Benito Juárez: informe sobre la conveniencia de una serie televisiva

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Animador (Que insiste en ser llamado Comunicador): Bienvenidos a la semifinal del concurso de donde saldrá el protagonista de El salario de la inmortalidad, la serie de acción policial que responde a la pregunta: "¿Quién debe ser el defensor del orden y el respeto en el siglo XXI?" La respuesta es obligada: "¡Un superhéroe de la vida real!", y por
eso revisamos el catálogo de superhéroes latinoamericanos, y por eso se ha analizado en este programa a Bolívar, San Martín, Francisco Miranda, Caupolicán y Simón Rodríguez… Bueno, sus trayectorias. Al triunfador o a la memoria del triunfador del certamen se le extenderá un contrato para estelarizar El salario de la inmortalidad, donde —con mirada de estadista y valentía de investigador privado— semana a semana ha de combatir a los enemigos del género humano.
     En la etapa de selección, cada concursante cuenta con el apoyo de un abogado defensor, las diatribas del fiscal y la información de un asesor histórico. Al jurado lo integran especialistas reconocidos, pero la última palabra es tuya, amigo espectador, en tu casa. Y comienza el juicio de la figura de esta noche, el oaxaqueño Benito Juárez.
      
     Fiscal (Alarmado): ¿Don Benito Juárez? Oigo el nombre y me siento víctima de una pesadilla recurrente. Con todo respeto, ¿qué más extraerle al personaje? El trajín de siglo y medio ya nos extenuó: en las ciudades grandes y medianas y en los pueblos de México, hay avenidas y calles con su nombre, a los espacios públicos los afligen sus bustos y esculturas, la Patria lo hospeda en su regazo en el Panteón de San Fernando, y en la Avenida Juárez se levanta el Hemiciclo a Juárez, donde la Patria de Juárez corona a Juárez, su hijo inmarcesible. Por si fuera poco, en el primer centenario de su muerte, el presidente Luis Echeverría implanta el Año de Juárez, con el aluvión de libros, discursos, folletos, cantatas, ballets, obras de teatro, guardias fúnebres, ceremonias, la película consagratoria (Aquellos años, de Felipe Cazals, con guión de Carlos Fuentes), homenajes florales, un corto de dibujos animados y, lo más terrible, una colección de inmensas cabezas de piedra, como surgidas de las entrañas del fin del mundo, distribuidas en cerros y avenidas para el pavor ancestral de los automovilistas. Lo más espectacular de estos signos del apocalipsis godzilliano se encuentra a unos kilómetros de la capital, en el municipio llamado curiosamente Cabeza de Juárez, en el Estado de México. El proyecto de esta irrupción de los monstruos del Id se le atribuye falsamente al pintor David Alfaro Siqueiros… ¡Ah! Y volviendo al Año de Juárez, no me equivoqué al hablar de dibujos animados. Existe en algún lado el cartoon donde Juárez, un tanto parecido a Mister Magoo, camina detrás de su carruaje y salva a México. Se exhibió en una Reseña de Cine y en la primera función lo sepultaron por las carcajadas del público. Nunca más se ha vuelto a proyectar.
     Creo que a Juárez ya nada le hace falta. Es la imagen ubicua, omnímoda. Está en los billetes, en las monedas, en los murales, en los grabados… Sólo le faltó una serigrafía de Andy Warhol. Y además de la muy fallida Aquellos años, está en otras películas. Entre ellas Mexicanos al grito de guerra, de Álvaro Gálvez y Fuentes, donde el extraordinario Miguel Inclán interpreta al Benemérito, y Juárez de William Dieterle, donde Paul Muni es el Indio de Guelatao, recién desprendido del Museo de Cera de Madame Tussaud… ¡Ah, y lo principal! Don Benito ya gozó de su telenovela, El Carruaje, patrocinada por el Instituto Mexicano del Seguro Social, y producida por Televisa, con José Carlos Ruiz como el Juárez: pálido, gris, espectral, inamovible, que en sus viajes se transporta de una frase célebre a otra. Con esto termino mi primer alegato, por supuesto irrefutable…
      
     Defensor (Impaciente): No cante victoria todavía, porque, además, usted no ha ido más allá del ingenio resentido de un abogado de derecha sin ingenio. Enumeró el alud que le sobreviene a todo héroe, pero le faltó señalar, en el caso de don Benito, tres características: a) Con él se origina el proyecto de nación que, diga lo que diga el PAN, aún no termina. b) No es un mártir ni un precursor. Es una rareza: el héroe que triunfa al cabo de todas las peripecias. Venció al racismo ancestral, a las dificultades formativas en un país atrasado y en una región todavía más atrasada, a su carácter tímido y cerrado, a las divisiones entre los liberales, al odio cerrado de los conservadores, a la intervención francesa, al imperio de Maximiliano, a la oposición interna, a la prensa que lo odiaba. Es perseguido, encarcelado, desterrado, obligado a gobernar en la huida, calumniado, vejado, ridiculizado. Y es un triunfador. Y c) Juárez es la raíz del laicismo en México, el gran símbolo de la tolerancia y la libertad de pensamiento y de cultos, lo que le ha valido el odio histórico de la derecha y de la ultraderecha, diferente de la primera por no dulcificar con hipocresía su encono.
     Vaya que ha sido intenso el linchamiento histórico. La educación privada de carácter confesional lo ha calificado, literalmente, de Bestia Apocalíptica y en sus libros de texto se le ha difamado llamándolo "esbirro de los norteamericanos". Hasta hace unos años se le acusó de "enemigo de Dios", y todavía en las primeras décadas del siglo XX las Señoras Decentes, al extremar su pudor, en vez de decir: "Voy al baño", musitaban: "Voy a ver a Juárez". Durante un largo tiempo en los colegios particulares se cantaron las injuriosas letrillas: "Muera Juárez que fue sinvergüenza". Antes de la Revolución de 1910, en los pueblos controlados por sacerdotes se le exigía a los presidentes municipales o tirar el retrato de Juárez a la basura o ponerlo de cabeza. Y todavía en 1948, la Unión Nacional Sinarquista, organismo inspirado en la Falange franquista, convoca a un mitin en el Hemiciclo a Juárez, sustentado en la prolongada cauda de insultos a don Benito. En el paroxismo, un orador lo afrenta: "No eres digno de ver las caras de hombres honrados", y le escupe a la estatua, vendada de inmediato para librar a los asistentes de la procaz mirada del "Gorgona de Guelatao".
      
     Fiscal: Añada por favor que por ese acto, si se quiere infantil, la Unión Nacional Sinarquista fue declarada ilegal.
      
     Defensor: Fue proscrita fundamentalmente por sus proclividades falangistas. No alabo ni mucho menos las medidas represivas del PRI, me refiero a la actualidad de Juárez, que le ha permitido sobrevivir a las coaliciones de la derecha, a las reducciones históricas y, quizás lo más arduo, a los discursos de aniversario. Y por lo demás, ¿a quién le extraña en América Latina y en el mundo entero la sobreabundancia de estatuas y nombres de calles y avenidas y pinturas y alegorías? Eso ha sido lo inevitable en regímenes que aderezan su legitimidad con la "santidad laica" de sus paladines. Para secularizar e interiorizar las ideas de nación soberana, se requerían afirmaciones rotundas. A los santos se les hace convivir con los héroes; y a las peregrinaciones se añaden los días de fiesta cívica. Así ha sido, y las canonizaciones religiosas o laicas sólo fallan cuando nadie recuerda los nombres de las estatuas o de los santos elevados a los altares (la desmemoria desacraliza). Sí, a Juárez le endilgaron lo de "Benemérito de las Américas", pero a Miramón le pusieron "el Joven Macabeo" y a Lucas Alamán "la Pluma del Arcángel" (o algo así).
      
     Fiscal: No es mi autor favorito, ni su tendencia me interesó nunca (y menos ahora), pero en Galileo Galilei Bertolt Brecht le hace decir a uno de sus personajes: "Desdichado del pueblo que necesita héroes". El heroísmo ya pasó. Los role-models, como se dice vulgarmente, ya vienen del corazón de la productividad, de la Bolsa, de los empresarios, de los banqueros, o, para el consumo nacional, de los ídolos del deporte. ¿Qué se hace con un héroe? ¿Se le promueve para exhortar a los jóvenes a que ganen de nuevo la independencia de su patria? ¿Se les pide a los ciudadanos tomar por asalto las transnacionales como antes se tomaban las ciudades? ¿Se inauguran peleas entre las imágenes heroicas y los productos de la televisión?
      
     Defensor: Si los pueblos no sepultan por entero la idea del heroísmo, es porque todavía lo necesitan… Esta frase no me salió. A ver si la editan.
      
     Fiscal (Lo interrumpe): Y por eso en México muchos más niños, en todas las encuestas, saben quiénes son o quiénes fueron Batman y Superman, pero ignoran las proezas del cura Hidalgo y don José María Morelos, los padres de la patria. Pregúntenle a cualquier niño cómo se llama ahora Paso del Norte.
      
     Defensor: ¡Qué argumento tan banal! Depositar la razón de ser de las causas históricas en las encuestas de la escuela primaria. En 1880 el gran liberal mexicano Ignacio Manuel Altamirano denuncia en un artículo la ignorancia cívica de la mayoría de los niños, que reconocen las imágenes de algunos santos y en cambio apenas recuerdan los nombres de los fundadores de la patria. Y Altamirano propone un remedio: la siembra de esculturas cívicas en todo el país. Bueno, esto se hizo y se hace con exceso, y el resultado, si no muy feliz artísticamente, tampoco es muy cívico, pero, si el término tiene aquí cabida, la culpa no es de los héroes sino del analfabetismo artístico de los políticos… Por cierto, en las encuestas entre niños, Santa Rosa de Lima y San Felipe de Jesús y San Martín de Porres perderían por completo ante Pokemon y Astroboy. Lo dicho, ante los efectos especiales y la imaginación digital poco pueden los mártires y las hazañas.
      
     Fiscal: En resumen, usted acepta el carácter anacrónico de Juárez, también relacionado con el descubrimiento de sus pies de barro. ¡Ah, el Tratado McLane-Ocampo!
      
     Defensor: De ninguna manera. ¿Me permite que le predique para sintonizar con su vocación de púlpito? La actualidad permanente de Juárez se sustenta en razones ligadas a la soberanía nacional, las posibilidades de los indígenas en la sociedad racista y discriminadora, la defensa de la tolerancia y las libertades civiles. Hoy don Benito sigue siendo motivo de los apasionamientos que ratifican su vigencia. En 1993, unos obispos, al rechazar la posibilidad —para ellos blasfema— de las obligaciones fiscales de la Iglesia Católica, argumentan: "No nos toca pagar. Que nos abonen algo de lo que nos quitó Juárez". Y en su toma de posesión, el presidente Vicente Fox, encrespado ante los diputados que proclaman "¡Juárez, Juárez!", abusa de su intuición del sarcasmo y responde: "Sí, sí, sí. Juárez, Juárez, Juárez, Juárez, Juárez, Juárez, Juárez, jóvenes", que imagino en su caso el equivalente de pronunciar 49 veces seguidas el apellido de Iturbide.
      
     Fiscal: Le aseguro que ningún personaje del siglo XIX es héroe de don Vicente. Y espero que no le moleste el gusto histórico del presidente, y su reemplazo del retrato de Juárez por el de Madero.
      
     Defensor: Y por el de Miramón, si quiere, que al fin es Niño Héroe.
      
     Animador (Un tanto irritado porque el programa carece de comerciales): ¿No sería bueno cambiar de giro la discusión por mera cortesía? Este programa se transmite vía satélite a todo el continente, y son muchos, desafortunadamente, los que tienen ideas vagas sobre Juárez y lo asocian con la Edad Media, esos tiempos anteriores al Cable… ¿Podría darnos nuestro asesor histórico una información breve y, si es posible, rapidísima?
      
     Asesor histórico: Benito Juárez nace en San Pablo Guelatao, en el estado de Oaxaca, en 1806, en una etnia zapoteca. Huérfano a los tres años de edad, queda al cuidado de sus abuelos paternos que, inevitablemente, lo dedican a las tareas del campo. Juárez escribe en 1857 en los Apuntes para mis hijos:
      
     En algunos ratos desocupados mi tío me enseñaba a leer, me manifestaba lo útil y conveniente que era saber el idioma castellano, y como entonces era sumamente difícil para la gente pobre y muy especialmente para la clase indígena adoptar otra carrera que no fuera la eclesiástica, me indicaba sus deseos de que yo estudiase para ordenarme… Además, en un pueblo corto como el mío, que apenas contaba con veinte familias, y en una época en que tan poco o nada se cuidaba de la educación de la juventud, no había escuela…
      
     En la ciudad de…

En la ciudad de Oaxaca, en donde vive con una hermana que trabaja de sirvienta, le indignan las escuelas de primeras letras donde todo consiste en leer, escribir y aprender de memoria el Catecismo del Padre Ripalda, y estudia por su cuenta. Luego, entra al Seminario, se entera de las luchas libertarias en el país, trabaja como mozo en casa del señor Maza, con cuya hija Margarita se desposa.
      
     Fiscal (Interrumpe con sonrisa de villano de filme espacial): ¿Nos está usted leyendo la vida de Juárez o la versión zapoteca de David Copperfield?
      
     Animador: Les suplico que eviten en lo posible el anuncio de otros productos.
      
     Asesor histórico (Sin darse por enterado): Juárez sale del Seminario, y estudia en el recién creado Instituto de Ciencia y Artes, muy mal visto por la sociedad oaxaqueña. Se forma contra la corriente y con humildad, y contra la corriente, desarrolla las virtudes personales anteriores a la informática. Toma partido por los liberales, e inicia su carrera en la Era de Santa Anna. El dictador que lo odió y lo desterró lo recuerda con desprecio escénico: "Nunca me perdonó [Juárez] haberme servido la mesa en Oaxaca, en diciembre de 1829, con su pie en el suelo, camisa y calzón de manta, en la casa del licenciado Manuel Embides… Asombraba que un indígena de tan baja esfera hubiera figurado en México como todos saben". A Juárez su origen ni lo humilla ni lo ensombrece. Si el racismo no le permite olvidarlo un momento, lo utiliza estratégicamente.
      
     Animador: ¿No podría ir usted más rápido? Don Benito Juárez tuvo tiempo de vivir toda su vida. Nosotros no.
      
     Fiscal: Además, Juárez no reivindicó precisamente sus raíces indígenas. No habría gritado: "¡Nunca más un México sin nosotros!"
      
     Asesor histórico (Un tanto molesto porque le inhiben su erudición): Iré a ritmo telegráfico. Juárez, abogado en un país donde el ochenta por ciento de los profesionistas lo son. Diputado local en Oaxaca, se hace cargo del caso de unos indígenas que se niegan a pagar deudas no contraídas con el cura de un pueblo, y va al pueblo a defenderlos, pero el sacerdote lo manda arrestar por "delito de vagancia". Don Benito acrecienta su liberalismo. En 1847, al ocurrir la invasión norteamericana, es diputado al Congreso de la Unión, y en noviembre de ese año es nombrado gobernador interino de Oaxaca, puesto que retiene hasta 1852, con actitud ecuánime y conciliatoria. Luego, es rector del Instituto y ejerce de nuevo la abogacía. Otra vez en el poder, Santa Anna lo destierra, y Juárez como puede se va a Nueva Orleans.
      
     Animador: Marean tantas vueltas. Por favor, un sumario de las condiciones del país entonces. Pero de veras telegráfico.
      
     Asesor histórico: Ingobernabilidad. Escasas nociones de lo nacional. Patriotismo intenso en algunos sectores, casi inexistente en otros. Miseria. Erario público sin fondos. Comunicaciones muy escasas. Corrupción extrema en el sistema judicial. Ejércitos precarios. Minorías que luchan por imponerle al país el proyecto nacional. Analfabetismo generalizado. Gran influencia del pensamiento de la Revolución Francesa y del federalismo norteamericano.
      
     Animador: Váyase rápido y llegue a la      Intervención Francesa, la etapa más           bucólica porque allí sale la corte de      Maximiliano.
      
     Asesor histórico: En Nueva Orleans, en 1853, Juárez trabaja en un taller de imprenta y en una fábrica de tabaco. Escribe en sus Memorias: "Yo me resigné a mi suerte, sin exhalar una queja, sin cometer una acción humillante". Otros de sus compañeros, que participarán en sus gobiernos, son meseros o venden ollas. Se alistan para el regreso, hacen planes, le escriben febrilmente a sus correligionarios. Juárez vuelve a México y se une a las tropas del general Juan Álvarez. En 1855 cae Santa Anna una vez más, y el presidente Ignacio Comonfort nombra a Juárez ministro de Justicia e Instrucción Pública. Don Benito, sorpresivamente, logra la aprobación de la que se llamará Ley Juárez, que declara abolidos los fueros militares y eclesiásticos, y somete a las clases privilegiadas a la jurisdicción de los tribunales civiles y del derecho común.
     Fiscal: ¿Y quiere alguien decirme cómo se traduce esto en términos televisivos? El destierro bien, la conspiración bien, el nombramiento bien. ¿Pero las leyes? El rollo espanta al público. Y más si es contra los padrecitos a estas alturas cuando el gobierno quiere reconciliarnos con los confesores de nuestros ancestros.

Eso como que no va. Anticlericalismo, out. Clericalismo, in.
      
     Defensor: Al contrario. Lo que el público quiere, el que vale la pena al menos, es que le hagan pensar, que le enseñen el origen de las libertades que disfruta o que podría disfrutar.
      
     Animador: No soborne a los espectadores con elogios ramplones. Este programa es para niños de ocho a ochenta años, no para militantes.
      
     Asesor histórico: Por lo menos en el orden teórico, el Congreso Constituyente de 1857 funda la nación moderna. Allí la Ley Juárez es esencial, "piedra de toque, se ha elevado a la categoría de dogma entre los verdaderos republicanos, y sin ella la democracia sería imposible", se dice entonces. La democracia es la aspiración remota, y sólo se considera posible el gran cambio de mentalidades: fin al exclusivismo religioso de la Iglesia Católica, implantación de la tolerancia, derechos del hombre, derechos de enseñanza, de prensa, de trabajo, de reunión, de petición. En el Congreso se pierde la batalla por la libertad de cultos, pero se avanza en la tarea de concretar lo literalmente impensable dos o tres años atrás. La libertad de cultos es entonces literalmente una herejía. Juárez regresa a Oaxaca, como gobernador, y el clero lo desconoce. No se inmuta, toma posesión y prosigue con su vida republicana. En sus Apuntes para mis hijos recapitula:
      
     A propósito de malas costumbres, había otras que sólo serían para satisfacer la vanidad y la ostentación de los gobernadores, como la de tener guardias de fuerzas armadas en sus casas y la de llevar en las funciones públicas sombreros de una forma especial. Desde que tuve el carácter de gobernador, abolí esta costumbre, usando el sombrero y traje del común de los ciudadanos y viviendo en mi casa sin guardias de soldados y sin aparato de ninguna especie, porque tengo la persuasión de que la respetabilidad del gobernante le viene de la ley y de un recto proceder, y no de trajes ni de aparatos militares propios sólo para los reyes de teatro. Tengo el gusto de que los gobernadores de Oaxaca han seguido mi ejemplo.
      
     Fiscal: ¡Qué paradoja! Según esto, Juárez, el gran promotor de la edad del hombre común en México es, por su extrema solemnidad, el menos común de los mexicanos en la historia.
      
     Defensor: No queme etapas, y no le atribuya a Juárez el uso mercadológico de su figura, hoy, hoy, hoy. Según el criterio actual, todos los habitantes del siglo XIX eran solemnes. Y debían serlo, porque en las metrópolis la clase gobernante era rígida y entonces la personalidad era la sucursal del vestuario y los gestos.
      
     Asesor histórico: Hay elecciones y Juárez es presidente de la Suprema Corte de Justicia. El presidente de la República, Ignacio Comonfort, es un tanto hamletiano, como se dice vulgarmente. Duda de todo, se arrepiente incluso de las decisiones que no ha tomado, visita a quienes creen que conjuran contra él y, para "rizar el rizo", da un autogolpe de Estado y encarcela a Juárez. Fracasa y don Benito es presidente de la República.
      
     Director de cámaras (En éxtasis): ¡Qué escena! En la oscuridad los conjurados ven abrirse una puerta, y aquel contra quien conspiran se les une. Se puede resolver con puros close-ups, y los juego expresivos de la mirada.
      
     Asesor histórico (Enfadado): ¿Puedo seguir? Con sólo un acompañante, Juárez sale de la Ciudad de México, y al mes proclama su gobierno en Guanajuato. Se inician las guerras de Reforma. Los conservadores disponen de un ejército regular, del dinero de la Iglesia Católica y de los hacendados. Los liberales, dispersos, tienen tropas mal armadas y preparadas. Al iniciarse la campaña, un regimiento sublevado los arresta en Guadalajara. El escritor Guillermo Prieto narra la escena en una de sus crónicas: en dos pequeñas piezas, ochenta liberales detenidos, unos escriben sus disposiciones testamentarias, Juárez se pasea silencioso, con inverosímil tranquilidad. Una voz grita: "¡Vienen a fusilarnos!" Y Prieto, memorablemente, actúa:
      
     Rápido como el pensamiento, tomé al señor Juárez de la ropa, le puse a mi espalda, le cubrí de mi cuerpo, abrí los brazos y ahogando la voz de fuego que tomaba en esos momentos, grité: "¡Levanten esas armas! ¡Los valientes no asesinan!" Y hablé, hablé yo no sé qué… A medida que mi voz sonaba, la actitud de los soldados cambiaba. Un viejo de barbas canas que tenía enfrente y con quien me encaré, diciéndole: "¿Quieren sangre? ¡Bébanse la mía!", bajó el fusil. Los otros lo mismo. Entonces volteé a Jalisco. Los soldados lloraban, protestando que no nos matarían, y así se retiraron como por encanto. Juárez se abrazó de mí. Mis compañeros me rodeaban llamándome su salvador y salvador de la Reforma; mi corazón estalló en una tempestad de lágrimas.
      
     Director de cámaras: ¡Qué escena! Consigue todo lo que una telenovela necesita y sin necesidad de adulterio o de familias donde ninguno es hijo de quien dicen, ni se acuerda de quién es su legítimo cónyuge, ni reconoce a los demás personajes.
      
     Fiscal: Falta leer lo que Juárez le dedica al episodio en su diario. "El día 13 se sublevó la guardia del Palacio y fui hecho prisionero por orden de Landa, que encabezó el motín. El día 15 salí en libertad". Eso es todo. Pues qué agradecido.
      
     Defensor: Así son los Beneméritos, lacónicos.
      
     Asesor histórico: Les ahorro los detalles de tres años intensos, donde los liberales, paulatinamente, se apoderan del país o, por lo menos, de sus plazas estratégicas, y promulgan victoriosamente las Leyes de Reforma del 12 de julio al 11 de agosto de 1859. Se nacionalizan los bienes del clero, hay separación de la Iglesia y el Estado, se exclaustra a monjas y frailes, se extinguen las corporaciones eclesiásticas, se concede el registro civil para los actos de nacimientos, matrimonio y defunción, se dicta la secularización de los cementerios y de las fiestas públicas y, algo esencial, se promulga la libertad de cultos.
      
     Defensor: En suma, se declara concluida la etapa feudal del país, y se sientan las bases del pensamiento moderno. Se necesitarán más tiempo y numerosas batallas políticas, militares y culturales para implantar efectivamente la sociedad laica, pero es enorme el avance de las Leyes de Reforma
      
     Animador: Le recuerdo al señor defensor que este no es un ciclo de conferencias sobre la política iberoamericana, sino un debate sobre la figura que podría estelarizar una serie de acción policial.
      
     Asesor histórico: Las Leyes de Reforma consolidan a los liberales, y el 22 de mayo de 1961 Juárez regresa victorioso a la capital. Se inicia la etapa de las intervenciones extranjeras. Con un pretexto ruin (las deudas y los saqueos del gobierno conservador transferidas a su rival), los gobiernos de Francia, Inglaterra y España aprovechan la Guerra de Secesión en Estados Unidos para maniobras múltiples. En especial, Luis Napoleón tiene grandes designios, como se dice en la época, y sueña con un protectorado que abarque México y Centroamérica. Por su parte, los Estados Unidos se proponen adquirir a bajo precio Sonora y Baja California. El planeta parece a la disposición de los imperios. Un grupo de mexicanos solicita en Europa un monarca de indudable alcurnia, y el seleccionado para infundirle abolengo al pueblo plebeyo es el archiduque austriaco Maximiliano de Habsburgo. Todo coincide: las tropas extranjeras en Veracruz, el obispo Labastida y los proimperialistas que impulsan el Segundo Imperio, la Iglesia Católica ansiosa de la revancha, el gobierno de Juárez arrinconado, sin armas y sin dinero.
      
     Animador: No sea melodramático, que esa es nuestra especialidad.
      
     Asesor histórico: No soy melodramático, pero el episodio es notable. La voracidad imperialista, el candor de Maximiliano, las vejaciones a la nación nueva, la reciedumbre de los liberales. En 1862 la invasión tripartita se consuma. Pronto, se retiran los ejércitos de Inglaterra y España, el francés permanece. Y el general Lorencez le escribe al ministro de la Guerra en Francia: "Tan superiores somos a los mexicanos en raza, en organización, en moralidad y en elevación de sentimientos, que suplico a Vuestra Excelencia que tenga la bondad de decir al Emperador que, a la cabeza de seis mil soldados, ya soy dueño de México". La jactancia no es el mejor jefe de asesores. El ejército francés pierde batallas (la del 5 de mayo en Puebla la más importante), y no consigue deshacerse de las guerrillas, dotadas de grandes ventajas: la movilidad, el conocimiento del terreno y el patriotismo.
      
     Fiscal: Le agradecería menos énfasis en sus observaciones antiimperialistas. Son anticuadas y ofenden a las transnacionales.
      
     Defensor: ¿De modo que no cree usted en la memoria colectiva?
      
     Fiscal: Esa la extinguió el apuntador electrónico.
      
     Asesor histórico: Prosigo. Lo que sigue es la tragicomedia de las equivocaciones imperialistas. Napoleón el Pequeño, ignorante, vanidoso, desinformado, no oye razones. Le escribe el general Lorencez: "Más que nunca debemos convencernos de que no tenemos a nadie a nuestro favor. El partido moderado no existe; el partido reaccionario está reducido a la nada y es odioso… Todos los mexicanos están infatuados con las ideas liberales en su sentido más estrecho, y aceptarán como preferible a la monarquía el destino de ser absorbidos por los americanos". Luis Napoleón no escucha, y sólo lee los artículos que manda hacer.
      
     Director de cámaras: Este bla-bla-bla es horrible si se le traduce en imágenes. Mejor el desfile de batallas, persecuciones en desfiladeros, asesinatos a mansalva, sitios, retiradas, pleitos internos en cada bando, traiciones, romances de mexicanas con galos, ataques de la guerrilla y crueldades de la contraguerrilla. Juárez viaja por la República y despacha asuntos de extrema urgencia y no en una carroza sino en la diligencia de John Ford.
      
     Fiscal (Enardecido): ¡No, Juárez en su carroza no! ¡Todo menos eso!… Además recuerden que de aprobarse al personaje, la serie no será histórica sino policial.
      
     Asesor histórico: La intervención francesa tiene éxito durante un tiempo, y una vez más Juárez, a la defensiva, recorre el país en busca de adeptos. En el verano de 1863, la Asamblea de Notables (autodesignada) proclama el Imperio y le ofrece la corona a Maximiliano. Éste la acepta el 3 de octubre de 1863, y le envía una carta a Juárez invitándolo a reunirse con él en la Ciudad de México y buscar un entendimiento amistoso. Don Benito le contesta tajante:
      
     Se trata de poner en peligro nuestra nacionalidad, y yo, que por mis principios y mis juramentos soy el llamado a mantener la integridad nacional, la soberanía y la independencia… Me dice usted que, abandonando la sucesión de un trono de Europa, abandonando a su familia, sus amigos y sus bienes, y lo más caro para el hombre, su patria, se han venido usted y su esposa, doña Carlota, a tierras lejanas y desconocidas, sólo por corresponder al llamamiento espontáneo que le hace un pueblo que cifra en usted la felicidad de su porvenir. Admiro positivamente, por una parte, toda su generosidad y, por la otra parte, ha sido verdaderamente grande mi sorpresa al encontrar en su carta la frase llamamiento espontáneo porque yo había visto antes que, cuando los traidores de mi patria se presentaron en comisión por sí mismos en Miramar, ofreciendo a usted la corona de México, con varias cartas de nueve o diez poblaciones de la nación, usted no vio en todo eso más que una farsa ridícula… Tengo la necesidad de concluir, por falta de tiempo, y agregaré sólo una observación. Es dado al hombre, señor, atacar los derechos ajenos, apoderarse de los bienes, atentar contra la vida de los que defienden su nacionalidad, hacer de sus virtudes un crimen y de los vicios propios una virtud; pero hay una cosa que está fuera del alcance de la perversidad, y es el fallo tremendo de la historia. Ella nos juzgará. Soy de usted,
     S.S., Benito Juárez
      
     Director de cámaras: Para tener fama de indígena silencioso, don Benito era muy hablantín.
      
     Asesor histórico: Lo que sigue es una farsa o una tragicomedia, según se quiera ver. El emperador, que lo es por la sola fuerza del ejército francés, y que nunca verá consolidado un ejército propio, dedica parte de su tiempo a darle los últimos toques al Manual de Corte. También, recorre las zonas ocupadas, recibe aplausos y bendiciones, observa a un grupo indígena aclamarlo como al redentor de su raza, se viste con el traje nacional, se añade en los discursos a la tradición del cura Hidalgo, se distancia del clero, se niega a asistir a los Te Deums en su honor, visita escuelas, hospitales, asilos, cárceles… Y nunca se olvida de sus títulos y de los rituales de la aristocracia. Doy ejemplos del "Reglamento para los Servicios de Honor y el Ceremonial de la Corte" (citados por Fernando del Paso en Noticias del imperio):
      
     Los manjares estarán listos en el comedor. Tan luego como los Emperadores se dirijan a la mesa, los secretarios de las Ceremonias pasarán al comedor y saldrán de él inmediatamente seguidos cada uno por doce hombres de la Guardia Palatina, que llevarán sobre azafates el servicio.
     En este momento dará el Emperador su sombrero al Ayudante de Campo de servicio, y la Emperatriz su pañuelo y abanico a la Dama de Honor de servicio.
     El Gran Chambelán de la Emperatriz y el Chambelán de servicio, tomarán los platos de los azafates y se los presentará a la Dama Mayor y la Dama de Palacio de servicio, quienes a su vez los pondrán en las manos de la Emperatriz y de las princesas que la ayudarán a servir la mesa. Los servicios serán tres, constando cada uno de cuatro platos.
      
     Defensor: ¿Se me permite una observación maligna a propósito de la inteligencia de los aristócratas? No, no hay necesidad.
      
     Asesor histórico: Los 47 mil soldados de las tropas de ocupación son insuficientes y, además, Maximiliano se pelea con el clero y carece de recursos. Cada una de sus medidas es más desesperada que la anterior, y a fines de 1865 la Intervención es un fracaso visible. Carlota va a Europa a pedir más tropas y más dinero, Luis Napoleón se los niega. El final del Imperio es patético. En 1867, Maximiliano, sus leales y diez mil soldados se concentran en Querétaro, desmoralizados, liquidados. Al rendirse el ejército imperial (sus restos) Maximiliano es sujeto a proceso y condenado. Juárez recibe numerosas solicitudes de indulgencia, una de ellas de Victor Hugo. El 19 de junio de 1867, Maximiliano y dos de sus generales, Miguel Miramón y Tomás Mejía, son fusilados en el Cerro de las Campanas.
      
     Fiscal: Y Juárez se instala en la historia mundial por ese acto de inclemencia, que llevará al señor Mussolini a ponerle Benito a su hijo, en honor del indio inflexible.
      
     Defensor: El ejercicio enérgico de la soberanía consolida la nación, es el gran mensaje antiimperialista de la época, y le da a la República su espacio definitivo de sustentación.
      
     Animador: No se pongan ideológicos, por favor. El rating está enamorado de lo light.
      
     Asesor histórico: De 1867 a julio de 1872, la fecha de su muerte, don Benito Juárez rompe con muchos de sus antiguos partidarios, mantiene su tono implacable, es acusado por los radicales de ambiciones dictatoriales, es atacado por el clero. En 1870 escribe, recapitulando:
      
     En cuanto a mí —este es mi único mérito—, ayudado por algunos patriotas indomables como Díaz, Escobedo y Ortega, mi fe no vaciló nunca. A veces, cuando me rodeaba la defección en consecuencia de aplastantes reveses, mi espíritu se sentía profundamente abatido. Pero inmediatamente reaccionaba. Recordando aquel verso inmortal del más grande de los poetas, ninguno ha caído, si uno solo permanece en pie, más que nunca me resolvía entonces a llevar hasta el fin la lucha despiadada, inmisericorde para la expulsión del intruso.
      
     Animador: Creo que, en lo posible, se han discutido los méritos y deméritos del candidato. Señores del jurado, ¿procede o no hacer una serie de acción con don Benito Juárez de protagonista?
      
     Presidente del jurado: He aquí nuestro dictamen: El señor Juárez podría resultar un investigador policiaco notable, pero de oficina. Es imposible imaginárselo como a Harrison Ford en Blade Runner (ni a él ni a ninguno de sus coetáneos). Le falta glamour y no se le ve lo galán por ningún lado. En la pantalla chica definitivamente no.
      
     Autor de estas notas (Harto de inhibir, delegar o transformar sus puntos de vista): Desde su levita de bronce, Juárez es, como ningún otro héroe de la historia de México, profundamente actual, y al decir esto no me olvido de Morelos, Ignacio Ramírez, Francisco I. Madero, Emiliano Zapata y Lázaro Cárdenas. Si muchas de sus cualidades están, por así decirlo, fechadas, Juárez es nuestro contemporáneo por la índole de su paciencia, de su inteligencia política, de su genio institucional, de su resistencia, de su congruencia. No fue un mártir y murió en el poder, al que le cobró demasiado apego, pero su talento inmenso y el empeño de su generación, la de la Reforma, crearon el espacio de crítica y de tolerancia en donde, como sea, se ha desarrollado nuestro proceso civilizatorio. Por todo esto, me parece lo más natural declararme juarista. Si esta filiación no responde a las necesidades actuales, es un principio de entendimiento de la tradición liberal del siglo XIX, tan primordial en la preservación y el alcance de las libertades de 2001. –

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