El odio puede ser más intenso que el amor. El odio no es siempre un sentimiento negativo. ¿Acaso el odio a la tiranía no es el amor a la libertad? Odiamos a todo el mundo por igual, empezando por nosotras mismas, como dice Joan Rivers en su libro llamado de esa manera: Odio a todo el mundo (empezando por mí misma). Antes de entrar en materia, por consejo legal, la cómica americana hacía unas advertencias. Algo así como “Si es usted tan idiota como para no entender que esto es un libro de humor…” En los diarios de Patricia Highsmith destacan los muchos destinatarios de sus odios: hispanos, negros, coreanos, indios de la India, indios americanos, portugueses, mexicanos, católicos. Y claro que judíos. ¿Antisemita? Pues tendremos que empezar a poner nombre a todo lo demás. Pero el multiodio de Highsmith no pasaba del ámbito privado. Los diarios no los publicó en vida. Not guilty.
Odiar a las mismas personas une mucho. Decía Lena Dunham (su personaje Hannah Horvath en la serie Girls) que sus amigos se definían por lo que odiaban. Nos pusimos a escribir juntas por odio. Bueno, por manía. Manía a las de marketing. [Aviso. En este texto vamos a mezclar al tuntún la primera persona del plural con la narradora omnisciente.] Emilia estaba entonces estudiando el rediseño de Yo Dona, pero su primera sugerencia –rebautizarla como Yo Doña en honor de María Félix– fue descartada con desdén por aquello de que los anunciantes no lo iban a entender. Eso cabreó a Emilia, que tiene mucha fe en su ingenio. Y también le molestaron toda clase de sugerencias, gilipolleces y lugares comunes con palabros en inglés por parte de las de marketing. Empezó a cogerles mucha manía y la manía fue compartida y transmitida a Rosa, que encontraba parecidos con sus mamarrachos del marketing y otras profesiones cantamañanas. Y así nació la víctima. Mala víctima, en principio, porque era mala. Aunque luego sería mala víctima por otras razones. Y hubo que buscar al resto del reparto. Y los periódicos, el periódico centenario y esa redacción loca a la vez que normal, fueron la inspiración. [Ahora volvemos al nosotras, y ya no vamos a decirlo más porque vamos a seguir todo el rato.] Se trata de escribir de lo que conocemos. No conocemos los laboratorios farmacéuticos, las empresas de videojuegos, las imprentas o las ganaderías bravas. Y somos demasiado gandulas como para documentarnos más de la cuenta. Lo justo y necesario. Por eso escribimos la mitad de cada libro. Aunque pueda no ser exacto desde el punto de vista matemático. Además, Emilia suele empezar y luego Rosa se sube en marcha. Escribimos por colleras. Pese a los rumores, no somos amantes, somos interlocutoras en el sentido en el que lo decía Carmen Martín Gaite. Lo escribió en un artículo publicado en la Revista de Occidente en septiembre de 1966 que luego recogió en el año 2000 en el libro titulado La búsqueda de interlocutor (Anagrama) y que Siruela reeditó en 2021. “La del interlocutor no es una búsqueda fácil ni de resultados previsibles y seguros, y esto por una razón fundamental de exigencia, es decir, porque no da igual cualquier interlocutor”, escribe Martín Gaite. Y esto: “Tiene que aparecer destinatario propicio porque ‘nuestras cosas’ no se las podemos contar a cualquiera ni de cualquier manera.” Y nuestras cosas pueden ser desde la biografía de Hitler de Toland a Paqui La Coles. Desde nuestra inicial fascinación y posterior decepción con Philipp Blom al placer de tomar el aperitivo viendo Socialité. ¡Pero en tiempos de María Patiño! Esto es como lo de Anson y el abc verdadero.
Las novelas las escribimos (y da un poco de vergüenza decir estas cosas cuando acabas de citar a Carmen Martín Gaite) en la conversación constante que es el cimiento de nuestra relación. Cualquier mañana nos telefoneamos durante la lectura de la prensa: “¿Has visto lo que ha escrito el subnormal de…?” Nos cae mal la misma gente. Siempre así.
Hay personajes tanto en La mala víctima como en Donde caiga la flecha tomados de gente a la que conocemos. A la que queremos. A la que despreciamos. Eso da igual. Pero otros personajes no salen de nadie. Y alguna persona se ha sentido aludida. ¿Pero qué le he hecho a esas dos? Nada. Ni siquiera sabemos quién eres. La mayor inspiración sirvió para Socorro, la periodista de sucesos. Es real, pero le hemos inventado una vida. Una madre. Una gente cercana. Salvando los crímenes principales de las novelas, la mayoría de sucesos que aparecen contados los ha investigado y publicado la periodista en la que nos inspiramos. Una de las mejores periodistas que conocemos, si no la mejor. Y hay mucho de ella en la honestidad de Socorro escribiendo de sucesos. De temas tan sensibles. Una periodista decente en un mundo indecente. También es suyo el madridismo.
Dice Jacques Barzum en Del amanecer a la decadencia. Quinientos años de vida cultural en Occidente que el aburrimiento y la fatiga son grandes fuerzas históricas. No ha sido nuestro caso. Aburrimiento y odio parecen los ingredientes de la amargura y ese, al menos lo intentamos, no es nuestro caso. No nos hemos aburrido en la vida. Además, a nuestra Socorro le disgustaría provenir de una gran fuerza histórica. Eso se lo deja a los señoritos.
En las entrevistas siempre nos hacen la misma pregunta: ¿y cómo se escribe a cuatro manos? A la gente que lo hace o lo ha hecho habitualmente, como José Luis Garci (con Mercero, con González Sinde, con Horacio Valcárcel), le parece de lo más normal. Ya habíamos escrito juntas Sobre nosotras, sobre nada, pero no se trataba de escribir a cuatro manos sino a medias. Entonces las voces estaban totalmente diferenciadas. Rosa hablaba de su madre y Emilia de la suya. Estaba el “cenado” de una y el marqués coprófago de la otra. Emilia hablaba de Rosa y Rosa hablaba de Emilia. Y a una de nosotras le ofrecieron escribir una novela muy bien pagada, con una señal que veíamos necesario repartir. “Es que me sabe mal escribir sin ella.” Y así nos pusimos a escribir una novela negra por dinero. El dinero nos gusta casi tanto como el odio. ¿Si a tres tíos como Carmen Mola les va tan bien, por qué a nosotras no nos va a pasar lo mismo? Tampoco hace falta el Planeta. O sí, qué demonios. No sabemos si nos ha ido mal o bien, pero llevamos dos novelas a cuatro manos.
La protagonista, Socorro, es también una construcción de las dos. De Emilia tiene el instinto periodístico y dice Rosa que de ella tiene lo de zarzo, como quizá digan en Murcia a las secas, a las antipáticas. No es que Rosa sea antipática, pero no le gusta la gente. A la hora de acercarse al periodismo se acuerda de ese catedrático de la Complutense que dijo a la reina Letizia: “Ortiz, yo no sé lo que va a ser de su vida, pero a pesada [se refería a las preguntas, a la curiosidad], no tiene rival.” De eso va ser periodista. Y también hay que ser maleducado. Hay que dar mucho por saco. Janet Malcolm en El periodista y el asesino escribe que “El periodista es una especie de hombre de confianza que explota la vanidad, la ignorancia o la soledad de las personas, que se gana la confianza de estas para luego traicionarlas sin remordimiento alguno.” A Rosa eso le parece admirable, pero prefiere no preguntar, no hablar con extraños. Merodear, como Malcolm. Ojalá, dice, se pudiera ir todo el tiempo con los padres de Emilia al campo o al Puerto de Santa María. A estar con los perros. A vaguear. A leer lo que le apetezca o a ir a la playa sin bañarse porque su cuerpo solo tolera las aguas caldosas y tranquilas del Mar Menor. Rosa es una más de los Landaluce. La mejor aportación de Emilia a la familia, a la espera de que descongele sus óvulos. Y es precisamente ese cariño a los Landaluce lo que ha hecho que los escenarios de las novelas sean los lugares donde habitan las dos: El Puerto de Santa María, el Campo de Montiel…
Lo primero que elegimos es el crimen. Para decidirlo manda la actualidad. Ni Emilia ni Rosa son usuarias –como dicen en marketing– de las webs noticiosas. Siempre leen el periódico maquetado. Esto es, jerarquizado y libre de las tiranías de los algoritmos que salpican la eyaculación de temas en las páginas webs de los medios. Para La mala víctima elegimos las violaciones por sumisión química, los famosos pinchazos, un bulo que –como los brotes de peste– reaparece cada cierto tiempo. En el periodismo pasa a menudo. Siempre hay un chico nuevo que no sabe la importancia que tuvo Hedy Lamarr para el wifi o que hace diez años ya se puso en duda la autoría de Rubens en el Sansón y Dalila de la National Gallery.
La primera vez que oímos hablar de jóvenes que perdían la conciencia por un simple pinchazo, como un picotazo de mosquito, fue en 2021. Los veranos son propicios para este tipo de cuentos asustaviejas. Y tal fue la psicosis que las urgencias de varios hospitales se colapsaron. Rosa y Emilia siguieron esta serpiente de verano –así lo llaman en los periódicos– con avidez, intercambiándose capturas de periódicos maquetados que informaban sobre estos sucesos.
¿Has visto? Otra a la que han pinchado para violarla.
Pues si te van a violar, mejor no enterarte.
Y así se repetían las capturas, los recortes de periódico. Hasta que un día Emilia leyó una entrevista con un médico que explicaba que para inyectar un sedante tan efectivo haría falta una aguja muy gruesa que no se sentiría precisamente como un picotazo de tábano. “Y además la aguja tendría que estar como quince segundos en el brazo.” Pues entonces lo que habíamos pensado no tenía sentido. ¿Te imaginas al colegio de médicos escribiendo una carta para quejarse? Y ese fue nuestro único delirio de grandeza, porque no recibimos ninguna carta quejándose de la escasa verosimilitud de la novela. Rosa preguntó a un amigo médico sobre la sustancia más efectiva para dejar a una persona inconsciente. Y nos dio un nombre que por precaución no debemos desvelar (si se quieren enterar de cómo hacerlo, compren La mala víctima).
Después hacemos un esquema con títulos. Por ejemplo, “Socorro escribe a documentación.” “Llegada al Puerto.” “Las Lequerica y sus perros.” “Descripción de El Matinal”… Y así sucesivamente hasta el capítulo final. Nos repartimos los epígrafes y comenzamos a escribir por nuestra cuenta en Google Docs, limitadas por nuestros respectivos compromisos laborales. Rosa se levanta a las cinco de la mañana para ir a la radio y escribe tres artículos al día. Y Emilia, además de redactar sus columnas, es la jefa de loc, lo que implica mucho trabajo de socialización: tratar con fuentes, colaboradores pasados de rosca y un equipo de seis personas que reclama sus turnos, sus vacaciones, las bajas, los hijos… Las novelas prueban que la adopción de Rosa en la familia es total, aunque a la madre de Emilia le joda que a la postiza le vaya mejor que a la natural. Cosa que se podría discutir. Y también se puede añadir que Rosa es mucho mayor.
Emilia escribe rápido, en todas partes. Muchas veces, casi siempre, en el móvil. La gente piensa que está absorta en algún juego, chateando con alguien o mirando Instagram, pero lo cierto es que está con la novela. Rosa es más disciplinada y cuidadosa. Muchas veces los capítulos de una y de otra no tienen ni pies ni cabeza, sobre todo porque nos repetimos. “¡Pero si eso lo tenía que escribir yo!” Rectificamos mientras nos lanzamos todo tipo de insultos: “¡Paleta! ¿Cómo va a decir una persona como Pincho ‘crío’? ¿O cómo va a matar fulanito a alguien de esa manera?” “Es del todo irreal.” Pero Rosa cree que lo de vetar la palabra crío es esnobismo de los Landaluce, que en Murcia la gente bien dice crío.
En esta escritura a cuatro manos tratamos de ser una sola. Que no se note quién es quién. Jorge Bustos dijo en una presentación de La mala víctima que Emilia hace frases más largas, con muchas subordinadas, y que Rosa emplea frases más cortas. Pero para Socorro no nos importa unificar nuestros estilos. Es una buena cura de humildad y de reconocimiento por el talento, si lo hubiera, de la otra. Hay veces que Rosa escribe tan bien que cambiar algo sería una tontería. Y Emilia, esto lo reconoce Rosa, cuando se pone, escribe muy bonito. Sí, esa descripción de La Mancha en Donde caiga la flecha.
Este año no hemos querido sacar una novela con Socorro Núñez como protagonista. Teníamos la sensación de que, a la hora de la promoción, los lectores de periódicos se cansan de nosotras porque siempre nos preguntan lo mismo: ¿cómo se escribe a cuatro manos? Respondemos lo mismo: hablando, peleando, con mucha disciplina. Y siempre añadimos que así trabajamos la mitad. Pero no es verdad, porque trabajamos mucho, sobre todo en nuestra relación, casi simbiótica. Podríamos decir que nos parasitamos. ~