Un thriller doméstico de la vieja escuela

El pasado anda atrás de nosotros

Juan Pablo Villalobos

Anagrama

Barcelona, 2024, 256 pp.

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Una moda en el ámbito literario mexicano es mandar a la chingada la técnica. La idea me da un poco de risa. En parte porque no encuentro diferencia entre los adalides de causas sociales que asumen esta postura y las víctimas propiciatorias del capitalismo salvaje que se dedican a pergeñar fan fictions con síndrome de influencers. En parte también porque quien desdeña la técnica desdeña implícitamente la mentalidad del artesano, y eso conlleva algún tipo de clasismo poco sustentable. En cualquier caso, tengo la convicción de que la técnica literaria puede ser una escuela del inconformismo en sociedades donde el megáfono se convirtió en escuela de la estulticia.

La novela más reciente de Juan Pablo Villalobos, El pasado anda atrás de nosotros, me parece un ejemplo de sabiduría técnica, una lectura estimulante para la cultura narrativa del México actual. Villalobos se inconforma, entre otras cosas, con el relato semisalvaje que otros autores hemos hecho del país. Donde algunos vemos corrupción, narcoviolencia y resentimiento histórico, Villalobos prefiere enfatizar la mimesis de minúsculos agravios: la imposibilidad de abrir al mismo tiempo dos grifos en la casa paterna sin que se esfume el agua caliente; el consumo casual de comprimidos hipnóticos cuya composición, más que ilegal, es ignota; cuentas bancarias que se transforman en espectros neorrulfianos por culpa de un link roto en un smartphone; cantinas hipsters y cervezas artesanales y exnovias de juventud estragadas por el provincianismo, la adulteración, la decadencia.

Reducido a pocas frases, el argumento es este: Juan Pablo, un hombre de mediana edad que vive en el extranjero, regresa a Lagos de Moreno, su pueblo natal, para hacerse cargo de un costoso procedimiento médico para su madre. En el transcurso de esta visita, el narrador se reencuentra con personajes de otro tiempo, entre ellos Everardo, el clásico bully que hostigó su adolescencia, y Berta, una exnovia despistada, amén de los consabidos padres ancianos y achacosos, cuatro hermanos juzgones, un mejor amigo de la adolescencia convertido en empresario y, por todas partes, una atmósfera de estafa que parece a punto de engullir la realidad. En las primeras páginas, Everardo y Juan Pablo tienen una confrontación que termina medio a golpes y entre amenazas vía WhatsApp. Pocas horas después, una muerte inesperada levanta una ola de chismes y sospechas alrededor del visitante, quien termina por ser, para la gente de Lagos, a medias un forastero y a medias un niño de pueblo que nunca creció.

Aunque la cuarta de forros presenta la novela como una autoficción, lo cierto es que Villalobos hace escaso énfasis en ese aspecto del relato: ni siquiera el nombre de pila del protagonista es usado con frecuencia, y prácticamente todos los datos de su vida y oficio en el extranjero, lejos de la pachorra jalisciense, son abordados en forma escueta, casi invisible. Si tuviera que enmarcarla en alguna categoría o subgénero, diría que El pasado anda atrás de nosotros es un thriller doméstico de la vieja escuela. Me resulta difícil leer en forma aislada cualquier tipo de texto (vivo mentalmente recluido en mi biblioteca), así que trataré de abordar en forma esquemática las conexiones que percibo entre la pieza de Villalobos y otras novelas mexicanas –y alguna brasileña.

La noción thriller doméstico (el experimento de aplicar las convenciones de la novela negra y policial a enigmas familiares o comunitarios que carecen de una traza clara de criminalidad o violencia) me interesa. Eduardo Villegas Guevara lo intentó en 1989 a través de una novela corta y lumpen injustamente olvidada: El misterio del tanque, un relato con fallas formales y de edición, pero cuya puesta en escena me parece original e interesante. Existen pasajes humorísticos de El pasado anda atrás de nosotros (por ejemplo, unos cuantos y angustiosos percances sufridos por el impecable auto del tío) que me recuerdan el relato de Villegas.

De manera más notoria (es claro que el jalisciense conoce y admira la obra de su precursor), el estilo y la técnica de Villalobos se sitúan entre dos novelas de Jorge Ibargüengoitia: Dos crímenes Estas ruinas que ves. De la primera retoma el enmarañado cuerpo de sospecha y culpabilidad que es capaz de perseguir a cualquier civil en México, en cualquier circunstancia y a la menor provocación. De la segunda, la aguda sátira al mundo provinciano, cuya aspiración setentera fue el lustre intelectual y cuya aspiración en 2024 es la farsa turística, dos metonimias culturales que, en última instancia, confluyen en su condición de caricatura.

Una tercera línea estilística que percibo en la novela de Villalobos es el narrador seudopoliciaco de primera persona cuya indagación secreta no es el caso per se, sino su propia identidad y la crisis existencial de haber envejecido sin apenas notarlo. Una obra maestra de ese registro es la novela Grandes emociones y pensamientos imperfectos de Rubem Fonseca. Es quizá en este terreno donde Juan Pablo, el protagonista de Villalobos, consigue menos medallas: sus anagnórisis son divertidas y diseñan un perfil atractivo a propósito de la angustia contemporánea, pero están construidas con trazos tan veloces que no terminan de calar en el lector de manera profunda.

Por la forma de su final abierto, casi trunco, El pasado anda atrás de nosotros me remite a dos novelas mexicanas de las últimas décadas: Mis mujeres muertas (2012) de Guillermo Fadanelli y Ceniza en la boca (2022) de Brenda Navarro. En los tres relatos, los narradores de primera persona eligen cortar el flujo de la historia antes de resolver parte de las interrogantes y situaciones continuas que el propio discurso colocó en primer plano. En el caso de Brenda, creo que la sensación de incompletitud abarca solo el tercer episodio de la obra. En cambio, Villalobos (también en su momento Fadanelli) elige dejar en la sombra aspectos centrales de la trama: la ciberestafa, las circunstancias definitivas de una muerte, el tratamiento médico de la madre. Y cosas menores, como la historia del velador del cementerio o el daño al auto del tío.

Entiendo el tropo: las novelas no necesitan cerrar un ciclo para tener sentido. La impunidad y el deterioro de la vida social y las instituciones (cosas que Villalobos narra con elegante sutileza) vuelven casi imposible cualquier tipo de closure. Entiendo el tropo y además me interesa. Me inquieta sin embargo la constante reiteración contemporánea de este recurso, como si se tratase de un dictum impuesto por los calendarios del mercado antes que por la retórica. Me inquieta particularmente en novelas (como esta de Juan Pablo Villalobos) cuyo aliento apuntaba a mi juicio a un desarrollo más pausado. Técnicamente, la elección funciona. Pero, tras el despliegue de la tensión inicial y el arco construido durante las primeras tres cuartas partes del relato, el desenlace me resultó abrupto y hasta cierto punto insatisfactorio.

No diré que se trata de un detalle menor, pero sí que las virtudes literarias de El pasado anda atrás de nosotros son superiores a sus yerros. Además del decantado humor triste y paranoico y luminoso que es ya marca de su autor, la novela despliega un catálogo de recursos de tensión para situaciones nimias. Los diálogos entre los hermanos son un masterclass de sobreentendidos familiares. El desdoblamiento de la primera persona como adulto migrante cosmopolita y joven provinciano que se cree inadecuado me parece un alarde de habilidad para construir historias dobles con impulso fantasmático. Pero el recurso que más valoro es lo kafkiano llevado más allá de la puesta en situación, a un nivel simbólico inherente a la literatura mexicana contemporánea: un universo en el que los poderes fácticos devienen superestructura y mecanismo burocrático profundo. Hay en este registro una escena central, está en la página 225 y siguientes, y es cuando el Sinba, un joven halconcillo, encuentra a Juan Pablo tomando una siesta involuntaria en un bar que no ha abierto todavía. Parte del siniestro encanto del pasaje es que transcurre a mediodía, en horas extra, fuera de la jornada laboral del crimen. Me parece un momento clave para apreciar la noción de thriller doméstico que insufla la novela: un ámbito donde la violencia opera bajo los secretos códigos de una ordenanza (de una legalidad) alterna: una instancia narrativamente líquida. ~

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