Historia de una censura

Con más de cincuenta artículos, Jorge Edwards fue un colaborador asiduo de Vuelta. En su memoria, reproducimos un fragmento editado del prólogo a su libro Persona non grata, que se publicó en el número 72 de Vuelta y se incluyó en la edición completa publicada por Seix Barral en 1982.
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A la distancia, después de lo que podría llamarse su primera etapa, creo que este libro es uno de los más censurados de los últimos años. Acumuló censuras oficiales y extraoficiales, explícitas y tácitas, arrogantes y vergonzantes. Sin excluir, desde luego, la más curiosa variedad de acusaciones al autor. El chaparrón permitirá confeccionar una lista de sinónimos y palabras afines: inoportuno, indiscreto, deslenguado, frívolo, vanidoso, feminoide, agente pagado de la cia, servidor “objetivo” de la cia, burgués, pequeñoburgués, diplomático mediocre, escritor inexistente.

En Chile careció de permiso la circulación, eufemismo con que se denomina la censura, comadrona de abortos literarios, hasta el mes de julio de 1978. Antes de esa fecha se leyó bajo cuerda, sin excesivo disimulo, y hasta se comentó con profusión y con parcialidad en los periódicos.

En Cuba no fue necesario prohibirlo. Pertenece a una especie de libros prohibida por definición, contaminada por una forma de inexistencia. Allá se ha llegado al extremo de editar para cubrir las apariencias internacionales, como en el caso de Paradiso, de José Lezama Lima, y de Fuera de juego, de Heberto Padilla, pero esos libros nunca tuvieron una circulación normal. Algo semejante ocurrió en una época en la Unión Soviética. Por ejemplo, con los cuentos de Isaak Bábel, editados en diez mil ejemplares y agotados en pocos minutos.

La reacción de los editores occidentales tuvo aspectos interesantes. Uno de ellos, muy conocido en Alemania Federal, rechazó el libro antes de recibirlo. Fue un rechazo de una celeridad insólita. El editor, oportunamente, había sido informado de que la publicación sería “inoportuna”. Sus exploradores barceloneses, sus “scouts”, para utilizar la terminología de la profesión, estaban haciendo méritos. En esa fase final de 1973, solo era lícito hablar de la represión en Chile. Todo intento de comprender lo que había sucedido, a partir de antecedentes más complejos y más completos, provocaba irritación en las buenas conciencias. Se practicaba, con bombos y platillos, la indignación unilateral: moral hemipléjica, paralizada del costado izquierdo.

Para ser justo, debo reconocer que la censura fue ejercida primero por el propio autor, es decir, por mí mismo. No escapé del mecanismo infernal de la autocensura y no me sorprendí con los innumerables censores que me salieron al paso. Aplicaban la misma medicina que yo había aplicado en el pasado, como neófito de la izquierda, al testimonio de André Gide, en su regreso de la urss, o al de Guillermo Cabrera Infante, en sus despedidas habaneras. Mi libro, en consecuencia, pertenece al género confesional en el sentido más estricto de la palabra: acto de confesión y acto de contrición.

Escrito a la salida de Cuba, entre abril de 1971 y abril de 1972, en el primer año del gobierno de Salvador Allende, después de cumplir a tropezones la misión de abrir la embajada de Chile en La Habana, mientras desempeñaba en París, junto a Pablo Neruda, poeta y embajador momentáneo, el cargo de ministro consejero, el libro permaneció guardado bajo siete llaves hasta mediados de 1973, fecha en que tomé la decisión de publicarlo. La decisión implicaba en ese instante, cuando aún no se había producido el desenlace final del allendismo, el alejamiento definitivo de la “carrera”, en cuyo paraguas protector y a la vez, para desengaño de incautos, tiránico, me había podido refugiar durante diecisiete años.

Pasé entonces el texto a máquina, puesto que lo había escrito a mano, con rotuladores gruesos, en grandes cuadernos de dibujo, y suprimí páginas que me parecieron excesivamente personales. Suprimí, sobre todo, pasajes demasiado conflictivos en esos días de crisis chilena, o comprometedores para personas que continuaban viviendo en Cuba.

Aprendí en carne propia que la literatura, el periodismo literario, la edición, la cátedra, los cafés de la ribera izquierda del Sena y las capitales de América Latina son verdaderos nidos de censores, de soplones vocacionales, de hombres de cabezas cuadradas, que solo saben intercambiar esquemas, ideas recibidas, naipes sobajados y marcados. Esclavos de la consigna, como dijo antaño, con su lucidez habitual, Vicente Huidobro.

Entrego Persona non grata, entonces, en su versión original y definitiva, libre de los estragos de mi propia censura y de la ajena. Lo entrego dispuesto a observar cómo se acomoda con su destino, pero a observarlo, esta vez, desde la distancia, libre de temores y ansiedades, como si se tratara de la obra de otra persona, o del caso de otro que yo he tratado de narrar a mi particular manera. ~

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(Santiago de Chile, 1931 - Madrid, 2023) fue escritor y diplomático.


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