Las edades de las mujeres

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La vida por delante es el segundo libro de relatos de Magalí Etcheberne (Buenos Aires, 1983), autora de Los mejores días (Las afueras, 2019) y del poemario Cómo cocinar un lobo (Tenemos las máquinas, 2022), y con él ha ganado el Premio Ribera de Duero de narrativa breve, publicado por Páginas de Espuma. Reúne cuatro cuentos. Dos de ellos, el primero y el tercero, comparten personajes y su continuidad está señalada también por un objeto simbólico: una piedra de obsidiana. En “Piedras que usan las mujeres”, la narradora acude a visitar a su madre, que, enferma de alzhéimer, cree que es su hermana, y recuerda cuando se puso de moda que los hombres dejaran a sus esposas por otras más jóvenes (“se podría decir que el mundo empezó así”, escribe cáustica la narradora). El cuento juega con el lector, que participa encantado del quiebro, no se trata tanto de qué va a pasar, sino de cómo: por supuesto que el padre de la narradora va a dejar a su madre por una muchacha, pero cuál y cómo: “¡De manual!, ¡tan obvio, tan obvio! Treinta años más joven, ¡qué ridículo!”, oye decir a su madre con cada nueva amiga abandonada. “Un noche papá también lo hizo. Era octubre de 1994, yo tenía diez años y él la dejó por Luisa, que acababa de cumplir veinticinco.” Tras la partida del padre, la madre se descubre un tumor, llega la quimioterapia y con ella la caída de cabello: sobrevive al primer cáncer y al segundo; en el segundo tratamiento se une a un grupo de mujeres que se llama “No pierdas tu pelo”.

En “Temporada de cenizas”, la misma hija acude a deshacerse de los restos de su madre en el mar. En esta misión, la acompaña su hermana, Nadia, hija de su padre y de la segunda esposa de este –habrá una tercera, claro–. Las dos mujeres, la original y la sustituta, formaron una especie de familia extendida con las hijas del mismo hombre. Estos dos relatos, separados por el más juguetón del volumen, podrían ser casi capítulos de una nouvelle sobre la relación con el cuerpo, sobre la muerte y una cierta inversión. Los hombres abandonadores hacen bromas sobre la diferencia de edad con sus novias: “¡Un hombre tiene la edad de la mujer que ama!” “Mamá decía que eso era más cierto de lo que ellos pensaban, pero no de la forma luminosa y vivaracha con la que tenían fantasías, porque la juventud podía estar llena de estupidez, del tipo que parece una gracia pasajera, pero a veces se enquista.” De las dos piezas de este díptico diferido, la más redonda es la primera, en parte por el club de las primeras esposas. “Habían parido, habían enterrado a sus padres y habían hecho la comida todos los días dos veces por día, habían criado y no habían dormido, habían perdido turnos y dinero, rechazado viajes y ascensos, después habían visto a sus hijos alejarse para hacer sus propias vidas. Y hasta habían puesto el lavarropas para que sus maridos se llevaran la ropa limpia cuando se divorciaban. Solo querían volver a casa al final de esas noches en el club, acostarse, encender el televisor y odiar. Odiarlas en silencio, con amargura, un verdadero placer. Maldecirlas, e imaginarlas envejeciendo, a ellas y a ellos, culos caídos, huevos flácidos, la piel derritiéndose.”

“Un amor como el nuestro”, el segundo de los cuentos de este libro, tiene como protagonista a Julia, correctora en una editorial. Se ocupa de muchos libros, entre ellos, de las novelas entre eróticas y románticas que escribe Leslie. Las dos se han hecho amigas, tanto que la escritora decide apuntarse al viaje al Niágara que ha ganado la correctora en la editorial. Es un cuento extraño, en el mejor de los sentidos: tiene humor, que viene de la parte digamos de descripción del mundo editorial: “Los editores enseguida se pararon, les gustaba ese estrellato, es mentira que preferían las sombras, les gustaba pasar al frente, decir yo descubrí a este, yo leí primero el manuscrito”; vendedores y diseñadores son peores, eso sí, así describen su trabajo: “potenciamos talento”, “gestionamos creatividad con experiencia”, “iluminamos el bosque de una idea para que el autor encuentre su obra”. Hay algo trágico también, en el pasado de Julia y en el presente: el viaje coincide con una ola de suicidios en las cataratas. “Cuando está en su casa, quisiera alejarse, y cuando está lejos, solo piensa en volver a estar entre sus cosas. Al final, casi siempre algo se lleva. Una forma de untar la tostada, una costumbre nueva por la mañana que consigue sostener unas semanas, una forma de doblar las toallas, o de hacer la cama. O una foto en la mente de una tarde amarilla, un pájaro azulado de tan negro, una cosa que alguien tiene y a ella no le pertenece pero que podría llegar a conseguir si lo desea lo suficiente, o si se viste como se viste la gente que lo tiene. A veces, también, solo vuelve a casa agotada, llena de desilusión”, habla de Julia. Etchebarne no pretende contarlo todo, deja misterios por resolver que son como anzuelos para el lector, pero también un gesto de confianza hacia él. En el cuento hay una reflexión sobre las historias, la ficción y la relación con lo que se escribe, pero está sugerida.

El último de los relatos, “Casi siempre desesperados”, podría ser la precuela de Historia de un matrimonio, de Noah Baumbach, pero en argentino y con su poquito de psicosis. Ramiro es dramaturgo y cuando conoció a Ana, su pareja, desde cuyo punto de vista se cuenta el relato, ella quería ser actriz. La relación hace aguas, no solo por la neurosis de Ramiro, que vive obsesionado con que le entren a robar. Es quizá la pieza más amarga de las cuatro que componen La vida por delante.

Magalí Etchebarne es buena escritora, es inteligente y sutil, penetra en la vida interior de los personajes como si nada y trata a sus criaturas con una mezcla de ternura e implacabilidad. Le queda al lector la duda de si se podría haber explotado más ese talento con alguna pieza más. ~

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(Zaragoza, 1983) es escritora, miembro de la redacción de Letras Libres y colaboradora de Radio 3. En 2023 publicó 'Puro Glamour' (La Navaja Suiza).


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