Entrevista a Pablo de Lora: “Las víctimas de Paracuellos fueron vencidas antes de poder ser vencedoras”

En 'Recordar es político (y jurídico). Una desmemoria democrática', el catedrático de filosofía del derecho explora las leyes de memoria histórica a partir del asesinato de su abuelo en 1936.
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Pablo de Lora es catedrático de filosofía del derecho en la Universidad Autónoma de Madrid. Es autor, entre otros libros, de Lo sexual es político (y jurídico) (2019) y El laberinto del género. Sexo, identidad y feminismo (2021), ambos en Alianza Editorial, y más recientemente Los derechos en broma. La moralización de la política en las democracias liberales (Deusto, 2023). Este año ha publicado Recordar es político (y jurídico). Una desmemoria democrática, donde investiga el asesinato en Paracuellos en 1936 de su abuelo Cecilio. Supuestamente delatado por el portero de su vivienda, se le acusó de formar parte de las quintas columnas derechistas que boicoteaban la defensa de Madrid tras el golpe de Estado de Franco. De Lora investiga la muerte de su abuelo, explora los debates históricos que hay alrededor de las matanzas de Paracuellos y analiza las leyes de memoria histórica del siglo XXI. 

Tu abuela no hablaba de la muerte de su marido. Tu padre tampoco supo los detalles de su detención y asesinato. ¿Qué es lo que sabías de tu abuelo antes de comenzar la investigación? 

Yo lo que sabía es que le habían detenido y que había estado en una cárcel, al principio pensaba que en la de Ventas pero fue en la de San Antón. En realidad fue detenido dos veces. La primera vez lo soltaron. Ese descubrimiento es parte del combustible del libro: ¿por qué no aprovechó que lo liberaron para escapar a través de una embajada, como hicieron muchos otros? Entonces me entero a través de mi tía de que mi abuela tuvo ese verano un aborto y estaba convaleciente. Por eso mi abuelo decidió quedarse. Tras la segunda detención se lo llevaron a la cárcel de San Antón para no volver. 

Tras la muerte de mi abuela, en 1986, mi familia descubre unas cartas. Yo tenía dieciocho años y recuerdo a mi padre muy conmocionado, porque no tenía ni idea de su existencia. Él había llegado a saber cosas de manera muy fragmentaria. Pero, y ese es uno de los leimotivs del libro, sentía vergüenza, él que tenía una conciencia antifranquista. Ese pasado era una especie de manchón. De todas maneras mi padre no llegó a saber mucho. Se quedó con la intuición de que su padre fue un militar muy derechas y muy católico. Sí me dijo en alguna ocasión que había reventado una huelga de transportes ofreciéndose a conducir tranvías en Madrid. Y que era un militante de la derecha republicana, de un partido que luego fue absorbido por la CEDA. Pero en el fondo no quería saber más. 

A raíz de la muerte de mi padre me surge la necesidad de mirar más al pasado. Y siempre tuve ganas de ver las cartas que conservó mi abuela. Fueron las muertes de mi abuela y de mi padre las que catapultaron todo. Y luego yo con mi investigación he proporcionado a la familia mucha información nueva. 

Hay un personaje fascinante, el de Caffarena, que es una especie de cronista de tu familia. 

Es una persona con un interés por la genealogía consecuencia de su primera profesión, militar. Toda la tradición militar de la familia Lora, mi abuelo y sus antepasados marinos, le fascinaba. Era un cristiano radical que fue alejándose de la oficialidad y la institucionalidad de la iglesia y acabó convirtiéndose en alguien de izquierdas, a pesar de venir de una familia muy principal. Su hermano fue Pepe Gómez Caffarena, uno de los mejores teólogos de España en el siglo XX, Premio Nacional de Ensayo. Por un lado tenía un interés en la historia de la familia pero también un deseo de purgar su mala conciencia por ser uno de los vencedores natos. 

En uno de sus diarios se lamenta de la represión franquista:  “muchas venganzas, más terribles por haber sido ejecutadas en nombre del cristianismo”. Hay muchos personajes en el libro del bando “vencedor” que tienen mala conciencia o una visión humanista. Tu abuela, cuyo marido fue ejecutado en Paracuellos, lloró amargamente cuando escuchó la noticia de los últimos fusilados del franquismo, los del 27 de septiembre de 1975. 

Hubo una maldad radical en la guerra, hubo también santos, y luego hubo una escala de grises, gente que fue victimaria que estoy seguro de que pasó el resto de su vida sin poder dormir bien por las noches, pensando que tuvieron que sacrificar o delatar a alguien porque temían que la represalia de los suyos sería peor. Mi abuela era muy seguidora de Joaquín Ruiz-Giménez, como tantos otros vencedores o familias de vencedores que eran cristianas profundas. 

Hay muchos interrogantes sobre quién denunció a tu abuelo. Tu abuela dice que fue el portero, pero luego el régimen cuando lo investiga lo descarta. 

Mi abuela dio testimonio en 1937, tras escapar de Madrid a San Fernando, de lo que cree que le pudo pasar a su marido. Pero entonces no se sabía muy bien lo que ocurrió en Paracuellos. No se supo bien hasta después de la guerra. 

En cuanto a la delación, no queda claro. En mi casa, mi padre contaba que la primera delación provino de la fontanería que está justo enfrente de casa, que todavía existe y se llama Collado. Pero no lo he podido corroborar y tampoco lo he querido hacer. Hay otros victimarios más inmediatos que sí que se conocen, como Santiago del Amo o Álvaro Marasa Barasa, responsables directos de Paracuellos que fueron sometidos a juicios sumarísimos y fusilados muy pronto. Esos sí que los menciono. Pedro Corral ha hecho una indagación maravillosa sobre cómo el propio régimen represalia a quienes participaron incluso de manera indirecta en los fusilamientos, por ejemplo los vecinos de Paracuellos que cavaron las fosas. Ese agricultor de Paracuellos que tiene un azada y llegan los milicianos… ¿no era un pobre hombre que cavó a punta de pistola? 

Hay varias historias de chivatazos entre vecinos. Una empleada del servicio denuncia a la familia de la casa en la que trabaja por “mostrar alborozo ante el paso de la ‘aviación facciosa’”. 

Había tipos penales en la República durante la guerra que perseguían el “jalear” o “elevar preces”, desear al altísimo que interceda para que ganen los sublevados. Y eso era un tipo delictivo. De nuevo, hago una lectura caritativa. Es una legislación de guerra. Pero había una divisa clave en el pensamiento penal ilustrado que decía que el pensamiento no delinque. El rezo no delinque. Se decía: en esa iglesia se están celebrando misas a favor de los sublevados. Es un ambiente difícil de entender hoy. Eres un católico como mi abuelo, la portera hace una acusación inverosímil y estás al borde de la condena. 

Después de que desapareciera tu abuelo, tu abuela consiguió escapar de Madrid gracias a la embajada británica. 

Ella se queda en Madrid con sus cinco hijos durante un año. No sé cómo consiguieron sobrevivir. Del 28 de noviembre de 1936 a septiembre de 1937, cuando escapó en una ambulancia. No he podido comprobar si fue con la escocesa Miss Jacobsen, en una de sus ambulancias de evacuación. Es un personaje que da para una novela. Forma parte de esos hispanistas anglosajones tan fascinados con España. Para la familia, esa huida es parte de la épica familiar. La yaya es nuestra Juana de Arco. 

Exploras todo el debate histórico sobre las matanzas de Paracuellos. Hay un debate muy interesante y es el de la existencia o no de una quinta columna fascista en Madrid, argumento que usaron los responsables de Paracuellos para justificar las sacas. 

Una teoría dice que la República en Madrid se inventó aquello de que el general Mola había dicho que había una quinta columna en la ciudad (yo estoy en la tesis de Andrés Trapiello y otros muchos, que dicen que la República terminó el 18 de julio). Y a esa tesis ayudaron los soviéticos. Otra teoría habla de que había miedo a que cuando los sublevados entraran en Madrid los detenidos en las cárceles se unieran a ellos. Pero hay que analizar las edades de esos supuestos quintacolumnistas. Eran todo señores mayores que llevaban años sin disparar. Mi abuelo se retiró del ejército por una rotura de fémur que lo dejó medio cojo. Y luego está la hipótesis, que en la lógica de la guerra me parece muy verosímil, de que los militares encarcelados se negaron a sumarse a la defensa de Madrid. Entonces los responsables de la defensa de Madrid aplicaron el código de justicia militar. Usted es militar, usted tiene que defender el país. Pero creo que hubo un porcentaje pequeño de ellos. De todas formas, igual que por su edad no podían ejercer de quintacolumnistas, tampoco parecían capaces de defender como militares la República. 

Santiago Carrillo siempre fue muy ambiguo sobre su participación en las matanzas de Paracuellos. Paul Preston escribe en El Holocausto español que “fue uno de los principales participantes en la toma de la decisión y en la organización de las ejecuciones” y que “estuvo plenamente implicado”. Sin embargo, señalar eso hoy en determinados círculos es casi de mal gusto. Paracuellos es como un meme de la derecha. 

Si lo mencionas, es una especie de etiqueta que te pones inmediatamente. Si está aceptado que lo que hizo Juan Yagüe en la plaza de toros de Badajoz no fue una acción de guerra sino el asesinato masivo de inocentes desarmados, ¿por qué no se puede decir lo mismo de Paracuellos? 

Eso que señalas le ocurre incluso a gente tan razonable como José Álvarez Junco. En su libro Qué hacer con un pasado sucio dice que “Si homenajeamos a las víctimas de Badajoz, provocamos que Vox homenajee a las de Paracuellos. Todo acercamiento se convierte entonces en imposible”. En la presentación de mi libro, dije una cosa que molestó a mucha gente: hay sectores del PP que no tendrían problema en acudir a un homenaje a las víctimas de las matanzas de Badajoz. ¿Tú te imaginas a alguien del PSOE en Paracuellos si alguna vez dentro de poco tiempo se intentara dignificar lo que ocurrió ahí? 

Tuve muchísimas dudas porque pensé que al escribir un libro sobre Paracuellos me estaba colocando la última de mis medallas de honor de la fachosfera. En el título, de hecho, no podía aparecer la palabra Paracuellos.

También se ha hecho muy mala historia sobre Paracuellos. 

Sí, y se daban cifras muy inexactas y si se demostraban falsas se decía “bueno, es que las cifras dan igual”. No, no dan igual. No vale decir, como decía el periódico El Alcázar cuando iba a legalizarse el PCE, que hubo doce mil asesinados. Hay un investigador, Miguel Platón, que ha hecho un estudio pormenorizado de la represión en número de muertos. Nos habíamos quedado con la cifra de cien mil fusilados tras la guerra, que es una barbaridad. No fueron 100.000 sino 20.000 hasta el 1948, que acaba el Estado de excepción. Es una cifra tremenda igualmente. 

Citas un artículo de Julián Casanova en El País donde defiende que solo deben repararse las víctimas de la represión de los militares sublevados contra la república, no los que sufrieron la “persecución” en la zona republicana, porque “ya fueron compensados de forma permanente, durante décadas, como vencedores de la guerra, por la legislación franquista”. Es una posición muy extendida. El problema es que esa supuesta reparación no la hizo una democracia, sino una dictadura.

Es considerar que esas víctimas no requieren un homenaje. Muchas de las víctimas de Paracuellos son, como yo cuento, “venceheridos”, si este neologismo tiene algún sentido. Fueron vencidos antes de que pudieran ser vencedores. Porque, y es un contrafáctico, claro, es posible que muchos de los asesinados fueran defensores de la República. Entendiendo República no lo que yo entendía con dieciocho años, que es izquierda. Es que había republicanos de derechas. Para mí también eso fue una epifanía. No me habían contado de joven que había republicanos de derechas. Ahora estamos viendo incluso a mucha gente de derechas antimonárquica. Y quizá por buenas razones. 

Parece que cuanto más sabemos sobre, por ejemplo, la violencia en la República (gracias a obras como Fuego cruzado de Fernando del Rey y Manuel Álvarez Tardío), más intentos institucionales hay por idealizarla. 

Yo creo que es un síntoma de desesperación. Quiero pensar que se les acaba un poco el combustible en ese aspecto. Hay historiadores que están desafiando esa lógica, como Enrique Moradiellos pero también incluso Santos Juliá, que en algunos aspectos era un poco sectario pero en otros muchos era muy razonable. Las armas y las letras de Andrés Trapiello fue para mí una epifanía, y Fuego cruzado también lo está siendo. 

Y luego yo he hecho una indagación sobre el debate de la ley de amnistía de 1936. Algunos de mis santones ideológicos o académicos, como Luis Jiménez de Asua, salen malparados. Lees los artículos de 1934 y 1935 de Luis Araquistáin en la revista socialista Leviatán y ves que no defiende la democracia, defiende otra cosa, la revolución proletaria con todas sus consecuencias. Y te hace pensar: ¿yo dónde hubiera estado en ese momento? 

La Transición es, desde luego, olvidar Paracuellos y Badajoz. Pero muchos años después, vale mucho la pena revisitar y pensar qué fue aquello. Sin ánimo de revancha ni con la intención de 

ir ahora a la fontanería desde la que delataron a mi abuelo y ponerme a gritarles. 

La generación que vivió la Transición defendió una especie de “olvido”. Pero hoy ya no tiene mucho sentido.

Hay que revisitar todo igual que seguimos estudiando las guerras carlistas. Y sin ánimo presentista. No puedes considerar que desde el minuto uno del 19 de julio de 1936 todo lo que sigue a continuación, incluso cuando España se consolida y es reconocida internacionalmente, es ilegítimo. ¿Qué haces entonces con las condenas a la pena de muerte que hace Joaquín Ruiz-Giménez en los consejos de ministros?  Se hacen equiparaciones con otros países que son inexactas. En el franquismo no había vuelos de la muerte ni una Escuela Mecánica de la Armada como en Argentina. El franquismo llegó a tener un aparato institucional consolidado, con sus jueces. Y no era un Estado de derecho, claro. Pero no puedes decir que fueran asesinatos parapoliciales.

Cojamos, por ejemplo, el caso de Manuel Fraga. ¿Cómo no vas a hurgar en su historia? Hizo cosas muy buenas durante la Transición pero otras muy oscuras en el franquismo. Te sirve para contrastarlo con otros personajes del régimen, como Ruiz-Giménez, que dijeron: yo no puedo participar en esto. Hay que distinguir entre los buenos sin paliativos y la gente que hizo lo que pudo, que hizo cosas buenas y malas. 

Hablas de lo que llamas Francoceno, cogiendo el término de Muñoz Molina, que es una especie de obsesión historicista con Franco, una utilización partidista del pasado. Analizas un auto del juez Baltasar Garzón en 2008 contra los responsables del golpe del 36. Años antes, Garzón rechazó un auto parecido contra Carrillo y el PCE por las matanzas de Paracuellos. 

Quienes decimos que el Estado de derecho es una convención necesaria, no suficiente, se nos acusa de formalistas. Las formas son muy importantes porque los jueces, en general, tienen un poder brutal, y el Estado también. Esto es una banalidad decirlo, pero conviene insistir en ello. Los jueces juzgan y hacen ejecutar lo juzgado. Los jueces no son historiadores ni están para hacer justicia transicional que no implique aplicar normas con consecuencias en términos de restitución de una deuda, declaración de que un delito ha prescrito pero se ha cometido… Esto es lo que hizo Garzón en los llamados juicios contra el franquismo. Hizo esa cosa delirante de mandar un oficio al registro para constatar el fallecimiento de los investigados. Esto trae causa de una muy mala dinámica que se crea en los inicios de la llamada justicia transicional de los relatores de la ONU, sobre todo Pablo de Greiff, que ha tenido sus epígonos en el Tribunal Constitucional, donde se está diciendo en votos particulares cosas parecidas: “bueno sí, ya sabemos que todo esto ha prescrito, pero es también nuestra función”. Pues no, no es su función. Si una magistrada quiere publicar una tribuna en Letras Libres, que lo haga. Pero que no use los recursos públicos. Pasado mañana habrá magistrados de otro signo que harán todo lo contrario y aprovecharán para decir que Carrillo fue un asesino. Pero esa función no le corresponde a un juez. 

Paradójicamente, cuanto más tiempo ha pasado, más audaces son las aspiraciones de reparación.  

Intento explicar en el libro el debate que se abre en 1976 a propósito de la amnistía de Carrillo. Carrillo llega a Madrid en diciembre de ese año ilegalmente. El PCE es una organización ilegal. Era ministro de interior Rodolfo Martín Villa. Lo detienen. ¿Y ahora qué? Hay un sector de la prensa española más próxima al búnker que defiende que debe ser juzgado por los crímenes de Paracuellos. Lo que ocurre es que en el año 1969, coincidiendo con el treinta aniversario del final de la guerra, Franco decreta una nueva amnistía que declara amnistiados todos los delitos cometidos antes del 1 de abril de 1939. Ahí surgen voces, en la derecha, que dicen que esos delitos son imprescriptibles. Es exactamente lo que dice Garzón y la izquierda décadas después. 

Haces un esfuerzo por desidealizar algunos aspectos de la Transición, por ejemplo la amnistía al terrorismo de ETA en 1977.

Cuando lees algunos aspectos de la amnistía llegas a la conclusión de que quizá Alianza Popular sí tenía razón cuando sospechaba de ella. ETA tardó dos meses en volver a matar tras la amnistía. 

Hay una cosa que no cuento en el libro pero sí en un artículo en The Objective que es muy perturbadora. Hablo del etarra Apala [Miguel Ángel Apalategui], que era el líder del comando que asesina al empresario vizcaíno Javier Ybarra en 1977. Tras el asesinato, está en Francia y hay una orden de deportación. Antes de que se decrete la amnistía el gobierno español lo reclama porque hay pruebas e indicios de que ha participado en el comando que asesinó a Ybarra. Hay una vista en Francia en la que el tribunal francés tiene que decidir si accede a la solicitud del gobierno español. Uno de los que testifica a favor de Apala para no ser deportado es el socialista Txiki Benegas. Y claro, se dice constantemente que Alianza Popular estuvo en contra de la amnistía. No es cierto, se abstuvieron. Pero también cuando ves todo esto, ves que sus dudas eran razonables. Y hay historias sorprendentes como que los asesinos de los abogados de Atocha en 1977 pidieron ser incluidos en la amnistía. O los miembros del Ejército Popular Catalán, un grupo terrorista independentista que asesinó al exalcalde de Barcelona . El juez de la audiencia provincial al que le llega el caso aplica la amnistía porque la ley buscaba amnistiar las acciones violentas que buscaran “el restablecimiento de las libertades públicas” o la “reivindicación de autonomías de los pueblos de España”. Y ese grupo terrorista encajaba en esa descripción. Y luego el Tribunal Supremo, para negar la amnistía a estos terroristas, hace una sentencia que no hay por dónde hay que cogerla, donde dice que en realidad eso no era terrorismo. 

En el libro haces un ejercicio de metamemoria: indagas en los debates y las leyes sobre la memoria que ha habido en democracia. ¿En qué se diferencian, por ejemplo, la de 2007 y la de 2022? 

La de 2022 ofrece cambios más retóricos. Tiene una exposición de motivos más inflada. Y hay unas perlas, por llamarlo así, que se incluyen como consecuencia de que en la coalición de “progreso” está también Bildu. Hay una disposición adicional, que está hecha para Bildu, en la que se habla de que se creará una comisión que investigará los posibles abusos de derechos humanos cometidos hasta el 31 de diciembre de 1983. Ese plazo es para que se incluya el caso de Lasa y Zabala y el terrorismo de Estado de los GAL. Y hubo un abuso policial que terminó en muerte, muy famoso, durante el gobierno de UCD, en 1981. Era el etarra Joseba Arregi. No se han animado a incluir todo el GAL, pero sí estos dos casos que para el mundo abertzale son muy importantes. Al incluir esa prolongación en la ley, se está asumiendo que no había Estado de derecho ni tribunales en España en la época, cuando el Constitucional llevaba ya dos años desmontando la legislación franquista. 

También se han incluido en el colectivo de las víctimas a individuos LGTB, gente que murió del polio, unas singularizaciones que no tienen sentido. Lo sustancial es el intento de anular todos los crímenes del pasado, algo que no puedes hacer. Por eso se ha creado la fiscalía de memoria del Tribunal Supremo. En el fondo es una degradación de la ley anterior y tiene un enorme efecto corrosivo. ~

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Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemán' (Libros del Asteroide, 2023).


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