Elena Ferrante
La vida mentirosa de los adultos
Traducción de Celia Filipetto
Barcelona, Lumen, 2020, 368 pp.
La fragilidad de nuestro mundo es cosa sabida, pero a veces parece olvidarse. Esa verdad está en los mimbres de la novela más reciente de Elena Ferrante, La vida mentirosa de los adultos; la vuelta a la novela de la autora de la tetralogía napolitana Dos amigas, que cerró en español en 2015. Desde entonces han pasado varias cosas: publicó La Frantumaglia, un compendio de entrevistas y ensayos donde más o menos explicaba la idea de la literatura que defiende, pero también sucedió que una investigación periodística trató de destapar la verdadera identidad de Ferrante, que desmentía el origen napolitano. Ferrante no respondió, publicó después una serie de columnas a lo largo de un año en The Guardian y siguió a lo suyo, que no es otra cosa que la ficción y la novela en su más larga y noble tradición: la de contar historias.
La vida mentirosa de los adultos es marca Ferrante: sucede en Nápoles, está contada en primera persona, hay enredos y sobre todo hay un deseo de escapar de la familia, el barrio y la miseria, que suele ser más moral que material. Hay también un chico deslumbrante y un despertar sexual, hay amistad femenina y una niña que quiere escribir. Los elementos con los que juega son por tanto conocidos, y sin embargo consigue que no suene a lo mismo y no solo porque la historia no es la misma.
Hay algunas novedades: ya no estamos en los años cincuenta, sino en los noventa; aquí, a diferencia de lo que ocurría en la tetralogía, la protagonista ya ha ascendido: es su padre quien viene de clase baja y ha logrado medrar y convertirse en lo que siempre quiso ser, un burgués. Y será la hija, Giovanna, la que sienta la llamada de sus orígenes en el barrio alejado de su casa, en los chicos violentos y vulgares, en esa tía seca, brusca, dura y controladora. Y todo eso que él ha construido junto a una mujer dócil se tambalea cuando Giovanna oye a su padre decir que no es guapa, que es igual que esa tía cuyo rostro no recuerda. Esa frase torpe, de la que nunca sabremos con qué intención real la dice el padre, desencadena un reencuentro entre Giovanna y la tía, que a su vez siembra la semilla de lo que será la destrucción de la paz familiar y la caída del padre como héroe.
Vittoria, la tía soltera, es guapa y fea al mismo tiempo; como le sucede a Giovanna: parte de la explicación de cómo se comporta frente al mundo está en cómo cree que es, fea, nada atractiva, casi desagradable: pelo lacio, dice, cejas pobladas. Pero, al mismo tiempo, los chavales del instituto alaban sus pechos, recibe elogios, le dicen que es guapa… La cuestión queda sin resolver, y es un acierto narrativo.
Pero no es el único tema de la novela, el desclasamiento tiene mucho peso en este libro. Giovanna empieza a intuirlo cuando su madre le habla de la infancia de su padre: “no tenía nada de nada, tuvo que escalar una montaña a pulso, y aún no ha terminado, no se termina nunca, siempre hay alguna tormenta que te hace caer, y después vuelta a empezar”. El padre de Giovanna se empeña en no caer, rechaza el dialecto y solo habla en italiano. Y cuando su hija empieza a ir mal en los estudios y suspende, deciden que lo mantendrán en secreto. Pero para entonces la chica ya sospecha que la vida de los adultos es esencialmente mentirosa, como la suya: “Mientras tanto fui aprendiendo cada vez más a ocultar a mis padres lo que me pasaba. O mejor, perfeccioné mi forma de mentir diciendo la verdad. Naturalmente, no lo hacía a la ligera, sufría por ello.”
La vida mentirosa de los adultos es también una novela sobre sexo: está el sexo como lo recuerda la tía Vittoria (“Si en toda tu vida no lo haces como lo hice yo, con la pasión con la que yo lo hice, con el amor con el que yo lo hice, y no digo que tengan que ser once veces, sino al menos una, es inútil que vivas”), están los juegos protosexuales entre Giovanna y una de las hijas del matrimonio amigo de sus padres, el sexo “que tanto nos intrigaba y divertía en cualquier circunstancia”, y está también “un sexo que nos asqueaba, porque percibíamos que no se refería a nuestros cuerpos, ni a los cuerpos de los chicos de nuestra edad, ni de actores y cantantes, sino a los cuerpos de nuestros padres”.
Ferrante sabe que la literatura se esconde en los pequeños detalles y utiliza muy bien los objetos a los que dota de una carga simbólica cuyo significado nunca termina de aclararse por completo, porque sabe, también, que el poder de lo simbólico reside en su misterio. En este caso, el objeto mágico es una pulsera, que pasa de dueña a dueña, de muñeca en muñeca y revela secretos y comportamientos nada ejemplares de unos y otros, iluminando las aristas de los personajes.
Están el abandono y el perdón, la comprensión y el crecimiento, la caída y la salvación; y el camino en zigzag hacia la vida adulta de una niña cuya infancia termina el día en que oye esa frase a su padre (“se le está poniendo la misma cara que a Vittoria”) en un momento muy delicado para ella: “Tenía la regla desde hacía un año, mis pechos eran demasiado visibles y me avergonzaban, me daba miedo oler mal, me lavaba muy seguido, me iba a dormir desganada y me despertaba desganada. Mi único consuelo, en aquel momento, mi única certeza era que él lo adoraba absolutamente todo de mí.”
La vida mentirosa de los adultos, como todas las novelas de Ferrante, tiene un ritmo envidiable, si entras no te suelta y, sin descuidar la trama, el estilo está mucho más mimado que en la saga Dos amigas. También esta podría convertirse en una serie: el final está abierto y los personajes dan para más. El cuerpo, el amor, el deseo, la clase, la violencia. La nueva novela de Ferrante es un destilado de lo mejor de la escritora, cuya verdadera identidad da igual siempre que siga escribiendo así. ~
(Zaragoza, 1983) es escritora, miembro de la redacción de Letras Libres y colaboradora de Radio 3. En 2023 publicó 'Puro Glamour' (La Navaja Suiza).