuras de autoridad. Los juicios más agudos se ven en las fotos caricaturescas de, por ejemplo, Peña Nieto. Los memes le dan la vuelta a la cultura de lo que se ve pero no se dice. La falta de diálogo claro en la política, las segundas intenciones, tienen influencia en una manera de hacer humor. La renuencia al chiste dicho y la preferencia del chiste sobreentendido ha sido parte fundamental de nuestra tradición humorística, esto es lo que ha formado la cultura del humor en México.

CAPÍTULO III: EL HUMOR A LA MEXICANA

Ana García Bergua: En el humor mexicano hay sobre todo sexo y albur, como una etapa a superar. El hecho de que existiera una serie de películas llamada El sexo me da risa es muy elocuente respecto a lo que nos provoca carcajadas a los mexicanos. También me hace pensar que la represión nacional se fue por ese lado de manera tan evidente que, de nuevo, hay que ocultarlo un poco, sobreentenderlo. De todos modos es un humor muy para hombres; si se fotografiara la cara de hartazgo que ponemos las mujeres cuando nos alburean, quizá se podría ver que no es tan chistoso, de veras.

Enrique Serna: El humor alburero tiene un componente patológico, en eso tienes razón. Pero quizá tenga un lado positivo: de tanto bromear con la idea de penetrar y ser penetrado, el macho mexicano podría acabar restándole gravedad a los deslices homosexuales y no tomárselos tan a pecho. Si les regocija a tal extremo sodomizar verbalmente al adversario, ¿por qué no pasan de la palabra al hecho? Por lo menos lograrían perderle el miedo a la penetración.

El humorismo erótico a la mexicana, por fortuna, ha tenido también representantes más sutiles. Uno de ellos fue Alfonso Reyes. Acabo de escribir un prólogo a sus Cuentos completos y me fascinó su picardía de viejo libertino. Estamos acostumbrados a verlo como un erudito sepultado entre libros, pero Reyes, en el fondo, era un duende casquivano con la mirada fija en el escote de las señoras.

Ana García Bergua: También Novo, con sus poemas dirigidos a los choferes.

Enrique Serna: Y además entre ellos había una complicidad pícara. Cuando iban a las reuniones soporíferas de la Academia de la Lengua se sentaban juntos y no dejaban de intercambiar papelitos. Novo escribía un epigrama, Reyes se lo contestaba, y luego venía la contrarréplica. Se burlaban de los demás académicos pero también de ellos mismos. Y según acabo de enterarme, lo último que escribió Alfonso Reyes, poco antes de morir, fue un soneto burlesco en respuesta a otro de Novo. El tema de los sonetos eran los problemas de erección que Novo comenzaba a tener. Reyes trató de darle ánimos minimizando ese tipo de percances.

Ana García Bergua: Don Alfonso, diplomático, traductor del griego, clásico, era divertido también, es cierto. He estado leyendo su correspondencia con Julio Torri y ambos sostenían una relación cariñosa y humorística.

Enrique Serna: Ya que mencionas a Torri, su obra es un ejemplo de cómo la literatura inglesa depuró y refinó el humor mexicano. El humor español es escatológico y obsceno, un humor que ridiculiza los apetitos del cuerpo y las necesidades fisiológicas. El mayor exponente de este humor en España fue Quevedo, y en México tuvo a dos grandes discípulos: Novo y Renato Leduc. El Prometeo de Leduc, que se regodea con la pus y los chancros, le habría encantado a Quevedo. Pero la rispidez de ese humor quizá no refleje con fidelidad el carácter del mexicano, porque la herencia indígena también pesa en nuestra manera de ser. Tal vez por eso el humor inglés se aclimató tan bien aquí. Torri hereda la ironía flemática de Swift y ridiculiza la barbarie de la Revolución con un humor hipercivilizado. De ahí en adelante nuestros escritores satíricos ridiculizan otros vicios de la conducta pública y privada que van mucho más allá de la suciedad corporal.

Ana García Bergua: El humor mexicano viene de ese temor a Dios español y de la tersura indígena, que también teme a la expresión exacerbada. La nuestra es una mezcla de temores, un humor soterrado, sutil. Monsiváis no abreva de esa mezcla, sino de otra tradición literaria, igual que Ibargüengoitia. Son satíricos a la inglesa. Nuestra generación, en cambio, viene de la televisión. Heredamos mucho del modo de ver de las caricaturas. Me temo que es cierto: yo le debo a la Warner Brothers la mitad de mis artículos. La Warner antes que Quevedo y de ahí, también, a lo inglés y norteamericano: el pastelazo, el slapstick. La diversidad de sitcoms de los sesenta, de ese modo de ver las cosas más de frente y de manera más ridícula pienso que nos influyó a todos en diferentes medidas.

Enrique Serna: Nosotros crecimos viendo series de televisión cómicas muy buenas, como los Locos Adams y La familia Monster, que nos inducían saludablemente a aceptar a los personajes raros y monstruosos. Subrepticiamente mostraban que el otro, el distinto, también podían formar parte de nuestra familia. Fueron el preámbulo a la inclusión de las minorías sexuales en todos los ámbitos de la vida social.

CAPÍTULO IV: EL HUMOR ES TERRUÑO MASCULINO (HASTA AHORA)

Ana García Bergua: Las mujeres somos chistosas, hemos señalado aspectos que no se suelen decir. El humor ha sido, sí, territorio masculino. Pero hay ejemplos magníficos de escritoras humoristas, y de humoristas que toman ciertos aspectos políticos, como Rosa Beltrán. En La corte de los ilusos retrata a Iturbide en el ámbito doméstico, el paraíso de la ridiculez en el que queda expuesto todo. La decisión de asomarse por el lado más íntimo, en casa, y no por el lado del drama familiar o del hombre opresor o del hombre de poder, hace de su novela una mina de oro. Rosario Castellanos también tenía esa mirada, que no llamaría “femenina”: es la mirada del ámbito doméstico, que es en donde las mujeres hemos estado durante muchos siglos, lo cual no implica forzosamente que sea femenina.

Podría persistir una percepción de que las escritoras son serias, solemnes y sentimentales. Las hay, pero también está sor Juana. Y también está quizá el hecho de que para las mujeres el albur no es tan chistoso, como decía, sino más bien pueril. Hasta hace relativamente poco había otro prejuicio: nuestra posición de vulnerabilidad nos obligaba a hablar de cosas serias, a denunciar más que a reír, aunque yo pienso que quitarse el brasier en los sesenta se podría ver antes que nada como un acto humorístico. Después le pones las connotaciones políticas: la libertad incluye el humor. Quitarle ese peso a lo sexual, darle otro tratamiento, diversificar los temas. Las escritoras han aportado un humor político y no político desde otro ángulo. Pienso también en la literatura infantil y juvenil que se ha desarrollado en las últimas décadas, buena parte escrita por mujeres, y que ha sido un filón magnífico para expresar el humor sin reticencias, y en escritoras como Verónica Murguía y Raquel Castro, entre muchas otras muy buenas.

Enrique Serna: Creo que vamos a ir viendo cada vez más ejemplos de escritoras humoristas, porque en la medida en que las mujeres vayan conquistando la igualdad económica, seguramente también van a sentirse más libres para burlarse de la masculinidad sobreactuada o del propio feminismo dogmático. Y, como bien dices, ya lo están haciendo desde ahora.

CAPÍTULO V: LA REVOLUCIÓN Y OTROS CHISTES POLÍTICOS 

Enrique Serna: El paradigma de la novela política en tono de farsa es Los relámpagos de agosto de Ibargüengoitia. A principios de los años veinte, las pugnas entre los caudillos sonorenses de la Revolución mexicana se habían vuelto terriblemente sanguinarias, pero, al escribir sobre esa época cuarenta años después, Ibargüengoitia supo captar el aspecto ridículo de sus disputas. Los contemporáneos de Obregón no pudieron percibirlo, porque más bien estaban horrorizados con tantas traiciones y ejecuciones sumarias. Con un material anecdótico similar al de La sombra del caudillo, una gran novela política trágica, Ibargüengoitia escribió una farsa macabra con figuras de gran guiñol, que tiene un aire de familia con el Ubú rey de Alfred Jarry. Conforme Ibargüengoitia fue avanzando en su obra de novelista, empezó a inclinarse por un humor más profundo, un poco amargo, que es el humor de Las muertas y Los pasos de López, pero mantuvo siempre un enfoque de la realidad propio de un comediógrafo.

La indignación política no suele producir humor, produce una sátira severa al estilo de Juvenal, que censura con gravedad a los poderosos, y eso es lo que nos está sucediendo en la actualidad. El malhumor detectado en México por Peña Nieto tiene un origen muy claro: su propio gobierno. Del hartazgo brotan mentadas, pero no buenos chistes. Incluso Brozo se había puesto muy serio en sus críticas a Peña Nieto antes de que terminara su programa. No lo culpo: yo tampoco puedo burlarme con ligereza y desenvoltura de una camarilla política, cuando siento que esa camarilla se está riendo de mí y de todo el mundo. Se han invertido los papeles: los políticos encumbrados están escribiendo la sátira en la que se burlan de nosotros. Pero el que ríe al último ríe mejor y ya nos tocará la oportunidad de ridiculizarlos desapasionadamente.

Ana García Bergua: Llegó un momento en el que la Revolución y su cultura de los próceres de estampita se habían convertido en estatuas ridículas, solo faltaba que alguien dijera lo que todos veían. Es Ibargüengoitia quien tiene la mirada sardónica para preguntarnos: “¿no les dan risa estos héroes?”, héroes a los que después restituye su condición humana, entre entrañables y absurdos, en Los pasos de López. Yo prefiero a la Corregidora de Ibargüengoitia que al personaje histórico. Esta mirada a la cultura revolucionaria de la historia nacional arreglada como representación de figuritas –acuérdense de los muñequitos en el Castillo de Chapultepec que nos llevaban a ver de niños– estaba ausente, hasta Ibargüengoitia.

Hoy, coincido, el enojo hace difícil que brote verdadero humor. Lo veo, en todo caso, fuera de la prensa y la literatura, pienso en El infierno de Luis Estrada. Hasta ese momento no había visto una caricaturización tan elocuente del narco y del temor que naturalmente produce en otros. La violencia es muy difícil de caricaturizar, se requiere cierta distancia para retratarla con humor porque es horrible. En el país de las fosas Tarantino está un poco fuera lugar.

Enrique Serna: No es difícil ridiculizar el engreimiento y la soberbia de los narcos. Sin embargo, los escritores y los guionistas corren el riesgo de trivializar el crimen cuando abordan con frivolidad los asesinatos y las ejecuciones del crimen organizado. En eso reside la dificultad de darle un tratamiento humorístico a esos temas. He visto esta trivialización en algunas series de televisión colombianas, como El cártel de los sapos, donde el capo es un personaje simpático y ocurrente, que hace las delicias del público con sus chistes de brocha gorda, mientras ordena que torturen o asesinen a sus enemigos. Una de las patologías sociales más terribles de nuestra época en México, y en casi toda América Latina, es la identificación del auditorio con este tipo de criminales. Banalizar sus atrocidades puede inducir a mucha gente a emularlos. Una cosa es reírse de ellos y otra reírse con ellos, como ocurre en esa serie.

Ana García Bergua: El humor es humano, uno se puede reír de cualquier cosa. Hay un humor político que se ríe, por ejemplo, de la izquierda, que no siempre está en el poder y cuando está o cuando lo pretende es también torpe y ridícula. Pienso en las columnas de Gil Gamés, que se burla despiadadamente de algunos usos y costumbres de la izquierda, igual de detestables que los rituales de quienes están en el poder. Pero también la caricatura antipoder puede ser muy solemne y esquemática. Reírte de las buenas causas, sin embargo, puede llegar a trivializar la lucha por lo que está bien, así que es complicado. Debe ser posible reírse de casi todo, porque la risa nos permite distanciarnos, ver las cosas con perspectiva. Es un cliché decirlo, pero es cierto que el humor es un arma de la inteligencia.

Enrique Serna: De la inteligencia y de la verdad. Decía Revueltas que la verdad es revolucionaria, venga de donde venga. En ese sentido yo creo que la crítica del caudillismo, del dogmatismo y del tartufismo izquierdista que han hecho Gil Gamés o Guillermo Sheridan es revolucionaria, pues tiende a exhibir las contradicciones y las hipocresías de un bando político que en cualquier momento puede llegar al poder. El humor es una de las mejores armas de la crítica social, porque tiende a sobrepasar los cartabones ideológicos. Pongamos el caso de Rebelión en la granja, de George Orwell, una novela que si se le despoja de su contexto político se podría disfrutar como una fábula sobre la condición humana. Desde luego, un lector que sepa interpretar las alusiones políticas a la pugna entre Stalin y Trotski puede tener una mejor comprensión del texto, pero en esos casos la ironía política tiene valor independientemente del contexto en que surgió.

Ana García Bergua: Lo mismo sucede en las novelas de Mijaíl Bulgákov. Sabemos que El maestro y Margarita habla de Stalin, pero también podría hablar de Hitler o de cualquier dictador que empieza a desaparecer gente de manera atroz. En Bulgákov hay un uso del humor político perverso que es universal y atemporal. Pienso también en Corazón de perro, una farsa magnífica que se burla de todo: de los científicos y de los proletarios, de los que obtuvieron prebendas y de los que las perdieron con la Revolución soviética. Bulgákov era un hombre de teatro (igual que, en sus comienzos, Ibargüengoitia) y el teatro tiene un componente que desnuda, exagera las cosas y muestra sus verdaderas deformidades.

CAPÍTULO VI: LA PRÁCTICA DEL HUMOR POLÍTICO

Enrique Serna: He cultivado el humor político en algunas de mis novelas, como en El seductor de la patria. Santa Anna es un personaje tragicómico, para verlo como una figura grotesca solo hace falta un pequeño distanciamiento que lo exhiba en su tremenda ridiculez. Los momentos humorísticos de mi novela más reciente, La doble vida de Jesús, no están relacionados con la política, sino con la relación amorosa entre Jesús Pastrana y Leslie. No todos los lectores, sin embargo, han percibido esos ingredientes humorísticos, tal vez porque no quise recargar las tintas de la ironía.

Algunos críticos interpretaron que la relación del protagonista con un transexual hunde a Jesús en la corrupción que había querido combatir, pero nada en la novela permite suponer esa intención por parte del autor. La novela propone justamente lo contrario: hace una crítica de la moral pública mexicana, tan laxa y permisiva con la corrupción –con los moches, con los contubernios entre el crimen organizado y el gobierno–, pero, paradójicamente, tan severa y pacata en cuestiones de moral familiar.

Ana García Bergua: Para mí el humor es una forma de ver las cosas. Yo he incorporado aspectos políticos –o, más bien, he aplicado mi manera de ver humorísticamente ciertas situaciones– en algunas novelas. Me he burlado de ciertos excesos, de ciertas ceremonias que me dan mucha risa y también del patetismo de muchos de los personajes que emanan del poder. Las repeticiones, por alguna razón, me gustan. En La bomba de San José traté de reírme de la constante figura del hermano incómodo en la política, ya sea Maximino Ávila Camacho, Rodolfo Echeverría o Raúl Salinas. López Portillo, por ejemplo, tenía a toda una familia incómoda, la desidia de su hermana, una neroncita, quemó la Cineteca. Noté que siempre había un hermano que se deschongaba con el poder y hacía barbaridades. Está el político a cargo, más racional, y un hermano que, en paralelo, era la sombra que quería llevar a cabo sus más íntimas y perversas fantasías. En mi novela describo a un loco que se obsesiona con hacer una película con su estrella favorita, aun cuando esta se le desaparece. Cuando se observa una característica que se repite existe la tentación de ridiculizarla.

Enrique Serna: La proclividad de los políticos a casarse con estrellas de la televisión es otro caso. Es grotesco que pretendan capitalizar así el éxito de sus esposas. Esto se está volviendo una epidemia, y es casi un deber ciudadano ridiculizarla.

Ana García Bergua: Lo haces, de alguna manera, en La doble vida de Jesús, porque el adversario de Jesús anda con una estrellita de la pantalla chica y Leslie, la amante transgénero de Jesús, se siente más inteligente y guapa que ella.

Enrique Serna: Es curioso que tanto los políticos como los narcotraficantes están tratando de introducirse en el mundo del espectáculo. El Chapo estaba ilusionado con conocer a Kate del Castillo y creía que de algún modo ella podía redimirlo públicamente. La farándula se está convirtiendo en un quinto poder, disputado por el crimen organizado y el poder político. Las estrellas del espectáculo legitiman o les dan brillo a los hampones de ambos mundos.

CAPÍTULO VII: PANORAMA ACTUAL

Enrique Serna: Creo que el humor está más presente en la literatura actual que en la del pasado. Los escritores de mi generación hemos tenido una inclinación natural hacia el humor, sin duda por la influencia de José Agustín, Ibargüengoitia y los escritores que nos precedieron, pero también por una proclividad a restarle solemnidad a la literatura, a no engolar la voz, a tutearnos con los lectores. Juan Villoro tiene una vena humorística muy fértil. También Xavier Velasco, que en sus novelas autobiográficas practica un autoescarnio al estilo de Novo. Otro escritor satírico interesante es Guillermo Fadanelli, una especie de filósofo callejero que entre sus disertaciones desliza muy buenos sarcasmos. Paco Ignacio Taibo II tiene buenos pasajes humorísticos en sus novelas policiacas, sobre todo en los diálogos de Belascoarán Shayne y su compañero de oficina. En el teatro actual yo destacaría a Flavio González Mello, autor de 1822, una comedia histórica sobre el imperio de Iturbide que a mí me arrancó muchas carcajadas.

Ana García Bergua: Agregaría a Francisco Hinojosa y a la ya mencionada Rosa Beltrán, que tiene un humor más íntimo. También a Fabio Morábito, que en algunos de sus cuentos posee un humor muy suave, sorpresivo, y a José de la Colina, por su humor surrealista antifranquista.

En mis talleres me he encontrado con algunos alumnos que escriben con humor, pero en general veo cierta solemnidad, cierta idea de que la literatura debe hablar de las cosas serias para ser literatura. Tengo esperanza en la generación que ahora tiene veintitantos.

Enrique Serna: Sospecho que la solemnidad se debe a que en el medio literario hay muchos buscadores de prestigio. Burlarse de esa ambición arrincona a un escritor dentro de los géneros menores y lo expulsa del templo marmóreo de las bellas letras. Entre nosotros persiste el viejo hábito de relegar la comedia al ámbito de la subliteratura. Octavio Paz, por ejemplo, contribuyó a apuntalar ese prejuicio cuando dijo que los poemínimos de Efraín Huerta eran chistes. Yo no creo que los poemínimos fueran meros chistes. Entre ellos hay ocurrencias facilonas pero también hallazgos de gran valía. En cuanto a la comedia, quizá sea uno de los géneros más difíciles de la literatura. Pero como hace reír, los pedantes la descalifican de entrada.

Ana García Bergua: Huerta es otro escritor que estuvo ligado al cine y al periodismo. Buena parte de la mejor literatura humorística se fue más bien por el periodismo, en donde puede haber cierta ligereza y no existe este compromiso con el prestigio que mencionas, la posteridad, todas esas cosas. Nuestras tradiciones literarias, por lo menos del siglo XX, tanto la que representaron los Contemporáneos como la otra más nacionalista, eran serias. A excepción de Novo, que es como oxígeno en ese sentido. ~

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(ciudad de México, 1960) es narradora y ensayista. La novela Fuego 20 (Era, 2017) es su libro más reciente.

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(ciudad de México, 1959) es narrador y ensayista. Alfaguara acaba de publicar su novela más reciente, El vendedor de silencio. 


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