Entrevista a Juan Claudio de Ramón: “Quería escribir un libro integral de Roma”

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El ensayista Juan Claudio de Ramón publica en la editorial Siruela Roma desordenada. La ciudad y lo demás, fruto de sus años como diplomático en la capital italiana. En él aparecen desde el arte de Caravaggio hasta el asesinato de Aldo Moro, la arquitectura fascista o el legado judío y español en la ciudad.

El libro se titula Roma desordenada y es cierto que su estructura es fragmentaria, pero tiene la virtud de que es reconocible una voz y se lee como un diario. A veces la mejor manera de dar estructura a un libro es crear una voz y un registro.

Hay gente que me ha dicho que al fin he conseguido crear una voz de narrador, consistente en el tiempo. Un reto de este libro era mantenerlo junto, que no se dispersara. Yo no quería dejar de hacer un libro romano, no quería unas memorias o unos diarios de Roma. Pero ciertamente hay injertos de vida cotidiana que ayudan a estructurarlo. Me gusta que se note que quiero mucho a mi mujer, por ejemplo. Porque además ella viene conmigo. Recuerdo leer El mundo de ayer de Stefan Zweig y cabrearme porque es un libro gordo, viaja por muchos sitios y solamente en la página trescientos, o muy avanzada la historia, menciona a su mujer, a la que ni llama por su nombre. Y luego incluso se suicidan juntos.

Admites cierta reticencia a escribir un libro así.

Al principio pensé que no merecía la pena escribir otro libro sobre Roma, ya me buscaré la vida para escribir un libro italiano de otra manera. Me intimidaba. Es que es un género propio, el libro de Roma. El libro de viajes, y dentro del libro de viajes el libro italiano, y luego el de Roma, un género en sí mismo, practicado además por gigantes. Había esnobismo, es un poco típico. Roma y el cultureta que la pasea. Pero la ciudad te coacciona, te pone el trapo rojo.

El intento de no repetir lo ya dicho mil veces afecta al tono. Huyes de epifanías, de stendhalazos. Hay más curiosidad que épica.

No quería caer en el tópico pero tampoco alejarme del tópico, hacer antiturismo, negarme a ver el Coliseo, decir que el Panteón no es para tanto. Todo lo que tiene fama en Roma merece su fama. Tiene diez atracciones que conoce todo el universo, no solo la gente culta, y cien o doscientos esplendores secundarios que serían principales en cualquier otra ciudad. Si quieres descubrirlos tienes que empezar pronto y a mí en cinco años no me dio tiempo. Como lo que dice Ferdinand Gregorovius, que le preguntan cuánto tiempo hace falta para ver Roma y él dice: no le puedo responder, solo llevo aquí treinta años. Roma te hace sentir impotente.

También rehúyes del análisis de los caracteres nacionales o, en este caso, de hacer un perfil claro del romano.

Otro vicio del escritor de viajes es exagerar el exotismo del indígena. Es una gran ciudad, y las grandes ciudades difuminan los rasgos predominantes. De todas maneras sabía que tenía que intentar analizar el carácter romano, que se dice que es un pasota. Es estoico, resignado ante los atropellos. La idea de que nada va nunca a mejor. Es algo muy de ciudad antigua. “Esto ya ocurría con Augusto…” “Ya estaba la ciudad sucia hace siglos…” Es un problema para la ciudadanía de un sitio, porque se resignan a que las cosas no pueden mejorar o creen que no pueden exigir mejoras. También hay un pasotismo bueno, es una ciudad muy tolerante.

Hablas de una tensión histórica: es una ciudad de curas y, a la vez, de mucho pecado. Para los que hacían el Grand Tour en el XVIII y XIX Roma era casi un destino sexual.

Esa dualidad está muy presente. Es la capital del catecismo, de la moral católica, de los cardenales y seminaristas y sotanas; es también la capital de la sensualidad pagana. Conviven la ciudad de las reliquias y de las estatuas de desnudos. Se ve muy bien en el Vaticano. Por un lado están los peregrinos que van a ver la basílica y la tumba de San Pedro; luego están los Museos Vaticanos, la sensualidad de la estatuaria antigua.

Walter Benjamin decía que el flâneur surgió en París pero no habría podido surgir en Roma.

Dice dos cosas muy interesantes sobre ciudades. Si tuviéramos que reunir los libros sobre ciudades nos encontraríamos con que los escritos por sus habitantes son una minoría. El que escribe de esa ciudad es el foráneo. No vemos nuestra ciudad. Me costaría hacer un libro sobre Madrid. La otra cosa interesante que dice es que el flâneur necesita libertad, deambular pensando en sus cosas… Y Roma no te deja, a cada paso está la historia pegándote voces, reclamando tu atención. No puedes vagabundear desinteresadamente. El flâneur no va a visitar una cosa, sino que pasea y va descubriendo lugares.

Hay varias “tradiciones inventadas” que mencionas en el libro. La carbonara, los pinos tan característicos de la ciudad, que en realidad son como una especie invasora… Hay una invención de la tradición artística también por parte de Johann Joachim Winckelmann, que idealiza el pasado griego de la ciudad.

Winckelmann reivindica una pureza del arte griego que no es real. Le habría sorprendido ver las estatuas en la época pintarrajeadas, un Apolo con los labios pintados. Se habría muerto del disgusto. Él teoriza sobre el arte griego a partir de copias romanas. Y lo de la carbonara, hay teorías. Se dice que venía de los mineros del carbón, de ahí el nombre. Pero no aparece en recetarios antes de la Segunda Guerra Mundial. Hay una sospecha fuerte de que la inventaron los estadounidenses, que echaban de menos el bacon.

Los italianos viven obsesionados con su historia reciente, y toda su historia es historia reciente porque realmente es a partir de la unificación. Elaboran mucho sus mitos, se cuentan a sí mismos constantemente.

Dedicas un capítulo al barrio del EUR, el barrio fascista. Dices que despierta en ti dos sensaciones: la de “desprecio al fascismo español, productor de un arte ínfimo, y admiración por la democracia italiana, por no caer en la párvula querencia de cancelar los logros estéticos de un régimen abominable pero no exento de buen gusto”.

Al ir ahí descubro que a muchos edificios los llaman de “estilo fascista” sin rebozo, cuando podrían decir estilo racionalista o art-decó. Son edificios muy apreciados por los romanos. La Sapienza, la universidad más importante de la ciudad, la hace Marcello Piacentini, el arquitecto de Mussolini. La Farnesina, el ministerio de exteriores, un palacio de mármol enorme también hecho por Mussolini. El estadio de la Roma y la Lazio, el complejo olímpico del Duce, que todavía está presidido por un obelisco que dice “Mussolini Dux”. Esto llama mucho la atención a un español. No está en la conversación pública italiana acabar con esos símbolos. Es algo que me impresiona y me admira. Son conscientes de que hay cosas que están bien hechas en el plano estético y no quieren cambiarlas. O sencillamente se han dado cuenta de que hay cosas que no tienen vuelta de hoja. No se engañan frente al hecho de que Mussolini gozó de mucho apoyo popular. La década de los treinta es la década del consenso. En los años veinte Mussolini tiene que apuntalar su régimen sobre la violencia. Pero en los treinta los italianos lo apoyan mayoritariamente.

El barrio del EUR no solo no lo tiraron tras el fascismo sino que en algunos casos incluso lo completaron. No hubo una purga de arquitectos o urbanistas. Luego, claro, hay decisiones urbanísticas de Mussolini que son muy controvertidas, como arrasar la Roma medieval para desenterrar la Roma imperial. Es su huella más notoria en la ciudad y es algo que solo puede hacer un dictador. Pero hoy vemos los foros imperiales como los vemos gracias a eso. Y Mussolini implanta la costumbre de hacer un desfile militar desde Piazza Venezia hasta el Coliseo y se sigue haciendo. Los italianos creen que si algo funciona estéticamente no hace falta cambiarlo.

Quizá es porque el fascismo surgió como un movimiento también artístico, de vanguardia, con el futurismo.

El fascismo en los años veinte es una utopía que se asocia con la modernidad, es una forma de ser revolucionario, dominada por supuesto por el mito execrable de la violencia. Pero no es menos revolucionaria que la utopía de izquierdas. Hay un libro maravilloso de Emilio Gentile que se llama Fascismo di pietra, que habla de la arquitectura de Mussolini, y otro en el que habla de Marinetti y Mussolini. Los primeros fascistas son D’Annunzio y Marinetti.

El falangismo no consiguió esa unión entre política y arte o vanguardia.

Lo intenta tarde y mal. Hay un momento en el que a Azaña le preguntan si cree que se instalará el fascismo en España y él responde que España no da ni para eso. Dijo que si triunfaba un régimen autoritario sería una dictadura militar eclesiástica de las de siempre. “Sables, casullas, desfiles militares y homenajes a la Virgen del Pilar.” No había material para montar una vanguardia fascista, que era algo mucho más sofisticado.

Una cosa interesante de Roma es cómo ha ido cambiando demográficamente durante la historia.

Quería escribir un libro integral de Roma, hablar también de su historia demográfica. Me fascina la idea de que en el siglo i es una ciudad de un millón de habitantes, en el siglo XVIII tiene 30.000: soldados, putas y curas. En el siglo xix vuelve a los 130.000 habitantes más o menos, la capital de las seis pes: papapretiprincipiputtanepulcipoveri (papa, curas, príncipes, putas, pulgas y pobres).

Había una corriente minoritaria de liberales italianos que estaba en contra de la capitalidad de Roma. Defendían que la capital debía ser algo nuevo, sin ataduras del pasado. Pero gana la corriente de Mazzini, Garibaldi y Cavour, que están obsesionados con que Roma sea la capital. Al albur de su capitalidad, vuelve al millón de habitantes y luego alcanza los tres de ahora. Hay muchas ciudades milenarias, pero no conozco ninguna que haya muerto y resucitado de esta manera. Roma había desaparecido. El Renacimiento nace en Florencia. Están Venecia, Milán, mucho más ciudades que Roma ya en el siglo XVI. Pero hay mucha gente que quiere resucitarla, el mito de Roma no desaparece.

Muchas ciudades sufren el proceso de gentrificación del centro y de expulsión de su población local a la periferia. Roma tiene el mayor centro histórico del mundo pero solo viven en él 60.000 personas. Y el resto vive en la periferia, que es muy interesante pero no es la Roma que todo el mundo llama Roma. ~

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Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemán' (Libros del Asteroide, 2023).


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