El poder de elegir ser hombre

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El riesgo estaba presente, podía convertirse en una obra malograda, porque una tradición tan arcaica tiene mal encaje en los escrúpulos de nuestro tiempo. Seguramente tenga que ver con una precaución personal hacia las batallas culturales, cuando pretenden comprender y reescribir el pasado con la óptica moral del presente. Hay detrás de este prejuicio una motivación hermenéutica, de balcanólogo, pero también de gusto personal por la verosimilitud, la sobriedad y contención emocional, claves naturalizadas en la ficción balcánica, tan reacia a la cursilería y, por lo general, escéptica ante los finales felices.

Elvira Dones (Dürre, 1960) no parece presa fácil de los idealismos. Tiene triple nacionalidad (albanesa, suiza e italiana), es escritora, periodista, guionista y documentalista. Nació en la Albania de Enver Hoxha, la dictadura más hermética y totalitaria del continente europeo y, como tal, fue educada en “la sociedad más feliz del mundo”. Ella reconoce que su válvula de escape a la represión y la cerrazón intelectual eran los libros y las lenguas extranjeras (inglés, francés, italiano, alemán). Como ella dice: “estudiar lenguas extranjeras me permitía soñar sobre cómo era la vida al otro lado del muro”.

Dones, en 1988, trabajaba para el Estudio Albanés de Cine y tenía su propio programa de televisión y fue enviada a Dinamarca. Allí se enamoró de un periodista danés, con quien se casaría más tarde; en el siguiente viaje, ya en Milán, terminaría desertando y condenada por ello: era famosa, salía en la televisión, las autoridades no podían ocultar su marcha. Su hijo se quedó en Tirana y no pudo recuperar el contacto con él hasta que cayó el régimen.

Este recorrido personal, que ella considera “exitoso”, tiene su derivada en la vocación de contar historias de supervivencia, desde las mujeres invisibles hasta las víctimas de la guerra, del tráfico de personas, de abusos o de la prostitución, pero desde una distancia analítica que clama por la objetividad, algo que ella atribuye, primero, a la “neutralidad” que irradia un país como Suiza, y también a la meticulosidad con la que elabora sus trabajos sin renunciar a la historiografía.

De este espíritu surge Virgen jurada, publicado por Errata Naturae, con una excelente traducción del italiano de Regina López Muñoz, prefacio de Alana S. Portero y prólogo de Ismail Kadaré, traducido por la necesaria traductora del albanés María Roces González. La tradición de las vírgenes juradas tiene seis siglos de historia, y está regulada por el código consuetudinario del Kanun de Leke Dukagini (albanés: Kanuni i Lekë Dukagjinit), por el cual las mujeres que deseaban ser padres de familia y, por tanto, merecedoras de recibir un salario, hacer negocios, tener propiedades, decidir sobre los asuntos públicos, recibir una herencia, blandir un arma o beber alcohol tenían que convertirse en varones. Esto ocurría principalmente en familias que solo tenían hijas y en las que, debido a las circunstancias y a la norma imperante, la primogénita estaba obligada a adoptar ese papel no solo estético, sino también conductual, resubjetivizándose para ser admitida, dígase admitido, por la comunidad, para ser libre, pero también para fenecer en el celibato, mortificar el cuerpo y su propio ser, y sin posibilidad de volver atrás, bajo riesgo de condena a muerte.

Tras escribir la novela, su primera obra escrita en italiano, Dones hizo un documental donde entrevistó a seis vírgenes juradas, una de las cuales huyó a Estados Unidos, donde la misma escritora pasó un periodo largo de su vida (doce años). En 2015 la novela fue llevada al cine bajo la dirección de Laura Bispuri, adaptación que obtuvo varios premios, como el Golden Firebird, el Nora Ephron o la mención especial del jurado del Cinema Jove.

La tradición está ya desapareciendo y lo esperable es que desaparezca de las montañas del norte albanés en las próximas décadas, cuando ya lo ha hecho de la mayoría de los Alpes dináricos, es decir, el territorio de Montenegro, Albania, Kósovo, Herzegovina y la Zagora dálmata. Stana Cerović fue el último caso montenegrino y murió en 2016.

La novela, sin embargo, frente a la atracción mórbida del fenómeno, no rezuma el sesgo de las cuentas pendientes con el pasado; de hecho, se puede apuntar que el principal mérito de la historia es lograr que una práctica tan alienante se integre de manera natural en el desarrollo de la trama, principalmente porque Dones articula un contexto trazado con realismo, cuyo atractivo reside en la estructura narrativa, donde se intercalan pasado y presente, y en el personaje de Hana Doda, modelado con una relación de reacciones que resulta consonante con vicisitudes extraordinarias, pero admisibles para los lectores incrédulos.

Hana Doda es la sobrina de Gjergj Doda, quien agoniza en las montañas del norte con una enfermedad terminal, pero también es una prometedora estudiante en la Facultad de Letras de la Universidad de Tirana, lectora empedernida de Dickinson, Whitman, Éluard, Ramón Jiménez y Hikmet, y con un par de pretendientes. Sin embargo, Hana se convertirá en Mark, tendrá que sacrificar su futuro, pero en ese proceso la autora no cae en la trampa de la autocompasión, sino que es una decisión tomada desde la convicción y el criterio personal. Hana prefiere dominar su destino según sus términos a someterse a las reglas de un matrimonio concertado o renunciar a sus principios, con los que podemos disentir, pero que son los suyos.

Durante ese itinerario personal, Dones teje una red de incidencias que muestra las relaciones de poder y represión dentro del régimen comunista, y un aspecto determinante hoy en el mundo balcánico: la discriminación de clase entre el ámbito urbano y el rural (a los montañeros se les llama despectiamente malokë), que desmonta las lecturas homogeneizadoras sobre la sociedad albanesa y sobre la pureza ideológica de la dictadura comunista. Aquí hay que reconocer las sutilezas de la obra, al desvelar formas de resistencia (el cabrito de la familia se llama “Enver”), equilibrar sofisticación intelectual con la sordidez de las pasiones humanas, recorrer el país en toda su riqueza topográfica y describirnos, sin que sea central, los biorritmos del régimen comunista, entre supervivientes, partidarios y la masa sumisa y asustada, sobre la que se asienta este tipo de sistemas legitimados por el silencio y la resignación.

La novela comienza en una fase posterior, como inmigrante en Estados Unidos, en un proceso repleto de matices en el que se combina la convivencia con las amistades del pasado (Lila y Shtjefën, siempre me gustaron los nombres en albanés), la integración en una sociedad capitalista y la recuperación de la propia identidad sexual, sin que ninguna suerte de reivindicación marque la agenda interior, sino un deseo último de ser una misma. En realidad, esta es la gran moraleja, inherente a toda la historia, al margen de cualquier evangelio político: la responsabilidad sobre las propias decisiones, la conquista de tu propio futuro. Explicado de otra manera:

–¿Estás segura del paso que vas a dar, hija?

–Me llamaré Mark. Seré Mark Doda. ~


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