Oportunidad de la buena divulgación

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Presentada con motivo de la publicación de su libro como una gran experta en la democracia por parte de los medios de comunicación españoles que la entrevistaron, la filósofa política Erica Benner parece encajar mejor en el honorable perfil de una experimentada docente que sabe escribir buena divulgación sobre las materias que mejor domina. Trotamundos que nació en Tokio de padres estadounidenses y pasó su juventud en la Inglaterra de los años setenta, Benner ha dado clase en tres continentes y publicado una monografía académica sobre la concepción de la identidad nacional en Marx y Engels, así como una exitosa biografía de Maquiavelo que se publicó en 2017, y parece descubrirle el secreto de la filosofía política al ciudadano común: Aventuras en democracia ha sido traducido a varios idiomas y fue elogiada por medios generalistas como The Guardian The Literary Review.

De manera que hay que celebrar su aparición en castellano, si bien cabe extrañarse de que un libro tan poco sofisticado pueda recibir tantos aplausos; la respuesta al aparente enigma, por lo demás, es que se aplaude precisamente su falta de sofisticación. No es mala cosa, teniendo en cuenta que a veces elogiamos la falsa complejidad o la mera filiación ideológica: Benner dice bien lo que quiere decir, haciéndolo de tal manera que todo el mundo pueda entenderla; lo que tiene que decir, para colmo, es sensato allí donde no es inane. ¿Podría ser mejor? También podría ser peor; este libro solo tiene que encontrar su público. Y no estará entre los académicos ni los eruditos, sino entre los ciudadanos interesados en comprender mejor el sistema democrático del que forman parte; dado que estas lecciones se imparten haciendo frecuentes referencias a la filosofía política ateniense y renacentista, la impresión de profundidad agradará a los lectores y nos recuerda que los problemas esenciales de la democracia no han cambiado demasiado en los últimos 2.500 años. Y eso que la propia democracia –cosa que Benner no subraya lo suficiente– lo ha hecho de manera sustancial: poco tienen que ver las pequeñas repúblicas de la Antigüedad con los regímenes representativos que articulan el gobierno democrático en las sociedades modernas.

Siguiendo las reglas no escritas de la buena divulgación, Benner recurre con fruición a las pequeñas historias y los ejemplos variopintos, usando para ello su propia biografía: la autora que reflexiona sobre la democracia es también un personaje que ha conocido muchos países y hablado con mucha gente. Su padre fue uno de los oficiales que daba órdenes a aquel Enola Gay que lanzó la bomba atómica sobre Hiroshima; durante el tramo inglés de su infancia, aprendió lo que era la discriminación por razón de clase; hablando con un colombiano al que conoció en un barco poco después de haber leído a Ayn Rand, modificó su punto de vista sobre la relación entre libertad y desigualdad. Todavía le dio tiempo a encontrarse dando clase en Budapest cuando Viktor Orbán lanzó su ofensiva contra Georges Soros, fundador de la universidad donde ella era docente; es lo que se llama el don de la oportunidad. Por lo general, su apuesta narrativa funciona: la autora va entreverando con habilidad evocaciones biográficas, referencias históricas, exploraciones conceptuales y reflexiones normativas.

Su premisa general es razonable: las democracias atraviesan un mal momento y solo podemos afrontarlo si comprendemos el origen de los problemas, formulando de paso la autocrítica correspondiente; dado que las reformas institucionales no son suficientes, hemos de ser realistas acerca de lo que la democracia es y puede llegar a ser. Para cumplir con ese propósito, Benner divide su libro –escrito de manera accesible– en tres partes: una primera dedicada a los mitos fundacionales de las democracias y su evolución histórica; otra consagrada a los principales conflictos que tienen lugar en su interior; y una tercera que se ocupa de los peligros que la acechan.

De un lado, Benner subraya la importancia que posee el origen de la democracia. Este dejaría su impronta sobre la cultura política del país: no es lo mismo tener una democracia impuesta (como Japón o Alemania), que llegar a ella por medio de una transición pacífica (España), una revolución incruenta (Portugal), la expulsión violenta de los colonos (Estados Unidos, las repúblicas hispanoamericanas) o la unificación nacional (Italia). Pero las tres páginas que dedica al asunto no resultan convincentes y solo parecen tener por objeto hablar de ese Japón que tan bien conoce, justo antes de advertir sobre los impulsos tiránicos que pueden brotar en cualquier democracia; para ilustrarlos se sirve de la vieja Atenas, que le parece asimismo ejemplar a la hora de desmontar versiones heroicas de la historia susceptibles de conducir a la tiranía o el expansionismo. Sus reflexiones sobre la igualdad democrática, incluida la igualdad entre sexos, no son muy destacables ni llevan a conclusiones demasiado originales: en una democracia, advierte, los hiperprivilegiados deben renunciar a sus privilegios si no quieren sentirse amenazados “por un poder popular que se vuelve violento cuando sus otros recursos son escasos”. La influencia sobre la autora del republicanismo clásico, experta como es en Maquiavelo, es evidente; sobrevuela el libro la preocupación por un exceso de desigualdad que pueda traducirse en malestar político y desembocar en la nostalgia por el hombre fuerte. Finalmente, su experiencia en la Polonia poscomunista le sirve para meditar sobre la dificultad de conjugar realidad y expectativas en los procesos de democratización, advirtiéndonos de paso sobre los excesos de la lógica globalizadora: cuidado con el cosmopolitismo cuando aplasta a la tradición.

Por otro lado, nuestra filósofa subraya la cualidad dinámica de las sociedades democráticas, donde distintos grupos luchan por hacerse con el poder u obtener nuevas cuotas del mismo; si queremos democracias sanas, sugiere, necesitamos actores políticos que renuncien a la tentación monopolista y acepten el principio de que el poder tiene que encontrarse repartido. Se pone aquí de manifiesto que la autora es mejor describiendo que proponiendo, ya que obviamente la dificultad radica justamente en producir élites y votantes que se contenten con el reparto competitivo del poder en lugar de aspirar a su monopolio. Tras unas consideraciones banales sobre el liderazgo, Benner gira su atención hacia el asunto crucial de los expertos; interrogándose acerca de si podemos confiar en ellos, nuestra filósofa se remonta a la epistocracia de Mill y los consejos de Maquiavelo, antes de llegar a Platón y sus filósofos-reyes, concluyendo que… debemos confiar en los expertos, pero no demasiado. Más interesante es su llamamiento al autocontrol de los ciudadanos en el uso de la libertad de expresión, a fin de no contaminar la esfera pública con agresividad e intolerancia.

No encontrará el lector ninguna revelación en el tercio final de la obra, dedicada a los “peligros mortales” que acechan a la democracia, pero sí una saludable llamada a desvincular el gobierno democrático de la creencia decimonónica en el progreso constante de la sociedad. A su juicio, la democracia debe marcarse objetivos más modestos: garantizar la igualdad de libertades ha de ser la prioridad; solo en segundo término habremos de aspirar al perfeccionamiento humano. Esa idea le sirve de guía cuando se ocupa del conflicto entre libertad e igualdad, de los efectos perniciosos de la competitividad electoral (sugiere que las sociedades de mercado instilan en los ciudadanos actitudes perfeccionistas que se trasladan a su juicio político), la proliferación de los demagogos (aunque subraya la necesidad de diferenciar al populista del demagogo, define a este último como si fuera un populista), o la degeneración iliberal de las democracias (donde de manera delatora solo parece considerar la posibilidad de que los cesaristas de derecha conduzcan una democracia al despotismo: como si no existiera Venezuela).

En última instancia, el espíritu moderantista que anima este libro es resumido por la propia autora cuando escribe en algún momento que “la actitud democrática es asumir que hay al menos algunos argumentos que merece la pena escuchar en ambos lados y tratar de distinguirlos de la retórica mitificadora, polarizadora e imbuida de noticias falsas”. Pese a incurrir en algunas inconsistencias, Benner nos ofrece buena divulgación sobre las complejidades de la democracia; cabe esperar que sus lectores –que también son ciudadanos– se hagan más sabios. ¡Y falta que nos hace! ~

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(Málaga, 1974) es catedrático de ciencia política en la Universidad de Málaga. Su libro más reciente es 'Ficción fatal. Ensayo sobre Vértigo' (Taurus, 2024).


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