Beatriz González: entre la imagen ordinaria y la profunda empatía

¿Cuál y cómo ha sido la narrativa latinoamericana en pintura durante los últimos años? ¿Cómo se abordan temas relacionados a la violencia y el duelo, intrínsecos en la vida del sur? Una respuesta está en la obra de la pintora colombiana Beatriz González.
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Busco una descripción que me alcance para hablar de un lienzo con composiciones rebeldes y colores brillantes que se yuxtaponen entre sí. Colores-plasta, colores-cuerpo. La descripción de un lienzo cuya presencia pictórica me hace observar la imagen con detenimiento, quizá por su gran formato de 102 x 205 cm, quizá porque trastoca una memoria corporal colectiva de miedo, sí, pero también de rabia. Frente a mí está la obra Empalizada (2001) en la que se ve el cuerpo desnudo y encorvado bocabajo de una mujer pintada en azul con el cabello negro y expuesta en primer plano. Ella –el cuerpo, la persona– está sobre un ataúd pintado de amarillo y en la parte de atrás hay una suerte de cortina sobre la que aparecen los rostros de hombres y mujeres que se tapan los ojos. Decido no utilizar la palabra “representación” ni tampoco decir “la escena representada”, porque lo que está sucediendo en esta pintura no es una emulación o un ensayo visual sino la potente encarnación de un cuerpo que existe en el contexto de violencia y apatía, testigo de miradas que pretenden escapar de cualquier confrontación que implique una responsabilidad colectiva.

¿Cuál y cómo ha sido la narrativa latinoamericana en pintura durante los últimos años? ¿Cómo se abordan temas relacionados a la violencia y el duelo, intrínsecos en la vida del sur? “La alegría del subdesarrollo” –como se lee en uno de los muros de la exposición de Beatriz González (Bucaramanga, Colombia, 1932) en el Museo Universitario Arte Contemporáneo (MUAC)– es el término que la pintora acuñó para ejemplificar la energía de un nuevo modo de pintar. A pesar de trabajar con imágenes cotidianas, en la obra de González no hay una traducción gráfica cercana al periodismo sino que nos encontramos con la personificación del cuerpo –los cuerpos– junto con las emociones que lo acompañan. Emociones encapsuladas, duelos en suspenso o inacabados, en tensión. Las piezas de esta artista exploran las posibilidades de la pintura como una poética del gesto donde las imágenes descubren en las corporalidades –sobre todo de mujeres– los dolores que las atraviesan.

La experiencia de la exposición Guerra y paz: una poética del gesto comienza por la sorpresa de mirar colores brillantes y piezas de mediano y gran formato para, poco a poco, ir reconociendo las repeticiones, los temas y las dolencias de una sociedad latinoamericana retratada por una pintora que ha trabajado este medio desde su época universitaria y que continúa produciendo obra hasta el día de hoy. La primera pintura que se expone en el museo, y que forma parte del bloque “Apropiaciones críticas”, es una adaptación del Guernica (1937) bajo el título Mural para fábrica socialista (1981), la cual representa cómo González ha hecho una labor importante al desarrollar estrategias para criticar el mainstream y participar del replanteamiento de las genealogías artísticas. La pieza se acompaña de un diario en el que ella explora el desafío de reconstruir una pintura referencial, lo cual señala un carácter autorreflexivo muy importante en su trabajo.

Para dejarse atravesar por los cuerpos de las piezas de González, necesariamente tenemos que pensar nuestro lugar en el mundo –o, por lo menos, nuestro lugar en el museo–, pues es solo a partir de ese autoconocimiento corporal que podemos relacionarnos con el cuerpo de los otros y las otras, los objetos y con el resto de la existencia. Desde nuestra corporalidad percibimos las cosas, como si se tratara de una coreografía dentro del cubo blanco. Me interesa pensar en esta sensación física porque, como menciona Cuauhtémoc Medina, cocurador de la muestra, “los cuerpos representados son también cuerpo”, creados con densidades pictóricas diversas, contornos bruscamente definidos, plastas de detalles desdibujados. Durante el recorrido de la exposición curada por Medina y por Natalia Gutiérrez, vemos cómo el gesto pictórico se expande hasta apelar a nuestra corporalidad. Dichos gestos son leídos desde nuestra propia existencia con una misteriosa intuición que acompaña a las historias de violencia que vemos en este trabajo.

La imagen de Colombia está encarnada por una “belleza ensangrentada”, como menciona Álvaro Moisés Ninco Daza, Excmo. Embajador de Colombia en México. Se nota en el contraste entre la violencia y la manera de representarla: entre las escenas de cada pintura y el uso de una gama de colores brillantes que atienden los azules, verdes, morados, amarillos… Esta es la primera exposición individual de la artista en México en la que se incluye pintura en su soporte tradicional a muro de mediano y gran formato, muebles intervenidos, bocetos e instalación que comparten una misma inquietud. En oposición a las manifestaciones del arte pop más comunes, el enfoque de González no se centra en representaciones de la cultura popular y el consumo, sino en crear lo que ella denominó una pintura “de provincias”. Esta visión, influida especialmente por la propuesta de la crítica de arte argentina-colombiana Marta Traba, se convirtió en un referente para la pintura en América Latina, considerada como una versión del arte pop adaptada al contexto del sur.

Qué importante y qué necesario mirar la producción artística de esta región sin compararla con aquellas que han llenado mayormente los libros de historia del arte para también reconocer, en la descentralización del arte, los temas, texturas y tonos que dialogan con nuestra realidad. Las piezas de González se distinguen por hacer una doble afirmación, igualmente ambigua y periférica, sobre combinar elementos del canon artístico occidental –en sus piezas aparecen figuras reconocidas de carácter religioso o político, por ejemplo– con imágenes kitsch de origen local y francamente populares. Las pinturas de la también museógrafa, escritora e historiadora del arte replican algunos gestos de la herencia del arte pop como la repetición serial, pero aquí no importan tanto las identidades como las escenas que se capturan y donde se atrapa el gesto en su expresión más profunda.

La autora Nelly Richard dice que “la violencia homicida de las dictaduras militares traza una de estas marcas imborrables que tanto el arte como la crítica han ido rastreando en la genealogía de sus cortes y, también, en la simbolización cultural de una memoria traumática signada por el duelo inconcluso de la desaparición de los cuerpos y por el incumplimiento de una justicia proporcional al daño”, tal como sucede en el caso de González donde el duelo parece estar siempre en tensión, tanto para los personajes vivos como para los muertos. Su trabajo pictórico es una forma de protesta: al globalizar el arte colombiano lo que se está haciendo también es mostrar y sostener el concepto de violencia. El uso reincidente de motivos y personajes es evidente y, cuando el tratamiento pictórico no es suficiente, encontramos en la serialidad otra manera de denuncia. Zócalo del duelo (2018), por ejemplo, llena uno de los muros externos de las salas con dos imágenes en repetición: la primera, una mujer que se cubre el rostro con un pañuelo en un gesto doliente; la segunda, otra mujer que se tapa la boca mientras sostiene el móvil con la mano derecha. Ambas están atravesando, una y otra vez, la llegada de la pérdida; la aparición del duelo.

Resulta importante cuestionarnos por qué González no había tenido antes una exposición individual en una institución museística en México, aun cuando tiene tanto sentido presentar la obra de la artista en el país. O por qué el reconocimiento de las mujeres pintoras llega muchas veces tan tarde. Quisiera que las palabras me alcanzaran para más. Mientras tanto, la gama de colores de su obra, los rostros –sobre todo los rostros– y el sentimiento del tiempo suspendido en duelo permanecen en la memoria tras haber salido del museo. ~


Guerra y paz: Una poética del gesto se presenta en el Museo Universitario Arte Contemporáneo hasta el 30 de junio de 2024.

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es egresada de literatura y ha colaborado en
distintos medios culturales


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