Ilustraciรณn: Eva Vรกzquez

La paradoja posnatural

El ecologismo ha pasado de ser una ideologรญa radical y singular que buscaba desmantelar el capitalismo a convertirse en un estilo de vida integrado en la cultura occidental y las sociedades liberales. Esta es la historia de una transformaciรณn.
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En 1846, el joven Karl Marx se habรญa formado ya una idea bien clara sobre las relaciones entre el ser humano y su entorno: โ€œLa naturaleza que precediรณ a la historia humana ya no existe en ninguna parte (salvo quizรก en algunas islas coralรญferas de origen reciente).โ€ Se trata de una observaciรณn apropiada a su tiempo, ya que, por mucho que esa historia hubiera comenzado milenios antes, el fin de la naturaleza solo se hace de verdad patente con el desarrollo de la industrializaciรณn. Hablamos de un proceso de colonizaciรณn humana que comienza con el primer pozo abierto en la tierra y desemboca en el cambio climรกtico. Para el filรณsofo alemรกn, que hablarรก con desprecio en un escrito posterior del culto grosero que lleva al โ€œsoberano de la naturalezaโ€ a adorar en la India โ€œal mono Hanumรกn y a la vaca Sabbalaโ€, la apropiaciรณn del medio natural es una herramienta emancipadora a cuyo empleo no podemos renunciar. Si hay una razรณn de Estado, podrรญamos decir, tambiรฉn hay una razรณn de especie.

Su defensa del racionalismo ilustrado, sin embargo, no era unรกnime. Apenas veintidรณs aรฑos despuรฉs de que Marx anunciase la defunciรณn de la naturaleza, comenzaba a publicarse por entregas El idiota, la cรฉlebre novela de Fiรณdor Dostoievski completada en 1869. En algรบn momento de la misma, dos personajes secundarios se enzarzan en una disputa en torno a los ferrocarriles que ya dejaban su huella a lo largo del territorio ruso. El mรกs vehemente de ellos, Lรฉbedev, sostiene primero que son la ruina de la humanidad, para despuรฉs extender acaloradamente su requisitoria a la modernidad en su conjunto: โ€œLos ferrocarriles no serรกn los รบnicos en envenenar los manantiales de la vida, sino que el conjunto de todo eso es lo maldito; el espรญritu entero de los รบltimos siglos, cientรญfico y prรกctico, es quizรก, en efecto, lo que sea maldito.โ€

Pasado un siglo y medio, podrรญamos pensar que Lรฉbedev tenรญa razรณn y Marx no: los gobernantes mรกs poderosos del mundo acaban de reunirse en Parรญs para acordar una respuesta comรบn al cambio climรกtico de origen antropogรฉnico, que segรบn una ciencia cada vez mรกs asentada proviene de la Revoluciรณn industrial y sus consecuencias. Los manantiales de la vida amenazan con secarse, convirtiendo la tierra en un desierto y la vida en una pesadilla hobbesiana, mientras que la mayor parte de las islas coralรญferas ha ido retrocediendo. Pudiera ser que la dominaciรณn humana de la naturaleza no fuese, en รบltima instancia, una herramienta de emancipaciรณn. Ante tal posibilidad, la ideologรญa romรกntica se cobra una venganza tardรญa ante el fracaso del racionalismo positivista y las pรฉrdidas experimentadas con ese desencantamiento del mundo. O algo parecido.

Pero si hoy dirigimos nuestra atenciรณn hacia los problemas medioambientales, es porque el argumento de Lรฉbedev contra los excesos de la Ilustraciรณn ha encontrado una exitosa traducciรณn polรญtica en el movimiento ecologista. Nacido en la dรฉcada de los sesenta, inaugurado oficiosamente en el Dรญa de la Tierra de 1970, el ecologismo es un movimiento social y una filosofรญa polรญtica que ya es miembro de pleno derecho del club de las ideologรญas contemporรกneas. Su historia empieza en los mรกrgenes y termina en el mainstream: de Thoreau al Partido Verde, de los hippies a las energรญas renovables, de la denuncia del ddt a los supermercados orgรกnicos. ยกTodos somos verdes! Igual que somos marxistas, feministas o freudianos. Se trata de un rรฉgimen de percepciรณn incorporado a plenitud a la cultura occidental, un sesgo cognitivo instalado en nuestros dispositivos mentales: si vemos una chimenea humeante en lontananza ya no โ€œvemosโ€ progreso, sino poluciรณn. Aunque pasado un rato tiremos un papel al suelo sin esperar a la prรณxima papelera.

La historia del ecologismo, historia tambiรฉn de la ecologizaciรณn de la cultura, abunda en paradojas y contradicciones. Tal como se acaba de insinuar, existe una persistente brecha que separa los valores declarados de los ciudadanos de sus actitudes: decimos profesar valores ecolรณgicos, pero estos encuentran una pobre expresiรณn en nuestras conductas. Pero hay mรกs. Asรญ como defendemos la protecciรณn de los asรญ llamados animales carismรกticos, del koala al oso panda, sentimos repulsiรณn ante las ratas o indiferencia hacia los insectos y, aunque salimos el domingo a pasear โ€œen la naturalezaโ€, jamรกs penetrarรญamos en una jungla amazรณnica. En el propio debate sobre el cambio climรกtico, si bien se mira, la conservaciรณn del medio natural y la protecciรณn del resto de los seres vivos apenas tiene importancia: hablamos de las funciones y los servicios prestados por los ecosistemas, del riesgo de inundaciรณn en las islas del Pacรญfico, de la necesidad de evitar las guerras climรกticas. Pero no era esta la transformaciรณn total de la cultura que el ecologismo tenรญa en mente.

Aunque el ecologismo era una ideologรญa polรญtica tan original como radical en sus planteamientos iniciales, ha terminado por convertirse en un estilo de vida mรกs en el marco de la sociedad liberal. Si bien esta incorpora gradualmente la sostenibilidad medioambiental a su catรกlogo de principios constitucionales, el desmantelamiento del capitalismo parece mรกs lejos que nunca o, cuando menos, tan improbable como siempre. Gilles Lipovetsky y Jean Serroy aciertan cuando hablan de la paulatina โ€œrelegitimaciรณn ecolรณgica del capitalismoโ€, que no solo se expresa en el valor publicitario de lo natural, sino tambiรฉn en la modernizaciรณn de los procesos de producciรณn y la bรบsqueda de formas renovables de energรญa. Recordemos Wall-E, la pelรญcula de Andrew Stanton: el viejo pc herrumbroso asociado a un mundo en decadencia simboliza un capitalismo industrial reemplazado por la etรฉrea elegancia posmaterial de Apple y sus epรญgonos. Fuera de la sala de cine, tras el accidente en la central nuclear de Fukushima, Alemania decidiรณ ejecutar die Wende, el giro energรฉtico llamado a convertir a Alemania en una economรญa descarbonizada. Esta saludable evoluciรณn constituye una amarga victoria para los ecologistas, cuyas demandas se universalizan gracias a un asimilacionismo de sistema que debilita su potencia original.

Recordemos el viejo lema empleado por los partidos verdes para subrayar su condiciรณn de outsiders: โ€œmรกs allรก de la izquierda y la derechaโ€. Si rechazaban el capitalismo por su depredaciรณn industrial del medio ambiente, abjuraban del modelo soviรฉtico por la misma razรณn. Al fin y al cabo, su advertencia sobre los lรญmites del crecimiento no distinguรญa entre distintas ideologรญas del crecimiento, sino que se dirigรญa y se dirige aรบn contra la ideologรญa del crecimiento. De ahรญ el regreso reciente de las propuestas decrecentistas, que empiezan por cuestionar la utilidad del pib y terminan por aconsejar una disminuciรณn de la movilidad individual. No obstante, si algo distingue al discurso ecologista es su insistencia en que los recursos de los que dispone la humanidad para sostener su modo de vida occidentalizante no son infinitos: los lรญmites naturales estรกn llamados a frenar la ilusiรณn social del crecimiento perpetuo. Durante dรฉcadas se ha repetido que el peak oil, el momento en que se agotarรกn todas las reservas de petrรณleo, estรก mรกs cerca que nunca; en la prรกctica, irรณnicamente, estรก cada vez mรกs lejos gracias al descubrimiento de nuevos depรณsitos y el refinamiento de las tรฉcnicas de extracciรณn y procesamiento. Esto mismo vale para los recursos alimentarios y, ahora, para un clima habitable. Para el ecologismo, nos paseamos alegremente por el borde del abismo: se trata de una ideologรญa cuyas secciones mรกs radicales formulan un discurso admonitorio de indudable eficacia cuando la realidad ofrece la confirmaciรณn de las profecรญas, pero contraproducente si los escenarios mรกs pesimistas solo aparecen en el cine.

Por otro lado, el problema de los recursos limitados se verรญa agravado por el aumento sostenido de la poblaciรณn mundial, que ha constituido una de las preocupaciones mayores del ecologismo desde sus orรญgenes. Recordemos que la โ€œbomba poblacionalโ€ de Paul Ehrlich fue un hit del alarmismo de los setenta, cuya influencia solo se ha visto atenuada con la desaceleraciรณn de la natalidad global: cuanto mรกs ricos somos, menos hijos tenemos. Algo que no obstante rechaza intuitivamente la mayorรญa de los ciudadanos, inclinados a pensar que la poblaciรณn mundial crece sin cesar; รฉxito, sin duda, de la propaganda verde. Se trata ademรกs de un asunto que deja ver las fricciones que de manera inevitable caracterizan la relaciรณn del ecologismo clรกsico, vale decir radical, con el liberalismo. Y que, como deja ver el caso chino, acaba curiosamente por dar la razรณn a los liberales en tรฉrminos socioambientales: como es sabido, la polรญtica del hijo รบnico impuesta por las autoridades chinas sobre su poblaciรณn ha producido efectos colaterales. Si quien solo puede tener un hijo provoca el aborto o perpetra el infanticidio de la niรฑa que no desea, la desproporciรณn entre hombres y mujeres es ya tan grande que varias decenas de millones de chinos no tendrรกn ninguna posibilidad de encontrar pareja y se prevรฉ un aumento exponencial del nรบmero de violaciones, secuestros y suicidios. Un control antinatural se ha convertido en descontrol natural.

Sea como fuere, en consonancia con su รฉnfasis en los lรญmites naturales a la actividad social, el ecologismo clรกsico ha solido defender una sociedad sostenible de pequeรฑa escala y bajo impacto ecolรณgico. Por lo general, el futuro sostenible se ha descrito como una utopรญa posindustrial: comunidades autogestionadas por medio de la democracia participativa, donde solo se produce aquello que se necesita (signifique esto lo que signifique) y la justicia intracomunitaria va de la mano de la armonรญa con el mundo no humano. En algunos casos, como ocurre con la teorรญa biorregionalista, la madre naturaleza no solo nos enseรฑa normas morales, sino que tambiรฉn delimita los contornos de las comunidades polรญticas: las biorregiones deben ser la matriz de las regiones humanas, influyendo con sus rasgos biofรญsicos sobre su alimentaciรณn, costumbres e incluso rรฉgimen de gobierno. Sin necesidad de atender a tales extravagancias, es indudable que algunos aspectos de la crรญtica ecologista al estilo de vida occidental han servido para la reinvenciรณn parcial de este: del movimiento slow food a la recuperaciรณn de la bicicleta, pasando por la crรญtica de la industria alimentaria y el rechazo de los transgรฉnicos. Han adquirido prestigio las formas de vida mรกs despaciosas, reflexivas, frugales. Y sin duda late aquรญ el potencial para un futuro cambio cultural que, no obstante, parece condenado a ocupar un papel secundario en el catรกlogo existencial tardomoderno.

Ahora bien, hay que recordar que el ecologismo clรกsico tiene como rasgo definitorio la crรญtica del antropocentrismo y su paulatina sustituciรณn por un biocentrismo que nos lleve a ver el mundo como una red de relaciones; una red cuya integridad debe ser preservada sin discriminaciรณn por razรณn de especie. Un movimiento tan peculiar como la ecologรญa profunda propone, de hecho, avanzar hacia una comuniรณn espiritual con la naturaleza cuyo resultado natural serรก un โ€œigualitarismo biosfรฉricoโ€ de raigambre orientalista. Pero sea cual sea el fundamento moral del mandato preservacionista, este se parecerรก mucho al formulado por el cรฉlebre naturalista norteamericano Aldo Leopold: โ€œUna cosa es correcta cuando tiende a preservar la integridad, estabilidad y belleza de la comunidad biรณtica. Es incorrecta cuando se orienta en otra direcciรณn.โ€

Si fuera una mera proposiciรณn moral, su fracaso solo causarรญa problemas a sus mรกs convencidos defensores. Pero estos sostienen que la desestabilizaciรณn de la comunidad biรณtica no es un mero problema moral, sino una amenaza sistรฉmica que pone en peligro la supervivencia del propio ser humano: sea por agotamiento de los recursos, apocalipsis climรกtico o disrupciรณn irreversible de los sistemas planetarios. De acuerdo con el ecologismo clรกsico, la humanidad ha provocado una crisis ecolรณgica de largo alcance que exige remedios radicales: a la culpa moral se suma la urgencia polรญtica. Sus orรญgenes pueden rastrearse en el pensamiento griego, en Descartes, en Francis Bacon; la relectura ecologista de la historia ofrece una versiรณn alternativa de nuestros presuntos logros civilizatorios que fascinarรก a los escรฉpticos del progreso. Y el cambio climรกtico solo serรญa la enรฉsima confirmaciรณn del camino torcido de la humanidad.

Toda crisis invita de manera implรญcita al estado de excepciรณn. Durante los aรฑos setenta, una parte del ecologismo polรญtico sucumbiรณ a la tentaciรณn autoritaria y abogรณ abiertamente por suspender por un tiempo la vigencia de las normas democrรกticas, al menos mientras no se resolviera el problema prepolรญtico de la supervivencia. William Ophuls pudo asรญ escribir que solo un Estado dotado de amplios poderes, dirigido por una casta de mandarines ecolรณgicos, podรญa ejercer la coerciรณn necesaria para que las conductas individuales se ajustaran al interรฉs ecolรณgico comรบn. Y, aunque los teรณricos verdes han solido cerrar filas en defensa de los procedimientos democrรกticos como medio para la persecuciรณn de sus fines, la naturaleza misma del problema garantiza la periรณdica resurrecciรณn del argumento autoritario. Laura Westra sugerรญa a comienzos de los noventa que la โ€œvaca sagradaโ€ de la democracia fuera reemplazada por un filรณsofo-rey, mientras que Thomas Friedman escribรญa, en una pieza aparecida en The New York Times en septiembre de 2009, que, a pesar de que la autocracia de partido รบnico tiene deficiencias, cuando es dirigida por un grupo de personas razonablemente ilustradas, como es el caso de China hoy, puede tambiรฉn presentar grandes ventajas. Ese partido รบnico puede imponer polรญticas difรญciles pero de importancia crรญtica para hacer avanzar una sociedad en el siglo XXI.

De verdad, no hay ninguna conexiรณn necesaria entre el compromiso con la preservaciรณn de la naturaleza y el compromiso con la democracia; los medios que esta proporciona no garantizan la realizaciรณn de los fines del ecologismo. Se trata de un autรฉntico problema para un falso dilema, por cuanto la cooperaciรณn masiva que demanda la sostenibilidad solo tendrรก lugar si los ciudadanos otorgan legitimidad a las polรญticas correspondientes. Algo que es reconocido por la mayor parte de los teรณricos ecologistas y practicado por los movimientos verdes en las democracias occidentales, vulnerables por definiciรณn al argumento catastrofista y a los momentos hobbesianos que siguen a los acontecimientos mayores que las sacuden periรณdicamente.

En cualquier caso, el ecologismo clรกsico ha visto disminuida su influencia debido a la obsolescencia creciente de buena parte de sus argumentos. Aunque sobrevive como nรบcleo radical del pensamiento verde, este se ha vivificado en diรกlogo con el liberalismo y modernizado gracias a una creciente multidisciplinariedad: mรกs que un ecologismo, ahora existen varios ecologismos. Y lo que es mรกs importante, buena parte de ellos estรกn dispuestos a aceptar que vivimos en una era posnatural. La gran paradoja del ecologismo serรญa entonces que persigue un objeto fantasmagรณrico, como supo ver Marx, y Goethe antes que รฉl, al observar que la naturaleza que estudiaban los griegos ya no es la nuestra. Nada expresa mejor esta realidad que el cambio climรกtico, un fenรณmeno tecnonatural que solo conocemos gracias a nuestra capacidad de mediciรณn y modelizaciรณn, fruto de una influencia humana indirecta sobre el planeta a cuyos efectos habremos de adaptarnos. Mรกs aรบn, el cambio climรกtico es apenas la expresiรณn mรกs llamativa del Antropoceno, tรฉrmino propuesto para designar una nueva era geolรณgica donde el ser humano se ha convertido en la principal fuerza de cambio ecolรณgico. La vieja naturaleza autรณnoma ya no existe; ha sido colonizada por el ser humano y el resultado de ese proceso histรณrico es una creciente hibridaciรณn socionatural. Es difรญcil determinar dรณnde acaba la sociedad y dรณnde empieza la naturaleza, porque un complejo entramado socionatural ha mezclado de modo irreversible lo que antes estaba separado.

Sin embargo, es posible que se trate de una separaciรณn relativa, porque el ser humano no deja de ser una parte de la naturaleza. De hecho, hay buenas razones para ver la cultura como el producto emergente del esfuerzo del ser humano por adaptarse al medio natural. Su singularidad reside en que, dotado por la evoluciรณn de herramientas excepcionales, su adaptaciรณn es una adaptaciรณn agresiva que transforma el entorno en funciรณn de sus necesidades. Y esa adaptaciรณn, en tรฉrminos puramente darwinianos, ha sido exitosa: ahรญ estรก el sostenido aumento de la poblaciรณn de nuestra especie a lo largo de la historia y la mayor longevidad de sus individuos.

Claro que, si colonizar la naturaleza ha sido menos un capricho que una necesidad adaptativa, la responsabilidad histรณrica del ser humano bien puede matizarse. Solo es ahora, asentado un dominio no exento de riesgos desadaptativos, cuando se hace posible refinar las relaciones socioambientales en una direcciรณn a la vez sostenible y, en la medida de lo posible, preservadora. Aquรญ cobra sentido la afirmaciรณn del historiador alemรกn Joachim Radkau, para quien el ecologismo tiene como misiรณn completar la tarea de la Ilustraciรณn. Para hacerlo, sin embargo, quizรก no basten las herramientas decrecentistas y moralizantes del ecologismo clรกsico, anclado en la vieja distinciรณn entre naturaleza y sociedad, receloso de la tecnologรญa y divulgador de una narrativa catastrofista que difรญcilmente lograrรก el consenso polรญtico necesario entre las clases medias globales. Sin ellas, ninguna polรญtica de sostenibilidad resulta viable. En los รบltimos aรฑos, se ha abierto paso una alternativa ecomodernista que apuesta decididamente por el uso de la ciencia y la tecnologรญa como medios para dar forma a una sociedad sostenible posnatural: el conflicto entre ambas cosmovisiones protagoniza ahora mismo el debate teรณrico ecologista. Aunque, de creer a Paul Mason, la aceleraciรณn tecnolรณgica de nuestra รฉpoca podrรญa causar la desapariciรณn de un capitalismo incapaz por una vez de asimilarla. Pero esa, desde luego, es otra historia. ~

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(Mรกlaga, 1974) es catedrรกtico de ciencia polรญtica en la Universidad de Mรกlaga. Su libro mรกs reciente es 'Ficciรณn fatal. Ensayo sobre Vรฉrtigo' (Taurus, 2024).


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