La poesía no se vende

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Hace unos meses, Homero Aridjis me refirió lo siguiente: “El 7 de enero fui a una cita con Paco Ignacio Taibo II, en las oficinas del Fondo de Cultura Económica. La razón principal por la cual quería verle era para informarle que estaba terminando un nuevo volumen de poesía, y quería que se tomara en cuenta para el plan editorial 2020-2021. Así había presentado mis libros a sucesivos directores del FCE. Publiqué mi primer libro en el FCE en 1971, El poeta niño, el cual lleva cinco ediciones. […] Paco Ignacio Taibo II me dijo que ya no iba a publicar poesía, porque no se vende. Nunca me pidió que le enviara el manuscrito.”

Este argumento para no publicar poesía resulta escandaloso viniendo del Fondo, esto es, del Estado. La expresión “porque no se vende” la he escuchado mil veces, pero nunca en boca de responsables editoriales del Estado, que no solo están para vender libros, sino, sobre todo, para promover y potenciar la lectura y para acoger, justamente, a esos géneros que las editoriales mercantiles desdeñan.

¡Aunque venda!, el Estado editor está para ofrecer opciones diferentes de lectura a las que ofertan las editoriales comerciales. El negocio editorial del Estado no está en “hacer negocio”, sino en hacer lectores: no publica para el lucro, sino para la inversión cultural y a veces bajo la figura del “apoyo a fondo perdido”.

Esto es lo que hacen, con la poesía, los editores independientes que arriesgan sus recursos y gestionan otros; para que este género se publique, se divulgue, y también se venda (así sea para un mínimo de recuperación de capital destinado a seguir publicando libros) en beneficio de la cultura.

Y es lo que ha venido haciendo, desde hace cuarenta años, Víctor Manuel Mendiola en El Tucán de Virginia, editorial fundada en 1980, especializada en poesía lo mismo nacional que extranjera, de autores jóvenes y de poetas conocidos y reconocidos, en traducciones al español y en ediciones bilingües, con colecciones como Los Bífidos (de poetas clásicos extranjeros: Apollinaire, Mallarmé, Valéry, Nerval, Keats, Rimbaud, Eliot, Trakl, Ritsos, etc.), Vita Nuova (de poesía contemporánea) y Al Volante (de poetas jóvenes mexicanos); también con ediciones críticas de obras poéticas fundamentales.

La poesía tiene un flujo de venta mucho más lento que el de la narrativa y, en especial, que el de la novela y la biografía comerciales que, en general, constituyen lo que Giulio Einaudi llamó “el no de la edición”, o sea publicar preferentemente aquello que sale al encuentro del gusto del público, en vez de introducir en la cultura “las nuevas tendencias de la investigación en todos los campos: literario, artístico, científico, histórico o social”. En cambio, “el de la edición”, que está lejos del lucro y del gusto general, consiste en lo siguiente, a decir de Einaudi: “En vez de suscitar el interés epidérmico, de secundar las expresiones más superficiales y efímeras del gusto, favorece la formación duradera.” El no de la edición es preferentemente comercial o doctrinario; el de la edición es, esencialmente, cultural, diverso, plural.

El trabajo que realizan editoriales independientes como El Tucán de Virginia, en México, o Visor e Hiperión, en España, es una labor meritoria y encomiable frente a los que dicen que “la poesía no se vende”. El Tucán de Virginia tiene cuatro décadas de editar, traducir, publicar, ilustrar y vender poesía. Hiperión, fundada en 1975 por Jesús Munárriz, tiene 45 años de hacerlo, en tanto que Visor, fundada en 1968 por Jesús García Sánchez, tiene más de medio siglo y más de un millar de títulos de poesía o de reflexión sobre poesía.

La poesía nunca se ha vendido a pasto (en ningún país del mundo), pero es el género por excelencia más exigente en cualquier idioma. Hay cosas que no saben algunas personas entre las que se cuentan escritores, editores, lectores y funcionarios, y que supo definir insuperablemente Octavio Paz en El arco y la lira: “La poesía es conocimiento, salvación, poder, abandono. Operación capaz de cambiar al mundo, la actividad poética es revolucionaria por naturaleza; ejercicio espiritual, es un método de liberación interior. La poesía revela este mundo; crea otro. […] Aísla; une. […] Plegaria al vacío, diálogo con la ausencia: el tedio, la angustia y la desesperación la alimentan.” Todo esto, y mucho más, es la poesía. “Y el resto es literatura”, como bien dijo Verlaine en su “Arte poética”.

Hay quienes tampoco saben (escritores, editores, lectores, funcionarios) cosas menos metafísicas, más mundanas en relación con la poesía. Por ejemplo, que Hora de junio, de Carlos Pellicer, en la primera edición del Fondo de Cultura Económica (Letras Mexicanas, 1979), tardó cinco años en agotar sus tres mil ejemplares, pues se reimprimió en 1984. Esto quiere decir que uno de los mejores libros de la poesía mexicana vendió, en promedio, seiscientos ejemplares al año. ¿Es poco? Sí, para quienes miden el efecto de la lectura en la venta de decenas o cientos de miles de ejemplares al año, y para quienes piensan más en el negocio que en la poesía. Pero es suficiente para la construcción de grandes lectores y la formación de públicos de poesía.

Esto, que ahora no quiere hacer el Estado, es lo que hacen los editores independientes, como es el caso de Víctor Manuel Mendiola, en El Tucán de Virginia, desde hace ya cuarenta años. Y no echan por delante el pretexto de que “la poesía no se vende”. No se vende, es verdad, en el mejor sentido: no participa en la moda de la “literatura para entretener” que, como dijo un día el gran poeta catalán Salvador Espriu, estaba llevando al mundo “hacia una cretinización colectiva”. Los poetas escriben y publican, como también dijo Espriu, “para realizarse a sí mismos”, y para compartir su universo con un sector minoritario, pero indispensable, de lectores, y no para vender montañas de libros y nadar en un mar de lucro y regalías. ~

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es ensayista, crítico literario y editor. Su libro más reciente es La prodigiosa vida del libro en papel (Cal y Arena, 2020).


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