Dubravka Ugrešić (Kutina, Croacia, 1949-Ámsterdam, 2023) escribía artículos y ensayos, pero también novelas. Era profesora de universidad, especialista en literaturas eslavas, y una vez que pasó de explicar la literatura a hacerla, empezó con libros infantiles antes de publicar Pose para prosa (1978), que no está traducida al español. La primera de sus novelas en llegar a nuestra lengua fue El museo de la rendición incondicional en 2003 (versión de Mª Ángeles Alonso y Dragana Bajíc), que Impedimenta recuperó en 2022. Ojalá continúe y añadan Forzando un flujo de conciencia, que resumía Marc Casals en CTXT así: “Ugrešić imagin[a] una venganza simbólica. Aprovechando un congreso literario, tres escritoras atan a una cama de hotel a un crítico –según el cual, por su ‘naturaleza chismorreadora’, las mujeres solo pueden escribir ‘novelas de cocina’– con el propósito de someterle a una violación en grupo.”
El lado de Ugrešić que se invoca aquí es el de columnista o articulista, que le permite ser novelista o ensayista, según sople el viento, pero en distancias cortas. No siempre es fácil discernir cuándo es ensayista y cuándo novelista, y es parte de su encanto. Se formó en literatura comparada, estudió y leyó a los rusos –y a otros– antes de escribir su primera novela, pero no sé si era crítica cultural antes de ponerse a escribir su primer artículo. Antes de que Yugoslavia estallara en pedacitos de países, guerra y genocidio mediante, Ugrešić era una escritora de cierto prestigio: sus novelas tenían recorrido, alguna se adaptó al cine. Franjo Tudjman llegó al poder y declaró la independencia de Croacia, para disgusto de Ugrešić, que detestaba el nacionalismo y se opuso a él desde el principio y hasta el final de sus días, lo que la convirtió en una traidora. Se marchó a Ámsterdam; de allí, fue a una residencia en una universidad estadounidense. Así empezó su vida como articulista: un periódico holandés le encargó una pieza y la colaboración se hizo regular y todo ese material conformó su primer volumen de artículos: Ficcionario americano (Impedimenta, 2023, traducción de Luisa Fernanda Garrido y Tihomir Pištelek), textos sobre lo que llama la atención a una extranjera en Estados Unidos. En el prólogo, escribe: “Al volver a Zagreb, a finales de junio de 1992, tuve la sensación de que la realidad ya no existía. La realidad en mi país, que se desmoronaba y desvanecía, era mucho peor que cualquier cosa que nos hubiéramos imaginado, había borrado los límites entre los mundos existentes y los inexistentes, y de nuevo me encontré al otro lado de otro espejo.”
En ese primer volumen ya están los temas que serán constantes en sus textos: el exilio, la absoluta incomprensión no solo de su país sino de sus paisanos, el interés por el papel de la mujer, la observación inteligente y la constatación de que el mundo es un mercado globalizado. Es curioso que la mirada extrañada hacia Estados Unidos se vuelve hacia Croacia y los países poscomunistas. En 2019 publicó La edad de la piel (Impedimenta, 2021, traducción de Luisa Fernanda Garrido y Tihomir Pištelek), ensayos y artículos, que es el último de sus libros de no ficción en español (escribió dos más después). Entre medias hay varios en circulación –No hay nadie en casa (Anagrama, 2009, traducción de Luisa Fernanda Garrido y Tihomir Pištelek) y Gracias por no leer (La Fábrica, 2004, traducción de Catalina Martínez Muñoz)–, y otros no disponibles en español por desgracia, aunque sí en inglés o francés, tiene uno de título irresistible: Karaoke kultura; de Culture of lies me da miedo estar de acuerdo en todo.
En el último texto de Ficcionario americano, va subida en un avión rumbo a Zagreb; en otros de sus libros la veremos volando a Croacia, a ella o a sus álter ego ficcionales; conversa con quien vaya sentado a su lado, observa y pregunta, como queriendo averiguar si la acompaña también en el sentimiento de extrañeza en la vuelta al no-hogar. En su primer regreso a Zagreb se encontró con que a ella y a otras cuatro escritoras las habían etiquetado como “las brujas croatas”. Bárbara Mingo explicó en estas páginas un poco mejor el asunto: “La revista Globus acusó a Ugrešić y a sus colegas Slavenka Drakulić, Rada Iveković, Jelena Lovrić y Vesna Kesić de ‘brujas’ cuando ellas solicitaron en la reunión del pen Club de 1992 que la siguiente reunión se celebrase en un lugar distinto de Dubrovnik, dado que en Croacia se impedía el trabajo de los observadores internacionales −derivado del hecho de que bueno, ¡había una guerra!−.” En 1999, en una entrevista con un periódico de Carolina del Norte, Ugrešić decía que, pasado el susto inicial, se tomó el apodo como un “nombre honorable, cogí mi escoba y me fui volando.”
Casi todos los libros de artículos de Ugrešić son impredecibles, con ellos no vale eso de pensar que como son artículos tendrán una extensión similar: la longitud de los capítulos es variable, y la horquilla no es estrecha, y además, en ocasiones agrupa los textos en subcapítulos. “Los lectores no deberían contar las palabras (admito que en muchas ocasiones hice trampa y escribí alguna palabra más), sino valorar si he utilizado bien mis ochocientas palabras”. Si se entera de que me he fijado en la extensión es capaz de resucitar solo para echarme la bronca, y no querría yo ver a Ugrešić enfadada conmigo y lo peor: teniendo razón. ¡Y la tiene casi siempre! La tiene cuando escribe de literatura, la tiene cuando habla de cómo la obsesión con la juventud es miedo a la muerte o cuando habla de comida. La tiene incluso cuando no se pone sentenciosa sino larrydavideana, como en “Zelenko y su parienta”, donde desenmascara a la desagradable pareja de ancianos que vende productos presuntamente yugoslavos con sobreprecio, antipatía y seguramente sin declarar los beneficios en un barrio de Ámsterdam.
También en los temas hay una cierta ventana abierta para que aparezca lo que no está necesariamente convocando quien escribe, que suele ser la realidad en su modo más absurdo (y estúpido y a veces cruel). Un ejemplo: en una de las piezas más fascinantes de La edad de la piel, “¡Aquí no hay nada!”, Ugrešić nos hace creer que va a hablar de balnearios. De por qué le gustan (“me siento como una antropóloga en misión secreta: observo las sutiles migraciones de personas y de dinero en los lugares donde menos te lo esperas y donde menos se nota”); de su peso literario (“los balnearios son un recurso literario, una fuente de extrañamiento, de desfamiliarización, donde se lleva a cabo el desplazamiento de lo usual a un entorno inusual”); de dónde suelen establecerse los que le interesan (“los que están construidos sobre los cimientos de antiguas termas austrohúngaras (¡y estas a su vez sobre cimientos romanos!)”); asoma Bohumil Hrabal (“una especie de Jesucristo literario –si aceptáramos que Jesucristo era también un gran aficionado a la cerveza– que quiere a todos los especímenes humanos con el mismo amor, que entiende y perdona todo”; no es el caso de Ugrešić). Peregrina hasta una de las esculturas de Vojin Bakić, que está vandalizada –su traición es ser “de origen serbio”–. La visión de la escultura dañada “despertó la angustia en mi interior”, escribe. Esa angustia da paso a una especie de presentimiento negativo, que termina con su sobrina conminándola a volver a la habitación del hotel y poner la tele para asistir a ¡la boda de Harry y Meghan!
Dubravka Ugrešić hizo eso que decía Félix Romeo sobre Orwell: se atrevió a estar sola. Se opuso desde el principio al nacionalismo y a la guerra. Se revolvía ante la etiqueta de “escritora croata”: “Hace diez años [escribía en 2003, el texto está en No hay nadie en casa] tenía un pasaporte yugoslavo de blandas y flexibles tapas rojas. Era una ‘escritora yugoslava’. Entonces estalló la guerra y los croatas –sin preguntarme– me pusieron en las manos un pasaporte azul. Las autoridades croatas esperaban de sus ciudadanos una rápida transformación, como si el pasaporte fuera una píldora mágica. Como en mi caso no fue una tarea fácil, me excluyeron de sus filas literarias y de otra índole.” Se arriesgó a ser una apestada social al confesar que no le parecen brillantes La la land ni las novelas de Elena Ferrante, porque “la cultura es una forma de socialización” y disentir no está bien visto.
No le importa comportarse como una especie de nube negra, alguien que puede percibirse como aguafiestas en lo inmediato, pero que a la larga solo puedes agradecerle que te abriera los ojos ante la cursilería insoportable de Amélie (no lo hace, pero podría haberlo hecho). Escribe de películas como The act of killing, el excepcional documental de Joshua Oppenheimer, de la teatralización del mal, de la obsesión con el aspecto y la eterna juventud, de la tremenda hipocresía de nuestra sociedad, de la misoginia en los países poscomunistas y en general (aquí dialoga con Mary Beard y su ensayo “La voz pública de las mujeres”) y escribe mucho de literatura. Milan Kundera, cuentos populares romaníes, el escritor Miroslav Krleža, El becerro de oro de Ilf & Petrov, entre otros muchos escritores y libros, están entre las páginas de Ugrešić, porque “la literatura es un gran sistema cultural”. Cualquiera de los libros de Ugrešić que recogen sus artículos para Gazeta Wyborcza, Salmagundi, Die Weltwoche, Pešćanik, De Groene Amsterdammer o LitHub está lleno de vitalidad, cierta contundencia y mucho sentido del humor. Un alumno le dijo que lo que hace bueno a un libro es que tenga chispa: todos los suyos la tienen. Gracias por no leer está entre mis favoritos: en parte por el tema, en parte porque cada capítulo de los siete –¿guiño a Kundera?– en los que agrupa los textos se abre con una cita de Eeyore, el “burro rezongón” de Winnie the Pooh. ~
(Zaragoza, 1983) es escritora, miembro de la redacción de Letras Libres y colaboradora de Radio 3. En 2023 publicó 'Puro Glamour' (La Navaja Suiza).