Izquierdas y derechas en la historia moderna española

Historia de las izquierdas en España / Historia de las derechas en España

Juan Sisinio Pérez Garzón / Antonio Rivera

Catarata

Madrid, 2022, 512 pp. / 560 pp.

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Hay que tener mucho tiempo disponible para leer de cabo a rabo estos dos volúmenes, que juntos suman casi mil páginas de letra apretada. Y a ese grado de exigencia cabe achacar que no hayan tenido hasta el momento, al menos fuera de los círculos especializados, el eco que merecen; como sabe cualquier historiador, no hay mejor manera de comprender la sociedad en la que uno vive que conocer bien su pasado. De ahí que haya que saludar la iniciativa de la editorial Catarata, que ha publicado simultáneamente estas dos enjundiosas historias políticas recurriendo al magisterio de Juan Sisinio Pérez Garzón, catedrático emérito en la Universidad de Castilla-La Mancha, y de Antonio Rivera, quien dirige el Instituto de Historia Social Valentín de Foronda en la Universidad del País Vasco y es allí hoy catedrático en activo. Estamos ante dos obras de admirable solidez, escritas con el talento narrativo que caracteriza a sus autores e impulsadas por una ambición divulgativa poco frecuente.

Es interesante que ambos hayan pasado por la política: mientras que el primero fue consejero de educación en Castilla-La Mancha entre 1987 y 1993 en tiempos de José Bono, el segundo fue diputado del Parlamento Vasco por el Partido Socialista de Euskadi –donde figuraba como independiente– entre 2005 y 2009. No se trata de una cuestión anecdótica, ya que tanto las izquierdas como las derechas nos aparecen aquí relatadas por historiadores que han estado adscritos a la izquierda política. Y aunque el ejercicio de la profesión de historiador requiere neutralidad analítica, obligado como está aquel a respetar escrupulosamente los hechos tal como las fuentes permiten acreditarlos, describir la evolución de las fuerzas políticas de izquierda y derecha en la España moderna –pues no tiene sentido establecer ese antagonismo antes de 1789– implica de manera inevitable realizar juicios de valor; corresponde al lector juzgar en cada caso si tales juicios están bien fundados y son pertinentes.

Dicho esto, hay que saludar con alborozo el planteamiento de estos volúmenes: los dos autores subrayan la heterogeneidad de las izquierdas y derechas españolas, hacen hincapié en la necesidad de concebir la sociedad como un campo de acción definido por un insoslayable pluralismo y resaltan que ambas ideologías –la progresista que busca el cambio social para emancipar a todas las personas y la conservadora que postula la necesidad de armonizar la libertad con el orden y el respeto a las tradiciones heredadas– son igualmente respetables como expresión de maneras dispares de concebir la vida colectiva. De la misma manera, tampoco existen las famosas “dos Españas” sino que cada momento histórico alberga diferentes intereses e ideas en constante cambio. Es algo que nuestro presente demuestra a cada paso: quien eche un vistazo a los periódicos del día se encontrará con que la socialdemocracia española defiende la plurinacionalidad confederal y la derecha preconiza la igualdad entre los ciudadanos con independencia de la parte del territorio nacional donde residan. Quien se adentre en estas páginas encontrará algunas claves para comprender este reparto de roles, que resultará menos chocante cuando se identifican sus raíces históricas: Sisinio Garzón recuerda que el primer federalismo español careció de exigencias identitarias y se identificó con la posibilidad de una reforma social emancipatoria de origen cantonal, si bien anarquistas y comunistas se encontrarían luego con dificultades para conciliar las demandas de autodeterminación nacionalistas y el internacionalismo que les era propio, mientras que Rivera hace hincapié en el rechazo que nuestras izquierdas experimentan hacia una idea de la nación española que identifican con el conservadurismo reaccionario. Y lo mismo vale para otros aspectos de la vida política española, como las actitudes hacia la Corona (Sisino destaca que el ideario democrático adquiere en España un tamiz republicano durante las décadas centrales del siglo xix) o las propuestas sobre la organización económica del país (el proteccionismo laboral).

No en vano, hacer una historia de las izquierdas y de las derechas equivale a contar la historia moderna de España desde un ángulo particular. Y al revés: la historia moderna de España no se entiende sin el antagonismo y ocasional cooperación entre las derechas y las izquierdas. Desde luego, podría echarse de menos una referencia más explícita al universo doctrinal del liberalismo, que no se encuentra ni en la izquierda ni en la derecha y, sin embargo, puede permear a las versiones más moderadas de ambas. Los autores justifican la oposición izquierda/derecha como una necesidad derivada de la eficacia dialéctica de la narración, admitiendo que el centro político queda desdibujado por el camino. Y aunque no está claro que el liberalismo ocupe ese “centro” que mediaría entre la izquierda y la derecha, tanto Garzón como Rivera hacen constantes referencias a las versiones más liberales de las derechas y las izquierdas españolas. Si hay aquí un protagonista transversal y huidizo, es justamente el liberalismo.

De hecho, Sisinio comienza su libro evocando aquel momento –entre 1789 y 1840– durante el que “ser liberal era revolucionario”, lamentando por cierto que la violencia que caracterizó la lucha política entre liberales y absolutistas en aquel periodo dejase como herencia el recurso a la insurrección armada para hacerse con las riendas del Estado por parte de todas las fuerzas políticas; empieza así una larga historia de pronunciamientos cuyo último episodio es el procés independentista. También considera como parte de la izquierda a los sectores progresistas del liberalismo que defendieron las libertades entre el último tercio del xix y el primero del XX, que cuenta entre sus filas con figuras tan prominentes como Pardo Bazán, Pérez Galdós o Concepción Arenal. Eso no le impide reconocer que la posterior influencia del marxismo y del anarquismo acabó generando un imaginario maniqueo que alimentó la idea de que solo la acción revolucionaria podría dar la victoria al pueblo; el mismo pueblo en cuyo nombre –lo mismo sucedería con la idea de república– podía justificarse cualquier cosa, como demostraron los populismos pioneros liderados por Lerroux y Blasco Ibáñez.

Rivera encuentra más dificultades a la hora de dar unidad a su objeto de estudio; distinguir entre lo conservador, lo reaccionario y lo liberal no siempre es posible en la práctica. Definir el conservadurismo como defensa de la continuidad temporal de una comunidad orgánica que asigna a cada sujeto un lugar en el orden universal nos vale para aquellos movimientos que reaccionaron contra la Revolución francesa, pero casa peor con Margaret Thatcher y Ronald Reagan por mucho que se los adscriba a una “revolución conservadora”; conviene recordar que los liberales, como dijo Hayek, no son conservadores. Y no lo son porque aceptan que una sociedad individualista que se organiza económicamente alrededor del libre mercado producirá un cambio social cuya dirección no puede ser dirigida por el poder público. No obstante, el propio Rivera señala que los conservadores antirrevolucionarios procedentes del reformismo ilustrado –donde ubica a Pablo de Olavide y a Jovellanos– presentan unos matices que los tradicionalistas más reaccionarios jamás hubieran podido exhibir.

Cuando Rivera se aproxima a la España contemporánea, los problemas de tipificación reaparecen. Tal como ha señalado José María Ruiz Soroa en las páginas de Revista de Libros, el autor postula que la preocupación conservadora por la nación española ha conducido a una “derechización de la política” durante el último siglo y medio; es una tesis que tiene como premisa el principio según el cual toda forma de nacionalismo o patriotismo es esencialmente reaccionaria. Pero no solo hay en nuestro país un puñado de fuerzas nacionalistas que se dicen de izquierda, sino que la propia existencia de la nación como unidad de redistribución se ha demostrado indispensable en la historia política moderna y resulta compatible –ahí está la Constitución de 1978– con un nacionalismo político integrador de la diversidad territorial del país. Bajo este marco, las distintas versiones del nacionalismo español han corrido distinta suerte: el nacionalismo republicano ha quedado en el olvido y el nacionalismo conservador ha ganado nueva vida con la irrupción de Vox en el escenario político posterior al procés. Mientras tanto, los nacionalismos etnocéntricos vasco y catalán continúan desarrollando sus programas renacionalizadores en el interior de sus comunidades y pese a ello ganan adeptos entre nuestra izquierda.

Sea como fuere, el valor de estas dos obras no reside en su aproximación al último cuarto de siglo español, sino en un riguroso trabajo de síntesis que permitirá al lector interesado formar su propio juicio acerca de la historia moderna del país y comprender mejor su desconcertante actualidad. ~

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(Málaga, 1974) es catedrático de ciencia política en la Universidad de Málaga. Su libro más reciente es 'Ficción fatal. Ensayo sobre Vértigo' (Taurus, 2024).


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