Javier Pérez Andújar no cree en el horóscopo. No solo le niega crédito alguno a nuestro zodíaco, sino que tampoco cree en el horóscopo chino, y sin embargo le interesa el esoterismo desde el punto de vista literario. Si hubiera ido a una tarotista de confianza quizás hubiera podido saber de antemano que era el ganador del Premio Herralde 2021 con El año del Búfalo, una novela “sencilla, Jimina. Te juro que es sencilla”.
Javier Pérez Andújar llegó al mundo editorial con el libro Catalanes todos, una crónica de los quince viajes de Francisco Franco a Cataluña. Lo hizo en la editorial La Tempestad, que tiene un interesante catálogo a recuperar. La visión fresca, pop pero melancólica de aquellos episodios casi olvidados mereció la atención de la crítica especializada. Su siguiente libro fue Los príncipes valientes (2007), que ya sí le posicionó como un autor a tener en cuenta. En esta revista Javier Ozón Gorriz escribió “el libro podría entenderse como un soberbio tratado médico sobre la infancia, o más bien sobre la importancia de los mitos de la infancia, e incluso como una suerte de suma de ensayos literarios, si bien se trata de otra cosa: el extraordinario fresco de una infancia recuperada”.
Tras este fresco del pasado reciente, volcó su conocimientos de historia del siglo XX en Todo lo que se llevó el diablo, inolvidable peripecia de tres maestros de las Misiones Pedagógicas donde encuentran más pena que gloria. El idealismo contra la barbarie y, en cierto modo, una historia que puede ser leída como la de los tíos abuelos de los personajes de dos notables obras de Miguel Delibes: El tesoro y El disputado voto del señor Cayo.
En 2011 publicó Paseos con mi madre, que pese al título cuasi disuasorio, es un arqueología memorística de la misma Barcelona que retrató La banda trapera del río. Y donde ellos pusieron furia, él usó la crónica. Los libros de Pérez Andújar siempre llevan a otras lecturas y a otras voces.
Poco después apareció una nueva edición de Catalanes todos, y en 2019 publicó La noche fenomenal, que fondea en las mismas calas paranormales de El año del Búfalo.
Una pequeña polémica durante las fiestas de la Mercé le granjeó la antipatía de los entusiastas de una Cataluña que no gusta de recordar las ramas que Pérez Andújar ha cuidado para que no mueran. Estos detractores o no leyeron o no entendieron. Eso, si quiere, que lo cuente Javier en otra ocasión.
De momento vamos a hablar de El año del Búfalo. Fuera dejo sus dos antologías de cuentos (Vosotros los que leéis estáis entre los vivos y La vida no vale nada, sobre muertos e inmortalidad, respectivamente. Muy en la línea de sus libros).
Le insisto, le exijo que me dé una sinopsis. A la gente le gustan las sinopsis.
–Pero ¿qué le respondes a la gente cuando te pregunta que de qué va?
–Si alguien te pregunta de qué va una novela, mándale a la mierda.
Normal que Pérez Andújar ya no vea la tele. Cómo se va a entender este hombre de letras con un aparato que pudo atormentar y enloquecer a un buen padre de familia en Historias para no dormir.
–Yo no soy imaginativo; yo soy un soñador –dice con voz suave–. Y aunque suene cursi, en 1973 estaba mirando las nubes a través de la ventana.
–Cierto tipo de literatura hace que te sientas listísimo, pero otra literatura te hace sentir pequeño, ignorante. ¿Qué literatura prefieres tú? ¿Qué le pides a un libro? –titubeo y cambio las preguntas. Me inspira respeto este hombre.
–Tengo una relación de dependencia, necesito leer. A un libro le pido que me saque del mundo pero a la vez que me haga comprenderlo. Por eso voy a los clásicos, porque te sacan del mundo, de la novedad… como suelen ser libros que ya han pasado el filtro de los siglos… te ayudan a comprender el mundo.
–¿Qué estás leyendo?
–Historia de la decadencia y caída del Imperio romano de Gibbon. Es un libro sobre el poder –aquí le interrumpo, entusiasmada–. Es una edición compilada que se ha hecho. Han quitado casi todos los bárbaros y han dejado solo los romanos… Este libro se relaciona con El año del Búfalo. Todo lo que se puede contar de las vidas de estos guerrilleros –se refiere a todas las historias de revoluciones sociales acaecidas en 1973, narradas en el libro–, del tarot… todas estas escabechinas y estos delirios ya están contados. Es el poder.
–En El año del Búfalo hablas de muchos países a los que ahora llamamos Estados fallidos.
–Se hablaba de ello, más que ahora. Son los titulares que daban los periódicos, televisión española, Diego Carcedo, la guerra de Vietnam, el terremoto de Managua… todo eso lo veía de chaval.
–¿A la gente le interesaba?
–Claro. Claro que le interesaba a la gente la actualidad, más que ahora. A la gente le interesa el día de ahora, no tiene conciencia más que de sí misma. Ahora mismo hay una guerra en Yemen, pero a la gente le da igual. Antes la realidad era conmovedora, era retransmitida. La gente quiere creerse lo que ya tiene en su cabeza. Y como nacemos sin nada en la cabeza, pues eso se cree la gente.
–Vuelvo a lo que te pregunté antes: ¿qué hacías en 1973?
–Veía pasar las nubes y ponerse el sol a través de las ventanas del colegio, que suena muy machadiano, pero es verdad. Y ya era consciente de que existía la realidad porque veía los programas de la tele. Entonces veía la televisión. Las novelas, las noticias… entonces las noticias las daba un hombre con traje y corbata… Veía que el mundo existía. Y como siempre llego tarde a los sitios, cuando yo llegué el mundo ya había dejado de existir.
–¿Y en el siguiente año del búfalo qué hacías? ¿Qué hacías en 1983?
–Hacía todo lo posible por estar vivo. Debajo de un montón de escombros que eran todo lo que había pensado y vivido. Los escombros eran el paro juvenil, la droga… hay que ser muy cínico para recordar con cariño los años ochenta. Solo les fue bien a los pijos. Fue la peor época del siglo XX. Claro que en los años treinta y cuarenta hubo momentos terribles… la guerra fue terrible… pero había un poso de humanidad que en los ochenta ya había desaparecido. Mira, Jimina, tú y yo venimos del mismo mundo, venimos del Mondo Brutto. Todo ese escepticismo sale de haber salido indemnes de los años ochenta. Indemnes quiere decir con las dos manos y los dos brazos.
Aquí Javier se refiere al fanzine Mondo Brutto, editado entre 1993 y 2009, auténtico grimorio de la cultura popular y España que ahora mismo no parece interesarle a nadie. Un fanzine del que la modernidad siempre criticó que tenía demasiado texto y muy pocas fotos.
–¿Por qué se recluye Jesús Cuadrado? –le pregunto porque, entre otras personas, se menciona en el libro a un estudioso del cómic cuyo trabajo también es un grimorio, y la obra de una vida. Como Gibbon, pero con el tebeo español.
–Cuadrado es un francotirador, siempre lo ha sido. La condición del francotirador es estar aislado y solo.
–Esta novela me recuerda a El reino de la calderilla y a Teorema.
–Yo qué sé. Esa alquimia la haces tú. Cada cual lee con lo que ya ha leído. Me encantan esas lecturas. Mi libro sale ganando.
–En esta costumbre tuya de hablar de gente que hace trabajos que nadie parece valorar, me acuerdo del lingüista que sale a buscar cómo habla la gente en Todo lo que se llevó el diablo.
–Sí. Ese personaje es Tomás Navarro… lo hacían porque ya lo había hecho Alan Lomax… los académicos salían a hacer trabajo de campo. Yo no soy un novelista de personajes. No soy retratista. Yo soy más de texturas. Yo sería un pintor abstracto en el sentido de matérico. Lo que me interesa son las materias, las texturas. Los materiales aquí son las palabras, las notas al pie, las descripciones, el fraseo… y con la materia voy creando texturas.
–Tengo esta cita de la novela que me gustaría que me ampliaras. “Con fantasía no se ha robado nada. Todo lo que se ha robado ha sido con imaginación.”
–No es lo mismo. No es lo mismo fantasía que imaginación. Para eso está el género fantasía (fantasy), pero lo imaginativo ya está muy visto. Yo nunca he sido imaginativo, soy soñador. Vivo con la cabeza en las nubes.
–Recuerdo que tenías una habitación llena de las revistas TP.
–Ahora están encuadernadas. Viste el corazón del monstruo. Para mí son fundamentales. Ahí está todo lo que fui de pequeño. Un niño fascinado por la televisión. A veces veo la tele, pero solo plataformas. Dejé de ver la televisión hace mucho tiempo, pero el acto físico de “estoy viendo la tele por última vez” fue cuando TVE celebró el cincuenta aniversario, que la vi entera, quizás hace quince o veinte años. Que salía la canción de Amaral de cortinilla…
–¿Qué programas te gustaban más en 1973 y 1985?
–No recuerdo bien los años pero… Cesta y puntos, Por tierra mar y aire y La bolsa de los refranes. Había otros que daban mal rollo… producciones modestas de tve. Las brujas de Salem, por ejemplo. Atenazaban a los niños. Yo me iba sobrecogido a la cama.
–¿Tienes una vertiente esotérica?
–Me interesa de la misma manera que a Mondo Brutto. Otro de los programas míticos era Más allá de Jiménez del Oso. Tengo una fascinación por lo mágico y lo esotérico, pero desde el ateísmo más radical y desde la incredulidad más absoluta. Me gustan como materia de trabajo. Cuando decíamos lo del arte matérico, uno de los materiales es el esoterismo, la magia, la alquimia. Todas esas lecturas me interesan. Me gustan porque se salen de lo admitido, no porque tengan la razón (que no tienen ninguna). Cualquier excluido tiene mi simpatía y mi solidaridad.
–¿No te vas a quedar piyuli con el tarot, como le pasó a Philip K. Dick con el I Ching?
–A mí solo me interesan los dibujitos.
–He leído sobre el año del búfalo y no me ha parecido que tenga que ver con grandes cambios geopolíticos.
–Es que la astrología y todo eso está muy bien para llenar huecos en las páginas del corazón, algún hueco que tengas en la enciclopedia. Aplicación práctica no tiene ninguna.
–Pero la Bola 8 siempre acierta.
–A ver, la Bola 8….
–Y el tarot también.
–Pero qué quieres que te diga.
–Pues que sí.
–Pero si me estás preguntando tú a mí.
–Siguiente pregunta. ¿Cuándo empezaste a pensar en la novela?
–Hace más de veinticinco o veintiséis años, porque la base de la novela la tenía pensada. Los pies de foto corrían más que el relato. Mi primer trabajo fue en una editorial donde me tocó hacer los pies de foto de una enciclopedia. Era divertido. También corregía, hacía artículos enciclopédicos, editaba textos.
–¿Cómo se entraba a trabajar ahí? ¿Como en Bruguera, que te metías a los catorce años de botones y luego acababas de dibujante?
–Pues sí, pero no tan joven. Entrabas allí y por ejemplo alguien escribía, para la H, un artículo de Víctor Hugo, y a lo mejor ese artículo era más corto que hugonote. Y el que te ha dado Víctor Hugo te ha dado dos folios y el de hugonote tres. Entonces tienes que recortar hugonote hasta que quepa en uno. Eran trabajos de encaje. También podían ser cosas concretas, como la gran enciclopedia de los perros, y tenías que acortar la entrada de los caniches. Este libro está escrito al compás del ritmo editorial. Es lo mismo.
Para finalizar la entrevista le interrogo, con cuidado, sobre una anécdota que me contó un conocido común, sobre un evento literario. Resulta que nunca tuvo lugar. Javier Pérez Andújar nunca estuvo en el acto en cuestión. No solo no fue con él, sino que no se habían conocido aún. La persona que me lo contó no fue con Javier allí, ni al sitio que me dijo ni a ningún otro. Lo que me contó ese hombre nunca pasó.
–Pues esto es todo, Javier.
–Déjame mejor de lo que soy, no peor.
–¿Seguro que no quieres repensar lo del tarot?
–Pero yo no creo en el tarot, Jimina. Esta es mi entrevista, no la tuya –concluye.
Siempre quise entrevistar a Javier Pérez Andújar. Y El año del Búfalo terminó en febrero de 2022. Era el momento. ~
es escritora y guionista. Este mes se publica su novela Las palmeras (Algaida)