Felipe Nieto es historiador y profesor de historia del mundo actual en la UNED. En 2013 obtuvo el Premio Comillas por su libro La aventura comunista de Jorge Semprún. Exilio, clandestinidad y ruptura (Tusquets), donde repasa la trayectoria de militancia comunista del escritor desde su estancia en el campo de Buchenwald hasta su expulsión del PCE en 1964.
Los orígenes burgueses de Semprún son clave. ¿Sentía que al entrar en el partido comunista tenía que expiarlos?
Él escribió que era de una gran familia burguesa, emparentada con la aristocracia. Probablemente en la época de militancia comunista, que era fundamentalmente de origen obrero y popular, él encajaba menos. Pero había también militantes intelectuales de orígenes burgueses. Hubo un tiempo en que parecía que se intentaba hacer perdonar esos orígenes, tiene algún poema en el que dice “yo soy hijo de una clase vencida”. Dentro del partido esos orígenes se utilizaron contra él, pero eso no le impidió entregarse a fondo, militar en el partido, participar en la lucha armada, ser deportado…
De todas formas, en el exilio su familia lo perdió todo a partir de 1939. Cuando las tropas nazis invaden Francia, pierde todos sus apoyos económicos para seguir estudiando y se tiene que poner a trabajar y vive como un paria. A partir de los dieciocho años no tuvo ningún privilegio económico.
Se sufragó él mismo sus estudios y solo hizo un año de universidad.
No pudo terminarla, se metió a los dieciocho años en el maquis, en la guerrilla. Es curioso, porque en la posguerra su condición burguesa, que era excepcional (porque era de los pocos con ese origen), se veía como algo muy positivo en el partido, que presumía de que incluso los burgueses elegían a los comunistas. Pero cuando se le expulsa años después, esa condición es vista como algo negativo. Él llevó bien esa ambigüedad. Y tras ser expulsado del partido se ganó la vida como escritor y guionista, y nada del sustento de su vida le fue regalado.
Dice que en su estancia en el campo de concentración de Buchenwald se “renacionaliza”, descubre su identidad española tras años viviendo en Francia. Pero cuando sale del campo se siente un apátrida, no sabe a qué país volver.
Se pregunta cómo se puede repatriar a un apátrida. Porque repatrian a alguien que no puede volver a su patria, España, porque lo repatrian a Francia. Ninguno de los militantes antifranquistas de Buchenwald puede volver a España. A partir de ese momento tiene una doble perspectiva. Es afrancesado culturalmente, pero por otro lado es español y además tiene un compromiso político. Lo que le une a su identidad española es su compromiso político. En el campo español se considera “rojo español a perpetuidad”. Si bien en la posguerra milita en el Partido Comunista Francés a la vez que en el español, después de los conflictos en el partido francés (algunas denuncias y enfrentamientos, en el inicio de la Guerra Fría), se inclina definitivamente por militar en el PCE y siempre con el horizonte de volver a España.
Marguerite Duras y demás militantes del Partido Comunista Francés lo acusaron de “soplón”.
Fue un conflicto en la célula del PCF, que era muy intelectual. Tenían relaciones muy estrechas. Eran militantes pero también amigos y compañeros de escritura. El partido francés, por influjo del estalinismo, se volvió en la posguerra más ortodoxo y comenzó a exigir unas pautas intelectuales, como defender el realismo socialista, no leer a Kafka, por ejemplo, criticar la cultura burguesa. Hay un momento en el que se hacen algunas críticas a algún dirigente del partido y parece ser que Semprún lo comenta en otro sitio. ¿Fue eso un chivatazo? Él dice que no. Los implicados, víctimas del proceso, fueron expulsados y lo acusaron de soplón. Semprún en ese momento se había separado tras un matrimonio muy corto, de un año y medio, en el que tuvo un hijo. Se mudó entonces a Montmartre y aprovechó ese cambio de domicilio (porque la militancia se ejercía por barrios, por así decirlo), para abandonar el Partido Comunista Francés y centrarse solo en el de España.
Abandona el Partido Comunista Francés, muy dominado por los intelectuales, para unirse al partido en España, que era más práctico. Pero en el PCE se dedica a ser enlace con los intelectuales.
El PCE también se definía como el partido de los intelectuales. Había una presunción de que intelectuales como Alberti, los profesores, se unían al PCE. Muchos intelectuales españoles en París eran militantes comunistas. Creaban revistas de exiliados donde colaboraba gente variada, pero el sesgo era impuesto por el PCE. Semprún siempre se mantuvo en ese ambiente. Heredó de su padre contactos y relaciones. Entrar en el ambiente de los exiliados era algo que le venía de familia. Por ejemplo, su amistad con José Bergamín, que era muy amigo de su padre. Semprún lo que hizo fue encauzar ese ambiente intelectual que ya conocía hacia una mayor militancia, y se convirtió en un militante intelectual que publicaba poemas y artículos.
En 1953 el PCE, cuya dirección está en el exilio, lo envía a España como clandestino, y es entonces cuando adopta el heterónimo de Federico Sánchez, entre otros. Durante diez años pasó desapercibido para el régimen. En el año 63 un detenido por la policía franquista lo identifica.
Un detenido que es Sánchez Dragó. Sánchez Dragó, cuando es detenido en 1963 en una comisaría de Madrid, ve una revista en la que aparece Jorge Semprún y dice que ese tipo era su instructor en el Partido Comunista, y que lo llamaban Federico Artigas. Y entonces la policía lo identifica. Pero en el 63 ya había salido de la clandestinidad. Antes no lo descubrieron porque se movía muy bien y no lo detectaban. Todo el mundo me ha dicho que era muy valiente y que tomaba siempre muchas precauciones. Aparecía y desaparecía. El segundo factor es que nadie lo denunció nunca. Eso es lo que él llama “el silencio de los camaradas”, que es el índice de la fraternidad comunista. Es lo que más valora él del comunismo, ese silencio a pesar de la represión. Salvo el caso de Dragó. Yo no digo que fuera un soplón, lo que sí digo es que era un hombre que tendía a la verborrea. Probablemente no quería denunciarlo, ya no tenía sentido en ese momento, pero se convirtió en quien lo delató. Y por eso Semprún en 1963 en París, donde vivía legalmente, empezó a notar que le perseguía la policía como nunca antes.
Hay un cambio de estrategia del PCE en 1948 tras una reunión con Stalin, que le aconseja que abandone la guerrilla y desarrolle el “entrismo”, infiltrarse en los sindicatos del régimen. Semprún tiene un papel importante en la infiltración dentro del SEU, el Sindicato Español Universitario vinculado a Falange. ¿Se podría decir que los disturbios universitarios de 1956 son responsabilidad suya?
Creo que sí. Javier Pradera, que tuvo algunas diferencias con él, me lo dijo claramente. “Todo el mundo quiere ser la Celia Gámez de la pasarela, pero el que lo hizo todo fue Semprún.” Ahora bien, tuvo buenos colaboradores. Él defendió el entrismo, defendió la tesis de Stalin de entrar en las organizaciones fascistas y en los sindicatos. A partir de 1953 se empezó a aplicar también en la cultura porque descubrieron que en la cultura española había descontento y que eso se podía utilizar.
En cuanto al SEU, Semprún decía que había que “matar a la bestia con su propia espada”. Ahora bien, no todo lo inventa él. Enrique Múgica tuvo la idea de hacer un congreso de escritores que luego se convierte en congreso de estudiantes y es el desencadenante de los sucesos de 1956. También creó las aulas de poesía. Semprún estaba detrás y orientaba. Los militantes tenían mucha fe en él. Era mayor, por un lado, pero tampoco mucho mayor, ocho o diez años más que los estudiantes, así que era cercano. Y venía de fuera, enviado por la organización, y eso le daba un aura que no tenía otra gente.
También el PCE comenzó a considerar que había cosas salvables en la cultura franquista, que estratégicamente no se podía desechar todo. ¿Estaba de acuerdo Semprún con ese viraje? Escribió un manifiesto para los “intelectuales patriotas” y se lo reescribieron con un lenguaje mucho más patriotero y con menciones a las grandes gestas españolas del pasado.
Aceptaba lo que decía el partido, era un militante con todas las de la ley. Cuando escribe a finales de los cuarenta sobre Nada de Carmen Laforet pone a parir el libro. Luego él no se acordaba, cuando se lo pregunté me dijo: “La pondría bien, ¿no?”
Es una reseña ciega de ideología.
Sí, pero luego en los cincuenta cambia, le encanta Berlanga, Bardem, la poesía nueva que se hace, ensalza a las nuevas generaciones. Tiene una actitud muy positiva. Defiende que el partido tiene que darle el marco político y la orientación ideológica a lo que creaban esos intelectuales.
A un militante le reprocha que lea Le Monde como si fuera un periódico objetivo, cuando defiende los intereses de la burguesía. Tiene ese tipo de cosas, pero a pesar de las limitaciones de la época es un estimulador entusiasta del sector cultural.
El PCE comienza a hablar de reconciliación nacional (quiere acabar con la retórica de la Guerra Civil), se abre a la nueva cultura. Pero sus líderes aún son muy ortodoxos, siguiendo las directrices de Stalin. ¿No hay algo contradictorio en su postura?
Intentaban que no fuera contradictorio, pero lo era. Por ejemplo, el dirigente comunista Simón Sánchez Montero decía: “Reconciliación, sí, se acabó la división vencedores y vencidos; ahora bien, no renunciamos a la lucha de clases.” ¿Cómo se casa eso? No se puede. Mantienen la retórica ortodoxa pero luego hay aperturismo. Esto les creó problemas con otras organizaciones de izquierdas, que no se fiaban del PCE. Por eso no invitan al partido a Múnich [la reunión de opositores antifranquistas en 1962], porque dicen que son los comunistas de siempre, que ya en la guerra les traicionaron, porque eso no se olvidaba en el exilio, y que siguen siendo estalinistas por mucho que digan que no. Ese estigma no se lo quitaron hasta el año setenta. Hasta tal punto que Carrillo en los años setenta hace declaraciones impresionantes de concesiones a la derecha, de pragmatismo. En los setenta ya están hartos del exilio y de que no cuenten con ellos, así que son los más partidarios de las concesiones. El PCE es uno de los mayores partidarios de que la amnistía de 1977 vaya hasta el fondo. Son los que dicen que no quieren juzgar a ningún torturador franquista. No quieren venganza.
En las comisiones obreras, en la lucha diaria, eran los más reformistas. Pero luego defendían el marxismo-leninismo y la revolución socialista, y no renunciaban a eso. Es un doble juego. En la lucha política diaria exhiben una faceta práctica y lo que más buscan es una alianza con el partido socialista. Lo que pasa es que Prieto los detesta por la guerra y nunca consiguen reconciliarse. Tiempo después, sí. Y, sobre todo, en el interior la colaboración es muy estrecha. Los abogados socialistas y comunistas trabajan juntos, los manifiestos los firman socialistas y comunistas y no miran el pedigrí de cada uno.
¿Tenía Semprún también esa dualidad? Criticaba el subjetivismo y el voluntarismo del partido pero seguía obedeciéndolo.
Critica el dogmatismo del partido porque lo lastra. También el PCE daba muchos bandazos. En 1962, después de haber descartado la lucha armada como medio para obtener la democracia en España, vuelve a plantearla tras la presión ideológica de los comunistas chinos. Usaban la violencia como amenaza: “Cuidado, que si no pactáis con nosotros podemos promover un levantamiento militar.” Y de hecho, el militar comunista Enrique Líster deseaba que se le encargaran planes para una insurrección armada. Incluso pensaron que en la base de Rota podían robar algún submarino atómico o alguna bomba atómica.
¿Cómo influyó el comunismo chino en ese viraje?
Los comunistas chinos los acusaban de revisionistas, de renunciar a la lucha armada. Entonces el PCE, verbalmente, como gesto de fanfarronería, comenzó a hablar de la posibilidad de volver a la violencia. De hecho, entre 1960 y 1964 sigue habiendo documentos en los que se dice, sobre todo Líster, pero también Carrillo, que si no quedaba más remedio volverían a la lucha armada. Semprún lo consideraba descabellado. Su objetivo era el socialismo también, pero sin engañarse pensando que la sociedad española del franquismo en los años sesenta estaba en condiciones de alcanzarlo. El PCE no tenía influencia ni poder como para que la clase obrera pudiera organizar una revolución socialista. Lo que los tiempos pedían era una salida contra el franquismo en la cual se obtuviera una situación de democracia burguesa más o menos amplia, con libertades restringidas y algunos partidos legales (incluso defendiendo que quizá el PCE no debía legalizarse aún).
¿Por qué se retiró a Semprún de la actividad clandestina en España en 1962?
No hay ninguna razón clara. Carrillo dio muchas, que estaba cansado, que le seguían, que estaba interesado en hacerse escritor, pero todavía no había publicado su primer libro, El largo viaje. Es mentira todo eso. Creo que había surgido una discrepancia con la cuestión agraria, cuando el PCE aprobó la consigna “la tierra para el que la trabaja” y Semprún y Claudín votaron en contra. Creían que estar en contra de la propiedad privada era un error porque había mucha propiedad media y pequeña con muchos campesinos arrendatarios a los que no se les podía quitar la tierra. Colectivizar en ese contexto de la agricultura europea era algo absurdo.
En los años sesenta Carrillo se enfrentó a los intelectuales del partido, que pedían una mayor implicación en la toma de decisiones.
Había descontento de los intelectuales en Madrid porque el partido los utilizaba para lanzar consignas pero ellos también querían poder elaborar la política. Dimitió el cineasta Ricardo Muñoz Suay, responsable de los intelectuales. Javier Pradera había criticado al partido, lo castigaron retirándolo de sus responsabilidades con los intelectuales universitarios. La retirada de Semprún de la clandestinidad en Madrid en el 62 también fue mal vista por los intelectuales. Su sustituto, José Sandoval, venía del Este, no había trabajado nunca con los intelectuales, y era un hombre muy poco conocedor de la situación. Había un malestar amplio y una crítica al modelo cultural del partido, que defendía todavía el realismo socialista. En España eso ya había cambiado, ya no había una poesía militante, el realismo se consideraba una corriente insuficiente o pobre. Ante esto, el partido, que siempre había pensado que los intelectuales eran demasiado individualistas y sospechosos, pensó que no tenían suficiente formación marxista y organizó un seminario. Y ahí se montó un cisco cuando Semprún criticó el subjetivismo del partido. Lo que quería decir con subjetivismo es que en el partido predominaba una visión subjetiva de lo que pasaba en España. Eso llevaba a engaño y a tácticas equivocadas. Semprún y Fernando Claudín fueron los más críticos con esta estrategia. Creían que la situación de España no estaba preparada para una salida revolucionaria ni con huelgas ni con nada, y defendían lo que otros sectores llamaron “salida oligárquica”, una apertura en la cual se irían asentando las bases para un sistema democrático paulatino, con mucho tiempo.
A Carrillo esta crítica le sentó fatal y pensó que estaban criticando su punto de vista. Le reprochó que criticara el subjetivismo y no el revisionismo, y lo acusó de no ser suficientemente revolucionario. Le molestó también especialmente que fuera una crítica en público.
Finalmente Claudín y Semprún son expulsados del partido en 1964. ¿Carrillo tenía miedo de perder su silla de secretario general?
Carrillo me dijo que pensaba que Semprún y Claudín querían su puesto, pero eso no es verdad. Era un poco paranoico. Me dijo que le preguntó a Claudín: “¿Quieres la silla? Aquí la tienes.” Pero no hay ninguna muestra de que quisieran el poder en el partido, es más, hay muchas pruebas de lo contrario, hay declaraciones de apoyo a Carrillo. Lo que no querían es que siempre tuviera la razón, que todo el partido dijera unánimemente sí. Querían que se pudiera discutir y se tuvieran en cuenta las discrepancias.
La publicación del primer libro de Semprún, El largo viaje, en 1963, sucede casi al mismo tiempo que su expulsión del partido, en 1964. Sus inicios como escritor coinciden con su crítica pública al dogmatismo del partido. ¿Cree que hay alguna relación?
Yo creo que no había mucha relación. No tenía planes. Ganó el Premio Formentor, le fue bien, no tenía nada previsto. Tardó luego cinco años en sacar su siguiente libro, El desvanecimiento. En segundo lugar, se declaraba comunista y se siguió declarando comunista durante mucho tiempo después. Y le dolió mucho su expulsión del partido. No quería marcharse, impugnó su expulsión. Carrillo fue beligerante al máximo, buscó una alianza con Dolores Ibárruri (que luego se arrepintió y dijo que fue una “inquisidora”). Pero él siguió defendiendo al partido, luego se volvió un comunista sin partido pero siguió siendo marxista y crítico con la sociedad burguesa. Aunque eso no tenía nunca definición o concreción. En esa línea muy izquierdista se mantuvo hasta los años setenta. ~
Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemán' (Libros del Asteroide, 2023).