Entrevista a Jan Zielonka: “Puedo imaginar un mundo sin democracia pero no un mundo sin internet”

El politólogo polaco sostiene, en su libro más reciente, que nuestras democracias no están adaptadas a su tiempo.
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El politólogo polaco Jan Zielonka afirma en The lost future. And how to reclaim it (El futuro perdido. Y cómo recuperarlo, Yale University Press, 2023) que nuestras democracias no están adaptadas a su tiempo y reivindica un papel más relevante para los actores no estatales a la hora de enfrentarse a los retos del futuro.

Dice que no sabemos hablar del tiempo en términos políticos, o de poder.

Solemos pensar que el tiempo es algo que nos viene dado, algo que no tiene nada que ver con la política. Asumimos que es algo como la naturaleza, como la salida del sol. Pero es más complicado. Los antropólogos y sociólogos te dirán que el tiempo es un invento del ser humano. Especialmente cuando los seres humanos nos desplazamos de una visión del tiempo basada en la naturaleza hacia una visión más artificial, basada en los calendarios, los horarios. Estos inventos determinan todos los detalles de nuestras vidas: cuándo podemos votar, cuándo podemos casarnos, cuándo prescriben determinados delitos, hasta qué edad debemos trabajar para recibir una pensión o cuántas horas al día le dedicamos al trabajo. Todo esto está diseñado por la política desde tiempos inmemoriales. El concepto que uso es cronopolítica. Y el mejor ejemplo está ya en la Biblia. Trabajas seis días y el séptimo descansas. Controlar el tiempo es algo que han hecho todos los líderes políticos. Julio César, Robespierre, Ataturk, todos crearon sus propios calendarios. Debemos prestar más atención a los aspectos políticos del tiempo. Y tratar el tiempo como algo político. Si consideramos que el tiempo no existiría sin gente, tenemos que prestarle atención, igual que prestamos atención al espacio, por ejemplo.

Dice que los políticos contemporáneos se dedican a administrar el presente, sin ninguna visión de futuro. ¿No ha sido siempre así? ¿No hay una idealización de los liderazgos del pasado?

Siempre ha sido así. Pero la vida real se movía a un ritmo diferente. La democracia sigue funcionando a un ritmo de la era preinternet. Tomemos por ejemplo el progreso tecnológico: las transacciones financieras en la era del telegrama eran mucho más lentas que en la era de internet. Ya en 1998 Edward Luttwak escribió un libro titulado Turbocapitalismo (Crítica, 2000), que trata de la velocidad de las transacciones financieras en la globalización. Lo mismo ocurre en la sociedad. Hay muchos libros que hablan de la sociedad de la “alta velocidad”. Sabemos que hay una aceleración. Y también se nos dice que si no mantenemos el ritmo nos quedamos fuera. Las democracias liberales, de alguna manera, tienen un calendario completamente diferente. No están sincronizadas con lo que ocurre a su alrededor. Porque la democracia requiere de participación, deliberación, división de poderes, hay vetos… Esto es algo positivo, pero no encaja en una sociedad de alta velocidad. De hecho, lo que uno observa en los últimos años es que los gobiernos no hacen uso de esas herramientas parlamentarias y de control, no respetan los procesos clásicos de deliberación. Se mueven rápido y abusan de los decretos. Es una democracia instantánea e improvisada. La ciudadanía espera de la democracia no solo que sea participativa, quiere también que sea efectiva. Si todo se mueve tan rápido, no eres efectivo. Tenemos gobiernos de emergencia para siempre. Se saltan la mayoría de los procedimientos democráticos o si los siguen, es de manera superficial. En lugar de una participación ciudadana tenemos democracias instantáneas obsesionadas con la demoscopia.

Teniendo en cuenta la aceleración de nuestro mundo, ¿es cada vez más difícil mantener el equilibrio entre gobernanza y democracia, o entre eficiencia y representatividad, que es la clave de las democracias liberales?

Hablo en el libro de una doble miopía. La democracia no solo no está sincronizada con respecto al tiempo, tampoco lo está con respecto al espacio, porque la democracia está principalmente basada en los Estados nación. Y la mayoría de los problemas a los que nos enfrentamos son transnacionales o locales. La democracia a un nivel transnacional es opaca. Y en la ue de los últimos años vemos que las decisiones cada vez las toman más las soberanías, porque son quienes representan a los electores. Es la lógica de la integración europea que hemos adoptado, a través de Estados miembros. Como dice Alan Milward, la integración europea lo que hace es “rescatar” a los Estados, en lugar de desmantelarlos. El problema es que cuando alcanzan consensos, es siempre un mínimo común denominador, algo que no consigue afrontar los problemas importantes. El actor más lento de todos puede arrastrar la cuestión eternamente. Pensemos en el cambio climático, o las discusiones actuales sobre la eliminación del diésel en 2035. Todos estos cambios producen ganadores y perdedores. Y los perdedores son la gente joven. Los políticos dicen siempre que les preocupan las siguientes generaciones, pero al final las políticas públicas que aplican son normalmente beneficiosas para los pensionistas. Y cuando no lo son, tienes ejemplos como las protestas en Francia sobre el tema de las pensiones. Puedes decir que no quieres ampliar la edad de jubilación, pero ¿quién va a pagar eso? Porque el porcentaje de gente trabajadora con respecto a los pensionistas se reduce cada vez más. Lo mismo pasa con los niveles de deuda.

Por resumir provocadoramente mi tesis: puedo imaginar un mundo sin democracia pero no me lo puedo imaginar sin internet. Y aquí hay un problema de falta de sincronización de la democracia liberal con su época.

También el Estado de bienestar es un invento que surgió en una época muy diferente, con menos globalización e inmigración, sindicatos fuertes, Estados nación homogéneos…

Los socialdemócratas alemanes, por ejemplo (Alemania es todavía un Estado bastante funcional), quieren restablecer las fronteras porque dicen que no puedes tener un Estado de bienestar sin una sensación de comunidad y un contrato social. Es un ejemplo de que ni siquiera un país tan estable y rico como Alemania puede permitirse enfrentarse a los mercados o a la globalización para mantener su Estado de bienestar. El problema es más amplio. Estamos intentando solucionar un cáncer dándole aspirinas al paciente. Estamos aplicando soluciones que son alivios temporales, pero no resuelven el problema.

Decir que nuestras democracias liberales no están funcionando ante estos retos parece un tabú. Quizá porque la alternativa para cada vez más ciudadanos es el autoritarismo.

Bueno, si quieres defender la democracia frente a los autócratas tienes que demostrar que es eficiente, que también puede mirar hacia el futuro y no simplemente salir del paso. Pensábamos que los chinos se dedicarían exclusivamente a hacer juguetes o imitar nuestros productos tecnológicos. Y ahora si miras la lista de los gigantes tecnológicos, muchos de ellos son chinos y no hay ninguno europeo. Nuestra estrategia no está funcionando. No quiero decir que el modelo de China vaya a prevalecer. No puedes sobrevivir con una legitimidad basada en los resultados (output), necesitas también legitimidad de origen (input). Porque cuando hay una crisis y esos resultados se ven afectados, necesitas que la gente confíe en ti y en que su voz importa. No puedo defender que los regímenes autoritarios son mejores que las democracias, claramente. Pero creo que debemos ser capaces de tener algo más que procedimientos democráticos, la democracia también de- bería cumplir con las expectativas de la gente. Necesitamos participación democrática pero también eficiencia. Porque además nuestra legitimidad de origen no está en buena forma: los partidos están cada vez más alejados de la ciudadanía, hay una crisis de la representación parlamentaria, los líderes políticos están acabando con los contrapesos al poder. Tenemos que pensar de una manera completamente diferente en este nuevo mundo. Pero aún no hemos aceptado que lo que hace falta es un cambio fundamental. No es algo que se pueda resolver con algunos trucos institucionales. Es un problema de incomprensión del paradigma en el que vivimos. Ya no estamos en el siglo XX, antes de la revolución de internet o la hiperglobalización.

Defiende que la democracia no debería ser solo el dominio de los gobiernos o los Estados.

Hay un acuerdo entre aquellos que estudian las implicaciones de la revolución de internet, y es que beneficia particularmente a las redes informales más que a las estructuras estatales. Las redes son más rápidas y flexibles, son más capaces de adaptarse a la alta velocidad del mundo moderno. Pero en esta discusión sobre la eficiencia de las redes nunca se tuvo en cuenta la cuestión de la democracia o la rendición de cuentas. No entiendo por qué siempre asumimos que la democracia es solo una cuestión de los Estados. Sé de dónde viene, de la idea de nación, que tiene una función identitaria. La ironía de esto es que incluso en Europa, la ue supuestamente iba a acabar con el nacionalismo, pero tenemos un resurgir de los nacionalismos. Entiendo por qué sobrevive la mitología del Estado. Y no tengo dudas de que los Estados seguirán existiendo. Pero no son los únicos actores. Las redes no son solo organizaciones criminales, son por ejemplo las ciudades. Las ciudades son democráticas pero no tienen que preocuparse por cuestiones como la soberanía o las fronteras, como sí hacen los Estados o las regiones. La mayoría de europeos viven en ciudades, y muchas de las decisiones políticas que más nos afectan las toman los políticos locales. ~

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Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemán' (Libros del Asteroide, 2023).


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