Ya podrá hablar con sus iguales Francisco Rico (Barcelona, 1942-2024): con el antonomástico polígrafo Marcelino Menéndez Pelayo, y con el fundador y, en palabras suyas, “gran señor de la filología” Ramón Menéndez Pidal, con quien podrá comentar El primer siglo de la literatura española y sus inteligentes píldoras de Primera cuarentena; con su maestro Martín de Riquer, el mejor romanista, o con sus otros maestros José Manuel Blecua Teijeiro o José María Valverde; con Dámaso Alonso y Fernando Lázaro, que le precedieron en el principado de la filología; con Marcel Bataillon y Eugenio Asensio; con Rafael Lapesa y con el ingenioso José F. Montesinos; con el siempre sagaz Maxime Chevalier, entre muchos otros. A todos les debe Una larga lealtad (como señalaba en el reciente libro homónimo), con especial mimo para la precoz María Rosa Lida, tan entrañablemente sabia, a quien sin duda halagará con El pequeño mundo del hombre.
Podrá charlar con su fraternal Alberto Blecua de todo lo divino y lo humano de las letras, y de los modos de editarlas, contrastando su neolachmaniano Manual con la tradición ecdótica de los impresos sabiamente recogida en El texto del “Quijote”. Con Claudio Guillén del Lazarillo, matizando el temprano La novela picaresca y el punto de vista y su edición, y hablar in extenso de literatura comparada y de cómo promover la lectura de los clásicos; de arte y literatura, como en sus Figuras con paisaje.Le volverá a leer sus ingeniosos poemas (ovillejos, contrafacta de poetas contemporáneos) a Sergio Beser y a Domingo Ynduráin, con quien departirá sobre la amistad y la joie de vivre; con Diego Catalán, de épica y cronística, de su Alfonso el Sabio y la “General estoria”. Compartirá sus veleidades bibliófilas con don Antonio Rodríguez Moñino; con Peter Dronke, sobre las fuentes cultas de poesía medieval (de su non sancta edición de los Carmina Burana), de la poesía del siglo xv en las sobremesas de “langostos” compartidos.
Volverá a ver a los queridos petrarquistas transalpinos, con su maestro Billanovich a la cabeza, con Silvia Rizzo y Marco Santagata, a cuya pléyade se encumbró con su temprana Vida u obra de Petrarca. Lectura del “Secretum”, que cerró con el delicioso I venerdì di Petrarca. Ni que decirse tiene que aprovechará para reunirse con el parnasillo de sus “compatriotas” italianos: Ginfranco Contini, Cesare Segre, Aurelio Roncaglia, Vittore Branca, Alberto Vàrvaro, Roberto Calasso, Armando Petrucci, a quienes le puede comentar El sueño del humanismo y su extraordinario Nebrija frente a los bárbaros, o con los recién llegados Amedeo Quondam y Antonio Gargano, con quienes compartió afanes académicos.
No perderá la ocasión de matizar pasajes del Quijote con los grandes cervantistas que ya se han instalado en el “lugar de la Mancha” ultraterreno: Edward Riley, Anthony Close o Jean Canavaggio; allí podrá cotejar con los grandes editores, impresores y libreros de siglos pretéritos su magna edición del Quijote.
Podrá, en fin, volver a ver a su admirado Juan Benet, con quien ya se reunió de avanzadilla Javier Marías (de cuya corte del reino de Redonda fue duque de Parezzo), para sentarse en el vagón-comedor de la calle Pisuerga del cielo, entre unas y otras francachelas; discutir con Rafael Sánchez Ferlosio, al que no pudo convencer de que se pusiese un chaqué para entrar en la rae; tomarse unas copas con Gabriel Ferrater y Ana María Matute; reunirse con Jaime Gil, siempre presente. Por supuesto, disentir con Borges sobre la valía de Quevedo, la reescritura cervantina, el cuento como perspicua, braquilógica pieza literaria perfecta, la erudición nunca impostada ni redicha, el rigor histórico-literario y el primor narrativo.
Podrá debatir con cualquier preboste celestial sobre en qué consiste la difusión de la cultura sin rebajar un ápice la calidad de los textos, o sea, cómo transferir los resultados de la investigación especializada y hacerla accesible y provechosa al gran público, en forma de primorosas ediciones de clásicos españoles de todas las épocas. Con esa intención ingenió, y continúa hoy, la que es tenida por la mejor colección de clásicos en lengua española: la Biblioteca Clásica de la Real Academia Española, que continúa la que arrancó en 1993 (como Biblioteca Clásica), previa creación de otras tantas colecciones de clásicos (Textos hispánicos modernos, Letras hispánicas, Biblioteca de plata de los clásicos españoles, la Caja negra o Clásicos universales), o de estudios y ensayos, como Letras e Ideas, Filología, Clásicos. Tres generaciones de universitarios y bachilleres, en fin, han aprendido a gustar clásicos y modernos a través de los dieciocho volúmenes de su Historia y crítica de la literatura española, y todo tipo de lectores ha gozado de sus Mil años de poesía europea, Poesía de España. Los mejores versos, Todos los cuentos. Antología universal del relato breve, o Los discursos del gusto.
Solo él fue necesario, sin dejar de ser cercano, leal a sus maestros, amigos y alumnos; siempre nos auxilió, contingentes, en todos los terrenos. ~
es especialista en literatura medieval y de los Siglos de Oro, es académico correspondiente de la Real
Academia Española y director del Centro de Estudios de la América Colonial.