En Facebook, tĂș eres el producto

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A finales de junio de 2017, Mark Zuckerberg anunciĂł que Facebook habĂ­a alcanzado un nuevo nivel: dos mil millones de usuarios activos al mes. Esa cifra, la “mĂ©trica” preferida por la compañía para medir su tamaño, significaba que dos mil millones de personas distintas utilizaron Facebook el mes anterior. Es difĂ­cil entender lo extraordinario que es esto. Hay que tener en cuenta que thefacebook –el nombre original– se lanzĂł exclusivamente para alumnos de Harvard en 2004. Ninguna empresa humana, ninguna nueva tecnologĂ­a ni herramienta o servicio han sido jamĂĄs adoptados de una manera tan amplia y rĂĄpida. La velocidad de crecimiento excede la del propio internet, no digamos viejas tecnologĂ­as como la televisiĂłn, el cine o la radio.

TambiĂ©n asombroso: a medida que crecĂ­a Facebook, la dependencia de los usuarios ha crecido tambiĂ©n. El aumento en cifras no va acompañado, como serĂ­a de esperar, por un nivel mĂĄs bajo de compromiso. Al contrario. En los dĂ­as lejanos de octubre de 2012, cuando Facebook alcanzĂł los mil millones de usuarios, el 55% de ellos lo utilizaba cada dĂ­a. Con dos mil millones, el 66% lo hace. Su base de usuarios crece un 18% al año, algo que habrĂ­a parecido imposible para un negocio ya tan grande. El mayor rival de Facebook en usuarios registrados es YouTube, propiedad de su enemigo mortal Alphabet (la compañía antes conocida como Google), en segundo lugar con mil quinientos millones de usuarios mensuales. Tres de las siguientes cuatro apps mĂĄs importantes, o servicios, o como queramos llamarlo, son WhatsApp, Messenger e Instagram, con mil doscientos millones, mil doscientos millones y setecientos millones de usuarios respectivamente (la otra es la app china WeChat, con 889 millones de usuarios). Estas tres entidades tienen algo en comĂșn: todas son propiedad de Facebook. No es raro que la compañía sea la quinta mĂĄs valorada en el mundo, con una capitalizaciĂłn bursĂĄtil de 445.000 millones de dĂłlares.

Las noticias de Zuckerberg sobre el tamaño de Facebook llegaron con un anuncio que puede o no resultar significativo. Dijo que la empresa estaba cambiando su “declaraciĂłn de principios”, su versiĂłn de la trillada hipocresĂ­a que ama la AmĂ©rica empresarial. Una interpretaciĂłn de alguien alejado de Facebook se preguntarĂ­a por quĂ©. La conexiĂłn se presenta como un fin en sĂ­ mismo, algo que es inherente y automĂĄticamente bueno. Pero Âżlo es? Flaubert veĂ­a el tren con escepticismo porque pensaba (en la parĂĄfrasis de Julian Barnes) que “el tren solo permitirĂĄ que mĂĄs gente se mueva, se reĂșna y sea estĂșpida”. No hace falta ser tan misĂĄntropo como Flaubert para preguntarse si algo similar no es cierto cuando hablamos de conectar a gente en Facebook. Por ejemplo, generalmente se acepta que Facebook desempeñó un papel importante e incluso crucial en la elecciĂłn de Donald Trump. El beneficio para la humanidad no estĂĄ claro. Esta idea, o algo similar, parece haberle pasado por la cabeza a Zuckerberg, porque la nueva declaraciĂłn de principios de la compañía apunta a una razĂłn para todas estas conexiones. Dice que la nueva visiĂłn es “dar a la gente el poder de construir comunidad y unir el mundo”.

Hmm. La declaraciĂłn de principios de Alphabet, “organizar la informaciĂłn del mundo y hacerla universalmente accesible y Ăștil”, venĂ­a acompañada de la mĂĄxima “No seas malo”, que ha sido objeto de ridĂ­culo: Steve Jobs la llamĂł “una chorrada”.

((Cuando Google relanzó Alphabet, “No seas malo” fue sustituida como código oficial corporativo de conducta por “Haz lo correcto”.
))

 Y es cierto, pero no es solo una chorrada. Muchas compañías, y de hecho industrias enteras, basan su modelo de negocio en ser malas. El negocio de las aseguradoras, por ejemplo, depende de que los aseguradores cobren a los clientes mĂĄs de lo que vale el seguro; eso tiene sentido, ya que si no lo hicieran no serĂ­an viables como empresas. Lo que no lo tiene es la panoplia de tĂ©cnicas cĂ­nicas que muchas compañías de seguros utilizan para evitar, en la medida de lo posible, pagar cuando el acontecimiento asegurado se produce. Pregunta a cualquiera que tenga una propiedad que haya tenido un problema importante. Merece la pena decir “No seas malo”, porque muchas empresas lo son. Esto sucede especialmente en el mundo de internet. Las compañías de internet trabajan en un campo que entienden mal (si es que lo entienden) clientes y reguladores. Lo que hacen, si son buenos, es por definiciĂłn nuevo. En esa ĂĄrea donde se solapan la novedad, la ignorancia y la falta de regulaciĂłn, merece la pena recordar a los empleados que no sean malos, porque si la compañía tiene Ă©xito y crece, surgirĂĄn muchas oportunidades de ser malo.

Capturar y vender atenciĂłn

Google y Facebook han estado recorriendo este camino desde el principio. Sus formas de hacerlo son distintas. Un empresario de internet que conozco ha tenido tratos con ambas compañías. “YouTube sabe que tiene muchas cosas sucias y tiene ganas de hacer algĂșn bien para aliviarlo”, me dijo. Le preguntĂ© quĂ© querĂ­a decir “sucio”. “Contenido terrorista y extremista, contenido robado, violaciones de copyright. Esa clase de cosas. Pero en mi experiencia Google sabe que hay ambigĂŒedades, dudas morales, en torno a algunas de las cosas que hace, y al menos intentan pensarlo. A Facebook no le importa. Cuando estĂĄs en una sala con ellos te das cuenta. Son –se tomĂł un momento para encontrar la palabra correcta– cutres.”

Puede parecer duro. Ha habido, sin embargo, problemas Ă©ticos y ambigĂŒedades en torno a Facebook desde el momento de su creaciĂłn, un hecho que conocemos porque su creador blogueaba en directo en la Ă©poca. La escena es tal como se cuenta en La red social, la pelĂ­cula de Aaron Sorkin sobre el nacimiento de Facebook. Cuando estaba en su primer año en Harvard, Zuckerberg sufriĂł una decepciĂłn amorosa. ÂżQuiĂ©n no reaccionarĂ­a a esto creando una pĂĄgina web donde las fotografĂ­as de los alumnos se pusieran unas junto a otras para que los usuarios pudieran votar a los que encontraban mĂĄs atractivos? (La pelĂ­cula hace entender que solo eran las alumnas; en realidad fueron alumnos y alumnas.) La web se llamaba Facemash. En las palabras del gran hombre, en ese momento:

Estoy un poco embriagado, no voy a mentir. ÂżQuĂ© mĂĄs da que no sean ni las diez de la noche, y un martes? ÂżQuĂ©? El facebook de la residencia de Kirkland estĂĄ abierto en mi escritorio y algunas de esas personas tienen unas fotos bastante horrendas. Casi me dan ganas de poner esas caras al lado de algunos animales de granja y que la gente vote para decidir cuĂĄl es mĂĄs atractivo […] Que empiece el hackeo.

Como explica Tim Wu en su original y enĂ©rgico The attention merchants, un facebook en el sentido que utiliza aquĂ­ Zuckerberg “se referĂ­a tradicionalmente a un libro fĂ­sico que se producĂ­a en las universidades estadounidenses para promover la socializaciĂłn como las tarjetas del estilo de ‘Hola, me llamo
’ hacen en los congresos; las pĂĄginas consistĂ­an en hileras sobre hileras de fotografĂ­as de rostros con el nombre correspondiente”. Harvard ya trabajaba en una versiĂłn electrĂłnica de los facebooks de las residencias. La red social mĂĄs potente, Friendster, ya tenĂ­a tres millones de usuarios. La idea de unir esas dos cosas no era totalmente nueva, pero, como dijo Zuckerberg en la Ă©poca, “Creo que era una tonterĂ­a que a la universidad le llevara un par de años. Yo puedo hacerlo mejor, y puedo hacerlo en una semana.”

Wu sostiene que capturar y vender atenciĂłn ha sido el modelo bĂĄsico para un gran nĂșmero de empresas modernas, desde los carteles de finales del XIX en ParĂ­s hasta la invenciĂłn de los periĂłdicos de masas que no ganaban dinero con su circulaciĂłn sino con la venta de anuncios, pasando por las industrias modernas de la publicidad y la televisiĂłn financiada con anuncios. Facebook estĂĄ en una larga lĂ­nea de empresas similares, aunque podrĂ­a ser el ejemplo mĂĄs puro que ha habido de una compañía cuyo negocio consiste en capturar y vender atenciĂłn. En su creaciĂłn participaron muy pocas ideas nuevas. Como observa Wu, Facebook es “una empresa con una ratio tremendamente baja de invenciĂłn con respecto al Ă©xito”. Lo que Zuckerberg tenĂ­a en vez de originalidad era la capacidad de hacer las cosas y de ver los asuntos con claridad. Lo crucial de las start-ups de internet es que pueden ejecutar planes y adaptarse a las circunstancias cambiantes. La habilidad de Zuck para hacer eso –para contratar a ingenieros con talento y manejarse entre las tendencias amplias de su industria– es lo que ha llevado a la compañía al lugar en el que estĂĄ ahora. Las dos compañías enormes que estĂĄn bajo el ala gigante de Facebook, Instagram y WhatsApp, fueron compradas por mil y diecinueve mil millones respectivamente, en un momento en el que no generaban ingresos. NingĂșn banquero o analista o sabio le habrĂ­a dicho a Zuckerberg cuĂĄnto valĂ­an esas adquisiciones; nadie lo sabĂ­a mejor que Ă©l. PodĂ­a ver hacia dĂłnde iban las cosas y ayudar a que llegaran allĂ­. Ese talento resultĂł valer varios cientos de miles de millones de dĂłlares.

El brillante retrato que hace Jesse Eisenberg de Zuckerberg en La red social induce a la confusiĂłn, sostiene Antonio GarcĂ­a MartĂ­nez, exmĂĄnager de Facebook, en Chaos monkeys, su libro cĂĄustico y entretenido sobre el tiempo que pasĂł en la compañía. El Zuckerberg de la pelĂ­cula es un personaje muy creĂ­ble, un genio informĂĄtico en algĂșn lugar del espectro autista con habilidades sociales que oscilan entre el mĂ­nimo y lo inexistente. Pero el hombre no es realmente asĂ­. En la vida real, Zuckerberg estudiaba un tĂ­tulo centrado en informĂĄtica y –esto es la parte que la gente tiende a olvidar– psicologĂ­a. La gente que estĂĄ en el espectro autista tiene una idea limitada de cĂłmo funciona la mente de otras personas; los autistas, se ha dicho, no tienen una “teorĂ­a de la mente”. No es el caso de Zuckerberg. Es muy consciente de cĂłmo funciona la mente de otras personas y en particular de la dinĂĄmica social de la popularidad y el estatus. El lanzamiento inicial de Facebook quedĂł limitado a gente con una direcciĂłn de correo electrĂłnico de Harvard; la intenciĂłn era que el acceso pareciera exclusivo y aspiracional. (Y tambiĂ©n controlar el trĂĄfico de la web para que los servidores no se cayeran nunca. La psicologĂ­a y la informĂĄtica van de la mano.) Luego se extendiĂł a otros campus de Ă©lite de Estados Unidos. Cuando se lanzĂł en Reino Unido, se limitĂł a Oxbridge y la London School of Economics. La idea era que la gente querĂ­a mirar lo que hacĂ­a otra gente como ellos, ver sus redes sociales, compararse, jactarse y presumir, desplegar cada momento de anhelo y envidia, apretar la nariz contra el escaparate de confiterĂ­a que es la vida de los otros.

Este foco atrajo la atenciĂłn del primer inversor externo de Facebook, el ahora infame billonario de Silicon Valley Peter Thiel. De nuevo, La red social lo cuenta bien: la inversiĂłn de quinientos mil dĂłlares de Thiel fue crucial para el Ă©xito de la compañía. Pero hubo una razĂłn particular por la que Facebook llamĂł la atenciĂłn de Thiel, y se vincula a una rama de la historia intelectual. En el curso de sus estudios en Stanford –se licenciĂł en filosofĂ­a– Thiel se interesĂł por las ideas del filĂłsofo francĂ©s afincado en Estados Unidos RenĂ© Girard, tal como las contaba en su libro mĂĄs influyente, Cosas ocultas desde la fundaciĂłn del mundo. La idea mĂĄs importante de Girard era algo que llamĂł “deseo mimĂ©tico”. Los seres humanos nacen con una necesidad de comida y refugio. Una vez que esas necesidades fundamentales de la vida estĂĄn satisfechas, buscamos y miramos lo que hacen y desean los demĂĄs, y lo copiamos. En el resumen de Thiel, la idea es que “la imitaciĂłn estĂĄ en la raĂ­z de todo comportamiento”.

Girard era cristiano, y su visiĂłn de la naturaleza humana es que ha caĂ­do. No sabemos lo que queremos o somos; en realidad no tenemos valores o creencias propios; lo que tenemos en vez de eso es un instinto de copiar y comparar. Somos el homo mimeticus. “El hombre es la criatura que no sabe quĂ© desear, y que mira a los demĂĄs para decidirse. Deseamos lo que desean los demĂĄs porque imitamos sus deseos.” Mirad, chicos, y comparad. La razĂłn por la que Thiel se lanzĂł hacia Facebook con tanto entusiasmo fue que vio allĂ­ un negocio profundamente girardiano: se basaba en la necesidad de copiar que tenĂ­a la gente. “Facebook se extendiĂł al principio por el boca a boca, y trata del boca a boca, es mimĂ©tico por partida doble”, dijo. “Las redes sociales resultaron ser mĂĄs importantes de lo que parecĂ­an, porque tratan de nuestra naturaleza.” Queremos ser y ser vistos, y Facebook es la herramienta mĂĄs popular que la humanidad ha tenido nunca con la que hacer eso.

Noticias falsas y construcciĂłn de comunidades

La visiĂłn de la naturaleza humana implicada en estas ideas es bastante oscura. Si lo Ășnico que quiere la gente es mirar a los demĂĄs para compararse y copiar lo que quieren –si esa es la verdad final y mĂĄs profunda sobre la humanidad y sus motivaciones–, Facebook no tiene que preocuparse demasiado del bienestar de la humanidad, porque todo lo malo que nos ocurre son cosas que nos hacemos a nosotros mismos. Pese al tono edificante de su declaraciĂłn de principios, Facebook es una compañía cuya premisa esencial es misĂĄntropa. QuizĂĄ por esa razĂłn Facebook, mĂĄs que cualquier otra compañía de su tamaño, tiene un hilo de maldad que corre por su historia. La versiĂłn mĂĄs comentada y escandalosa ha llegado en la forma de incidentes como la emisiĂłn en directo de violaciones, suicidios, asesinatos y matanzas de policĂ­as. Pero esta es una de las ĂĄreas donde Facebook me parece relativamente libre de culpa. La gente emite en directo ahĂ­ esas cosas terribles porque tiene la mayor audiencia; si Snapchat o Periscope fueran mĂĄs grandes, lo harĂ­a allĂ­.

En muchas otras ĂĄreas, sin embargo, el sitio estĂĄ lejos de ser inocente. Las crĂ­ticas mĂĄs recientes y comentadas de la compañía derivan de su papel en la elecciĂłn de Trump. Hay dos componentes en esto, uno implĂ­cito en la naturaleza del sitio, que tiene una tendencia inherente a atomizar y fragmentar a sus usuarios en grupos de mentalidad similar. La misiĂłn de “conectar” acaba significando, en la prĂĄctica, conectar con gente que estĂĄ de acuerdo contigo. No podemos demostrar lo peligrosos que esos “filtros burbujas” son para nuestras sociedades, pero parece claro que tienen un impacto severo en nuestra comunidad polĂ­tica crecientemente fragmentada. Nuestra concepciĂłn del “nosotros” se vuelve mĂĄs estrecha.

Esta fragmentaciĂłn creĂł las condiciones para la segunda hilera de culpabilidad de Facebook en los desastres polĂ­ticos angloamericanos de 2016. Los tĂ©rminos compuestos para estos fenĂłmenos son “noticias falsas” y “posverdad”, y los ha hecho posible la sustituciĂłn de un ĂĄgora general de debate pĂșblico por distintos bĂșnkeres ideolĂłgicos. En el mundo real, las noticias falsas se pueden debatir y desmontar; en Facebook, si no eres miembro de una comunidad que recibe las mentiras, es bastante posible que nunca sepas que estĂĄn en circulaciĂłn. Es crucial para esto que Facebook no tenga un interĂ©s financiero en decir la verdad. Ninguna compañía ejemplifica mejor el dictum de la era de internet de que si el producto es gratis, tĂș eres el producto. Los clientes de Facebook no son la gente que estĂĄ en la web: sus clientes son los anunciantes que utilizan su red y que disfrutan de su capacidad para dirigir anuncios a audiencias receptivas. ÂżPor quĂ© deberĂ­a preocuparse Facebook si las noticias que se difunden en su web son falsas? Su interĂ©s es el pĂșblico, no el contenido. Esta es probablemente una de las razones para el cambio en la declaraciĂłn de intenciones de la compañía. Si tu Ășnico interĂ©s es conectar a la gente, Âżpor quĂ© preocuparte por las falsedades? Puede que sean mejores incluso que la verdad, porque son mĂĄs rĂĄpidas a la hora de identificar a quienes piensan de forma similar. La nueva ambiciĂłn de “construir comunidades” hace que parezca que la compañía tiene mĂĄs interĂ©s en la consecuencia de las conexiones que produce.

Las noticias falsas no son, como ha reconocido Facebook, la Ășnica manera en que la pĂĄgina se utilizĂł para influir en el resultado de las elecciones presidenciales de 2016. El 6 de enero de 2017 el director de inteligencia nacional publicĂł un informe que decĂ­a que los rusos habĂ­an emprendido una campaña de desinformaciĂłn en internet para desacreditar a Hillary Clinton y ayudar a Trump. “La campaña de influencia de MoscĂș siguiĂł una estrategia de mensajerĂ­a rusa que combina operaciones militares encubiertas –como ciberactividad– con esfuerzos declarados por parte de las agencias gubernamentales rusas, medios financiados con dinero pĂșblico, terceros que ejercen de intermediarios y usuarios pagados de las redes sociales o trolls”, decĂ­a el informe. A finales de abril, Facebook admitiĂł esta (por entonces) verdad bastante obvia, en un texto interesante que publicĂł su divisiĂłn de seguridad interna. “Fake news”, o noticias falsas, sostiene, es un tĂ©rmino inĂștil y amplio porque la desinformaciĂłn se extiende de maneras distintas.

Operaciones de información (o influencia): acciones que realizan los gobiernos o actores no estatales organizados para distorsionar la opinión política doméstica o extranjera.

Noticias falsas: Artículos noticiosos que se presentan como respetuosos con los hechos, pero que contienen errores factuales intencionados, con el propósito de provocar pasiones, atraer la atención o engañar.

Falsos amplificadores: Actividad coordinada de cuentas no autentificadas con la intenciĂłn de manipular la discusiĂłn polĂ­tica (por ejemplo, desalentando a grupos concretos para que no participen en el debate, o amplificando voces sensacionalistas por encima de las otras).

Desinformación: Información/contenido manipulados o imprecisos, que se extiende de manera intencional. Esto puede incluir noticias falsas, o puede entrañar métodos mås sutiles, como las operaciones de falsa bandera, dar citas o relatos imprecisos a intermediarios inocentes, o amplificar a sabiendas información parcial o equívoca.

La compañía promete tratar este problema o conjunto de problemas con tanta seriedad como trata otros problemas como el malware, el hackeo de cuentas y el spam. Veremos. La noticia falsa de uno es decir la verdad para otro, y Facebook se esfuerza en evitar la responsabilidad por el contenido de su web –salvo en el contenido sexual, sobre el que es muy severo–. NingĂșn pezĂłn a la vista. Es una extraña combinaciĂłn de prioridades, que solo tiene sentido en un contexto estadounidense, donde cualquier sombra de sexualidad explĂ­cita darĂ­a inmediatamente a la pĂĄgina una reputaciĂłn de inmoralidad. Las fotos de mujeres que dan el pecho se prohĂ­ben y se retiran rĂĄpidamente. Con las mentiras y la propaganda no hay problema.

La clave para entenderlo es pensar en lo que quieren los anunciantes: no quieren aparecer junto a fotografĂ­as de pechos porque eso dañarĂ­a su marca, pero no les importa aparecer junto a mentiras porque las mentiras pueden ayudarles a encontrar a los consumidores que buscan. En Move fast and break things, su polĂ©mica contra “los ladrones de la era digital”, Jonathan Taplin señala un anĂĄlisis en Buzzfeed: “En los Ășltimos tres meses de la campaña presidencial estadounidense, las noticias falsas de mĂĄs Ă©xito generaron mĂĄs implicaciĂłn que las de medios importantes como el New York Times, el Washington Post, el Huffington Post y otros.” No parece un problema que Facebook tenga ninguna prisa por solucionar.

El hecho es que el contenido fraudulento y robado abunda en Facebook y a la compañía no le importa mucho, porque no estå en sus intereses que lo haga. Buena parte del contenido en vídeo del sitio es robado a la gente que lo creó. Un vídeo iluminador de Kurzgesagt, una empresa alemana que hace breves películas explicativas de alta calidad, señala que en 2015, 725 de los mil vídeos mås vistos de Facebook eran robados. Esta es otra zona donde los intereses de Facebook contradicen los de la sociedad. Podemos tener colectivamente un interés en sostener un trabajo creativo e imaginativo de muchas formas distintas y en muchas plataformas. Facebook no lo hace. Tiene dos prioridades, como explica Martínez en Chaos monkeys: el crecimiento y la monetización. No le importa de dónde viene el contenido. Solo ahora empieza a importarle la percepción de que buena parte del contenido sea fraudulento, porque si esa percepción se volviera general, podría afectar a la cantidad de confianza y por tanto a la cantidad de tiempo que la gente dedica al sitio.

El propio Zuckerberg ha hablado sobre este asunto en un post de Facebook que trataba el asunto de “Facebook y la elecciĂłn”. Tras cierta cantidad de trilladas sandeces (“Nuestro objetivo es dar a cada persona una voz. Creemos mucho en la gente”), llega al centro. “De todo el contenido de Facebook, mĂĄs del 99% de lo que ve la gente es autĂ©ntico. Solo una parte muy pequeña son noticias falsas y estafas.” MĂĄs de un usuario de Facebook señalĂł que, en su propio muro de noticias, el post de Facebook de Zuckerberg estaba junto a noticias falsas. En un caso, la noticia falsa pretendĂ­a ser del canal televisivo deportivo espn. Cuando pinchaban, llevaba a los usuarios a un anuncio que vendĂ­a un suplemento nutricional. Como ha señalado el escritor Doc Searls, es un doble fraude, “mentiras descaradas de una fuente fingida”, y no es poca cosa tener eso al lado del jefe de Facebook presumiendo de la falta de fraude. Incluso Williams, cofundador de Twitter y fundador de la web especializada en piezas largas Medium, encontrĂł el mismo post de Zuckerberg junto a otra falsa historia de la espn y otra noticia falsa que aseguraba ser de la cnn y que anunciaba que el Congreso habĂ­a apartado a Trump de su cargo. Cuando pinchabas, te llevaba a una compañía que ofrecĂ­a un programa de doce semanas para fortalecer los dedos los pies. (SĂ­: fortalecer los dedos de los pies.) Aun asĂ­, sabemos que Zuck cree en la gente. Eso es lo principal.

Facebook, empresa publicitaria

Un observador neutral podrĂ­a preguntarse si la actitud de Facebook hacia los creadores de contenidos es sostenible. Facebook necesita contenidos, obviamente, porque en eso consiste el sitio: contenido que ha creado otra gente. Lo que pasa es que no le gusta mucho que nadie, aparte de Facebook, gane dinero con esos contenidos. Con el tiempo, esa actitud es profundamente destructiva para las industrias creativa y mediĂĄtica. El acceso al pĂșblico –esos dos mil millones de personas, una cifra que carece de precedentes– es maravilloso, pero Facebook no tiene ninguna prisa en ayudarte a que ganes dinero con Ă©l. Si al final todos los creadores de contenidos se arruinan, bueno, quizĂĄ no sea un gran problema. Hay, por ahora, muchos proveedores dispuestos: cualquiera que estĂ© en Facebook trabaja en cierto modo para Facebook, añadiendo valor a la compañía. En 2014, el New York Times hizo las cuentas y descubriĂł que la humanidad estaba pasando 39.757 años en la pĂĄgina, cada dĂ­a. Jonathan Taplin señala que esto son “casi quince millones de años de trabajo gratis al año”. Eso era cuando solo habĂ­a mil doscientos treinta millones de usuarios.

Taplin ha trabajando en la universidad y en la industria del cine. La razĂłn por la que tiene una opiniĂłn tan contundente sobre estas cuestiones es que empezĂł en la mĂșsica, como mĂĄnager de The Band, y vio cĂłmo internet destruĂ­a esa industria. Lo que en 1999 era una industria de veinte mil millones de dĂłlares era una industria de siete mil millones de dĂłlares quince años mĂĄs tarde. Vio cĂłmo mĂșsicos que se ganaban bien la vida caĂ­an en la pobreza. Esto no ocurriĂł porque la gente hubiera dejado de escuchar su mĂșsica –mĂĄs gente que nunca lo hacĂ­a– sino porque la mĂșsica se habĂ­a convertido en algo que la gente esperaba tener gratis. YouTube es la mayor fuente de mĂșsica en el mundo, suenan miles de millones de canciones cada año, pero en 2015 los mĂșsicos ganaron menos de Ă©l y de sus rivales que funcionan a base de anuncios de lo que ganaron con las ventas de vinilos. No con las ventas de cd o grabaciones en general: con el vinilo.

Algo similar ha ocurrido en el mundo del periodismo. En esencia, Facebook es una compañía publicitaria que es indiferente al contenido de su pĂĄgina web salvo en la medida en que ayuda a orientar y vender anuncios. Funciona una versiĂłn de la ley de Gresham, segĂșn la cual las noticias falsas, que tienen mĂĄs clics y se producen gratuitamente, apartan a las noticias de verdad, que a menudo dicen a la gente cosas que no quieren oĂ­r y son caras de producir. AdemĂĄs, Facebook utiliza una amplia cantidad de trucos para incrementar el trĂĄfico y los ingresos de los anuncios, a expensas de las instituciones productoras de noticias cuyo contenido alberga. Las noticias que publica dirigen el trĂĄfico no a partir de tus intereses, sino buscando cĂłmo obtener de ti los mayores ingresos publicitarios. En septiembre de 2016, Alan Rusbridger, el exdirector del Guardian, dijo en un congreso del Financial Times que Facebook se habĂ­a “llevado veintisiete millones de dĂłlares” de los ingresos publicitarios que el periĂłdico habĂ­a proyectado para ese año. “Se estĂĄn llevando todo el dinero porque tienen algoritmos que no entendemos, que son un filtro entre lo que hacemos y cĂłmo lo recibe la gente.”

Esto va al centro del asunto de lo que es y lo que hace Facebook. Pese a todo lo que se dice sobre conectar a la gente, crear comunidad y creer en la gente, Facebook es una compañía publicitaria. MartĂ­nez da la versiĂłn mĂĄs clara de cĂłmo terminĂł asĂ­, y cĂłmo funciona la publicidad de Facebook. En los primeros años de Facebook, Zuckerberg estaba mucho mĂĄs interesado en el crecimiento de la compañía que en su monetizaciĂłn. Eso cambiĂł cuando Facebook fue en busca de un dinero en su primera salida a bolsa, el dĂ­a brillante en el que las acciones de un negocio se venden por primera vez entre el pĂșblico general. Este es un momento decisivo para cualquier empresa que empieza: en el caso de muchos trabajadores de la industria tecnolĂłgica, la esperanza y las expectativas asociadas con “salir a bolsa” es lo que los atraĂ­a a su empresa en primera instancia y/o lo que los ha mantenido pegados a su lugar de trabajo. Es el momento en el que el dinero nocional de una empresa incipiente se convierte en el dinero real de una compañía pĂșblica.

MartĂ­nez estaba ahĂ­ en el mismo momento en que Zuck reuniĂł a todo el mundo para decir que iban a salir a bolsa, el momento en que todos los empleados de Facebook sabĂ­an que iban a hacerse ricos:

HabĂ­a elegido un asiento detrĂĄs de dos personas, que averiguaciones posteriores revelaron como Chris Cox, jefe de producto en fb, y Naomi Gleit, una licenciada de Harvard que habĂ­a entrado como empleada nĂșmero 29 y de la que ahora se decĂ­a que era la empleada que mĂĄs tiempo llevaba aparte de Mark.

Naomi, mientras hablaba con Cox, tecleaba en su portåtil, y prestaba poca atención a la arenga de Zuck. Miré la pantalla por encima de su hombro. Bajaba un email con varios links, y progresivamente pinchaba cada uno, que se convertía en otra ventana en la pantalla. Cuando terminó el pinchatón, empezó a pasearse por cada uno con ojo evaluador. Eran anuncios inmobiliarios, cada uno de una propiedad distinta en San Francisco.

MartĂ­nez tomĂł nota de una de las propiedades y la buscĂł mĂĄs tarde. Precio: 2,4 millones de dĂłlares. Es fascinante, y fascinantemente amargo, cuando habla de las diferencias de clase y estatus en Silicon Valley, en particular del asunto nunca debatido en pĂșblico de la enorme brecha entre los primeros empleados de la compañía, que a menudo se han vuelto incomprensiblemente ricos, y los salarios de esclavitud de quienes se han unido a la firma mĂĄs tarde. “El protocolo es no hablar de eso en pĂșblico.” Pero, como Bonnie Brown, masajista en los primeros tiempos de Google, escribiĂł en su libro de memorias, “se desarrollĂł un agudo contraste entre los googleros que trabajaban juntos. Mientras uno buscaba horarios de pelĂ­culas en el monitor, el otro reservaba un viaje a Belice para el fin de semana. ÂżCĂłmo iba a sonar la conversaciĂłn el lunes por la mañana?”

Cuando llegĂł el momento de la salida a bolsa, Facebook necesitaba pasar de ser una compañía que crecĂ­a de manera asombrosa a otra que ganaba una cantidad asombrosa de dinero. Ya ganaba algo, gracias a su mero tamaño –como observa MartĂ­nez, “mil millones de cualquier cosa es una cifra grande de cojones”–, pero no lo suficiente como para garantizar una evaluaciĂłn espectacular en el lanzamiento. Fue en ese momento cuando la cuestiĂłn de cĂłmo monetizar Facebook centrĂł la atenciĂłn completa de Zuckerberg. Es interesante, y un mĂ©rito suyo, que no hubiera pensado mucho en ello antes, quizĂĄ porque el dinero en sĂ­ no le interesa especialmente. Pero sĂ­ que le gusta ganar.

La soluciĂłn era tomar la enorme cantidad de informaciĂłn que Facebook tiene sobre su “comunidad” y utilizarla para que los anunciantes dirijan los anuncios con una especificidad nunca conocida antes, en ningĂșn medio. MartĂ­nez: “Puede ser demogrĂĄfica (por ejemplo, mujeres de treinta o cuarenta años), geogrĂĄfica (gente que viva a siete kilĂłmetros de Sarasota, Florida) o basarse en los datos del perfil (Âżtienes hijos?; es decir: ÂżestĂĄs en el segmento de madres?).” Taplin hace la misma observaciĂłn.

Si quiero llegar a mujeres de entre veinticinco y treinta años en el cĂłdigo postal 37206 a quienes les gusta la mĂșsica country y beber bourbon, Facebook puede hacerlo. AdemĂĄs, Facebook puede conseguir con frecuencia que amigos de esas mujeres posteen un “relato patrocinado” en las noticias de un consumidor que forme parte del target, de manera que no parezca un anuncio. Como dijo Zuckerberg cuando introdujo los Facebook Ads, “nada influye mĂĄs a la gente que la recomendaciĂłn de un amigo en quien confĂ­an. Un referente en quien se confĂ­a es el Santo Grial de la publicidad.”

Esa fue la primera fase del proceso de monetizaciĂłn de Facebook, cuando convirtiĂł su gigantesca escala en una mĂĄquina de hacer dinero. La compañía ofreciĂł a los anunciantes una herramienta cuya precisiĂłn carecĂ­a de precedentes para dirigir sus anuncios a consumidores particulares. (TambiĂ©n se pueden buscar segmentos particulares de los consumidores para dirigirse a ellos con precisiĂłn completa. Un ejemplo de 2016 fue un anuncio contra Clinton que repetĂ­a un cĂ©lebre discurso de 1996 sobre los “superpredadores”. El anuncio se enviĂł a votantes afroamericanos en ĂĄreas en las que los republicanos intentaban, luego se vio que con Ă©xito, debilitar el voto demĂłcrata. Nadie mĂĄs vio estos anuncios.)

El segundo gran cambio en torno a la monetización se produjo en 2012, cuando el tráfico de internet empezó a apartarse de los ordenadores a los móviles. Si donde más lees online es en un escritorio, perteneces a una minoría. El cambio era un desastre potencial para todos los negocios que dependían de la publicidad en internet, porque a la gente no le gustan mucho los anuncios móviles, y tenían muchas menos posibilidades de pinchar ahí que en el escritorio. En otras palabras, aunque el tráfico general de internet aumentaba rápidamente, porque el crecimiento llegaba de los móviles, el tráfico se volvía proporcionalmente menos valioso. Si la tendencia continuaba, todos los negocios de internet que dependían de que la gente pinchara en links –es decir, casi todos, pero especialmente gigantes como Google y Facebook– valdrían mucho menos dinero.

Facebook resolvió el problema a través de una técnica llamada onboarding. Tal como lo explica Martínez, la mejor manera de pensar en ello es considerar las distintas formas de nombres y direcciones.

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Antonio GarcĂ­a MartĂ­nez

1 Clarence Place #13

San Francisco, CA, 94107

Si quiere llegar a mi mĂłvil, mi nombre allĂ­ es:

384000000-8cf0-11bd-b23-10b96e40000d

Esa es la identificaciĂłn casi inmutable de mi aparato, emitido cientos de veces al dĂ­a en intercambios de anuncios mĂłviles.

En mi portĂĄtil, mi nombre es este: 07J6yJPMB9ju Towar.AWXGQnGPA1MCmThgb9wN4vLoUpg.BUUtWg.rg.FTN.0.AWUxZtUf

Este es el contenido en el cĂłdigo de redirecciĂłn de Facebook, que se utiliza para dirigir anuncios a partir de tu historial de exploraciones en el mĂłvil.

Aunque no resulte obvio, cada una de esas claves estĂĄ asociada con una abundancia de datos de conducta personal: cada pĂĄgina web en la que hemos entrado, muchas cosas que hemos comprado en tiendas fĂ­sicas, y cada app que hemos empleado y quĂ© hicimos allĂ­… Lo mĂĄs importante en el marketing actual, lo que genera decenas de miles de millones en inversiĂłn e infinitos planes en los intestinos de Facebook, Google, Amazon y Apple, es cĂłmo atar esos distintos grupos de nombres juntos, y quiĂ©n controla los links. Eso es todo.

Facebook ya tenĂ­a una enorme cantidad de informaciĂłn sobre la gente y sus redes sociales y sus proclamados gustos y disgustos.

((AtenciĂłn al “proclamados”. Como señala Seth Stephens-Davidowitz en su nuevo libro, Everybody lies, los investigadores han estudiado la diferencia entre el lenguaje utilizado en Google, donde la gente tiende a decir la verdad porque busca respuestas de manera anĂłnima, y el lenguaje que utiliza en Facebook, donde la gente proyecta una imagen. En Facebook los tĂ©rminos mĂĄs comunes asociados con la frase “mi marido es
” son “el mejor”, “mi mejor amigo”, “genial”, “el mĂĄs grande” y “muy mono”. En Google, los cinco son “genial”, “un gilipollas”, “irritante”, “gay” y “mezquino”. SerĂ­a interesante ver si hay un marido que cumple toda la colecciĂłn de Google y es un gilipollas genial, irritante, gay y mezquino.
))

 Tras darse cuenta de la importancia de la monetizaciĂłn, añadieron a sus propios datos un enorme nuevo almacĂ©n sobre el comportamiento offline en la vida real, adquirido a travĂ©s de asociaciones con grandes empresas como Experian, que llevan dĂ©cadas estudiando las compras de los consumidores a travĂ©s de sus relaciones con firmas de marketing directo, compañías de tarjetas de crĂ©dito y minoristas. No parece haber una descripciĂłn de esas firmas en una sola palabra: “agencias de crĂ©dito de consumo” o algo similar lo resume. Que su alcance sea mucho mĂĄs amplio les da sentido.

((Un ejemplo de su obra es el sistema “Mosaic” de Experian, que se emplea para caracterizar segmentos de consumidores, y que divide a la poblaciĂłn en 66 segmentos de “CafĂ©s y zonas” a “Ático chic”, “Abuelos clĂĄsicos” y “Gente que alquila en la ruta del Bus”.
))

 Experian dice que sus datos se basan en mĂĄs de 850 millones de registros y dice tener informaciĂłn de 49,7 millones de adultos britĂĄnicos que viven en 25,2 millones de hogares de 1,74 millones de cĂłdigos postales. Esas firmas saben todo lo que deben saber de tu nombre y direcciĂłn, el estado de tu relaciĂłn, y todo aquello por lo que hayas pagado con una tarjeta. Facebook podĂ­a averiguar tu identidad con el Ășnico artilugio identificador en tu telĂ©fono.

Eso fue crucial para la nueva rentabilidad de Facebook. En los mĂłviles, la gente tiende a preferir internet a las apps, que encierran la informaciĂłn que reĂșnen sin compartirla con otras compañías. Es poco probable que una app de juegos en tu telĂ©fono sepa nada de ti salvo el nivel que has alcanzado en ese juego particular. Pero, como todo el mundo estĂĄ en Facebook, la compañía conoce el identificador telefĂłnico de todo el mundo. PodĂ­a montar un servidor de anuncios que diera anuncios mejores y mĂĄs elegantes de lo que nadie pudiese lograr, y lo hacĂ­a de una manera mĂĄs elegante y mejor integrada que nadie antes.

Así que Facebook conoce la identidad de tu teléfono y puede unirla a la identidad de tu Facebook. Une esto al resto de tu actividad online: no solo cada web que hayas visitado nunca: también si has pinchado o no. Como el botón de Facebook es pråcticamente ubicuo en la red, esto significa que Facebook te ve, en todas partes. Ahora, gracias a sus alianzas con las empresas de crédito a la antigua usanza, Facebook sabía quién era todo el mundo, dónde vivía y todo lo que había comprado con tarjeta en una tienda física.

((He de decir que la información se acumula antes de que se intercambien, así que aunque las compañías respectivas lo sepan todo de ti y lo compartan, lo hacen bajo seudónimo. O seudoseudónimo: se puede discutir hasta qué punto es anónima esta forma de anonimato.
))

 Toda esta informaciĂłn se usa con un propĂłsito que, en el anĂĄlisis final, es profundamente anticlimĂĄtico. Venderte cosas a travĂ©s de los anuncios online.

Los anuncios funcionan siguiendo dos modelos. En uno de ellos, los anunciantes piden a Facebook que busquen consumidores de un grupo demogrĂĄfico particular: nuestra treintañera aficionada al bourbon y al country, o el afroamericano de Filadelfia que tenĂ­a dudas sobre Hillary. Pero Facebook tambiĂ©n distribuye anuncios a travĂ©s de un proceso de subastas online, que se producen en tiempo real cada vez que pinchas en una pĂĄgina web. Como todas las webs que has visitado (mĂĄs o menos) han plantado una cookie en tu navegador, cuando vas a una pĂĄgina nueva, hay una subasta en tiempo real, en millonĂ©simas de segundo, para decidir cuĂĄnto valen tus ojos y quĂ© anuncios habrĂ­a que darles, segĂșn lo que se sabe de tus intereses, nivel de renta y lo que sea. Esa es la razĂłn por la que los anuncios tienen esa tendencia desconcertante a seguirte, de modo que si buscas una nueva tele, unos zapatos o un destino vacacional, siguen apareciendo en cada sitio que visitas semanas mĂĄs tarde. AsĂ­ fue cĂłmo, echando talento y recursos al problema, Facebook pudo transformar el mĂłvil –un potencial desastre en tĂ©rminos de ingresos– en un gĂ©iser humeante y cĂĄlido de beneficios.

Lo que esto significa es que todavĂ­a mĂĄs que en el negocio publicitario Facebook estĂĄ en el negocio de la vigilancia. Sabe mucho mĂĄs de ti que el gobierno mĂĄs intrusivo ha sabido nunca de sus ciudadanos. Es asombroso que la gente todavĂ­a no haya entendido esto de la compañía. He dedicado tiempo a pensar en Facebook, y lo que siempre me llama la atenciĂłn es que sus usuarios no se dan cuenta de lo que hace la compañía. Lo que Facebook hace es observarte, y luego utilizar lo que sabe de ti y tu comportamiento para vender anuncios. No estoy seguro de que haya existido alguna vez una desconexiĂłn mĂĄs profunda entre lo que una compañía dice que hace –“conectar”, “construir comunidades”– y la realidad comercial. Observa que el conocimiento que la compañía tiene de sus usuarios no se emplea solo para dirigir anuncios sino para dar forma al flujo de noticias hacia ellos. Como hay tanto contenido que se sube al sitio, los algoritmos que se utilizan para filtrar y dirigir ese contenido son lo que determinan lo que ves: la gente cree que sus noticias tienen que ver sobre todo con sus amigos e intereses, y en cierto modo es asĂ­, con el matiz crucial de que son sus amigos e intereses mediados por los intereses comerciales de Facebook. Tus ojos son dirigidos hacia el lugar donde resultan mĂĄs valiosos para Facebook.

Nuevos monopolios

Me pregunto quĂ© ocurrirĂĄ cuando esto se sepa, si es que se sabe. La historia de los mercaderes de atenciĂłn de Wu muestra que hay un patrĂłn sugerente: que, con mĂĄs frecuencia que otra cosa, a un boom le sigue un retroceso, que un periodo de crecimiento exclusivo estimula una reacciĂłn pĂșblica y a veces legislativa. El primer ejemplo de Wu son las draconianas leyes anticarteles que se introdujeron en ParĂ­s a comienzos del siglo XX (y que siguen en vigor: una razĂłn por la que la ciudad, segĂșn los estĂĄndares contemporĂĄneos, no ha sido desfigurada por los anuncios). Como dice Wu, “cuando el bien en cuestiĂłn es el acceso a la mente de las personas, la bĂșsqueda perpetua del crecimiento asegura que las formas de reacciĂłn, importantes y menores, sean inevitables”. A una forma menor de este fenĂłmeno Wu la llama “el efecto de la desilusiĂłn”.

Facebook parece vulnerable a esos efectos de la desilusiĂłn. Un lugar en el que es probable que empiecen es en el ĂĄrea nuclear del modelo de negocio: la venta de anuncios. La publicidad que vende es “programĂĄtica”, es decir, determinada por algoritmos informĂĄticos que unen al usuario con el anunciante y distribuyen anuncios segĂșn eso, a travĂ©s de la direcciĂłn y/o de las subastas online. El problema desde el punto de vista del cliente –recuerda, el cliente es el anunciante, no el usuario de Facebook– es que muchos de los clics en los anuncios son falsos. Hay una divergencia de intereses. Facebook quiere clics, porque asĂ­ es como recibe dinero. Pero Âży si los clics no son reales sino automĂĄticos y vienen de cuentas falsas que llevan bots informĂĄticos? Es un problema bien conocido, que afecta de manera particular a Google, porque es fĂĄcil crear un sitio, permitir que albergue anuncios programĂĄticos, luego poner un bot que pinche en esos anuncios y recaudar el dinero. En Facebook lo mĂĄs probable es que esos clics fraudulentos vengan de los competidores que intenten subir los costes de los demĂĄs.

La publicaciĂłn de la industria Ad Week calcula el coste anual del fraude en los clics en siete mil millones de dĂłlares, una sexta parte de todo el mercado. Un solo sitio fraudulento, Methbot, cuya existencia tenĂ­a que haber concluido a finales del año pasado, utiliza una red de ordenadores hackeados para generar clics fraudulentos con un valor de entre tres y cinco millones de dĂłlares al dĂ­a. Los cĂĄlculos de la cuota de mercado de fraude varĂ­an, algunas estimaciones llegan al 50%; algunos propietarios de webs dicen que sus propios datos indican una cuota de clics fraudulentos del 90%. Esto no es en modo alguno un problema de Facebook, pero no cuesta imaginar que podrĂ­a conducir a una revuelta contra la ad tec, como se suele conocer esta tecnologĂ­a, por parte de las compañías que pagan por ella. He oĂ­do a acadĂ©micos especializados en este campo decir que hay una forma de pensamiento colectivo corporativo en el mundo de los grandes compradores de anuncios, que son ahora responsables de dirigir grandes partes de sus presupuestos a Facebook. Esta mentalidad podrĂ­a cambiar. AdemĂĄs, muchos de los nĂșmeros de Facebook estĂĄn inclinados para tomar la luz en el ĂĄngulo que los haga parecer mĂĄs brillantes. Se cuenta un vĂ­deo como “visto” en Facebook si se ve tres segundos, aunque el usuario vaya bajando en el muro y el sonido no estĂ© activado. Si se contara con las tĂ©cnicas que se emplean para medir las audiencias televisivas, muchos vĂ­deos de fb con millones de “visionados” no tendrĂ­an espectadores.

Una revuelta de clientes podrĂ­a solaparse con una reacciĂłn de reguladores y gobiernos. Google y Facebook tienen lo que equivale a un monopolio de la publicidad digital. Ese poder monopolĂ­stico se vuelve mĂĄs y mĂĄs importante a medida que los gastos en anuncios se trasladan al mundo online. Entre los dos, han destruido grandes secciones de la industria periodĂ­stica. Facebook ha hecho mucho por rebajar la calidad del debate pĂșblico y para asegurarse de que es mĂĄs fĂĄcil que nunca decir lo que Hitler llamaba aprobadoramente “grandes mentiras” y lanzarlas a una gran audiencia. La compañía no tiene ninguna necesidad empresarial de preocuparse por eso, pero es el tipo de asunto que podrĂ­a atraer la atenciĂłn de los reguladores.

Esta no es la Ășnica amenaza externa al duopolio de Google/Facebook. La actitud estadounidense hacia las leyes antitrust debe mucho a Robert Bork, el juez a quien Reagan nominĂł para el Tribunal Supremo pero que el Senado no confirmĂł. La posiciĂłn legal mĂĄs importante de Bork afecta el ĂĄrea de la ley de la competencia. PromulgĂł la doctrina de que la Ășnica forma de acciĂłn anticompetitiva que importa tiene que ver con los precios que pagan los consumidores. Su idea era que si el precio cae, eso significa que el mercado funciona, y no hay que afrontar cuestiones de monopolio. Esta filosofĂ­a todavĂ­a da forma a actitudes regulatorias en Estados Unidos y es la razĂłn por la que, por ejemplo, los reguladores no hayan molestado a Amazon a pesar de la clara posiciĂłn monopolĂ­stica que tiene en el mundo de la venta online, sobre todo en los libros.

Las grandes empresas de internet parecen invulnerables en este estrecho terreno. O lo parecen hasta que consideras la cuestiĂłn del precio individual. El enorme rastro de datos que todos dejamos cuando nos movemos por internet se utiliza cada vez mĂĄs para dirigirnos con precios que no son como las etiquetas que se pegan a los bienes en una tienda. Al contrario, son dinĂĄmicos, y se mueven siguiendo nuestra percibida capacidad de pago.

((La idea de un mismo precio para todo el mundo es relativamente reciente. Se atribuye a John Wanamaker haber llegado a la idea de las etiquetas de precio fijo en Filadelfia en 1861. El concepto venĂ­a de los cuĂĄqueros, que pensaban que a todo el mundo se le debe tratar igual.
))

 Cuatro investigadores que trabajan en España estudiaron el fenĂłmeno creando personalidades autĂłmatas que se comportaran como si, en un caso, estuvieran “preocupados por el presupuesto” y, en otro, fueran “prĂłsperos”, y luego comparando si su comportamiento distinto conducĂ­a a distintos precios. Lo hizo: una bĂșsqueda de auriculares produjo un conjunto de resultados que eran de media cuatro veces mĂĄs caros para la persona prĂłspera. Una web de descuentos en billetes de aviĂłn tenĂ­a precios mĂĄs altos para el cliente prĂłspero. En general, la ubicaciĂłn del buscador hacĂ­a que los precios variasen hasta un 166%. AsĂ­ que en resumen, sĂ­, los precios personalizados son una cosa, y la capacidad de crearlos depende de cĂłmo nos rastreen por internet. Eso me parece una violaciĂłn prima facie de las leyes de monopolio estadounidenses posteriores a Bork, centradas como estĂĄn totalmente en el precio. Es divertido, y tambiĂ©n algo grotesco, que un aparato de vigilancia de consumidores cuya magnitud carece de antecedentes estĂ© bien, pero que un aparato de vigilancia de consumidores cuya magnitud carece de antecedentes y hace que alguna gente pague precios mĂĄs altos pueda ser ilegal.

QuizĂĄ la mayor amenaza potencial para Facebook es que sus usuarios dejen de entrar. Dos mil millones de usuarios activos al mes son mucha gente, y los “efectos de red” –la escala de la conectividad– son, obviamente, extraordinarios. Pero hay otras compañías de internet que conectan a la gente en la misma escala –Snapchat tiene 166 millones de usuarios al dĂ­a, Twitter 328 millones de usuarios al mes– y, como hemos visto en la desapariciĂłn de Myspace, el que fuera lĂ­der en redes sociales, cuando la gente cambia de idea sobre un servicio, puede irse rĂĄpidamente.

Por esa razĂłn, si se entendiera de forma general que el modelo de negocio de Facebook se basa en la vigilancia, la compañía estarĂ­a en peligro. La Ășnica vez que Facebook preguntĂł a sus usuarios sobre el modelo de vigilancia fue en 2011, cuando propuso un cambio en sus tĂ©rminos y condiciones: el cambio que sostiene el patrĂłn actual para el uso de los datos. El resultado de la encuesta fue claro: el 90% de los votos estaba en contra de los cambios. Facebook siguiĂł adelante y los hizo de todos modos, basĂĄndose en que habĂ­a votado muy poca gente. No hay ninguna sorpresa ahĂ­, ni en el poco aprecio de los usuarios ni en la indiferencia de la compañía a ese disgusto. Pero esto es algo que podrĂ­a cambiar.

Lo otro que podrĂ­a pasar a nivel de los usuarios individuales es que la gente deje de emplear Facebook porque provoca infelicidad. No es el mismo asunto que el escĂĄndalo de 2014, cuando se supo que los cientĂ­ficos sociales de la compañía habĂ­an manipulado deliberadamente algunos muros de noticias de la gente para ver quĂ© efecto, si lo habĂ­a, tenĂ­a en sus emociones. El informe resultante, publicado en los Proceedings of the National Academy of Sciences, era un estudio de “contagio social”, o la transferencia de emociĂłn entre grupos de gente, como resultado de un cambio en la naturaleza de las historias vistas por 689.003 usuarios en Facebook. “Cuando se reducĂ­an las expresiones positivas, se producĂ­a el patrĂłn opuesto. Estos resultados indican que las emociones que expresan otros en Facebook influyen sobre nuestras propias emociones, lo que constituye una prueba experimental para el contagio a una escala masiva a travĂ©s de las redes sociales.” Los cientĂ­ficos no parecen haber pensado cĂłmo serĂ­a recibida esta informaciĂłn, y se hablĂł mucho de esto un tiempo.

QuizĂĄs el hecho de que la gente conociera esa historia distrajo accidentalmente la atenciĂłn de lo que deberĂ­a haber sido un escĂĄndalo mĂĄs amplio, revelado este año en un estudio del American Journal of Epidemiology. El estudio se titulaba “Association of Facebook use compromised well-being: A longitudinal study”. Los investigadores descubrieron, sencillamente, que cuanto mĂĄs usa Facebook la gente, mĂĄs infeliz es. AdemĂĄs, descubrieron que el efecto positivo de las interacciones en el mundo real, que incrementan el bienestar, recibĂ­a el paralelo exacto de las “asociaciones negativas del uso en Facebook”. En efecto, la gente cambiaba relaciones reales que les hacĂ­an sentirse bien por tiempo en Facebook que les hacĂ­a sentirse mal. Esta es mi explicaciĂłn mĂĄs que la de los cientĂ­ficos, que se toman la molestia de dejar claro que esto es una correlaciĂłn y no una relaciĂłn causal definida, pero llegaron tan lejos –inusualmente lejos– como para decir que los datos “sugieren un posible trade-off entre relaciones online y offline”. Esta no es la primera vez que se encuentra algo parecido a este efecto. Por resumir: hay mucha investigaciĂłn que muestra que Facebook hace que la gente se sienta como una mierda. AsĂ­ que, quizĂĄ, un dĂ­a la gente deje de utilizarlo.

((Un estudio de 2015 publicado en Computers in human behaviour, “Facebook use, envy and depression among college students: Is facebooking depressing?” llegó a la respuesta de que no: salvo cuando se incluyen los efectos de la envidia, en cuyo caso la respuesta era sí. Pero como la comparación envidiosa es toda la base girardiana de Facebook, ese matizado “no” se parece mucho a “sí”. Un estudio publicado en 2016 en Current opinion in psychiatry que estudiaba “The interplay between Facebook use, social comparison, envy and depression” mostraba que el uso de Facebook está unido a la envidia y la depresión, otro descubrimiento que no sería una sorpresa para Girard. Un estudio de 2013 en Plos One mostró que “Facebook use predict declines in subjective well-being in young adults”: en otras palabras, Facebook entristece a los jóvenes. Un estudio publicado en en 2016 en la revista Cyberpsychology, behavior and social networking, titulado “The Facebook experiment: quitting Facebook leads to higher levels of well-being” reveló que Facebook entristece a la gente y que la gente es más feliz cuando deja de usarlo.
))

Pero Âży si nada de esto ocurre? ÂżY si los anunciantes no se rebelan, el gobierno no actĂșa, los usuarios no se van y el buen barco de Zuckerberg y todos los que viajan en Ă©l siguen alegremente? DeberĂ­amos mirar de nuevo esa cifra de los dos mil millones de usuarios activos al mes. El nĂșmero total de personas con acceso a internet –definiĂ©ndolo de la manera mĂĄs amplia posible, para incluir las velocidades mĂĄs lentas y el mĂĄs precario servicio de mĂłvil en el mundo en vĂ­as de desarrollo– es tres mil quinientos millones. De ellos, unos setecientos cincuenta estĂĄn en China e IrĂĄn, que bloquean Facebook. Los rusos, de los cuales hay unos cien millones en la red, tienden a no utilizar Facebook porque prefieren su imitaciĂłn local, VKontakte. AsĂ­ que pongamos el pĂșblico potencial para el sitio en dos mil seiscientos millones. En paĂ­ses desarrollados donde Facebook lleva años presente, el uso de la pĂĄgina llega al 75% de la poblaciĂłn (la cifra es de Estados Unidos). Esto implicarĂ­a una audiencia potencial de un millĂłn novecientos cincuenta mil usuarios para Facebook. Con dos mil millones de usuarios activos al mes, ya ha superado ese nĂșmero, y se estĂĄ quedando sin humanos conectados. MartĂ­nez compara a Zuckerberg con Alejandro Magno, que lloraba porque no tenĂ­a mĂĄs mundos que conquistar. QuizĂĄ sea esta la razĂłn de las tempranas señales que Zuck ha emitido sobre presentarse a la presidencia: el tour por cincuenta estados fingiendo que le importa un carajo, la pose reflexiva de escucha cuando lo fotografĂ­an tomando batidos (ÂĄclaxon de ambiciĂłn presidencial!) en un restaurante de Iowa.

Sea lo que sea que venga a continuaciĂłn, nos devolverĂĄ a los dos pilares de la compañía: el crecimiento y la monetizaciĂłn. El crecimiento solo puede venir de conectar nuevas ĂĄreas del planeta. Un experimento anterior llegĂł en la forma de Free Basics, un programa que ofrecĂ­a conexiones de internet a pueblos remotos de India, con la condiciĂłn de que la variedad de sitios ofertados estuviera controlada por Facebook. “¿QuiĂ©n podrĂ­a estar en contra?”, escribiĂł Zuckerberg en el Times of India. La respuesta: muchĂ­simos indios enfadados. El gobierno decretĂł que Facebook no podĂ­a “dar forma” a la experiencia de los usuarios en internet restringiendo acceso al resto de internet. Un miembro del consejo de Facebook tuiteĂł que “el anticolonialismo ha sido econĂłmicamente catastrĂłfico para el pueblo indio desde hace decenios. ÂżPor quĂ© detenerse ahora?” Como señala Taplin, esa observaciĂłn revelĂł sin querer una verdad anteriormente silenciada. Facebook y Google son las nuevas potencias coloniales.

AsĂ­ que el lado del crecimiento de la ecuaciĂłn no carece de desafĂ­os, tecnolĂłgicos tanto como polĂ­ticos. Google (que tiene un problema similar de quedarse sin humanos) trabaja en “Project Loon”, “un conjunto de globos que viajan en el borde del espacio, diseñado para extender la conectividad de la gente que vive en ĂĄreas remotas de todo el mundo”. Facebook desarrolla un proyecto en torno a un dron impulsado por energĂ­a solar llamado Aquila, que tiene la capacidad de movimiento de un aviĂłn comercial, pesa menos que un coche y cuando viaja usa menos energĂ­a que un microondas. La idea es que rodearĂĄ ĂĄreas remotas y actualmente desconectadas del planeta, en vuelos que pueden durar tres meses. Conecta a los usuarios por medio de lĂĄser y se desarrollĂł en Bridgwater, Somerset. (El programa de drones de Amazon tambiĂ©n estĂĄ en el Reino Unido, cerca de Cambridge.) Incluso el mĂĄs curtido escĂ©ptico de Facebook se sentirĂ­a impresionado por la ambiciĂłn y energĂ­a. Pero estĂĄ claro que serĂĄ difĂ­cil encontrar a los siguientes dos mil millones de usuarios.

Ese es el crecimiento, que probablemente ocurrirĂĄ en el mundo en vĂ­as de desarrollo. En el mundo rico, el foco estĂĄ en la monetizaciĂłn, y es en esta ĂĄrea donde debo admitir algo que es probablemente ya evidente. Facebook me da miedo. La ambiciĂłn de la compañía, su inflexibilidad y su falta de brĂșjula moral me asustan. Se remonta a ese momento de su creaciĂłn, Zuckerberg ante el teclado tras tomar unas copas, creando una pĂĄgina para comparar la apariencia de la gente, sin otra razĂłn mĂĄs allĂĄ de que podĂ­a hacerlo. Ese es el aspecto crucial de Facebook, el elemento principal que no se entiende de su motivaciĂłn: hace las cosas porque puede. Zuckerberg sabe cĂłmo hacer algo, y otra gente no, asĂ­ que lo hace. Ese tipo de motivaciĂłn no funciona en la versiĂłn de la vida que ofrece Hollywood, y Aaron Sorkin tuvo que dar a Zuck un motivo relacionado con las aspiraciones sociales y el rechazo. Pero eso es incorrecto, totalmente incorrecto. No lo motiva ese tipo de psicologĂ­a domĂ©stica. Lo hace porque puede, y las justificaciones sobre “conexiĂłn” y “comunidad” son racionalizaciones ex post facto. El impulso es simple y mĂĄs bĂĄsico. Por eso el impulso para el crecimiento ha sido fundamental para la compañía, que en muchos aspectos se parece mĂĄs a un virus que a una empresa. Crece, multiplica y monetiza. ÂżPor quĂ©? No hay razĂłn. Porque sĂ­.

La automatización y la inteligencia artificial tendrån un gran impacto en todo tipo de mundos. Estas tecnologías son nuevas y reales y vendrån pronto. Facebook estå profundamente interesado en esas tendencias. No sabemos hacia dónde va, no sabemos cuåles serån los costes y consecuencias sociales, el próximo modelo de negocio que resulte destruido, la próxima compañía que tome la senda que siguió Polaroid, la próxima industria que siga el camino del periodismo o el próximo juego de herramientas y técnicas que estén disponibles para la gente que utilizó Facebook para manipular las elecciones de 2016. No sabemos qué vendrå a continuación, pero sabemos que probablemente tendrå consecuencias, y que una parte importante tendrå que ver con la mayor red social del planeta. Sobre la base de las acciones de Facebook hasta ahora, es imposible afrontar esta perspectiva sin inquietud. ~

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Traducción del inglés de Daniel Gascón.

Publicado originalmente en London Review of Books.

 

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(Londres, 1962) es escritor. Entre sus libros recientes se encuentran la novela Capital (Anagrama, 2013) y el ensayo CĂłmo hablar de dinero (Anagrama, 2015)


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