Please baby please inicia con una escena nocturna en una sórdida calle del Lower East Side de Manhattan durante los años cincuenta, en la que se ve a una pandilla de violentos greasers llamada los Young Gents bailando con sensualidad e ímpetu al ritmo de una melodía hipnótica bajo las radiantes luces neón y la espesa niebla que cubren la calle mientras avanzan hacia una pareja de jóvenes para agredirlos. De repente, los pandilleros se dan cuenta de que son interrumpidos por una pareja bohemia que los observa sin poder moverse. Se trata de los recién casados Arthur (Harry Melling) y Suze (Andrea Riseborough), que acaban de mudarse a un edificio situado a unos cuantos metros. El intercambio de miradas entre Teddy (Karl Glusman), el líder de la pandilla –cuyo estilo le hace honor al personaje de Marlon Brando en The wild one (1953)–, y Arthur es inevitable. En ese momento el contacto visual se vuelve tan erótico como desafiante a pesar de que los ojos de Arthur reflejan fragilidad, pero ese deseo pasional romántico que surge entre ambos es evidente mientras que Suze experimenta una sensación que va del miedo al placer ante esa mezcla de violencia y encanto que transmite Teddy. Este encuentro marcará en la pareja el inicio de su camino hacia el autodescubrimiento y la libertad.
El tercer largometraje –tras haber estrenado Paris window y Ladyworld en 2018– de la cineasta neoyorquina underground Amanda Kramer debutó en el Festival Internacional de Cine de Róterdam de 2022. En él reimagina la década de los cincuenta con notas de enigma y ambigüedad sexual combinando elementos que remiten a las películas de Kenneth Anger, Douglas Sirk y Rainer Werner Fassbinder, lo que da como resultado una fantasía dramática queer con toques de comedia negra e interludios musicales que no llegan a ser intrusivos. Kramer satiriza y revierte las dinámicas de género para cuestionar el significado de los ideales de la masculinidad y el comportamiento en las relaciones heterosexuales basadas en reglas social y moralmente impuestas en una época en la que el hombre era el encargado de dominar, defender y ejercer la violencia; en cuanto a la mujer, simplemente se limitaba a los deberes domésticos, al sentimentalismo y a ser dominada por el hombre.
La historia continúa en el departamento de la pareja durante una reunión con sus amigos en donde les narran el incidente. Dando inicio al cuestionamiento de los ideales de género, Suze se revela como una mujer segura de sí misma que tiene el deseo de ser más masculina y ruda a través de la violencia, mientras que Arthur se niega a comportarse de tal manera, lo que provoca la burla de sus amigos. “No me van a obligar a actuar como un salvaje solo porque nací hombre. Ni quiero ser recompensado por ello”, asevera Arthur, mostrando de esa manera su lado sensible y su rechazo a las expectativas de cómo debe comportarse, principalmente en una época en que se celebraba la rebeldía masculina. No debería extrañarnos que la historia esté ambientada en la década de los cincuenta. Recordemos que las películas estrenadas en esos años mostraban a jóvenes actores (Marlon Brando, James Dean y Sidney Poitier) encarnando la masculinidad rebelde de la posguerra, al grado de que la diferencia con sus personajes en películas posteriores era bastante notoria, tanto en su vestuario como en su comportamiento.
En Please baby please, Kramer no solo enfatiza la identidad queer y la bisexualidad a través de sus personajes, sino que también lo hace al jugar con el uso hiperestilizado de la paleta de colores en las luces y el decorado. En los primeros minutos de la película las luces y la niebla que cubren la calle son en tonos azules, rosas y morados, colores asociados a la identidad queer, y más adelante la niebla cambia a color blanco. Por otra parte, hay un contraste con la paleta de colores de las paredes y el decorado del departamento de Arthur y Suze cuyas tonalidades monótonas y apagadas crean un ambiente asfixiante para ambos. Esto juega un papel importante pues Suze desea profundamente huir de ese espacio doméstico que en lugar de sentirse como un hogar es en realidad una prisión.
A la vez, la apariencia de Suze dista mucho de cumplir con las expectativas de la época. Ella posee un atractivo que, si bien la hace parecer como una ama de casa de los cincuenta, su actitud y estilo difieren mucho de ello: no es la mujer casada que se doblega ante las órdenes de un hombre. En una escena Suze se rehúsa a realizar una tarea doméstica ante la mirada silenciosa de Arthur, quien repara una silla y pareciera que le fuera imposible negarse a su rol masculino impuesto. Para su sorpresa su esposa baila y él sigue sus pasos. El ambiente es menos tenso y la pareja luce relajada. Kramer traza ahí una disrupción en las dinámicas de poder. La rebeldía de Suze sale a la luz sin que ella tenga que pensarlo porque es una mujer segura de lo que quiere, contrario a Arthur que, debido a su vulnerabilidad, es evidente que le cuesta más hacerlo, aunque está decidido a ser lo que realmente anhela dejando a un lado sus conflictos internos. Al tener un lado sensible y comprensivo, él no le reclama a su esposa el haber interrumpido sus deberes.
El camino de autodescubrimiento de Suze se intensifica cuando conoce a su glamurosa vecina Maureen (una memorable actuación de Demi Moore), cuya vida es bastante distinta –y mejor– a la suya. El vestuario de Maureen es llamativo al igual que su departamento y su decoración, con un vívido color azul que la joven no puede dejar de admirar. La fascinación de la joven incrementa al escucharla hablar, pues la enigmática mujer es lo que en realidad Suze quiere ser. Una breve conversación entre ambas hará que la joven se descubra a sí misma rompiendo el tabú que rodea a las fantasías sexuales para abrirse a ellas, aprendiendo de esta manera a disfrutar de su placer. A medida que la película avanza observamos a Suze en un par de ocasiones imaginándose como el objeto del deseo de los Young Gents en un escenario que simula un espacio doméstico –la paleta de colores neón del inicio vuelve a presentarse, pero con mayor intensidad para diferenciar la fantasía de la realidad– en el que podemos ver a Suze disfrutando el dolor con placer en una clara alusión a las prácticas bdsm.
Una característica de Please baby please es que los escenarios y el diseño de producción están elaborados de tal manera que parece que los espectadores estamos presenciando una obra de teatro, pero es mediante los enfoques de cámara y encuadres que Kramer consigue darle la esencia cinematográfica. La directora está consciente de que no está montando una obra de teatro, su interés principal es acentuar la intimidad de los personajes para crear una mejor conexión con su audiencia mientras hace homenaje a sus películas favoritas (en particular a dos de los primeros personajes memorables de Marlon Brando: Stanley Kowalski y Johnny Strabler) y a los musicales de antaño. Pese a sus intervalos melódicos, esta película no debe considerarse un musical, ya que las coreografías aparecen para darle mayor énfasis al desarrollo de la historia, cualquier persona (amante o no de los musicales) puede darse la oportunidad de disfrutarla de principio a fin.
Con Please baby please Kramer atrapa al público contemporáneo no solo porque sitúa a personajes LGBTIQ+ en una época en que representarlos de manera “explícita” estaba mal visto –apenas si se hacían pequeños guiños o referencias a sus orientaciones sexuales en los diálogos, pero su representación no trascendía más allá de ello– , sino porque examina los ideales de género al replantear la vulnerabilidad que subyace en la masculinidad y la rudeza que hay en la feminidad, logrando así abrazar a las identidades queer y LGBTIQ+. A su vez, la cinta rompe con la fachada de la felicidad doméstica de la pareja heterosexual norteamericana que muchas otras han mostrado y opta por la exploración de la identidad de los personajes sin caer en el melodrama oscuro. Tanto Teddy como Maureen se convierten en referentes para Arthur y Suze, ya que cada uno será el punto al que, tras las decisiones que ambos tomen, se puedan anclar para cerrar el círculo de la liberación de su verdadero yo. Al terminar la película, comprendemos que la felicidad solamente se alcanza cuando podemos vivir siendo quienes somos realmente. ~
Mérida, 1987) es crítica
de cine y diseñadora editorial. Colabora
frecuentemente en girlsatfilms.com.