Cuando la arrogancia machista raya en la egolatrรญa, los varones endiosados no se limitan a oprimir a las mujeres: tambiรฉn pretenden avasallarlas en materia de lucimiento. Por lo menos hay dos รฉpocas de nuestra historia en que las galas varoniles casi proscribieron las femeninas: el imperio mexica, un estado militarista que apreciaba el valor guerrero por encima de todas las cosas, y la รฉpoca dorada de la charrerรญa, en la que una virilidad enamorada de sรญ misma relegรณ a segundo plano los encantos de la mujer. Desde luego, el machismo exhibicionista ha existido siempre y, en fechas recientes, la bravucona opulencia del narco le ha dado respiraciรณn artificial, pero, durante largos periodos de caballerosidad y culto romรกntico a la belleza femenina, el hombre ha procurado acicalarse menos que las mujeres. Los guerreros mexicas y los charros, en cambio, querรญan brillar por su hermosura sin competencia femenina. Solo ellos podรญan llamar la atenciรณn en las ceremonias religiosas o en los jaripeos, donde se pavoneaban con un donaire difรญcil de explicar sin una fuerte dosis de travestismo psicolรณgico.
Hasta las mujeres eran machistas en tiempos de los aztecas. Cuando un joven varรณn fracasaba en la guerra despuรฉs de tres intentos por capturar prisioneros, su peor castigo era tener que soportar cabizbajo los regaรฑos de las mujeres de la casa, que lo tachaban de cobarde y afeminado. Quizรก juzgaban con tanto rigor la flaqueza masculina por haber interiorizado los valores que los varones les impusieron a punta de golpes. Como los macehuales, las mujeres iban descalzas. El gran respeto que la Malinche infundiรณ a los indios se debiรณ en parte a las sandalias que le regalรณ Cortรฉs, un privilegio vedado incluso a las princesas tlaxcaltecas. La decencia femenina consistรญa en llamar la atenciรณn lo menos posible. Solo las mujeres de la mala vida, que alternaban con la flor y nata del ejรฉrcito en la Casa del Placer de Tenochtitlan, podรญan teรฑirse el cuerpo de dorado y el cabello de รญndigo, pero ni de lejos alcanzaban la llamativa prestancia de los caballeros รกguila y los caballeros tigre, mejor maquillados que cualquier cortesana. Cuando Moctezuma recibiรณ a Cortรฉs en la calzada de Ixtapalapa llevaba pectoral y ajorcas de oro, una suntuosa capa bordada con grecas, penacho de plumas verdes, bezote de jade y sandalias de piel de ocelote consteladas de chalchihuites. ยฟDรณnde estaba la reina Teizalco mientras el tlatoani refulgรญa en pรบblico? Arrinconada en sus aposentos con un modesto huipil de matrona.
El traje de charro parece concebido ex profeso para que nadie voltee a ver a ninguna dama cuando se pasea del brazo de un varรณn. Elevado al rango de sรญmbolo nacional por los hacendados criollos del porfiriato, cayรณ temporalmente en desuso tras la victoria de los caudillos sonorenses, que no aprobaban esos lujos. Pero a partir de los aรฑos treinta el orgullo charro volviรณ por sus fueros, gracias a la nostalgia del porfiriato que sobrevino en tiempos del cardenismo entre las รฉlites resentidas y al รฉxito de su producto cultural emblemรกtico: la comedia ranchera. Cuando Maximino รvila Camacho y Miguel Alemรกn inauguraron la era de la cleptocracia a gran escala, surgiรณ una camada de nuevos ricos aficionados a la charrerรญa que emularon sin proponรฉrselo a los guerreros aztecas. Un deporte falocรฉntrico practicado por hombres vestidos de pavorreales tenรญa que atraer a los machos mรกs atrabiliarios y misรณginos de aquella รฉpoca, entre ellos el torturador de mujeres Carlos Denegri y el lรญder sindical Jesรบs Dรญaz de Leรณn. Codearse con las familias de alcurnia era sin duda un gran atractivo para esos arribistas, pero quizรก los regocijaba mรกs aรบn la oportunidad de excluir por completo a las mujeres como objetos de admiraciรณn. En apariencia buscaban encandilar al pรบblico femenino, pero los ojos de las damas, en el mejor de los casos, eran el espejo donde se veรญan extasiados. Cuando Juan Gabriel advirtiรณ que la botonadura de plata rivalizaba en coqueterรญa con la chaquira de las vedettes, el machismo a la mexicana sufriรณ un golpe del que tal vez nunca pueda reponerse. Pero el cisne de Ciudad Juรกrez no fue el primer charro con vocaciรณn de diva: solo cautivรณ a los machos alfa con una mรญmesis parรณdica de su personalidad mรกs profunda. ~
(ciudad de Mรฉxico, 1959) es narrador y ensayista. Alfaguara acaba de publicar su novela mรกs reciente, El vendedor de silencio.ย