Las mujeres ilustres están de moda

Las antologías de mujeres que han sobresalido en la historia son un nuevo boom editorial. Su carácter divulgativo, sin embargo, puede devenir en mera receta comercial.
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El colorido mosaico de retratos se repite y no pasa inadvertido para los lectores. Los rostros ilustrados de Frida Kahlo, Malala Yousafzai, Cleopatra, Amelia Earhart y Ada Lovelace parecen ser una constante. Un simple vistazo a las portadas que hoy encontramos en los estantes de novedades nos permite intuir una tendencia, raudamente corroborada al reparar en los títulos: las antologías de “mujeres ilustres” están de moda.

((Resulta pertinente aclarar que una arrolladora mayoría de los libros de esta naturaleza que encontramos en lengua española son traducciones y, por tanto, hemos proporcionado la ficha bibliográfica correspondiente a la versión en nuestro idioma y no de la publicación original (naturalmente, el éxito editorial de las obras primigenias en su mercado de origen les habrá valido el paso al hispanohablante). En el panorama del mercado editorial anglosajón, el fenómeno que describimos es notablemente mayor; no obstante, nos hemos esforzado por mencionar aquí también títulos producidos originalmente en español. ))

Ora dirigidos para jóvenes y niños, ora para adultos, estos libros, además de compartir notoriamente el diseño de sus portadas –vaya, hasta la paleta de colores resulta afín–, buscan ofrecer al lector una colección de biografías de mujeres que han sobresalido en la historia por alguna razón, seleccionadas debido a la ejemplaridad de sus vidas, porque son reconocidas o simplemente porque ameritan ser rescatadas del olvido. Como puede apreciarse en varias ediciones disponibles en español, estos compendios, de eminente corte feminista, por lo general devienen en un combo visual y literario interesante y suelen seguir la misma estructura: cada trayectoria vital es presentada en una breve ficha biográfica, misma que se acompaña de una ilustración y, en muchos de los casos, alguna cita famosa atribuida a la extraordinaria mujer. Y la fórmula se repite. Inevitablemente recuerdan a aquellas estampitas o monografías escolares que teníamos que ir a cazar a la papelería para copiar en el cuaderno –claro, en la era a. W., es decir, “antes de Wikipedia”.

No es gratuita la insistencia en las similitudes estéticas de esta moda que apunto. En cuanto a la forma, los colores, las ilustraciones (que pesan casi tanto como el texto), la mise en page, la tipografía caricaturesca, en ocasiones hacen difícil distinguir el público al que se dirigen. Salvo en los casos en los que no cabe la duda, porque se indica con claridad en la obra o las autoras mismas han enfatizado una y otra vez que buscan llegar a jóvenes, niños y niñas –Favilli y Cavallo, Elmert y González, Shatz…–; llama la atención, por ejemplo, que El pequeño libro de las grandes feministas. Un santoral laico sea “recomendado para adultos” por la editorial, porque coincide en las características estéticas que vengo señalando y porque en las últimas páginas tiene un espacio libre para rellenar la ficha “Tu propia santa feminista laica” (p. 181). Eso deja una sensación al final de que el contenido ha sido infantilizado, por decirlo de alguna manera.

Y la misma impresión nos queda con las actividades que acompañan las biografías de las Mujeres poderosas de Durá y Escribano, un volumen igualmente orientado al lector adulto, en el cual se incluye una serie de líneas en blanco para completar ejercicios con instrucciones como “Recuerda algún fracaso que hayas vivido e imagina cómo serían tú y tu vida si no lo hubieras tenido” (p. 35) o “Haz una lista de las virtudes de tu madre. Ahora haz otra con las tuyas” (p. 91). Claro está que estos “ejercicios” no demeritan la aportación de dichas obras en el camino a la reivindicación femenina, su granito de arena en la construcción de la herstory.

Con esto obviamente no quiero decir que el efecto resaltado sea consecuencia de los dibujos; todo lo contrario: las treinta Valerosas de Bagieu son la mejor prueba de cómo se pueden contar historias en cómics sin trivializar el contenido, pues la documentación detrás de cada una de las mujeres perfiladas por la reputada ilustradora es evidente y la narración está estupendamente lograda en ambos planos, tanto el visual como el textual. Al tratar el tema de esta manera, Bagieu ha logrado un maridaje entre la reivindicación femenina y la del cómic, un género cuya revaloración es más bien reciente, y esto no deja de ser una muy afortunada coincidencia que no se puede ignorar. No en vano fue reconocida con el prestigiado premio Eisner.

Y es que pareciera que esta infantilización de la presentación y del contenido también determina la tendencia que apuntalo. Algunos cuestionarán, con razón, qué tanto se puede profundizar en una exposición biográfica que abarcará una página, dos a lo mucho, mas quizá valga reparar en dónde dejó la vara Lee con sus 52 Chicas rudas del pasado, pues la suya es la única de las colecciones, al menos de las que pude consultar a detalle, en incluir un apartado consagrado a la bibliografía –de acuerdo, este es un requisito prescindible en las obras de divulgación, pero ¿no es verdad que se agradece?

Para reforzar este punto, permítanme traer a colación un último caso. El año pasado, el sello Alfaguara dio a conocer una nueva edición de Nosotras. Historias de mujeres y algo más, una reedición de la serie de pequeñas biografías escrita por la conocida periodista y escritora Rosa Montero y publicada por vez primera en 1995, décadas antes de este boom, con la particularidad de acompañar los mismos textos con ilustraciones de la mano de María Herreros.

Ahora bien, hay que reconocer que una antología planteada para ser una selección de entre todas las “grandes mujeres” de la Historia es, cuando menos, ambiciosa. Esto ayer como hoy, pues en tanto modelo editorial no es nada nuevo. De raigambre clásica, la tradición de los catálogos de “personajes ilustres” en la literatura occidental es amplia, pero en lo que respecta específicamente a la nómina femenina se puede decir que comenzó a adquirir popularidad y fuerza gracias a la celebérrima De claris mulieribus, de Giovanni Boccaccio. Considerada el primer compendio de biografías exclusivamente de mujeres, aunque escrita a mediados del siglo xiv, circuló con soltura gracias a las innumerables traducciones que se hicieron de ella durante los dos siglos posteriores, e inspiró notables antologías de esta naturaleza con la presentación de sus más de cien mujeres ilustres.

Desde entonces y durante siglos, las compilaciones de historias de “damas célebres”, que estaban encauzadas a forjar arquetipos, eran lecciones del comportamiento ideal femenino erigidas sobre las semblanzas de mujeres virtuosas, castas, sabias e impolutas heredadas de la Antigüedad o de la Biblia, fundamentalmente. Sin embargo, también es posible encontrar títulos excepcionales que siguieron el modelo boccaccesco y que, además, de forma expedita se concentraron en evidenciar las capacidades femeninas y, por tanto, defendían a la mujer. Porque sí, situados en el marco de una tradición misógina que durante siglos cultivó la noción de que la mujer era un “animal imperfecto” –gracias, Aristóteles– o un “varón frustrado” –gracias, santo Tomás de Aquino: “la mujer fue puesta bajo el marido ya por el orden natural, puesto que la misma naturaleza dio al varón más discreción en su razón”–,

((Suma teológica, cuestiones 92-93. ))

 la defensa de las capacidades intelectuales femeninas en algún punto se tornó algo, más que pertinente, necesario. De este menester nació el movimiento de la “querella de las mujeres”, un enardecido y polarizado debate sobre las aptitudes de la mujer que, desde el siglo xiv, dio cabida a un amplio espectro de discursos tanto a favor como en contra del género femenino. La producción literaria del mismo Boccaccio es una muestra de los dos lados de la balanza, pues así como nos dejó la recién citada De claris mulieribus, también nos legó El corbacho o Laberinto de amor (ca. 1355), que ha pasado a la historia como parte de la tradición de la literatura misógina.

Con esto solo quiero decir que, pese a haber sido promocionada como pionera a finales del siglo pasado, las Historias de mujeres de Montero ya tenían sus antecedentes: Las glorias inmortales de los triunfos y las heroicas empresas de ochocientas cuarenta y cinco mujeres ilustres antiguas y modernas (1609) de Pedro Pablo de Ribera, Las mujeres ilustres o arengas heroicas (1642) de Madeleine de Scudéry, la Galería de las mujeres fuertes (1647) de Pierre Le Moyne y Las mujeres vindicadas de las calumnias de los hombres. Con un catálogo de las españolas que más se han distinguido en ciencias y armas (1768) de Juan Bautista Cubíe, por citar algunos ejemplos.

A finales del siglo XVIII, las galerías biográficas se revitalizaron gracias a la prensa periódica. Su vigencia estaría íntimamente ligada a esta en siglos subsecuentes. Los retratos de personajes masculinos y femeninos, tanto históricos como contemporáneos, eran habituales. De carácter divulgativo, buscaban llegar a un público amplio –con un porcentaje de lectoras en constante aumento– y satisfacer intereses muy diversos, compartían una estructura cimentada en la brevedad y no aspiraban a un tono erudito ni sabio, y por ello se acercan aún más a las compilaciones a las que aludo y que encontramos hoy en las librerías. Además, también era frecuente encontrar los mismos nombres y vidas ejemplares repetidas. Entonces, la fórmula más común era presentar al lector una serie de breves rasgos biográficos dosificados por entregas, aprovechando su naturaleza periódica, mientras que ahora los tenemos reunidos en un solo volumen.

Independientemente de la época, encontramos una constante. En palabras de Bolufer Peruga, quien ha estudiado la evolución del género literario entre los siglos xv y xviii, “evocar las poderosas figuras de mujeres guerreras, reinas y sabias, aun cuando fuera haciendo un mero alarde de erudición o una convencional defensa de las capacidades femeninas, podía ser interpretado como una amenaza para los cimientos del orden social”.

((Para proundizar sobre el tema remitimos a su estupendo estudio: Mónica Bolufer Peruga, “Galerías de ‘mujeres ilustres’ o el sinuoso camino de la excepción a la norma cotidiana (ss. XV-XVIII)”, Hispania, XLI, 204 (2000), pp. 181-224. ))

 Una apreciación vigente en la actualidad.

Sin duda, plantearse una antología de biografías debe ser un reto –ni qué pensar de llegar a las ¡doscientas! de los Cuentos de buenas noches de Favilli y Cavallo–, no solo por la investigación requerida, sino precisamente por la abundancia de referentes femeninos que hacen aún más difícil la tarea de selección. Por ello, no es de sorprendernos que se repitan nombres entre las recopilaciones; están los esperados y los no tan esperados, espacios donde brilla la creatividad personal de los autores o su subjetividad. Así, también encontramos por ahí a las tenistas Venus y Serena Williams y las Guerrilla Girls entre las Mujeres geniales de Schatz; los Cuentos de buenas noches sobre Nellie Bly, pionera del periodismo de investigación; la trayectoria de la reconocida bióloga marina Sylvia Earle o los triunfos de la bailarina Misty Copeland; y personajes colectivos, como las Abuelas de Plaza de Mayo, las Pussy Riot o las Mariposas (las hermanas Mirabal) que aparecen en Un santoral laico de Pierpont y Thapp.

En una ocasión, una de las entrevistadoras de Schatz mencionó la revista Reader’s Digest al hablar de su antología,

((Nerdette, 22 de noviembre de 2016. ))

 y es justo ese el sabor que prevalece al terminar la lectura de muchas de las colecciones referidas –con todo respeto para las Selecciones apiladas en el baño de mi casa cuando niña–. Te dejan con ganas de más. Hasta la misma Bagieu coincide en esta impresión, pues cuando le preguntaron si le interesaría extenderse y profundizar en la vida de alguna de sus Valerosas, en una charla un año atrás,

((Episodio 85, Comic News Insider, 4 de mayo de 2018. ))

 contestó que no, pero que le encantaría que alguien lo hiciera. A mí también.

Es cierto que, en cada uno de los casos que he mencionado aquí, los elementos gráficos fungen como complemento narrativo, se fusionan con relatos de vida de mujeres dignos de ser contados y devienen en una combinación interesante que favorece, sobre todo, su bien intencionada divulgación. Pero en la tendencia editorial que se apuntala la fórmula se repite y se explota. Y me pregunto si al abusar de la receta no se diluyen las esencias de tan excepcionales mujeres. ¿Será que la producción de (mini)biografías ilustradas en serie termina menoscabando la reivindicación que persiguen estos catálogos? Supongo que la respuesta solo la dará el tiempo; habrá que ver qué tanto nos dura la moda. ~

 

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(Monterrey, 1983) es filóloga.


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