Mario Muchnik, un año después

Gracias a su amplia cultura y su gran curiosidad por diversas disciplinas, así como a la extensa red de contactos heredada de su padre, Muchnik pudo construir un catálogo deslumbrante.
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El oficio de editar no se enseña, se aprende. Esa fue mi experiencia al inicio de mi carrera en los años noventa, cuando los programas de maestría en edición no eran comunes. Había dos formas de adquirir habilidades en este oficio: practicando y leyendo. Tuve la suerte de tener buenos mentores y además acceso a excelentes lecturas. Mario Muchnik fue decisivo para mí en este último aspecto.

Lo descubrí como autor a través de su elocuente (y divertido y malvado) libro de memorias Lo peor no son los autores. En esa “autobiografía editorial”, como él mismo la definió, repasa los principales hitos de su vida entre 1966 y 1997: desde cómo se convirtió en editor hasta cómo creó y vendió sellos editoriales, e incluso cómo fue despedido de varios puestos cuando las empresas ya no eran suyas. Podríamos decir que narra las vicisitudes de una vida que oscilaba entre el arte y la contabilidad, como suele hacer todo editor. Sin embargo, lo que más me interesó de su relato fue la filosofía implícita en la práctica de su oficio.

Existen muchas formas de editar libros, cada una con sus propias reglas; la de Muchnik era la de un editor de narrativa y ensayo que buscaba intervenir en la conversación pública, enriqueciéndola y elevándola mediante la publicación de libros importantes, sin dejar de tener en cuenta la rentabilidad económica.

Aunque se formó como físico en Nueva York y en un principio no tenía la intención de seguir los pasos de su padre, el editor argentino Jacobo Muchnik, fundador y director de la Fabril Editora en Buenos Aires en la década de 1950, Muchnik comenzó su carrera en la edición como traductor. En su libro Oficio editor, publicado en 2011, recuerda que las tardes pasadas con su padre revisando la versión española de los libros de Kafka o de Arthur Miller fueron su primera aproximación al mundo de los libros, aunque ninguno de los dos era consciente de ese hecho. Este primer acercamiento lo llevó a fundar en 1973, junto con su progenitor y maestro, el sello Muchnik Editores en Barcelona. Ya no haría nada distinto en su larga vida.

Gracias a su amplia cultura y su gran curiosidad por diversas disciplinas, así como a la extensa red de contactos heredada de su padre, Muchnik pudo construir un catálogo deslumbrante. Autores como Primo Levi y Elias Canetti, ganador del Premio Nobel en 1981, eran parte de esa exquisita selección.

En enero de 1982, debido a la asociación de su familia con los Seix en Difusora Internacional, Muchnik fue nombrado director general de los sellos Seix Barral y Ariel. Con un toque de ironía, comentaba: “Es sorprendente el peso que otorga un Premio Nobel.” La historia, en todo caso, no tuvo un final feliz. Pocos meses después, Seix Barral se vendió al Grupo Planeta y en abril de 1983 los Lara dieron por terminado su contrato como director editorial.

La relación de Mario Muchnik con los llamados “grandes grupos” fue compleja y, al mismo tiempo, determinante para su futuro. Dejó Muchnik Editores en 1990 y ese mismo año creó el sello Anaya & Mario Muchnik dentro del Grupo Anaya, donde trabajó hasta ser despedido en 1997. Después de eso, fundó El Taller de Mario Muchnik, una editorial que mantuvo prácticamente hasta su fallecimiento. Sus reflexiones sobre este periodo se encuentran plasmadas en diversos libros de memorias.

Un aspecto destacado de su legado es la atención que dedicó a la edición técnica, que incluye, entre muchas más cosas, el diseño, el trabajo con el texto, las normas de estilo, la tipografía y la redacción. Muchos editores agradecemos su generosidad al plasmar toda su sabiduría sobre estas cuestiones en libros como Normas de estiloNuevas normas de estilo y Editar Guerra y paz, aunque es importante decir que varias de sus pautas le paraban el pelo a los correctores con que trabajó (el uso de los guiones de diálogo, por ejemplo).

Sin embargo, la columna vertebral de su legado fue la construcción de su catálogo, la selección de libros y autores en los diferentes sellos que creó, lo que lo convirtió en un gran editor cultural. Fue pionero en la edición en español de importantes nombres de la cultura judía y de la literatura sobre el Holocausto, como Primo Levi, Irène Némirovsky y Amoz Oz. También fue el primer editor en español de Maus, la novela gráfica de Art Spiegelman.

Mario Muchnik dejó documentada su estrecha relación con los autores que estaban cerca de él y fueron sus amigos. Su retrato de Julio Cortázar y su último verano juntos, durante el cual trabajaron en la edición de Los autonautas de la cosmopista y concibieron el volumen de textos Nicaragua, tan violentamente dulce, es formidable. También lo es la historia que cuenta sobre Kenizé Mourad, a quien le publicó la célebre novela De parte de la princesa muerta. Cuando Muchnik le confió a la escritora francesa que Anaya había decidido no continuar con la editorial, ella le ofreció su siguiente libro recién terminado para que iniciara un nuevo proyecto. Este gesto honra a Mourad y habla de la calidad del editor que fue Muchnik, así como del nivel de lealtad que los autores tenían hacia él, lo que da testimonio de una historia compartida.

Una faceta menos conocida de Mario Muchnik es su talento como fotógrafo. Los retratos de escritores que presentó en una exposición del Instituto Cervantes (más tarde agrupados en un catálogo) no solo exhiben su habilidad detrás de la cámara. También muestran la perspectiva de un editor que observa una obra a través de la expresión de su creador, buscando capturar ese instante que refleja su forma única de percibir el mundo: Borges rodeado de libros como en un laberinto; Cortázar con mirada melancólica entre dos guardias civiles admiradores de su obra; Bryce Echenique hablando teatralmente en un retrato tomado hacia las tres de la mañana; García Márquez con barba, relajado y sonriente, en un sillón de la casa de Carlos Barral en Calafell; Jorge Edwards señalando al cielo durante una conversación en Barcelona.

Mario Muchnik falleció en Madrid en marzo de 2022, y es justo recordarlo con gratitud y admiración por su audacia y tesón para publicar obras literarias de la más alta calidad y, con ello, contribuir a la cultura y el pensamiento crítico. Muchos artículos escritos tras su muerte señalaron que con él se estaba perdiendo una estirpe de editores que ya no existe en el mundo actual. Es cierto que la industria editorial ha experimentado cambios profundos, no solo desde que Mario Muchnik comenzó a publicar, sino incluso desde que dejó de hacerlo en la segunda década del siglo XXI. No sé si nosotros, los editores literarios actuales, podamos considerarnos parte de su tribu, pero definitivamente compartimos sus preocupaciones, aspiraciones, celebraciones y fracasos. Sus libros fueron una guía fundamental para mí en mi etapa formativa. No dudo que lo seguirán siendo para quienes vengan en el futuro. ~

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es directora editorial en Penguin Random House.


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