El pasado se convierte rápidamente en olvido, el presente es fugaz y el futuro incierto. Vivimos una vida que no entendemos. La única certeza que tenemos es que tarde o temprano nos encontraremos con la muerte. Mientras eso ocurre, en el camino nos topamos con el sufrimiento, la decepción, la derrota y el duelo.
Nos levantamos de la adversidad y seguimos adelante. Nuestro dolor no es único. En este momento mujeres y hombres en todas partes padecen adversidades, muchos otros han pasado por lo mismo a lo largo de los siglos. Unos cuantos han dejado testimonio de la forma en que enfrentaron al destino. No existe una fórmula única. Job sufrió pérdidas terribles y reclamó a Dios su suerte. El dolor en nuestros días se combate con medicinas y terapias. Algunos salen pronto de esa zona de niebla, otros se quedan atorados ahí durante largo tiempo, otros no logran salir nunca.
Cuando se sufre se busca consuelo, una mano amiga, un consejo, un asidero que nos ayude a soportar el sufrimiento. Michael Ignatieff (Toronto, 1947), historiador de las ideas y académico, ha reunido en un libro un conjunto luminoso de ensayos biográficos en los que expone las diferentes formas en que pensadores, escritores, revolucionarios, científicos y artistas encontraron consuelo a sus padecimientos. Job, los salmistas, san Pablo, Cicerón, Marco Aurelio, Boecio, Dante, el Greco, Montaigne, Hume, Condorcet, Marx, Lincoln, Mahler, Freud, Weber, Ajmátova, Primo Levi, Camus, Havel, Miłosz y Cicely Saunders, todos ellos buscaron, recibieron o brindaron consuelo. Un tema que los pensadores contemporáneos han dejado de lado. En busca de consuelo resume el pensamiento occidental frente al dolor; un libro de profunda sabiduría, de amor por la vida y por sus semejantes.
El consuelo es lo contrario a la resignación. Lo que nos mueve a continuar viviendo es la esperanza, muy distinta al optimismo. La esperanza es la fuerza interna que nos hace luchar contra las adversidades del destino. Para seguir adelante es necesario primero reconciliarnos con la vida, comprender el orden de las cosas sin renunciar a nuestro anhelo de encontrar un mundo más justo. La esperanza no deriva necesariamente de la fe, puede adoptar formas religiosas o profanas.
El libro de Ignatieff no expone doctrinas. Las abstracciones no proporcionan consuelo. Ignatieff en cambio nos brinda un conjunto de esbozos biográficos, habla de personas concretas y de cómo pudieron superar su dolor. A lo largo de la historia muchos otros han padecido sufrimiento. Leer sus argumentos y experiencias crea un puente de solidaridad en el tiempo. Nos muestra que nunca estamos solos en el dolor.
Comenta Ignatieff la narración de las desgracias de Job, para ejemplificar cómo se puede aceptar lo que no se puede comprender. “Es una fantasía, nos dice, que la fe proporcione certezas.” Solo conociendo la desesperación podemos llegar a conocer la esperanza. Sobre Cicerón cuenta la muerte de su hija y de cómo esta lo devastó a pesar del blindaje de su pensamiento estoico. Ignatieff describe la manera en que, para salir de su postración, tuvo que enfrentar su miedo a la muerte y vencerlo. De Marco Aurelio detalla la forma en que encontró consuelo en la escritura de su desconcierto y su angustia. En su ensayo sobre el Greco aborda el modo en que este pudo, frente a las inmensas presiones de su tiempo y bajo la sombra de la Inquisición, superar sus temores reflexionando en su pintura sobre el tiempo. En uno de los mejores ensayos del libro, el dedicado a Montaigne, nos habla del modo en el que el Señor de la Montaña pudo reconciliarse con la dureza de su época (vivió en medio de pavorosas guerras religiosas) a través del placer de los sentidos. “Ante el pellizco de la muerte –dice Ignatieff– no sirven los razonamientos filosóficos.” Lo mejor es aceptarlo todo: la dicha, el dolor, el deterioro del cuerpo que trae consigo la vejez. De Montaigne extrae la conclusión de que debemos aprender a soportar lo que no podemos evitar.
Para el filósofo David Hume el consuelo no podía extraerse de la filosofía sino de la compañía humana. De Marx, Ignatieff nos refiere su combate a la religión como base de su crítica de la economía y la política. La primera tarea debe consistir en librarse del consuelo que brinda la religión. Según Marx, el conocimiento de la ciencia histórica era lo único que nos podía librar de los sinsabores del destino. De acuerdo a su utopía, los hombres podríamos seguir conociendo reveses y decepciones pero, como habitaríamos un mundo justo, estaríamos en condiciones de aceptarlos porque cada cual recibiría lo que se merecía. Se ha cuestionado mucho, escribe Ignatieff, si la utopía de Marx es alcanzable cuando lo que debemos preguntarnos es si un mundo así es deseable. La guerra civil norteamericana sirve al canadiense para reflexionar sobre la forma en que Lincoln enfrentó la contienda, pero sobre todo el destino de su país cuando esta hubiera terminado. Para Lincoln, Estados Unidos solo podía alcanzar la misericordia y seguir adelante si aceptaba que la victoria de unos no era debida a la gracia divina ni la derrota de los otros era un castigo de Dios. No estamos condenados, decía Lincoln, a la insensatez y mendacidad del presente. Debemos saber quiénes somos, dónde estamos, qué debemos aceptar y qué rechazar.
La música, para Mahler, debe dar sentido a los hombres luego de la muerte de los dioses. Según Nietzsche: el único consuelo consiste en reconocer que no hay consuelo posible. La consolación ha desaparecido del lenguaje moderno, el consuelo profano ha ocupado el lugar del consuelo religioso. El duelo y el dolor se ven en estos días como enfermedades de las que debemos recuperarnos lo más pronto posible. Max Weber estuvo siempre en contra del consuelo en todas sus manifestaciones. La ciencia, consideraba el sociólogo alemán, no puede dotar de sentido al cosmos. Solía aconsejar a los jóvenes que dejaran de lado cualquier anhelo de salvación. Cada quien debía crear el propósito y la esperanza que lo sostenga. Para Ignatieff, Anna Ajmátova y Primo Levi mantuvieron la fe en la escritura en medio del horror, su ejemplo nos consuela al hacernos cobrar sentido de que pertenecemos a la familia humana. Debemos defender las verdades que nos legaron.
En su ensayo sobre Albert Camus, Ignatieff reitera que las abstracciones no sirven para otorgar consuelo. Reducir el sufrimiento de alguien concreto es el único consuelo que importa. A propósito de Václav Havel el libro distingue la esperanza del optimismo. La esperanza no es la confianza de que las cosas saldrán bien sino de que algo tiene sentido, con independencia de cómo acaban saliendo.
El consuelo es un proceso de inmersión profunda mediante el que recuperamos la esperanza. Para alcanzar ese estado se debe asumir lo que uno es y lo que ha sido, enorgullecerse de lo que se ha logrado y responsabilizarse de los fracasos. Se alcanza el consuelo si uno se reconoce como parte de algo más vasto. “Nunca estamos solos cuando afrontamos el dolor y la pérdida, siempre hubo alguien que pasó por eso antes que nosotros y que compartió su experiencia”, escribe Ignatieff.
En busca de consuelo es un libro que ayuda a seguir adelante, a continuar pese a todo. Nos invita a reconciliarnos con las pérdidas, a asumir las vergüenzas y los remordimientos, a sentirnos vivos ante la belleza y complejidad de la vida. Recibir o dar consuelo –finaliza– hace que la vida valga la pena. ~