La mejor o la peor criatura de todas

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Pablo Sol Mora

Miseria y dignidad del hombre en los Siglos de Oro

Ciudad de México, FCE, 2017, 256 pp.

El hombre es, o puede ser, la mejor y la peor criatura de todas. Como apuntan los tópicos literarios, se encuentra constantemente debatiéndose entre la miseria y la dignitas hominis. Estas nociones, de raigambre clásica, parten del reconocimiento de la naturaleza dicotómica del ser humano, el cual alberga en sí tanto aquello que lo hace excederse por sobre los demás seres como lo que lo vuelve meritorio de cierta excelencia, pero que a su vez lo deja en evidencia como un ser mísero, desdichado, desvalido. A lo largo de la historia, no pocos han reflexionado sobre estas dos fuerzas que operan en constante contrapunto, y algunos nos han dejado elocuentes exaltaciones de la condición humana, así como condenas capitales del hombre, que es nada.

Las dos partes que conforman este binomio “representan dos extremos de la visión de lo humano, las dos caras de una sola moneda”, dice Pablo Sol Mora, quien escribe sobre la evolución de estas ideas desde la Antigüedad clásica hasta el siglo XVII. En las páginas de Miseria y dignidad del hombre en los Siglos de Oro encontramos así una primera parte donde se nos brinda una revisión histórica sobre estos dos conceptos y, en un segundo bloque, un análisis de las ideas que, en torno a este par de lugares comunes, aparecen en una selección de tres autores renacentistas y tres barrocos: Fernán Pérez de Oliva, Francisco Cervantes de Salazar y Fray Luis de León, representantes del primer Siglo de Oro, y Francisco de Quevedo, Pedro Calderón de la Barca y Baltasar Gracián, del segundo. Según señala el autor, “en muchas, demasiadas ocasiones, la miseria/dignitas hominis es ciertamente solo un ornamento retórico, un recurso utilizado al paso con la ayuda de alguna poliantea, pero en otras es algo más: no un mero accesorio, sino asunto central; no elemento secundario, sino estructural”. Esto último ha sido precisamente el criterio que ha imperado en la nómina de autores.

Antes de continuar, es pertinente distinguir que lo que entendemos hoy por dignidad dista de sus antecedentes, como bien apunta Sol Mora: “La dignitas, en cualquier caso, implicaba una afirmación de excelencia, una orgullosa conciencia de grandeza y superioridad. La transformación que sufrió ese concepto se ve claramente en lo que en la actualidad se entiende por dignidad. Esta suele significar hoy poco menos que el mínimo respeto que cada uno se debe a sí mismo y por el que se hace o deja de hacer algo.”

En la primera sección, intitulada “Hacia una historia de la miseria/dignitas hominis”, el autor nos lleva de la mano por un ambicioso recorrido histórico que pone en evidencia cómo la miseria-dignitas estrictamente clásica termina por complementarse con el influjo bíblico durante la patrística, periodo a todas luces decisivo en la construcción de ambas nociones. A la guisa, y sin afán reduccionista, entre los elementos clásicos de la dignitas hominis podemos distinguir la superioridad del hombre sobre las demás criaturas, esto claramente gracias a su capacidad racional, intelecto y uso del lenguaje. La miseria hominis viene a ser una suerte de condena, pero el hombre puede aspirar a trascenderla gracias a su inteligencia y, con ello, gana la posibilidad de aspirar a la grandeza.

Por esta razón, “desde los orígenes de la literatura griega, la miseria/dignitas hominis, más que dos visiones excluyentes de lo humano, representan las dos caras de una sola visión. Pronto, además, parece haber una búsqueda de armonía entre ambas, o sea, un equilibrio entre la conciencia de grandeza y miseria”. Particularmente entre los siglos I y V, el discurso sobre la grandeza del hombre comienza a vincularse a Dios; como explica el autor, si anteriormente era la razón la que acercaba –o podía acercar– al hombre a la divinidad, ahora esta comienza a estar determinada por el reconocimiento de ser una creación hecha a imagen y semejanza de Dios.

Nos acercamos al siglo XII en este denso repaso, época en la cual se perfilan aún más los conceptos y dan gran brinco lógico que Sol Mora condensa así: “No hay reconocimiento de la miseria, por un lado, y reconocimiento de la dignitas, por otro; solo juntos hacen el verdadero conocimiento de lo humano, solo cuando el hombre tiene plena conciencia de ambas es que puede aspirar a conocerse a sí mismo.” El autor concluye asimismo que la balanza entre la miseria y la dignidad humanas ha oscilado según la época; en la Edad Media, podría decirse que esta se inclinó hacia la primera, o al lado pesimista, mientras que en el Renacimiento se orientó hacia el sentido contrario.

Y así llegamos a la segunda parte, donde queda manifiesto cómo la miseria/dignitas hominis ha permeado la literatura de los Siglos de Oro. Es aquí donde comienza la verdadera aportación del estudio, pues todo lo anterior apenas condensa el valioso rastreo que de ambos conceptos nos han dejado reconocidos estudiosos; quizá se habría podido resumir toda esta primera parte y darle preeminencia al análisis que le sigue. Al final, a mi parecer, se echa de menos una aproximación a este binomio en palabras propias del autor.

La primera de las obras seleccionadas por Sol Mora para ilustrar el tratamiento de estos tópicos en el siglo XVI es el Diálogo de la dignidad del hombre de Pérez de Oliva, texto enmarcado por el optimismo humanista y caracterizado por una cargada exaltación del hombre; o también la prolongación de dicho Diálogo, que escribiera Cervantes de Salazar, el cual buscó restituir el equilibrio en la balanza al reelaborar el discurso de su predecesor pero ahora sobre las bases de la miseria hominis. También en el contexto de este primer Siglo de Oro llama la atención el matiz cristocentrista que añade fray Luis de León en De los nombres de Cristo, cuando adopta una visión esencialmente religiosa a la hora de definir en qué consisten la grandeza y la miseria humanas. Del XVII, en torno a estas nociones, Sol Mora destaca el pesimismo quevediano, centrado en la facultad del entendimiento del ser humano, poniendo como ejemplos La cuna y la sepultura y Providencia de Dios. También encontramos las angustias teológicas de Calderón, en su ya paradigmática La vida es sueño, pues el papel de este dramaturgo fue el de recordarle al hombre su justo lugar y lo que debe a Dios. Y, por último, llegamos a una visión más templada y mesurada en El criticón de Gracián, pero desde un punto de partida cristiano, que sostiene una dignitas hominis afincada en el libre albedrío. Dentro del epílogo también se alude a la forma en la que sor Juana Inés de la Cruz, ya en el ocaso de los Siglos de Oro, se acerca a la dialéctica de este binomio.

De Miseria y dignidad del hombre en los Siglos de Oro también es de recalcarse la crítica a las humanidades incluida en el prólogo. Estas, escribe el autor, “acomplejadas frente a otras ramas del conocimiento, desconfiadas de lo que constituye su esencia (la palabra), ignorantes con frecuencia de su origen, las modernas humanidades parecen seguir con la brújula perdida. Uno de los signos más inquietantes y significativos de este prolongado malestar es la creciente hiperespecialización académica en detrimento de estudios de espectro más amplio”. Este pensamiento, y los demás que van por esta línea en las páginas iniciales, si bien podría considerarse más bien una tangente, no deja de incitar a la reflexión. ~

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(Monterrey, 1983) es filóloga.


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