La verdad de Pete Hamill

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Conocí a Pete el 6 de marzo de 1984 durante su primera visita a Japón, cuando lo entrevisté para una serie de artículos que se publicaron en una revista mensual. La traducción al japonés de su colección de relatos A New York sketchbook (1982) había atraído la atención del público y su novela autobiográfica Brooklyn story (1983) acababa de ser publicada en el país. Sin embargo, su fama en Japón se debía a que era el escritor del relato en el que se basó la cinta nipona El pañuelo amarillo de la felicidad (1977).

Pete había estado trabajando para los tabloides desde finales de la década de los sesenta, empezando con el New York Post. Yo tenía curiosidad: ¿Qué lo había llevado a escribir columnas periodísticas al igual que obras de ficción, como sus relatos, o novelas autobiográficas?

Cuando me reuní con él en el hotel lo primero que hice fue preguntarle por la guerra de Vietnam. Me respondió que pasó ahí diez meses como corresponsal entre 1966 y 1967. Sonrió y me dijo: “La guerra es como una droga.” Y siguió: “Pero no quise ser lo que se llamaría un escritor orientado a la guerra; en otras palabras, no me gusta lucrar con eso. Sabes, no importa cuánto escribiera sobre los combates, solo iba a repetirme.”

En Vietnam, Pete dijo que siempre pensó que era un viajero más. Él se sentía culpable porque tenía un lugar al que regresar siempre que lo quisiera. “Me despertaba por la mañana, cubría una batalla donde habría soldados muertos y heridos, y luego regresaba a Saigón (ahora la ciudad de Ho Chi Minh) por la noche para una gran cena en el hotel. Todos los días lo mismo. No pude soportarlo.”

Creyendo que habría más reporteo interesante sobre la guerra que podría hacerse desde casa, Pete regresó a Estados Unidos y empezó a escribir columnas antiguerra. De manera puntual condenó las políticas de la administración Johnson sobre Vietnam y apoyó las manifestaciones contra la guerra. Al mismo tiempo, empezó a escribir sobre la gente de Nueva York, la ciudad en la que nació. Escribió sobre su vida cuando tenía diecisiete años y estaba recién salido de la Marina y sobre su regreso a casa en Brooklyn. Le parecía que se trataba de una “verdad” que solo él podía contar en lugar de las noticias sobre las batallas en Vietnam.

Inmediatamente después de mi entrevista con Pete me ofrecieron un empleo en la edición japonesa de Newsweek, y ese otoño me transfirieron a la oficina en Nueva York. Tres años después, el 23 de mayo de 1987, Pete y yo nos casamos. Él pasaba por un momento difícil en ese entonces, pero en noviembre de 1988 volvió a firmar como columnista en el New York Post. De vuelta a su elemento, empezó a golpear el teclado con gusto.

Pete escribió sobre cualquier tema, desde la visita de Mijaíl Gorbachov a las Naciones Unidas hasta el conflicto en Palestina, al igual que sobre la difícil situación de los indigentes durante Navidad. Para escribir sus tres columnas a la semana salía a las calles a escuchar las historias de la gente, asintiendo con la cabeza a sus quejas. “A esas alturas muchas de las columnas eran escritas desde los escritorios –opinaba él–, pero [el columnista galardonado con el premio Pulitzer] Jimmy Breslin y yo empezamos a salir de la redacción para hacer el reporteo a pie que alimentaba las opiniones de nuestras columnas.”

Fue el escritor irlandés Colum McCann quien dijo: “Pete Hamill llevó la literatura al periodismo.” Las columnas de Pete describían todo: el bullicio de la calle ese día, cómo un fuerte viento mezclado con aguanieve soplaba alrededor de la ciudad y los suspiros de la gente dando testimonio de todo esto.

Su etapa como editor en jefe de un tabloide

En febrero de 1993 Pete fue nombrado editor en jefe del New York Post, en un esfuerzo por reconstruir el periódico tras una severa crisis financiera. El amor de Pete al Post era incomparable, pero la situación era terrible. El dueño del Post lo vendió a Abe Hirschfeld, un conocido operador inmobiliario. El primer acto de Hirschfeld fue despedir a setenta personas, desde editores hasta reporteros, entre ellos a Pete. Su equipo inició una protesta. Fundado por Alexander Hamilton en 1801, el New York Post es uno de los periódicos más antiguos de Estados Unidos. Al día siguiente del despido de Pete, el diario publicó artículos mordaces contra Hirschfeld y la portada mostraba un retrato de Hamilton derramando una lágrima solitaria.

Con Pete a la cabeza del movimiento de resistencia, el New York Times, el New York Daily News y otros periódicos del país mostraron su apoyo, pero al final Pete fue despedido y el Post sobrevivió, aunque a manos de Rupert Murdoch.

Cuatro años después fue contratado como editor en jefe del New York Daily News por Mortimer Zuckerman, quien había hecho una fortuna en el mundo inmobiliario. El propósito de Pete era hacer del Daily News un tabloide de calidad, que no ofreciera chismes de celebridades, pero esto provocó un conflicto con Zuckerman, quien desde un inicio dejó en claro que quería competir con el Post de Murdoch imitando su tono sensacionalista.

Ocho meses después Zuckerman despidió a Pete. Él fue probablemente la primera persona en ser editor en jefe de dos tabloides neoyorquinos y, ciertamente, la única persona en haber sido despedida de ambos. Para Pete esta fue una insignia de honor.

Pete estaba muy desilusionado porque puso su corazón y alma en el Daily News con la confianza sincera en que él y su equipo podrían producir un tabloide de calidad que los lectores seguirían. En retrospectiva, me parece que Pete realizó un último esfuerzo para revitalizar los periódicos de cara a la angustiante crisis que golpearía a los medios impresos, incluida la transición a los medios digitales por parte de lectores y anunciantes y el continuo declive y la desaparición de los periódicos locales.

Como editor, Pete animó a los reporteros, protegió a sus colegas más jóvenes, y tuvo muchos amigos, tanto famosos como poco conocidos.

Robert F. Kennedy

Fue a finales de los setenta cuando Pete conoció a Robert F. Kennedy y los dos se volvieron amigos cercanos. Incluso una vez le escribió una carta a Bobby instándolo a postularse como presidente. No creo que haya sido por esa carta, pero Bobby sí se postuló y en junio de 1968 dio un discurso de campaña frente a mucha gente en el salón del hotel Ambassador en Los Ángeles. Pete, que había seguido la campaña presidencial de Bobby por mucho tiempo, estuvo ahí para cubrir el evento. Mientras se retiraba del salón al concluir Bobby su discurso, se encontró en una habitación en el fondo rodeado por reporteros y cocineros. De repente, se escucharon unos tiroteos y Bobby cayó al piso. Pete fue uno de los que sometió al perpetrador.

Durante los siguientes seis meses estuvo bloqueado, incapaz de escribir una sola palabra para un artículo o un manuscrito. Desde entonces, dijo que fue un error ser amigo de un político.

Testigo del 11S

 El asombroso talento de Pete lo haría estar en la escena de un incidente trascendental, dando testimonio de la historia tal y como sucedió. Tenía un olfato profético como periodista para darle vida al momento, que puede haber sido su mayor don. Esto quedó demostrado el 11 de septiembre de 2001.

A las 8:00 de la mañana, Pete partió a una reunión del Museo de la Ciudad de Nueva York en el Antiguo Palacio de Justicia, junto al Ayuntamiento y cerca del World Trade Center (por qué dicha reunión iba a celebrarse en ese edificio sigue siendo un misterio). Durante la reunión escuchó las noticias: un avión se había estrellado en una de las torres del World Trade Center.

Corrió hacia la calle Chambers para ver la segunda torre explotar dejando tras de sí una enorme bola de fuego naranja. Cuando volvió a casa para recoger su identificación como periodista partimos juntos hacia las Torres Gemelas. Mientras veíamos hacia la esquina noreste, la torre sur, despidiendo humo negro, se inclinó un poco y de repente colapsó. Fuimos testigos de la caída de la torre mientras objetos blancos brillaban en el cielo azul celeste. Pete escribió un poderoso relato en primera persona de nuestra experiencia entre el polvo de la muerte ese trágica mañana y el Daily News la publicó al día siguiente.

Nuestra casa estaba solamente a trece cuadras al norte de la Zona Cero, afortunadamente la energía eléctrica no se fue y pudimos trabajar. Pete había empezado a colaborar una vez por semana para el Daily News.

Un día antes, el 10 de septiembre de 2001, Pete había terminado el manuscrito de Forever, una extensa novela en la que había estado trabajando por varios años, y habíamos planeado ir a cenar la siguiente noche para celebrar. Sin embargo, el capítulo final del libro, que abarcaba la historia de Nueva York desde sus inicios hasta la actualidad no estaría ahora completo sin el 11S. A Pete le tomó un año revisar el libro.

Para entonces Pete ya había publicado varios libros aclamados, como Drinking life (1994), Snow in August (1997), The voice: The life of Frank Sinatra (1998), Diego Rivera (1999), y Forever (2003), el cual fue seguido por Walking in Manhattan (2004), North river (2007) y Tabloid City (2011).

Junto con los periódicos, Pete colaboró en varias revistas, entre ellas Esquire, New York y Vanity Fair, para las que escribió incontables ensayos y reseñas de libros. He perdido la cuenta de cuántos prefacios escribió para otros libros. También escribió guiones de películas y a veces hizo apariciones especiales en películas (siempre interpretando al periodista de algún diario). Nunca decía que no a alguna propuesta, atendió a muchas conferencias y dio muchos discursos, incluso participó en varios programas de televisión de discusión y debate.

Una historia inconclusa

Él amaba su trabajo y trabajaba duro. A lo largo de los años los dos viajamos y residimos por cortos periodos de tiempo en México (rentamos casas en Cuernavaca por doce años), así como en Dublín, París, Roma y Palermo. En marzo de 2014, aunque Pete gozaba de buena salud, desarrolló una nefritis aguda que le provocó un paro cardiaco. A pesar de haber sido inducido a un coma, milagrosamente sobrevivió.

Más adelante, tras haber sufrido fracturas complejas en la cadera y regresar a casa en silla de ruedas, empezó a pedir que volviéramos a Brooklyn. Aunque la idea de mover veinte mil libros y documentos junto con una persona convaleciente en silla de ruedas era realmente desalentadora, no pude negarme a su insistencia de volver a su lugar natal para escribir un libro sobre él.

Nos mudamos a Brooklyn en el verano de 2016 y cuatro años después Pete se cayó enfrente de nuestra casa y se rompió el hueso derecho de la cadera, lo que requirió cirugía. Esto ocurrió en 2020, cuando cientos de personas morían al día en la ciudad a causa de la covid-19. Pete, que se notaba más débil, no tuvo fuerza para soportar la cirugía. Tres días después, en la madrugada del 5 de agosto, dio su último suspiro.

Ahora poseo el borrador y el esquema del libro sobre Brooklyn que empezó, así como su material de investigación y libros. Mientras leo el borrador casi puedo escuchar su voz como el primer día en que nos conocimos. Él diría que las noticias sobre cuántas personas murieron o resultaron heridas en los combates en el delta del Mekong, o qué aldea fue bombardeada, pueden ser “hechos”, pero ¿es esa la “verdad”?

Él intentó escribir sobre la verdad que a él le importaba al revisitar su infancia creciendo en Brooklyn y en la ciudad, y es triste que no haya podido concluir el libro antes de morir. No obstante, Pete pasó sus últimos días en su querida ciudad natal y murió en el Hospital Metodista donde nació. Ahora sus restos yacen en el cementerio de Green-Wood.

El 24 de junio de 2021, día del cumpleaños de Pete, la calle donde su familia vivió cuando él era un niño y donde se ubica el edificio de departamentos en el que tendría lugar gran parte de su último libro, fue renombrada Pete Hamill Way, haciendo a Pete una parte permanente de la ciudad adorada que lo formó. ~

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Traducción del inglés de Karla Sánchez. Una versión de este artículo fue publicada originalmente en la edición japonesa de Newsweek el 17 de agosto de 2021.

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