Transitoriedades e incertezas

Originalmente leído como conferencia, este texto invita a reflexionar sobre las guerras de historia y memoria. ¿Cómo curarnos de la “enfermedad conmemorativa”? Asumiendo los dramas de nuestra historia, en lugar de juzgar los hechos en blanco y negro.
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Cuando generosamente me hicieron el peligroso honor de invitarme al Congreso Latinoamericano de Psicoanálisis de la Federación Psicoanalítica de América Latina (Fepal), no dudé en aceptar porque creía entender los dos términos del tema: transitoriedades e incertezas. Solo averigüé en el diccionario que no había mucha diferencia de sentido entre incerteza incertidumbre. Ambas palabras significan “falta de certidumbre”, “duda”, “perplejidad”. De transitoriedad no me preocupé, pensando que remitía a “transitar” y “tránsito” en el sentido de movimiento, de cambio.

Como historiador, pensé enseguida en un tema de actualidad: la relación entre memoria e historia; más precisamente entre una historia común y unas memorias divididas, por ejemplo, de América Latina o el espacio postsoviético. Historias que se vuelven inciertas, memorias que transitan, se borran, nacen. Tema que persigo y me persigue desde la cuna, puesto que mis padres alsacianos nacieron súbditos del emperador Hohenzollern en familias que no habían aceptado la anexión de Alsacia en 1871. En 1940 abandonaron su patria chica cuando Hitler la incorporó al Tercer Reich; sin embargo, ellos trabajaron en la reconciliación de las memorias antagónicas –la francesa y la alemana– revisando de manera irénica los manuales escolares de historia de ambos países.

Primero pensé en hablarles de Ucrania y Rusia, del mapa mental del duelo. Un caso ejemplar de incertidumbre y de transitoriedad, como bien lo sentía Václav Havel: “Ucrania está a medio camino entre Europa y Rusia. El día en que convengamos con calma dónde termina la Unión Europea y dónde empieza la Federación de Rusia, la mitad de la tensión entre las dos desaparecerá” (2005). La geografía, con sus mapas, sirve para la guerra; podría servir para la paz. No es el caso hoy porque “Ucrania es el teatro de la revancha fratricida y mortífera de los dirigentes de Rusia sobre la implosión de su imperio, como si se tratase de una víctima expiatoria”, dice hoy Michel Foucher, geógrafo y antiguo diplomático.

{{Le Monde, 2 de junio de 2022.}}

 Es que siguen sin entender las razones del derrumbe de la URSS y menos aún las razones de la consolidación nacional de Ucrania y de las otras repúblicas en lo que llaman su “extranjero próximo” y consideran como su patio trasero.

Había empezado a redactar cuando, de repente, me entró una duda en cuanto a transitoriedades. Una psicoanalista me dio a leer el texto breve de Freud Vergänglichkeit (noviembre de 1915). Lo que yo leía como “cambio” o “transición”, Freud lo usaba en el sentido de “efímero” o “caduco”, en el sentido de sic transit gloria mundi, lo que remite inevitablemente a “vanidad de vanidades, todo es vanidad”, esbozando una reflexión sobre el duelo.

Eso no me descalifica –cuando tengo presente la guerra que no dice su nombre en Ucrania– si uno piensa que Freud escribía en el segundo año de la guerra mundial: “Un año después estalló la guerra y robó al mundo sus bellezas […], la hermosura, el orgullo por nuestra cultura, nuestro respeto hacia pensadores, nuestra esperanza.” En 1919, Paul Valéry comentó: “Nosotros, civilizaciones, sabemos que somos mortales.”

Mi diccionario de alemán, algo antiguo (1888) y todavía en letras góticas, traduce vergänglichkeit por “el hecho de ser destinado a perecer, a pasar” y también por “transitoriedad”. Del verbo vergehen: “pasar, desaparecer, perecer”. El historiador trabaja, aparentemente, sobre el pasado. Aparentemente, porque trabaja –como ustedes– a partir del presente, de su presente. Freud escribía ese breve texto seminal en medio de una guerra mundial –hay que leer sus cartas a Lou Andreas-Salomé–; yo les hablo en el día 209 de la “Operación Militar Especial” que Vladímir Vladímirovich lanzó contra una Ucrania que quiere desaparecer. Una guerra terrible que puede llevar a una guerra más terrible aún, madre de todas las “transitoriedades”.

El presente aquel me condujo a interpretar “transitoriedades e incertezas” en un sentido que, ciertamente, no es el de ustedes. Sin embargo, sé que muchas personas en América Latina se preocupan por un contacto fecundo entre su oficio y las necesidades colectivas. Hay historiadores para soñar con una historia “aplicada” que pudiera alejarnos del peligro tan bien analizado por Paul Valéry en 1928:

La historia es el producto más peligroso que haya elaborado la química del intelecto. Sus propiedades son bien conocidas. Hace soñar, emborracha a los pueblos, les engendra falsos recuerdos, exagera sus reflejos, entretiene sus viejas llagas, los atormenta en su descanso, los conduce a delirios de grandeza o al delirio de persecución, y vuelve a las naciones amargas, soberbias, insoportables y vanas.

Los historiadores se sintieron ofendidos –no todos: ni el gran Marc Bloch ni el joven Henri Marrou–. La denuncia es más actual que nunca cuando los enemigos de la democracia, desde el poder e incluso antes de tomar el poder, manipulan la historia y la mandan a reescribir a su modo.

La verdad es víctima de las fake news y de la propaganda; los hechos desaparecen, sepultados debajo de cuentos que crean emociones. “La primera víctima de la guerra es la verdad”, decía en 1917 el senador Hiram Johnson. En los orígenes de la guerra contra Ucrania hay veinte años de propaganda rusa, pero Putin da a su pueblo lo que él quiere escuchar. Sin embargo, la guerra de las historias es una guerra larga que Vladímir Vladímirovich perderá al final.

Las guerras de historia y de memoria, las guerras memoriales, se dan en el seno de un país –en México como en Francia– cuando las cuestiones memoriales alimentan las batallas políticas a la hora de las elecciones o de los programas escolares y se vuelven geopolíticas cuando se dan entre países. Las cuestiones memoriales merecen ser estudiadas como tales: tienen su historia y una temporalidad propia. Ciertamente, existe una política histórica de los gobiernos: discursos, decretos, leyes, programas y manuales escolares, monumentos levantados o destruidos, nomenclatura de las calles, calendario cívico, promoción de institutos de investigación y difusión, del tipo Instituto Nacional de Historia de la(s) Revolución(es) Mexicana(s), o cátedra de Historia de la Revolución Francesa en la Sorbona.

Pero no cargan los gobiernos con toda la responsabilidad; existe también lo que los alemanes llamaban tiefenpsychologie, psicología de las masas, pueblos, naciones, que se puede conjugar con la política histórica del Estado. Sin embargo, ese fenómeno, muchas veces representado como resurgimiento de memorias reprimidas, corresponde, sobre todo, a la elaboración de una nueva “política histórica” oficial. En Rusia tiene treinta años, desde que empezó la busca de la “nueva idea rusa”, y ha “convencido” a gran parte de la población. Extraño, peligroso, feo encuentro entre la ideología y la “opinión común”.

((Valeria Kasamara y Anna Sorokina, “Past-Soviet collective memory: Russian youths about Soviet past”, Communist and Post-Communist Studies, núm. 48, tomos 2-3, junio-septiembre de 2015, pp. 137-145; Victor Apryshchenko, “Industry of retro or retro-industry: The production of memory in contemporary Russia”, Communist and Post-Communist Studies, núm. 53, t. 2, junio de 2020, pp. 137-152.))

Marc Crépon, en Les géographies de l’esprit, afirma: “En la cultura de cada pueblo, un campo se prestaría a sonreír si no se oyera el eco atronador de todas las guerras pasadas, de los horrores del siglo y el rumor de los que vienen: es el conjunto de juicios que cada pueblo emite sobre los otros, su lengua, sus costumbres, prácticas y convicciones religiosas […] una galería de imágenes […] que cuenta la difícil busca de identidad de cada uno en oposición a los que lo rodean. La primera característica de esos juicios es su violencia ordinaria.”

((París, Payot, 1996, p. 9.))

Puedo documentar el (mal) uso de la historia en las disputas geopolíticas de nuestra América Latina, tanto entre países como adentro de los países. Las disputas fronterizas y los pleitos territoriales son numerosos, lo que me permite decir que hay muchas Alsacias/Lorenas en nuestro continente. Perú no olvida los territorios perdidos en el sur tras la guerra con Chile y sostuvo varias guerras en el norte con Ecuador, la última en tiempos recientes. Bolivia reclama el acceso al mar, mejor dicho, la recuperación de la ventana costera que perdió frente a Chile; no olvida la guerra del Chaco con Paraguay. Venezuela y Colombia se enfrentan sobre la península de La Guajira, Venezuela reclama gran parte de la vecina Guyana. Todos los países mencionados han perdido territorios, ciertamente poco poblados en aquel entonces, frente a la irresistible expansión del gigante brasileño. Argentina y Chile han estado varias veces al borde de la guerra en el extremo sur y el arbitraje de la Santa Sede no ha satisfecho a todos. Entre Argentina y Chile, por un lado, Argentina y Brasil, por el otro, las ambiciones de los gobiernos han provocado más de una carrera armamentista. Paraguay ha sido víctima, históricamente, de su gran vecino por los mamelucos cazadores de esclavos, la guerra de las Misiones en el siglo XVIII, y el casi genocidio perpetrado por la Triple Alianza (Brasil, Argentina, Uruguay). Centroamérica es un nudo de conflictos territoriales, como cuando Guatemala considera a Belice como una provincia suya. La “Guerra del Futbol” entre El Salvador y Honduras no ha sido olvidada. Habría que mencionar la pérdida de Panamá por Colombia a principios del siglo XX y la agresión estadounidense contra México en 1846 que culminó con el tratado de Guadalupe Hidalgo y la pérdida de inmensos espacios.

Las “memorias” amargas corresponden a hechos históricamente reales, pero justifican hasta el día de hoy el diagnóstico pesimista de Paul Valéry. Me refiero al estudio todavía inédito de Enmanuel Montalvo Salcedo intitulado “Los memes como fuente histórica: una reflexión desde el caso del discurso conflictivo peruano-chileno”.

{{Enmanuel Montalvo Salcedo es autor de “Narración y narrativa. Los usos de la historia del conflicto peruano-chileno en el discurso futbolístico contemporáneo”, Facultad de Letras y Ciencias Humanas de la Pontificia Universidad Católica del Perú, 2019. El texto citado es parte de una obra colectiva en proceso de dictaminación: Rodrigo Callejas Torres, Rodrigo Daniel Hernández, Soledad Jiménez Tovar [coords.], Historia de emergencia: el secreto encanto de las fuentes “inexistentes”, pp. 56-74.}}

 Explica que la revolución digital en las comunicaciones ha cambiado “las formas en las que se crea y se distribuye la historia”; “no solo [porque] los espacios de producción y recepción del discurso historiográfico se han digitalizado, sino porque el propio espacio de socialización del historiador es ahora mediado por una pantalla”. Un fenómeno totalmente nuevo es el de las “llamadas fuentes born digital”. Después de presentar “la revolución digital: nuevos medios y nuevas fuentes”, concretamente el caso de los “memes”, evoca “el conflicto discursivo peruano-chileno durante las eliminatorias a la Copa Mundial de la fifa Rusia 2018”.

Cito a Montalvo Salcedo:

Las fuentes que tenemos son aquellos memes que los medios de comunicación han decidido incluir en sus narrativas. Al concebir este espacio discursivo como un ambiente de negociación entre la agenda de los medios y las audiencias populares sobre lo que debe presentarse al aire, entendemos que tales fuentes nos ayudan a visualizar el nivel en que el público interviene en aquello que se ve. Si bien los programas televisivos buscan presentar estas imágenes para atraer público, este solo puede atraerse en la medida en que corresponden a ese “encuadre cultural” que el público busca… Así lo que el público proyecta a partir de la realización y el compartir de memes es una señal no solo de la aceptación y explicación de la narrativa, sino de su creación conjunta.

El programa televisivo de noticias Cuarto Poder, que sale en horario nocturno cada domingo en la señal de América Televisión, replica como parte de la narrativa del conflicto peruano-chileno una serie de memes que condimentan la narración de un país en que hay mayor gasto y crecimiento gracias al futbol. La clasificación de Perú al Mundial estuvo de la mano de las burlas a la “catástrofe de la población sureña” a quien se dirigieron “las burlas más despiadadas desde las demás canchas”. En este sentido, uno de los memes presentados mostraba a la selección chilena congelada en el mar de la escena final de la película Titanic. Otro de ellos ironizaba el clásico cántico de batalla chileno en el futbol, “chi, chi, chi, le, le, le”, al cambiarlo por “chi, chi, chi, led, led, led”, haciendo alusión a que ahora tendrían que mirar el mundial por televisión.

Después de presentar varios memes, el autor comenta:

A los motivos históricos y de más larga data sobre el particular conflicto bélico-futbolístico que tenía el discurso alrededor del clásico rival, se añadieron acusaciones de soberbia en y fuera de las canchas, que estaban aderezadas por un aparente respaldo popular fuera del país. Las actuaciones de los seleccionados chilenos en su periodo de victorias habían creado un rechazo lejos del Perú… La yuxtaposición de memes dentro de un tweet permite la reconstrucción de un discurso del conflicto peruano-chileno con varios tópicos inmersos: la soberbia chilena, las afrentas histórico-bélicas y las futbolísticas, todas al mismo tiempo. Estas últimas logradas por el parafraseo que la cuenta hace sobre el clásico dicho de Manuel González Prada, quien tras la guerra con Chile lanzó en su Discurso en el Politeama aquella máxima por la cual lo que debería unir al Perú sería “el odio a Chile” […] Eso no solo se transforma en un poderoso articulador de los sentimientos populares, sino en un recreador nacionalista que se esparce a través del futbol y, en específico, de la narrativa del conflicto en el futbol.

Impresionante la imagen 5: un apretón de manos con la leyenda

POR UNA
LATINOAMÉRICA UNIDA
SIN CHILE
POR SUPUESTO

¿La historia o los gobiernos? En 2021, el gobierno mexicano tenía previsto festejar el bicentenario de la independencia del país y conmemorar la caída de la ciudad de México-Tenochtitlan en 1521; se le hizo poco o sintió la necesidad de anclar esa conmemoración en un pasado más antiguo y respetable por ser prehispánico, indígena. Decidió que la ciudad había sido fundada en 1321 e impuso la conmemoración de su quinto centenario, a pesar de las protestas de todos los arqueólogos e historiadores serios que mantienen la fecha astronómica de 1-técpatl, contada en los documentos indígenas (1324-1325). El presidente mexicano impuso una reconstrucción del pasado en función de su presente político; de la misma manera, pidió tanto al papa como al rey de España que presentaran disculpas por la Conquista.

Es común el sentimiento que lo anima: buscar las raíces, de dónde venimos. Pero la manipulación, la falsificación, obedece a fines políticos. En este caso, no hay dimensión trágica, pero cuando el presidente ruso se autonombró “historiador en jefe” y cocinó a su modo la historia de Rusia, Ucrania, Polonia, Moldavia y los tres países bálticos, estaba preparando la guerra que no dice su nombre, la “Operación Militar Especial”. Desde 2004, enfurecido por la derrota de su candidato a la presidencia de Ucrania –la llamada “revolución naranja”–, ha predicado día y noche el desprecio y el odio hacia los “nazis ucranianos”. Bien dijo Voltaire: “calumnie, calumnie, siempre quedará algo”.

((Vladímir Putin, “Sobre la unidad histórica de rusos y ucranianos”, julio de 2021, en ruso sobre el sitio del Kremlin, con traducción al inglés. Nicolas Werth, Poutine, historien en chef, París, Gallimard, 2022.))

Así, el 24 de febrero 2022, Putin justifica su Operación Militar Especial por la necesidad de “proteger a las personas que han sido sometidas a un genocidio por el régimen de Kiev. Para este fin, buscamos desmilitarizar y desnazificar a Ucrania”. Siniestra retórica de “acusación en espejo”, cuando la víctima resulta acusada del crimen que va a cometer sobre ella el agresor. Se inscribe en el gran relato nacional, que los franceses llaman le roman national, armado desde el año 2000 por el régimen putinesco.

Entre Rusia, Ucrania y Polonia (para no mencionar a todos los países de la difunta URSS) hay una verdadera guerra memorial.

{{Olha Ostriitchouk Zazulya, Deux mémoires pour une identité en Ukraine post-soviétique, París, EHESS, 2010; Ekaterina Levintova, “Past imperfect. The construction of history in the school curriculum and mass media in post-communist Russia and Ukraine”, Communist and Post-Communist Studies, núm. 43, t. 2, junio de 2010, pp. 125-127: Mykola Riabchuk, “Ukrainians as Russia’s negative ‘other’: History comes full circle”, Communist…, núm. 49, t. 1, marzo de 2016, pp. 75-85.}}

 No la trataré, pero deben saber que la nueva “novela nacional” rusa quedó grabada en 2020 en la Constitución con la reforma del artículo 67.1: “La Federación de Rusia, Estado sucesor de la URSS, protege la verdad histórica, celebra la memoria de los defensores de la Patria y prohíbe minimizar la importancia del heroísmo del pueblo en la defensa de la Patria.” Sí, todo lo que se aleja de la “verdad histórica” oficial es mentira y, por eso, la Corte Suprema liquida, el 28 de diciembre de 2021, Memorial, la ONG fundada por Andréi Sájarov: “Debe ser liquidada por haber presentado una imagen mentirosa de la URSS.” Prohibido hablar del pacto germano-soviético de agosto de 1939 y del reparto de Polonia entre Moscú y Berlín. De la masacre en Katin y otros lugares de decenas de miles de oficiales polacos ejecutada en la primavera de 1940 por el Ejército Rojo –masacre oficialmente reconocida por el presidente Borís Yeltsin y, un tiempo, por Vladímir Putin– se dice ahora: “el pretendido consenso histórico sobre Katin pertenece a una campaña de propaganda más general que quiere atribuir a la URSS la responsabilidad del inicio de la Segunda Guerra Mundial”.

((Werth, op. cit., p. 41.))

“Un poder que le teme a la memoria no alcanzará nunca su madurez democrática”, comentó Alexánder Cherkasov, uno de los dirigentes de la difunta Memorial. Con esa liquidación, “Putin reconfigura a Rusia como un Estado autoritario que controla no solo el presente, sino el pasado y el futuro del país”.

{{Pilar Bonet, El País, 29 de diciembre de 2021.}}

 La doble meta de esa ONG era rescatar, con datos duros, a las víctimas de la represión soviética y defender, en el presente, los derechos humanos. El fiscal general de la Federación de Rusia concluyó: “Al especular sobre el tema de las represiones en el siglo XX, crea una imagen mentirosa de la URSS como Estado terrorista […], intenta blanquear y rehabilitar a los criminales nazis.” Tres semanas antes, el 9 de diciembre 2021, en su “mañanera”, el presidente Putin había dado línea: “Memorial es un organismo de apoyo a organizaciones extremistas y terroristas […], incluye entre las víctimas de las represiones soviéticas a individuos que colaboraron con los nazis.”

Desde hace siete años la alcaldía del sector XIX de París organiza un “Mes de las memorias”. El 2 de junio de 2022, una mesa redonda reunió a defensores de los derechos humanos de Ucrania, Rusia y Bielorrusia. Los grandes disidentes soviéticos de los años 1960-1980 engendraron nuevos disidentes en el espacio postsoviético que luchan por la libertad de sus conciudadanos; aquellos demostraron, ese 2 de junio, que pueden dialogar allende las fronteras. Alexander Lavut –joven descendiente de Alexander Pavlovich Lavut, defensor de los tártaros de Crimea deportados por Stalin– explicó cómo Putin conduce su guerra invocando y manipulando la memoria: hace creer a la población que Rusia está viviendo de nuevo la Gran Guerra Patria (1941-1945) contra unos neonazis. De hecho, reactiva la memoria del imperialismo ruso y soviético.

Oleksandra Matviichuk evocó una memoria dolorosa para Ucrania: la de un país que, desde hace mucho, lucha por su libertad, su cultura y su lengua. Memoria dos veces dolorosa porque el imperialismo ruso siempre quiso borrarla. Para los ucranianos, la guerra actual toma su sentido en la memoria colectiva de una nación que su vecino imperial se niega a aceptar como tal. Tatsiana Khomich, representante del Consejo de Coordinación de los (1500) Presos Políticos en Bielorrusia, habló en nombre de sus compatriotas que no aceptan que su país sirva de base al invasor ruso.

((La Gazette des Nouveaux Dissidents, núm. 18, 12 de junio de 2022, “Les dissidents sont de retour: retour sur la conférence du 2 juin”. En línea.))

Las democracias llevan también sus guerras memoriales a partir del presente quitando las estatuas de Cristóbal Colón –ahora culpable de genocidio– o la de Voltaire en París condenado por haberse enriquecido con el “comercio triangular”: compra de esclavos en África, su venta en las Antillas y el regreso a Europa con el valioso azúcar como resultado del trabajo de los esclavos.

Francia fue de las primeras naciones en hablar del “deber de memoria” y su parlamento fue de los primeros en elaborar “leyes memoriales”. La furiosa moda de las conmemoraciones (“Año de…”) produce en cada país un santoral cívico e ideológico que le hace la competencia al calendario litúrgico cristiano.

¿Memoria histórica? Estamos en presencia de un oxímoron. La memoria es individual, personal, por lo tanto, subjetiva: pertenece a los vivos. Después del tránsito, del paso de los vivos, no hay sino falsa memoria; la memoria colectiva es un producto industrial, instrumentalizado –como se puede ver– incluso antes de la muerte del autor, del testigo. Cuando escribo mis “Memorias” lo hago bajo el dictado de la “memoria histórica” y colectiva. El oficial francés que el 4 de mayo de 1862 escribe desde Puebla a su familia: “Vamos a llegar a México al final de un paseo, como el paseo dominical de París a Saint-Cloud”, no sabe que al día siguiente su ejército va a fracasar en su intento de tomar la ciudad mexicana. Cuando en 1880 redacta sus “Memorias”, sabe lo que pasó aquel 5 de mayo, sabe que en marzo de 1867 el ejército francés se había retirado, que en junio el emperador Maximiliano había sido fusilado en Querétaro, que en septiembre de 1870 la república había sido proclamada en Francia a consecuencia de las derrotas frente a Prusia…

México celebra cada año la victoria de Puebla el 5 de mayo. Al lado de la conmemoración oficial, en muchos lugares se celebra de manera festiva y popular una representación de la batalla. Es una “memoria colectiva” que amalgama muchos eventos: de modo que vemos centuriones romanos, moros y cristianos, cruzados con armaduras, turcos con cimitarras, a Juan de Austria y Felipe II, pintorescos zuavos y zapadores barbudos.

{{Véase Moros y cristianos, documental de Matías Meyer, 2007.}}

 Una maravilla.

La conmemoración, hija de la memoria histórica, no es mala en sí. Heródoto, el padre de las ciencias sociales, anuncia en las primeras líneas de su Encuesta que no quiere que se olviden las acciones de los griegos y de los bárbaros. Conmemoramos porque tenemos sed de inmortalidad, queremos hacer durar, vencer la transitoriedad efímera; las conmemoraciones son para las sociedades lo que el cumpleaños para los individuos. Nietzsche deplora esta actitud: “Vivimos hacia adelante, pero solo podemos pensar hacia atrás”, mientras que Søren Kierkegaard, en Post-scriptum définitif, precisa: “La salvación está adelante, la perdición hacia atrás para quien se voltee, vea lo que vea.”

{{Søren Kierkegaard, Œuvres complètes, tomo XI, p. 281. “Le salut est en avant, la perdition en arrière de quiconque se retourne, quoi qu’il voie.”}}

 Como la mujer de Lot, convertida en estatua de sal.

Sin embargo, soy zoon politikón (Aristóteles), miembro de una sociedad (sociales vita, dice Agustín). “Por todas las fibras de mi ser, estoy religado a la comunidad histórica en la cual me encuentro insertado, a la polis que me hace vivir, a la civilización que da a mi vida personal sus alimentos y su forma; consciente o no, participo de su historia en la cual tengo mi rol que cumplir y, por lo tanto, debo conmemorar, debo celebrar, aun cuando sé que esa memoria celebradora es incompleta, cuando no mentirosa” (Henri-Irénée Marrou).

Incompleta, mentirosa, ese es el problema. ¿Qué celebran, festejan, recuerdan los franceses el 14 de julio o los mexicanos el 16 de septiembre? El inicio de la Revolución, el inicio de la Independencia, no las masacres ligadas a aquellas fechas.

El 7 de agosto de 2022, Gustavo Petro exigió que los militares le llevaran la supuesta espada de Bolívar, confiada a su custodia, para blandirla en la ceremonia de toma de posesión como el nuevo presidente de Colombia. El símbolo de la espada alude a la grandeza de Bolívar y a su calidad de líder militar. El rey de España que asistía a la ceremonia no se levantó a la hora del paseo de la espada, tampoco aplaudió, como lo hicieron los otros invitados en la tribuna de honor. Eso le valió muchas críticas en su país, más que en Bogotá. El partido Podemos en voz de su líder Iglesias –siempre dispuesto a exhibir un republicanismo basado en el descrédito del rey– denunció “la falta de respeto a un símbolo de la libertad de América Latina”; los partidos independentistas hicieron coro, lógicamente. Más sorprendentes fueron las declaraciones de ciertos medios conservadores que acusaron a Simón Bolívar de todos los pecados del mundo y, para colmo, de traidor a España. Un contrasentido histórico absoluto. “Desde el sentimiento de fraternidad hispanoamericana, el respeto a los monumentos de Bolívar y San Martín en España se encuentra plenamente justificado.”

{{Antonio Elorza, “La traición de la libertad”, 16 de agosto de 2022, theobjective.com/elsubjetivo/opinion/2022-08-16/traicion-libertad/.}}

 Esa anécdota demuestra que, “siempre que un imperio colonial cedió a la independencia de sus colonias a través de un proceso conflictivo, las imágenes históricas de este se vieron sometidas a la presión ejercida desde el nacionalismo. Rara vez fueron tenidas en cuenta las causas de independentismo, ni reconocidos los propios excesos al combatirlo. Y a la inversa en cuanto a lo segundo. Tenemos cerca el ejemplo de la guerra de Argelia, sobre la cual Francia ha preferido casi siempre cerrar los ojos”.

((Idem.))

¿Cómo curarnos de la inevitable “enfermedad conmemorativa”? Asumiendo los dramas de nuestra historia, en lugar de juzgar los hechos en blanco y negro como positivos y negativos según nuestros prejuicios y filiaciones ideológicas. Decir toda la verdad sin callar nada, pedía Marco Tulio Cicerón. Pero ¿lo hacemos, podemos hacerlo, nosotros los historiadores? En el siglo XVII Pierre Nicole –el amigo de Blaise Pascal– afirmó: “Todo historiador es un mentiroso. Lo hace adrede o no. Pero yo no sé si me engaña o se engaña. Da lo mismo.” Y en 1817 Augustin Thierry, pionero de la historia moderna de Francia, sostuvo: “Muchas veces, la historia no es más que una mentira continua y, por desgracia, mientras los historiadores la conforman a su modo y hacen de ella el vestido de sus pensamientos, la presentan a los pueblos como la verdadera regla […], saben que ellos se disimulan detrás y hacen propaganda.”

Felizmente, cuando los tiempos cambian, la moda triunfante obliga al revisionismo histórico. Así, en México el feminismo ha llevado a los historiadores a seguir a las historiadoras en el nuevo retrato de doña Malintzin, la Malinche bautizada como Marina, intérprete, consejera política, amante de Hernán Cortés y madre de su hijo Martín.

{{Camilla Townsend, Malintzin’s choices: An Indian woman in the conquest of Mexico, Albuquerque, University of New Mexico Press, 2006. En español: Ciudad de México, Era, 2015.}}

 Presentándola tradicionalmente como una traidora, la versión oficial engendró el concepto de malinchismo refiriendo a la disposición de traicionar a causa de la vergüenza de ser lo que es. Ahora –y los historiadores serios están de acuerdo– la Malinche se ha vuelto un personaje esencial en una Conquista que es mucho más que una hazaña ibérica: una victoria de los aliados indígenas de Cortés, entre quienes destacaba “la señora cihuapilli doña Marina”.

Las celebraciones organizadas en 2021 por el gobierno mexicano no tomaron en cuenta las novedades –no tan nuevas, por cierto, pues Edmundo O’Gorman y Luis González lo habían dicho desde hace tiempo– y siguieron con la vulga- ta nacionalista en blanco y negro, con el monopolio simbólico otorgado a los mexicas (aztecas): fundación de México en 1321, Conquista en 1521, Independencia en 1821. Humberto Morales, en su “Miradas mexicanistas sobre la Matanza de Cholula y los debates actuales”, concluye que el nuevo pasado mexicano debe integrar a las naciones originarias, las cuales hicieron la “Conquista” para poner fin a la hegemonía mexica. Esas “guerras mesoamericanas terminaron con una época e inauguraron una nueva, de donde surgió lo que hoy es México. Una nueva concepción del pasado mexicano implica redescubrir, en Hernán Cortés y la leyenda negra, las bondades y oscuridades del virreinato fundador de la nación territorial […]. En la medida en que incorporemos la versión de los vencedores y su alianza con el último gran chichimeca que vino por el Oriente, Cortés (y no Quetzalcóatl) y el papel de Malintzin como fundadora de pueblos y nuevas tradiciones, dejaremos en paz el laberinto, para convertirnos en el fruto de una aventura fundadora de una nueva identidad”.

((Humberto Morales Moreno, en el XXX Coloquio Cervantino Internacional, México, 1521: Realidad y ficción, Universidad de Guanajuato, Fundación Cervantina de México, A. C., 2022, p. 139; Christian Duverger, Hernán Cortés. Más allá de la leyenda, Madrid, Taurus, 2013; Laura E. Matthew y Michel R. Oudijk, Indian conquistadors: Indigenous allies in the conquest of Mesoamerica, Norman, University of Oklahoma Press, 2007; Federico Navarrete, “La memoria tlaxcalteca de la conquista”, Ciudad de México, Noticonquista, 2019, y ¿Quién conquistó México?, Ciudad de México, Debate, 2019. La revista mexicana Letras Libres, en su núm. 283 (julio de 2022), presenta un dosier sobre la Nueva España: “Legados del colonialismo”))

A los gobiernos autoritarios o democráticos les gusta una historia binaria, bipolar, con buenos y malos, y la posibilidad de manipular fobias, yanquifobia, rusofobia, hispanofobia… Los dirigentes piensan como Nikita Serguéyevich Jrushchov: “Los historiadores son gente peligrosa; son capaces de ponerlo todo de cabeza; por eso deben ser dirigidos”, o eliminados como los historiadores de Memorial. Cuando son dirigidos, ocurre lo que dijo Mijaíl Zadórnov en 1990, a la hora libertaria de la perestroika: “La URSS es un gran país con un pasado impredecible.” El historiador debe escoger entre el servilismo y el no conformismo; el último, en democracia, puede llevarlo al fracaso, a la marginalización; en despotismo, al exilio, a la cárcel, a la muerte. El historiador aficionado Yuri Dmítriev, miembro de Memorial, trabajó durante veinte años para identificar los diez mil cadáveres encontrados en tres fosas comunes, obra de la represión estaliniana entre 1937 y 1941, en la provincia de Carelia, cerca del macizo forestal de Sandarmoj y del lago Onega. Condenado a tres años y medio de prisión bajo una falsa acusación de pedofilia, apeló y fue condenado a quince años en 2020.

((Prensa rusa e internacional, 2007-2021. Documental Carelia: internacional con monumento de Andrés Duque, 2019. La segunda parte del filme está dedicada a Yuri Dmítriev.))

Conmemorar se ha vuelto una enfermedad universal, patología contagiosa, negocio. Esa última dimensión nos arrastra a todos. “Nuestra civilización es una inmensa empresa de publicidad, publicidad a favor de esta forma de vida y pensamiento, regida por la aceleración de los circuitos económicos.”

{{Stanislas Fumet, Histoire de Dieu dans ma vie, París, Fayard, 1978, p. 791.}}

 Internet y todas las redes sociales que ha tejido han dado una aceleración y una expansión vertiginosa a un fenómeno que condiciona nuestras mentalidades. Remito al ejemplo de los memes en la memoria conflictiva peruano-chilena. Negocio para las empresas, pero también para los intelectuales, universitarios, historiadores, editores, televisión, cine…

((Raphael Samuel, Theatres of memory, Nueva York, Penguin, 1994; Roy Rosenzweig y David Thelen, The presence of the past. Popular uses of History in American life, Nueva York, Columbia University Press, 1998; Jerome De Groot, Consuming History. Historians and heritage in contemporary popular culture, Oxon/Nueva York, Routledge, 2008; Henry Jenkins, Textual poachers. Television fans & participatory culture, Nueva York, Routledge, 2012.))

Memoria histórica, guerras memoriales, conmemoraciones, historia sierva o servil,

{{Lucien Febvre, “L’histoire dans un monde en ruines”, discurso de 1919 en la Universidad de Estrasburgo, publicado en Revue de Synthèse Historique, 1920: L’histoire qui sert, c’est une histoire serve. El número 29 de Istor. Revista de historia internacional (verano de 2007) está dedicado a “Usos y abusos de la Historia”, con textos de Wladimir Berelowitch, Ilan Greilsammer, Andrés Lira, Pierre Nora…}}

 historia al servicio de… todo contribuye a la división –muchas veces agresiva– en el seno de las naciones, entre partidos y facciones, regiones y grupos etnoculturales o religiosos, entre las naciones. Remito, para reflexionar sobre la dimensión de incertidumbre y transitoriedad del hecho nacional, a Friedrich Nietzsche y a sus consideraciones intempestivas sobre la historia:

Lo que hoy se denomina “nación”, y que, en realidad, es más una res facta que nata, más aún, a veces se asemeja, hasta confundirse con ella, a una res ficta et picta, es en todo caso algo que está en devenir, una cosa joven, no es todavía una raza, y mucho menos algo aere perennius como la raza judía. ~

Friedrich Nietzsche, Más allá del bien y del mal, 1886. Res facta: cosa hecha. Res nata: innata. Res ficta et picta: fingida y pintada, comunidad imaginada. Aere perennius: más perenne que el bronce. Jean Meyer, “La historia como identidad nacional”, Vuelta, núm. 219, febrero de 1995.

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